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Por su interés para el tema general de las colaboraciones de este número -la cultura democrática en América-, hemos querido recuperar dos importantes textos de Walt Whitman. El primero, publicado en 1870 con el título Democratic Vistas, aborda la relación entre democracia y cultura literaria y espiritual, por tratarse de una vinculación, según Whitman, insoslayable en toda polis a la que no satisfaga el ser sólo una república de hombres enriquecidos. El ensayo fue vertido a un excelente castellano por Luis Azúa, en una edición argentina prácticamente desconocida en nuestro país y que nosotros rescatamos para esta ocasión (aunque no en su integridad, dada la considerable extensión del original). Por su parte, The Hispanic Element of our Nationality es el título de una carta-ensayo que el poeta escribió en junio 1883, y que, inédito en nuestro idioma, ofrecemos para completar esta sección en una versión al cuidado de Jaime Bonet. Estas líneas fueron escritas con ocasión de los festejos que un grupo de empresarios y prohombres de la capital más antigua de la Unión – Santa Fe, Nuevo México- había organizado para conmemorar, a lo largo de ese año, el CCCXXXIII aniversario de la fundación de la ciudad; y, aunque en nuestros días resulte difícil documentar que esa fundación tuviera lugar precisamente en 1550, las reflexiones elaboradas entonces por el más importante hombre de letras americano de aquel tiempo han de seguir proporcionando materia de reflexión a los ciudadanos apercibidos del nuestro.

Perspectivas democráticas

WALT WHITMAN

[…] Más que cualquier otro factor, una robusta literatura original ha de ser indudablemente la justificación y la salvaguardia -en ciertos aspectos, la única salvaguardia- de la democracia americana. Pocas personas tienen idea de la medida en que la gran literatura penetra en todas partes, da color a todo, orienta a las masas, forma las personalidades y, por vías sutiles, con fuerza irresistible, construye o destruye la voluntad. ¿Por qué viven perennemente en la cumbre de todas las demás naciones dos tierras extraordinarias, insignificantes por el lugar que ocupan y, no obstante, gigantescas, bellas y grandiosas, más allá de toda expresión? La inmortal Judea y la Grecia inmortal viven en un par de poemas.

Más todavía. Generalmente se comprende poco, pero es cierto, que el genio de Grecia y toda la sociología, la personalidad, la política y la religión de aquellos maravillosos Estados, residieron principalmente en su literatura o estética. Más adelante y de la misma manera, la caballería europea, así como el mundo feudal, eclesiástico y dinástico encontraron su principal defensa y apoyo en su literatura, que encarnaron especialmente y en su mayor parte aquellas encantadoras romanzas, baladas y poemas1. Esta fue, y no otra, la estructura, el armazón que les permitió sobrevivir durante cientos, miles de años, preservando y estimulando su desarrollo y floración, dándoles carácter y saturando de tal manera las creencias, la conciencia y el subconsciente de los hombres de aquellos Estados que, a despecho de los grandes cambios de los tiempos modernos, prevalecen aún con fuerza.

Para muchos -no lo ignoro- los factores que determinan la historia del mundo se llaman guerras, encumbramientos y caídas de dinastías, altibajos comerciales, invenciones importantes, nuevas líneas de navegación, gobiernos civiles o militares, advenimientos de fuertes personalidades, conquistadores, etc. Éstos, claro está, tienen su parte en el proceso histórico; sin embargo, puede surgir una simple idea nueva, o un principio abstracto, aun cuando no fuera más que una forma literaria nueva, adecuada a la época y adoptada por algún gran literato para su difusión entre los hombres, y que puede ocasionar a su tiempo cambios, evoluciones y perturbaciones en grado mayor que la más prolongada y sangrienta de las guerras o el más estupendo vuelco meramente político, dinástico o comercial.

