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Puede ser tentador acceder a este temprano libro de MaríaZambrano solo con la carga de nuestro conocimiento posterior, y adjudicarle asomos, intuiciones o presencias que reconocemos tan solo porque son patentes más tarde. Que conste que no sería del todo injusto,ni constituiría un excesivo abuso. Pero hay que renunciar al juego fácil ante un pensamiento que es demasiado complejo para someterse a las «profecías del pasado». Será mejor ver lo que hay, no prever cómodamente lo que será.

Pensamiento y poesía en la vida española se compone de tres conferencias mexicanas de 1939, recién concluida la Guerra Civil y en plena diáspora de la inteligencia española. Cuando la autora tiene treinta y cinco años de edad. María Zambrano ya es ella misma, sí, pero quedan lejos aún sus obras señeras. No es que estén en ciernes aquí, sino que de aquí se parte hacia ellas, y como el futuro nunca está escrito, tuvo ella que escribirlo arrancando a la realidad las habitabilidades ocultas en las entrañas del logos, descendiendo a los inferas y trayéndonos la vida palpitante y el testimonio de lo sagrado. Estamos ante un canto temprano, mas no todavía frente al corpus poético y polifónico que conocemos como la música zambraniana. Invitamos a algunas de sus sugerencias, intuiciones, exploraciones.

Se hace el pensamiento de Zambrano con incitaciones (más que con materiales) de esa tradición ajena al optimismo racionalista cuyos nombres son, entre otros, Pitágoras, el Platón de los mitos, las religiones mistéricas, los gnósticos, San Buenaventura, el hermesismo y la alquimia, la mística (no solo la española), y pensadores cercanos como Scheller o Bergson. Pero se nutre, sobre todo, de una necesidad, la creada por la penuria del racionalismo a la hora de explicar determinadas esencialidades. «Zambrano -escribe Jesús Moreno Sanz- parte de una doble crítica al método racionalista: de una parte, tal método, cuya esencia es sistematizar, solo lo puede ser de la mente, de la conciencia. De otra, y paradójicamente, si la propia conciencia es discontinua, no es fácil ver cómo un método continuo puede adecuarse al mismo vivir de la conciencia, que es discontinua». Hay que recomendar obras culminantes como El hombre y lo divino (1955), Claros del bosque (1977) y Notas de un método (1989), disponibles, respectivamente, en Siruela, Seix & Barral y Mondadori; de gran importancia es también la amplia antología de la obra de María Zambrano preparada por Jesús Moreno Sanz con el título La razón en la sombra (Siruela, 1993). Estos títulos darán cumplida cuenta al lector de las respuestas de Zambrano a aquella inquietud. Y acaso logren inquietarle más todavía.

Si a esto llegará María Zambrano, es lógico que en su visión de la filosofía española no se lamente ni espante por la ausencia de universos sistemáticos. Al contrario, señala las limitaciones de los sistemas: «Soberbia de la razón es soberbia de la filosofía, es soberbia del hombre que parte en busca del conocimiento y que cree tenerlo, porque la filosofía busca el todo y el idealista hegeliano cree que lo tiene ya desde el comienzo. No cree estar en un todo, sino poseerlo totalitariamente. La vida se rebela y se revela por diversos caminos» (pág. 20). Y si «para la poesía nada es problemático, sino misterioso», si «la realidad para el poeta es inagotable», es lógico que los derroteros de la aprehensión de la realidad vayan por otros caminos: por la historia, pues del pasado no nos hemos liberado, y del estoicismo español», donde tienen lugar otros recorridos. «Cuando por la poética, ya que ésta constituye un amor, un querer, que lleva a la comprensión como apoderamiento: «… la historia llama a la poesía. Y así, este nuevo saber será poético, filosófico e histórico». Ése será el campo de otro pensamiento distinto al sistemático, y acaso el ámbito propio de un pensar como el español: «Nos hemos reprochado muchas veces nuestro pobretería filosófica, y así es, si por filosofía se entiende los grandes sistemas. Mas de nuestra pobretería saldrá nuestra riqueza» (pág. 23). Tal es el asunto de la primera conferencia, «Razón, poesía, historia», que se desarrolla con el examen de lo que Zambrano considera esencialidades españolas: un determinado realismo cuya base es la soledad y que cruza tanto la mística como la lírica; un materialismo, especialización de aquel realismo, que es alejamiento de idealismo y racionalismo, con brotes sensualistas como seña de espiritualidad, «presencia de la naturaleza escueta sin mezcla de panteísmo alguno» (pág. 41); lo imposible como meta en la tradición española (mística, donjuanía, picaresca, no importa); la literatura nacional como fuente de conocimiento imprescindible, precisamente por la ausencia de sensibilidades que cristalizaran en sistemas…

Una aplicación práctica se da en la segunda conferencia, «La cuestión el español no ha vivido dentro de una religión ha venido a ser fatalmente estoico» (pág. 55), podríamos citar como punto de partida en un itinerario que se detiene en la acepción española de filosofía como «resistencia», o como «aguante», y que busca en Grecia, claro está, el origen del sentido laico que encierra la actitud estoica. De manera que, más adelante, pueda escribir Zambrano: «El estoicismo es el traje mínimo del hombre culto de todo tiempo, la túnica escueta, el alimento sobrio a que se queda reducido cuando los lujos se han disipado. Es la doctrina de la pura necesidad» (pág. 69). Y entonces examina estoicos españoles de la tradición culta como Manrique y la

La tercera conferencia, «El querer», parte ya del conocimiento poético como algo esencialmente español. La voluntad, el «querer» español, vive al margen de la sistemática racionalista, y hay dos maneras de ese querer: la voluntad estoica, resistente, no absoluta, desanoramada, desligada (amística, pues); la voluntad cristiana pura, con negaciones absolutistas como el quietismo y el voluntarismo ignaciano. Una reflexión por las profundidades de la España imperial o del Siglo de Oro lleva a la constatación del callejón sin salida del querer hispano: «España, en aquellos días, se cerraba también, prisionera, en una empresa imposible, absoluta: el sueño de irrenunciable racionalidad en busca de un método y un objetivo más o ensueño de la Contrarreforma. Por este ensueño quedó su vida detenida, al margen del tiempo, prisionera» (pág. 97). No olvidemos que son los tiempos del desengaño quijotesco. Surgirán con el tiempo reacciones monstruosas, como el tradicionalismo, que desconoce la tradición, pues es hijo de la desmemoria. Por ello será preciso el conocimiento de la historia inmediata, «como examen de los propios errores y espejismos». Mientras, queda el verdadero ser de esa España desmemoriada y pasional en testimonios como el corpus galdosiano, y en especial algunos de sus personajes, como Fortunata o Misericordia; en la prosa poética de Azorín; en la poesía que renace precisamente con este siglo…

En el libro abundan reflexiones sobre el destino, el pasado y el ser de España, en esa tradición que tiene cimas como Ganivet o como Ortega. Las hemos obviado en pro de un hilo que tenga más que ver con el método. Pero leyendo esas reflexiones de 1939, ¡nada menos que 1939!, puede advertirse que es muy cierto aquello que escribió Antonio Colinas: «La obra de María Zambrano nunca dice lo que el lector quiere que diga; nunca es sectaria; nunca está contra algo». Al mismo tiempo, puede señalarse que este libro de Zambrano es temprana entrega de ese camino suyo allá del racionalismo. El tema: España. En este fin de siglo, a siete años del centenario de doña María, es un tema que ya no nos pone tan nerviosos como hace tiempo. Y es el caso que esos nervios a ella parecían no afectarle.