Tiempo de lectura: 7 min.

Del 26 al 29 de marzo de 2007 se ha celebrado en Cartagena de Indias Del IV Congreso Internacional de la Lengua Española, respaldado desde España por la Real Academia Española y el Instituto Cervantes. Lo inauguraron los Reyes de España, junto al presidente de Colombia, Alvaro Uribe. Esta convocatoria ha ido precedida por el XIII Congreso de la Asociación de Academias de la Lengua Española, celebrado en Medellín.

El congreso como tal es una iniciativa ya rodada, nacida en la Exposición Universal de Sevilla y celebrada, desde entonces, en México (Zacatecas, 1997), España (Valladolid, 2001) y Argentina (Rosario, 2004). El próximo tendrá lugar en Chile en 2010. Como se ve, la secuencia prevista es trienal, aunque se haya producido ya un pequeño salto en la segunda ocasión. La finalidad, propagandística.

Consiste en llamar la atención de los medios de comunicación del mundo entero sobre la lengua española que es, sin duda alguna, uno de los principales activos que tiene España y la comunidad de países hispanohablantes desde el punto de vista cultural, político y económico. Con esta providencia, durante varios días, los temas y problemas del español saltan a las páginas de la prensa, a los programas de radio y a las noticias de televisión del mundo entero.

Para mayor esplendor, se ha hecho coincidir el congreso con la celebración de los ochenta años de Gabriel García Márquez y el cuarenta aniversario de la primera edición de Cien años de soledad, la novela más famosa del premio Nobel. La edición de 500.000 ejemplares que se ha preparado para la ocasión, adornada con el título de «definitiva» y corregida por el propio autor, ha constituido un éxito adicional, que era historia anunciada.

No se han dado (ni cabía esperarlos) resultados concretos del congreso, en el que han ido y venido escritores, científicos, profesores, historiadores, empresarios, sociólogos periodistas y hasta filólogos. Distintas y demasiadas dedicaciones. Víctor García de la Concha, director de la Real Academia Española, ha aprovechado la ocasión, sin embargo, para aprobar la nueva Gramática oficial, con un ritual solemne en el que han participado todos los directores o presidentes de las veintitrés academias. Es éste un trabajo pendiente de culminación, que está llevando a cabo el académico español Ignacio Bosque con una dedicación extenuante, que nunca se agradecerá bastante. Se trata de la primera vez que la Gramática oficial tiene carácter panhispánico: cada cuestión, cada capítulo redactado por Bosque pasa de mano en mano por una red de especialistas de las academias hermanas que lo revisan y lo devuelven al autor principal, añadiendo las peculiaridades de las distintas hablas que no se hayan tenido previamente en cuenta.

Estos congresos propagandísticos constituyen un evidente acierto. Nada más provechoso se podría hacer, a escala universal y en tres o cuatro días, sobre algo tan complejo como es la conservación y el desarrollo de nuestro idioma, su literatura y su cultura. Y, desde luego, merece la pena.

La verdad es que la situación actual del español no puede ser más prometedora. Tenemos una lengua compartida por más de cuatrocientos millones de hablantes, que, en el primer mundo, se está convirtiendo en la segunda lengua, inmediatamente detrás del inglés. Si prescindimos de Asia y África (lo que es mucho prescindir), podemos decir que allí donde el inglés es primera lengua, el español es la segunda y, donde no, el español es la tercera, tras el inglés. Con estos datos, no es de extrañar que el director del Instituto Cervantes, César Antonio Molina, haya cifrado en el 15% el peso del idioma en el PIB español y haya podido afirmar que su industria ha aportado un millón de euros a nuestra economía en la última década.

En la citada reunión de Medellín, organizada por la Federación de Academias de la Lengua que pilota con sumo acierto Humberto López Morales, el Instituto Cervantes presentó su Plan Curricular, instrumento esencial para el Diploma de Español como Lengua Extranjera, que conseguirá, si se salvan las reticencias de algunos países de América Latina, que la obtención de este título sea algo universalmente normalizado.

