Tiempo de lectura: 2 min.

El siglo XXI será feminista o no será”, parece rezar como un grito de guerra nuestra más inmediata contemporaneidad. Pero lo cierto es que la literatura, tan antigua y rabiosamente moderna al tiempo, siempre ha prestado sus páginas, sus críticas, sus fantasías y sus mitos a la mujer como protagonista y creadora. ¿No es acaso bellísima, además de gritty y opuesta a la rampante cursilería, la palabra heroína?

Lawrence Osborne: Beautiful Animals. Hogarth, 304 páginas.

Me permito la dudosa licencia de utilizar un adjetivo en idioma distinto del que escribo por ser gritty una palabra que me conduce irremediablemente a la pluma de Lawrence Osborne. Su última novela, Beautiful Animals, huele por momentos a poema de Kavafis impregnado en malditismo: mar omnipresente, sol impenitente, perversa juventud, sensualidad ambigua, orientalismo y muerte.

Pero la poesía que encierran estas trescientas páginas se convierte en relato al pasar por un tamiz scottfitzgeraldiano, firmando los tres una novela que cumple a la perfección con los pilares del Gatsby: crónica social de su tiempo, apretada escritura satírica, momentos álgidos y personajes inolvidables.

Su lado de relato costumbrista funde lo griego y lo anglosajón, invitándonos a pasar otro perfecto verano en Hydra del que nada podríamos extraer que mereciera la pena vivir dos veces. Las respectivas hijas de Jimmie Codrington (probablemente bremainer) y los Haldane (seguros votantes de Obama) coinciden en el país que las hará inseparables, ambas beautiful as panthers. La bella Sam, impenitente lectora, inocente y aburrida por la perfección de su vida, se somete voluntariamente a la égida de la más adulta Naomi, irresistible, caprichosa, dominante, manipuladora.

Juntas gozarán de unos placeres que Osborne liga delicadamente con la crisis griega y los refugiados sirios, matizando la crueldad con una voluptuosidad exquisita. Pero la mayor sutileza del libro quizá sea reflejar, a partir de una mañana de rocas y sangre, la sensual intensidad de algunas amistades femeninas, su jerarquía y rivalidad, el extraordinario egoísmo del ser humano.

Habrá lectores que objeten ante el personaje de Faoud (joven refugiado de gustos suntuosos, a la postre musulmán despiadado) o que prime la textura de la trama sobre su profundidad, pero invoquemos a Nabokov para recordar a los timoratos que la novela es ficción y belleza, y que la ficción y la belleza se limitan o extienden tan libremente como convenga a su creador.

En definitiva, si les gusta El retrato de Dorian Gray –y a fe que sus fieles se cuentan por legiones—, empleen lo que les haya dejado el agosto en comprar unos billetes para Grecia y, de regalo, la novela de Osborne. Nobbins vive allí todo el año, y ella es nuestro Dorian del siglo XXI. Si consiguen descubrir el secreto les invito a un chupito de tsipouro, aunque bien pensado es posible que no regresen. Na pethanei o charos!


© de la imagen principal: Shutterstock