En síntesis, del mismo modo que (aun cuando ello no se comprenda, es estrictamente cierto) algunos poetas, filósofos y escritores de primera magnitud han determinado sustancialmente las bases de las religiones, de la educación, de las leyes, de la sociología, etc., del mundo civilizado hasta hoy, matizando y a menudo creando ambientes distintos del cual habían salido, algunos poetas, filósofos y escritores deben también consolidar -consolidar ante todo- la estructura interna y real de este continente americano, ahora mismo y para los tiempos venideros.

Recuérdese también una desemejanza más entre los tiempos moderónos y los antiguos, a través de los cuales, medievales o más remotos aún, las ideas de más alto vuelo y los ideales se comprendieron y se expresaron por medio de otras artes, en igual o mayor proporción aún, que por la literatura técnicamente dicha (que ni llegaba a las masas, ni a la mayoría de las personas esclarecidas siquiera); en tanto que la literatura de nuestros días, no sólo se presta mucho mejor a la difusión de ideas corrientes que todas las otras artes juntas, sino que se ha transformado en el único medio universal que tenga real influencia moral sobre el mundo. La pintura, la escultura y el teatro, según parece, no desempeñan ya papel indispensable alguno, ni de importancia en las obras y en los ambientes estudiosos, ni aun en la alta estética. La arquitectura conserva indudablemente mucho prestigio y un porvenir real. Finalmente, la música, múltiple, espiritual y sensual en grado sumo, divina aunque profundamente humana, conquista, predomina y se mantiene en el más alto lugar, siendo su aporte ciertamente insustituible. No obstante, en la civilización actual es innegable que la literatura ocupa el primer puesto; sirve para todo -forma el carácter de la iglesia y de la escuela- o, en todo caso, podría hacerlo; incluyendo la literatura científica, la literatura es realmente incomparable.

Antes de seguir más adelante, tal vez fuera mejor discriminar ciertos puntos. La literatura se cultiva en numerosos campos; algunas de sus cosechas son abundantes y otras no lo son. Todo cuanto digo en estas Perspectivas tiene particular relación con la literatura de imaginación, especialmente la poesía, que a todas encierra. En lo atinente a la literatura científica y al periodismo, ambos son muy promisorios en Estados Unidos y ya han realizado obras llenas de vigor, realidad y colorido. Estos, por supuesto, son modernos. Pero en lo que se refiere a las obras imaginativas con sus atributos esenciales, equivalente a los de la creación, adecuadas a nuestros tiempos y nuestra tierra, se precisa algo nuevo imperiosamente. Porque no sólo no es suficiente que la nueva sangre, las formas nuevas de la democracia sean vivificadas y sustentadas únicamente por medios políticos, el intrascendente sufragio, las leyes, etc., sino que -yo lo veo así- a menos de adentrarse en el corazón de los hombres, en su sensibilidad y en sus creencias con la misma firmeza con que en su tiempo lo hicieron el feudalismo y la Iglesia, y encontrar la democracia sus propias fuentes perennes e inagotables, su fuerza será negativa, su crecimiento dudoso y estará ausente su principal atractivo.

Sugiero, por lo tanto, la siguiente posibilidad: si surgieran y subieran en el horizonte, cual planetas o estrellas de primera magnitud, dos o tres poetas americanos realmente originales (tal vez artistas o conferenciantes) y que desde lo alto dieran (lo que mayormente se necesita hoy en día en este país) a todas las razas, localidades distantes, etc., que componen a los Estados Unidos, mayor unidad y más personalidad moral que todas sus constituciones, sistemas legislativos y judiciales, etc., y todas sus experiencias políticas, bélicas y materialistas hasta el presente, nada podría ser más beneficioso para esta nación.

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De la misma manera, con toda nuestra diversidad de razas, climas, ciudades, criterios, etc., nada podría reportarnos mayores beneficios que la posesión de un conjunto de héroes, tradiciones, hazañas, sufrimientos, eras de prosperidad o de desgracias, glorias o humillaciones, comunes a todos, representativas de todos, nada menos, pero el provecho sería mucho más grande aún si poseyéramos una pléyade de grandes poetas, artistas, maestros, adecuados al ambiente; porque serían los portavoces de la nación, expresarían todo cuanto es nuestro, universal y común a todos los hombres y mujeres de los Estados Unidos, del litoral y de tierra adentro, del sur y del norte.