Un antiguo director del Cervantes, Fernando R. Lafuente, solía recordar que el periódico italiano Il Corriere della Sera ha animado a sus lectores a estudiar español «porque es de gran utilidad para encontrar trabajo en diseño, alta tecnología, química, banca, sector inmobiliario, turismo, hostelería, enseñanza e ingeniería aeronáutica». Parecería que estamos, al respecto, en el mejor de los mundos posibles. Sin embargo, como evoqué ya en estas mismas páginas (Nueva Revista, n.° 74, 2001), hay también datos preocupantes.

Sabemos que la producción científica, se analiza clasificando las revistas por categorías según unos criterios más o menos discutibles, pero que tienen la virtud de convertirse en indicadores de calidad. Si un científico ha conseguido un hallazgo importante intentará publicarlo en una revista que se supone leída por personas que tengan capacidad de calibrar su importancia, y así es cómo la revista acaba recibiendo lo más relevante de la producción mundial. Así ocurre, por ejemplo, con Nature o Science.

El hecho es que esas revistas se escriben en inglés, de modo que los científicos tienen que publicar en esa lengua —la actual lingua francade la investigación— para poder estar presente en el concurso internacional. La producción de artículos en español representa aproximadamente el 5% de la producción total, contando cuanto se escribe en España e Hispanoamérica, más todo lo que ocasionalmente se escribe en castellano. No hay lugar para el optimismo. Y lo mismo ocurre con los congresos científicos y, en cierta medida, con los usos lingüísticos de los diplomáticos.

Conviene no olvidar que las mejores perspectivas de empleo que otorga el conocimiento del español se debe también a que permite a los científicos norteamericanos comunicarse con los obreros hispanos que realizan trabajos subalternos en sus laboratorios.

Si uno fija la vista en lo que pasa al respecto en Nueva York, que para algo es la capital del imperio, observará que la ciudad donde uno de cada cuatro habitantes habla español no tiene una excesiva demanda académica de su estudio. Más allá de las iniciativas propagandísticas del Instituto Cervantes, que puede organizar un ciclo de conferencias sobre la memoria histórica de la última guerra civil española en el que hablan aproximadamente los mismos que en Madrid y en el que escuchan algunos españoles de paso y cuatro habitués, las actividades «filológicas» no son demasiadas y lo que interesa de verdad es el seminario sobre vinos, que tiene periodicidad anual. Las academias para español comercial rápido son otra cosa. Por otra parte, una visita al Bronx nos certifica lo que temíamos: el barrio que tiene el español por idioma de la calle, suspira por el inglés, que es la lengua que asegura la promoción social. Esto exige a mi juicio, una labor a largo plazo que prepare un profesorado universitario de español que pueda proporcionar a la segunda generación bilingüe una formación adecuada para la conservación y dominio de su patrimonio cultural. Hay que promover un bilingüismo que no reduzca el español a las profesiones de barrendero, camarero, mucama, policía, taxista… únicamente. También deberá tener voz la cultura española entre médicos, científicos, filósofos, artistas, políticos y todo cuanto pudiéramos imaginar en el amplio espectro de las profesiones. El español es una de las grandes lenguas de cultura y su dominio pleno debe suponer una magnífica oportunidad.

pl001.jpg

No cabe duda de que la presencia del español en la ciencia depende también del número y la calidad de los científicos que hablen español. Sin embargo, no es menos cierto que hay que dotar al uso del español del rango que merece. Hay que sacar todas las consecuencias de la importancia que para todos tiene el adecuado dominio de este idioma. La conciencia de su dignidad y la capacidad para su uso culto contribuirían ciertamente a abrirse cualitativamente ese espacio que cuantitativamente ostenta ya.

