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China decidió hace unos años acertadamente abrazar las políticas liberales para crear riqueza y mejorar el nivel de vida de su población. Su economía ha progresado desde entonces de manera espectacular gracias a la introducción de políticas de mercado y a la apertura de éstos al exterior, importando tecnología y capital y exportando productos con precios muy competitivos. La incorporación de China a la economía global está consiguiendo eliminar paulatinamente las penurias que generó el socialismo y la globalización ha sacado ya de la pobreza a más de 400 millones de ciudadanos. Sin embargo, la legítima aspiración por aumentar la calidad de vida de sus habitantes está provocando al mismo tiempo un fuerte impacto ecológico en China y también fuera de sus fronteras. Tras crecer durante tres décadas a un ritmo del 10% anual, han llegado la contaminación del aire y los ríos, la escasez de agua, la desertificación y la lluvia ácida.

La situación ambiental de China es el reflejo de un modelo económico anticuado, derrochador e ineficiente que ha convertido al país en un glotón insaciable de recursos naturales. Con el 20% de la población del planeta, el gigante asiático consume el 50% de la producción mundial de cemento, el 33% de acero y el 25% de aluminio. Y cada día tiene más apetito, lo que está provocando tal boom en el mercado global de materias primas que ha dejado obsoletos muchos términos macroeconómicos.

El gran crecimiento de China en los últimos treinta años no hubiera sido posible sin el carbón que suministra el 70% de la energía que consume el país. A pesar de sus casi inagotables yacimientos, el gigante asiático se convirtió el año pasado en importador neto de carbón sencillamente porque le es más rentable importar carbón en barcos que transportarlo en trenes desde las minas del interior hasta las zonas costeras industriales. Es que China está rompiendo moldes y estrategias. Además del casi omnipresente carbón, China utiliza cada vez más petróleo, ya es el segundo consumidor del mundo, después de Estados Unidos, y destina en la actualidad 35 veces más recursos que en 1999 para importarlo. La Agencia Internacional de la Energía vaticina que en 2030 las importaciones chinas de petróleo se triplicarán con respecto a la cifra actual y que el país se convertirá en el primer consumidor mundial de energía en los primeros años del próximo decenio. El potente desarrollo de china y de otras economías emergentes ha causado un aumento sin precedentes de la demanda mundial del oro negro que ha disparado su precio. Así, a pesar de que Estados Unidos ha disminuido su consumo, el precio del barril rompe casi a diario los vaticinios más alarmistas.

El gigante asiático utilizó en 2006 un 15%de la energía del planeta para producir un 5,5% del PIB global, lo que muestra claramente la ineficiencia energética de su modelo de desarrollo. Por cada dólar que ingresa, China usa tres veces más energía que la media internacional y diez veces más que Japón. Algunos expertos señalan que si el crecimiento del PIB chino sigue siendo superior a un 8 o 9% (en 2006 fue de un 10,7%), no habrá forma de dominar su consumo de energía. En el marco del vigente plan quinquenal, China se ha comprometido a reducir su intensidad energética en un 20%. Pero el consumo disminuyó en poco más del 1% en 2006, por lo que el camino a recorrer es largo y tortuoso. Pekín tiene previsto construir 30 centrales nucleares en los próximos años e impulsar el uso de las energías renovables para cubrir en lo posible sus necesidades energéticas. Las autoridades chinas quieren evitar a toda costa la escasez de energía que afectó gravemente al crecimiento del país a principios de los años noventa. Estas medidas contribuirán a su vez a disminuir las elevadas emisiones chinas de CO2. En la actualidad, el gigante asiático es el segundo emisor mundial de gases de efecto invernadero, tras Estados Unidos, pero se prevé que en este mismo año consiga liderar el ranking de las naciones que más contribuyen al calentamiento global. China, a pesar de ser la cuarta potencia económica mundial, es aún un país en vías de desarrollo y, por lo tanto, no está obligado a reducir sus emisiones. Una de las razones esgrimidas por Estados Unidos para no ratificar el Protocolo de Kioto era que consideraba su aplicación sesgada al excluir a algunos de los mayores emisores de gases, como es el caso de China,que además se ve favorecida por el sistema de medición de

emisiones per cápita debido a su enorme población. Los esfuerzos de los países industrializados comprometidos con Kioto para reducir sus emisiones son inútiles frente al frenesí emisor chino.

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Las negociaciones postKioto son fundamentales para intentar alcanzar acuerdos voluntarios de mitigación de emisiones con China y otras economías emergentes. No resultaría demasiado respetable exigir compromisos obligatorios de reducción a los países en vías de desarrollo cuando la propia Unión Europea, Japón o Canadá tienen serias dificultades para cumplir sus deberes. Además, tampoco hay que olvidar que la situación climática actual ha sido causada por los países desarrollados sobre los que deben recaer precisamente los mayores esfuerzos.

La quema de carbón en obsoletas centrales térmicas, el humo de las chimeneas de las cada vez más numerosas fábricas, la proliferación de coches, las vetustas calderas de calefacción y el polvo de las omnipresentes obras de construcción son las causas principales de la terrible contaminación atmosférica que padecen las zonas urbanas e industriales del gigante asiático. Así no es de extrañar que, según el Banco Mundial, dieciséis de las veinte ciudades más contaminadas del planeta se encuentren en China. Si no se controla la contaminación del aire, se estima que dentro de unos años veinte millones de personas sufrirán anualmente afecciones respiratorias con las repercusiones económicas y sanitarias que esta situación conllevaría.