Los historiadores dicen que la sola unidad que jamás se vio o manifestó en las celosamente autónomas ciudades y estados de la antigua Grecia, fue la triste unión debida en definitiva al sojuzgamiento común de los conquistadores extranjeros. Un avasallamiento de esta naturaleza es imposible en América, pero me persigue sin cesar el temor de conflictos internos entre grupos irreconciliables, debido a la ausencia de una armazón orgánica que los mantenga a todos estrechamente unidos. Para que esto no ocurra, nada más evidente que la necesidad del aglutinamiento de todas las partes que componen este país, durante un largo período, por el único medio seguro, la unidad moral y estética. Porque, lo afirmo, la verdadera nacionalidad de Estados Unidos, su legítima unidad, no residirán ni habrán de residir en la ley escrita ni tampoco (como se supone generalmente) en el interés o en cuestiones de orden material o pecuniario, sino en la férvida y tremenda idea que lo funde todo con su irresistible calor y soluciona todas las diferencias, pequeñas o grandes, con la fuerza poderosa y sin límites de lo espiritual y emocional.

Puede objetarse (y admito el fundamento de la objeción) que la prosperidad vulgar y corriente, y una población acomodada con todas las comodidades materiales de la vida a su alcance, son lo principal, y que ello es bastante. También puede argüirse que nuestra república supera realmente, hoy en día, las obras de arte más grandes, poemas, etc., al convertir regiones salvajes en tierras fértiles y en la construcción de ferrocarriles, barcos, maquinarias, etc., pudiendo preguntarse: «¿No son estos barcos, estos ferrocarriles, estas chacras mucho más útiles, para América, que las más bellas obras de artistas o literatos?».

Yo también saludo con orgullo y alegría tales proezas, pero contesto que el alma humana no se conforma con eso sólo; necesita algo más, algo que está por encima de todas las cosas, del mismo modo que los pies descansan en el suelo, algo que está consagrado a Dios, y sólo a Él.

Fuera de tales consideraciones, de tales verdades, surge en estas Perspectivas la importante cuestión de un carácter, de una personalidad típicamente americanos, con artes y literaturas para su expresión, que tengan, por supuesto, perfiles y características comunes. Los pensadores de Estados Unidos que denotan habitualmente tanta perspicacia, no han acordado la menor atención a esta cuestión fundamental, o han permanecido, y permanecen, en un estado de absoluto letargo.

Por mi parte, debo prevenir y poner sobre aviso al lector, con la mayor insistencia, contra la difundida y errónea ilusión de que el establecimiento de instituciones políticas libres, que se desenvuelven ordenadamente de acuerdo a los mejores cánones intelectuales, la prosperidad material, las industrias, etc. (dones deseables y preciosos como los más), pueden, por sí solos, determinar el éxito final de nuestro experimento democrático. La Unión que posee tales ventajas en toda su plenitud, o en casi toda su plenitud, acaba de salir victoriosa de una lucha con los únicos enemigos que debe temer siempre, vale decir, los enemigos internos. No obstante, pese a los progresos materiales sin precedentes que se han registrado últimamente en Estados Unidos, la sociedad de este país es tosca, corrompida, supersticiosa y putrefacta. También lo son la sociedad política, o legal, y la privada o sociedad voluntaria. La conciencia moral, o sea la más importante, que vertebra a los Estados o a los hombres, me parece estar totalmente ausente en todas partes o, en el mejor de los casos, muy poco desarrollada o enfermiza.