Es verdad que en España y en el conjunto del mundo hispánico hay muchos territorios bilingües: por ejemplo, Paraguay, donde el español compite con el guaraní. Lejos de mí la menor tentación no ya de reprimir, sino de desatender la lengua autóctona, pero hay que decir que una política lingüística adecuada para el Paraguay exigiría una atención esmerada del español y del guaraní para conseguir el dominio de ambas lenguas, más el inglés y alguna otra, si se puede, y no soñar con quiméricas y perjudiciales (desde todos los puntos de vista racionales) vueltas atrás. No quiero comentar qué ocurre de hecho en Asunción y sus colegios monolingües de inmersión en el inglés, ni hacer recorrido alguno por las repúblicas hermanas de América Latina. Bastará con que hable de España, porque al buen entendedor con pocas palabras basta. Estos últimos días, la prensa ha abundado en noticias alarmistas. El vicedirector de la Real Academia Española, Gregorio Salvador, dice que «el español es la única lengua materna que no puede aprenderse en la escuela en algunas regiones». Parece que hay comunidades en España en las que es más fácil conseguir un puesto escolar en inglés, francés o italiano que en español. Se persigue y multa a las empresas que ponen rótulos o se anuncian en español. Pareciera que estamos en el reino del disparate.

La lengua española es una de las más importantes del mundo en obra producida, en extensión geográfica y en número de hablantes. No es comparable a ninguna de las otras lenguas que se hablan en el ancho mundo hispánico, y los beneficios que de ella se derivan no sólo alcanzan a los que la tienen como lengua materna, sino a todos sus usuarios. Más allá de otras consideraciones, las políticas educativas deben tener en cuenta estos hechos incuestionables.

Hablaba yo no hace mucho con un miembro del benemérito Institut dEstudis Catalans que reclamaba vehementemente un tratamiento adecuado para una lengua que, así decía, «está en cuatro Estados, a saber, España, Francia, Italia y Andorra, y cuenta con cerca de ocho millones de hablantes». Sin entrar en las matizaciones de los datos que serían del caso, le respondí: «No había considerado nunca la cuestión desde esta perspectiva y me parece bien. Habrá que otorgar también, claro, el tratamiento proporcional a una lengua como el español, que está en veinticinco Estados y hablan más de cuatrocientos millones de personas».

De los dos nombres, castellano y español, que damos a la lengua de España, prefiero el primero para denominarla en el contexto de las otras lenguas del Estado: el gallego, el catalán… y el de español para designarla en el concierto internacional de las lenguas de cultura junto al inglés, el francés, etc. Pues bien, el castellano o español está necesitado de una política lingüística que le otorgue la atención adecuada en el sistema educativo de España y todos los países hispanohablantes, sin menoscabo para las otras lenguas e incluso hablas (que son siempre riquezas culturales), pero sin descuido de una realidad cuyo deterioro supondría una pérdida inexcusable. Y esto es lo que me parece a mí que no se está haciendo suficientemente ni en España ni en algunos otros países que comparten lengua con nosotros.

Además, como decía antes, se requiere preparar especialistas universitarios en la lengua española, su literatura y su cultura que salgan al encuentro de las necesidades de las nuevas generaciones bilingües, que, si no tienen formación, pueden convertir el español en una lengua subalterna y, si la tienen, lo harán ocupar un lugar de primer rango en todos los foros donde se decide el destino del mundo. Mi experiencia con el Programa de Alta Especialización en Filología Hispánica, que llevo a cabo en el CSIC, me certifica que ése es efectivamente el camino.

El español está de moda, y a su servicio han surgido y siguen surgiendo iniciativas espectaculares, pero hay que detenerse a considerar qué políticas educativas se le están aplicando. Esto es lo decisivo. Si no, corremos el peligro cierto de quedarnos con mucho ruido y pocas nueces.

Especialista en Análisis del Discurso, ha sido catedrático de Universidad y Profesor de Investigación del Instituto de la Lengua Española (Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Madrid).