La mayor parte de las ciudades chinas están permanentemente cubiertas por una neblina gris que no sólo se deja sentir en China. El país está empezando también a exportar contaminación. Según la Agencia de Protección Medioambiental de los Estados Unidos, el 25% de las partículas contaminantes de Los Ángeles proceden del gigante asiático. Pero no sólo California, la proliferación industrial china está afectando también al sur de Asia, Hong Kong, Japón y las dos Coreas. Así, en la antigua colonia británica la visibilidad queda reducida a menos de un kilómetro durante más de cincuenta días al año debido al humo de las factorías de la vecina provincia de Cantón.

Pero no sólo el aire sufre los embates del impresionante desarrollo chino. También los recursos hídricos están siendo seriamente afectados. Un tercio de los ríos están muy contaminados, al igual que el 75% de los lagos y el 25% de las aguas costeras. Los deltas de los ríos Yangtsé y Perla, motores del desarrollo económico del país, han sido declarados por Naciones Unidas zonas muertas. Las depuradoras escasean y se calcula que unos 300 millones de personas beben agua contaminada todos los días. La mala calidad de las aguas redunda en un agravamiento de su escasez. China posee el 7% de los recursos mundiales de agua pero debe atender al 20% de la población mundial. Además, al igual que en España, el agua presenta un grave desequilibrio territorial ya que el 80% de su disponibilidad se concentra en el sur. Dos de cada tres ciudades ya sufren cortes de agua y los acuíferos están siendo sobreexplotados para hacer frente a la falta del recurso. Se estima que la demanda de agua aumente en un 50% en las próximas décadas y que el consumo de la industria lo haga en un 25% a pesar de utilizar en la actualidad diez veces más agua que la europea para la producción de un mismo producto, en otra muestra evidente de la ineficiencia del modelo industrial chino.

Por otro lado, muchas naciones desarrolladas se están aprovechando de la laxitud de las leyes ambientales chinas y de su voracidad por cualquier materia prima para exportar sus residuos. Según datos del Gobierno británico, más de un tercio de sus residuos de papel y plástico se envían a China debido a la necesidad de materias primas. Occidente también está exportando, por ejemplo, residuos electrónicos cuya gestión en casa es costosa. Se trata de un negocio redondo para los importadores chinos que reciben dinero por esos materiales que suelen pasar al mercado de segunda mano sin haber recibido un tratamiento adecuado para eliminar sus componentes tóxicos.

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De seguir este camino, el gigante asiático corre el peligro de convertirse en el vertedero del mundo.

Los indicadores ambientales chinos están más cerca de los de los países menos desarrollados del planeta. La contaminación es ya tan insoportable que a pesar de la férrea disciplina china, en 2006 se produjeron más de 60.000 protestas y manifestaciones según fuentes oficiales, por lo que el número real podría ser presumiblemente mayor.

Contaminar, y de esta manera, tiene consecuencias. Según el Banco Mundial, la contaminación le cuesta de media cada año a Pekín un 10% de su PIB. A esta descomunal cifra, hay que añadir las muertes prematuras por contaminación que según las autoridades chinas alcanzan las 400.000 al año. En Occidente hemos aprendido que contaminar sale caro y que una economía fuerte precisa de un medio ambiente sano. Hasta hace poco se ha considerado la contaminación de China como un asunto exclusivamente nacional. Pero quizás haya llegado el momento de convencer a las autoridades chinas de que deben tomar cuanto antes la senda de la sostenibilidad. Se trata de la opción más razonable para poder compatibilizar la justificada mejora del nivel de sus ciudadanos y el necesario crecimiento económico con la conservación del medio ambiente. Además, en los países con estándares ambientales más severos ya se ha abierto el debate sobre la aplicación de aranceles a los productos de las naciones que sólo están preocupadas por su crecimiento económico sin tener en cuenta las repercusiones sobre el entorno, por lo que sus costes de producción son mucho más competitivos al no internalizar el coste ecológico. Por otro lado, nunca es bueno para un país tener reputación de contaminador y aún en menor medida si se pretende exportar a medio plazo productos farmacéuticos o de alimentación como resultado de una previsible orientación de la estructura económica china hacia otros sectores menos consumidores de materias primas y de mayor tecnología.

La lucha contra la contaminación va a ser uno de los retos de China en los próximos años. Los problemas ambientales no serán en ningún caso el final del Gobierno chino pero sí están permitiendo que Pekín esté empezando a ser consciente de que la contaminación puede comerse una buena porción del impresionante crecimiento económico de los últimos años. La tarea que tiene por delante es ingente si bien ya se van dando algunos tímidos pasos. Recientemente se ha creado el Ministerio de Medio Ambiente, se han incrementado las multas por contaminar y se han reducido las devoluciones de impuestos a la exportación de productos altamente contaminantes y de gran consumo energético y de recursos. Pero lo más urgente es un cambio de mentalidad. China cree fervientemente en un desarrollo a cualquier precio para mejorar el nivel de vida de su población, y el medio ambiente ha sido siempre el primer sacrificado. Por ahora todo son gestos y retórica, y de momento China ostenta el amargo mérito de merecerse año tras año la medalla de oro en contaminación.