Afirmo que haremos mejor en mirar bien de frente nuestro tiempo y nuestra tierra, del mismo modo que lo hace un médico que escudriña las facciones de un paciente. Nunca hubo, tal vez, un descreimiento mayor que en los tiempos actuales, y especialmente aquí, en Estados Unidos. Toda creencia sincera parece haber nos abandonado. Nadie cree honestamente en los principios que sirven de base a los Estados (pese a la agitada vehemencia de algunos y a las melodramáticas aclamaciones de otros). Ni la humanidad cree en sí misma siquiera. ¿Qué cosas no ve cualquier ojo penetrante detrás de la pobladas por gente careta? El espectáculo es aterrador. Vivimos en un ambiente de hipocresía absoluta. ppdyeeednn2.jpgLos hombres no creen en las mujeres, ni éstas confían en los hombres. Una desdeñosa arrogancia cunde en la literatura. El único propósito de los litterateurs es encontrar algo que los divierta. Una cantidad de iglesias, sectas, etc., los más lúgubres fantasmas de los cuales tenga conocimiento, usurpan el nombre de religión. La conversión ya no es tal. La falsedad de espíritu, madre de todos los errores, ha causado ya daños incalculables. Una persona sincera y perspicaz que forma parte de la Inspección Fiscal de Washington y a quien sus tareas obligan a viajar con frecuencia a las ciudades del norte, del sur, del este y del oeste del país, para investigar los fraudes que allí se cometen, ha conversado mucho conmigo acerca de sus descubrimientos. La depravación de los hombres de negocios de nuestro país no es tanta como habitualmente se supone, sino infinitamente mayor. Los poderes públicos de Estados Unidos, federales, estatales y municipales, en todas sus ramas y en todos sus departamentos, con excepción del poder judicial, están saturados de corrupción, soborno, falsedad y mala administración; y el poder judicial se está contagiando. En las grandes ciudades, los círculos donde se roba y se asalta son tan numerosos o más que los ambientes respetables. Entre la gente elegante, la petulancia, los amores torpes, la infidelidad e ideales pequeños o ninguno constituyen la regla. Todo se limita a matar el tiempo. En los círculos mercantiles, donde el business (esta palabra moderna) lo es todo y lo devora todo, trátase únicamente, por todos los medios, de ganar dinero. La serpiente del nigromante de la fábula que devoró a todas las demás serpientes; el hacer dinero es nuestra moderna serpiente del mago, con su indiscutible preeminencia en todos los campos. Los mejores hombres que tenemos para mostrar al extranjero son simples especuladores, bien vestidos. Ciertamente, detrás de la farsa fantástica a que asistimos en el tablado visible de la sociedad, se están llevando a cabo cosas estupendas y trascendentales que habrán de descubrirse algún día; muchos embriones que crecen en la sombra se revelarán a sí mismos a su tiempo. No obstante, la realidad actual no es menos terrible.

Yo afirmo que la democracia de nuestro Nuevo Mundo ha sido, hasta ahora, un fracaso casi completo en sus aspectos morales, religiosos, sociales, literarios y estéticos, pese a sus exitosos resultados materiales, al haber elevado el nivel de vida de las masas con el intensivo desarrollo de las industrias y haberle dado a aquéllas cierto barniz intelectual, popular y engañoso. Marchamos en vano a pasos agigantados hacia un imperio sin precedentes que dejará muy atrás a todos los de los antiguos, desde el de Alejandro hasta el de la orgullosa Roma. En vano hemos anexado Texas, California, Alaska y hemos alcanzado Canadá, al norte, y a Cuba, al sur. Es como si estuviéramos dotados de un cuerpo cada vez más grande con muy poca o ninguna alma.

Permitidme aludir, mientras escribo y para mayor abundamiento, a observaciones corrientes, situaciones, etc. El tema es de importancia y no están de más las repeticiones. ppdyeeednn3.jpgDespués de haber estado ausente, me encuentro nuevamente (septiembre de 1870) en la ciudad de Nueva York y Brooklyn, tomándome unas semanas de vacaciones. El esplendor, el carácter pintoresco, la oceánica vastedad y la agitación de estas grandes ciudades, su insuperable ubicación, sus ríos y su bahía, sus centelleantes mareas, la riqueza y la altura de sus edificios nuevos, de líneas originales y elegantes, con sus masas enormes pintadas de alegres colores; las flameantes banderas, los barcos gigantescos, las calles tumultuosas, Broadway, con su incesante rumor profundo, grave y armonioso, las casas de cambio, las ricas tiendas, los muelles, el vasto Central Park y el parque situado en las alturas de Brooklyn (donde suelo pasear durante la bella estación, rondando, observando, reflexionando)… Las reuniones de grupos de ciudadanos, sus conversaciones, negocios, diversiones nocturnas, etc., todo esto, afirmo, satisface completamente mis ansias de poderío, movimiento y plenitud y demás, y proporciona, a través de mis sentidos y apetitos, un estado de perpetua exaltación y de perfecta euforia a mi envejecida antes de tiempo. En todo momento y más y más, mientras cruzo los ríos del Este y del Norte con los pilotos en sus ferry-boats o cuando paso una hora en Wall Street o en la Caja de Conversión, comprendo que no sólo la Naturaleza es grande, con sus praderas al aire libre, sus tormentas, sus espectáculos del día y de la noche, los bosques, sus mares y sus montañas, sino que también lo es a través de la obra del hombre, en esta profusa y fecunda humanidad, en estos sus inventos, calles, mercaderías, barcos y en estas galopantes, afiebradas y electrizadas muchedumbres, sus complicadas fuerzas intelectuales dedicadas al negocio (que nada tienen que envidiar en ciertos aspectos a los genios auténticos) y toda esta riqueza multiforme y estas industrias concentradas aquí.

Pero si se hace severa abstracción de todo esto y se cierran los ojos ante el resplandor y la magnitud de todo cuanto, en realidad, es meramente superficial, y vamos a lo que solamente es de verdadera importancia, esto es, la personalidad, y preguntamos tras de minucioso examen: ¿son éstos, hombres de verdad? ¿Son atletas? ¿Son éstas, mujeres ejemplares, que puedan competir con la frondosa naturaleza? ¿Reina aquí un penetrante ambiente de buena educación? ¿Es ésta una generación de jóvenes excelentes y de excelsa ancianidad? ¿Encuéntrense aquí artes dignas de la libertad y un pueblo generoso? ¿Hay aquí una gran civilización moral y religiosa, la sola justificación de una gran civilización material?

Preciso es confesar que cuando ojos severos miran a la humanidad a través de los lentes del microscopio moral, aparece una especie de Sahara estéril y chato, compuesto de ciudades pobladas por gente subalterna y grotesca, pálidos espectros que se entretienen con bufonadas sin sentido. Reconózcase que en todas partes, en la tienda, en la calle, en el teatro, en el bar, en la cátedra, prevalecen la petulancia y la vulgaridad, la baja astucia y la infidelidad, y que en todas partes se encuentra una juventud alechuguinada, vanidosa y envejecida antes de tiempo; en todas partes, una libidinosidad anormal, tipos malsanos de machos y hembras, mujeres pintadas, teñidas, postizas, de mala salud, sangre empobrecida, con poca o ninguna aptitud para la maternidad, y con una muy somera noción de lo bello, del bien y del mal, poca, muy poca educación (dados los resultados obtenidos), probablemente la más pobre del mundo2.

Por consiguiente, en vista de tan lamentable estado de cosas, y para sanear y purificar un ambiente tan corrompido con una vibración salvadora de vida equilibrada y heroica, a la vez, yo digo que es indispensable la aparición de una nueva literatura, destinada no sólo a copiar y reflejar las superficies de la vida o rendir tributo a lo que se ha dado en llamar buen gusto; no sólo a divertir, a hacer pasar el tiempo o a celebrar lo bello, lo refinado, lo pasado, ni tampoco a demostrar la destreza técnica, rítmica o gramatical. Tal literatura debiera servir de sostén a la vida y apoyarse a su vez en sólidas bases científicas y religiosas, poniendo al alcance de los hombres los elementos y las fuerzas que les hacen falta, adiestrándolos, enseñándolos con autoridad y mesura; y, lo que sería tal vez su más importante misión, habría de redimir completamente a las mujeres de aquella red inverosímil de tontos errores, modas y diversos métodos para el completo agotamiento de sus fuerzas, asegurando así para Estados Unidos una raza femenina robusta y suave, una raza de madres ejemplares.

Y ahora, con pleno conocimiento de los hechos y realidades que acabo de exponer, y de todo cuanto suponen, a favor y en contra, con fe inconmovible en los elementos que contienen las masas americanas, de ambos sexos, considerándolos por separado y reconociéndolos siempre como a las mejores bases de los mejores valores literarios o estéticos, prosigo con mis especulaciones, con mis Perspectivas.

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En primer término, veamos qué partido se puede sacar de una breve consideración general y sentimental de la democracia política y por qué causa ha surgido, con respecto a algunas de sus características habituales, como agregado y como estructura básica de nuestra futura literatura. Podemos descubrir rápidamente y de inmediato, es verdad, el concepto originario de la unidad del hombre, del individualismo, que hace valer sus derechos y se desarrolla, utilizando hasta las ideas opuestas. Pero la ideada masa ha de tratarse siempre con el mayor cuidado; por razones imperiosas, ha de tenérsela siempre presente. Sólo de la masa y de su conveniente regulación y potencialidad proviene lo otro, la posibilidad del individualismo. Ambos se contradicen, pero nuestra tarea es conciliarios3.

La historia política del pasado puede ser resumida como habiéndose desarrollado fuera de cuanto significan las palabras orden, seguridad, prestigio, y careciendo especialmente de cierta autoridad ejecutiva que pudiera obrar con rapidez. También careció de algo que precisamos a toda costa: cohesión. Andando el tiempo, llegamos a la época que vive aún en la memoria de las actuales generaciones, esto es, a los tiempos aquellos en que, como si salieran de alguna cueva donde hubieran estado arrumbados durante largo tiempo, acumulando iras, se levantaron (y se mantienen aún en actividad desde 1790 hasta el presente, 1870) aquellas vociferaciones y destructivos iconoclasmos con su feroz secuela de injusticias, por entre las cuales prospera una figura bien conocida en la historia moderna, en el viejo mundo, manchada con mucha sangre y a la que caracterizan sus clamores salvajes y furiosas protestas; estos evidencian, más que todo, que carecemos aún de lo principal.

Porque luego de haberse dicho, escuchado y reconocido muchas veces las verdades relativas a la obediencia, experiencia, derecho de propiedad, etc.; después de haber rendido pleitesía a la valiosa y bien fundada declaración de nuestros deberes y obligaciones para con la sociedad, agotado y sabido de memoria el tema, queda aún por poner en movimiento y modificar todo lo demás con la idea de que ese «algo divino» es un hombre que viviendo apartado de todo lo demás (supremo y precioso consuelo del pobre), es divino por su propio derecho así como una mujer en el suyo, solo e intocable, a quien no alcanzan los cánones de cualquier autoridad, ni regla alguna fundada en cualquier precedente, seguridad del estado, leyes, ni aun de lo que se denomina religión, educación o arte. La irradiación de esta verdad es el secreto de los acontecimientos más notables de los tres siglos anteriores y ha sido la génesis política y la vida de América; y avanza en forma visible y, más todavía, invisiblemente. Debajo de las fluctuaciones de las formas sociales, así como de los altibajos de la política en las naciones que marchan a la cabeza del mundo, vemos cómo se destaca y robustece cada vez más -y eso, aun en medio de las más fuertes tendencias hacia el concepto de masa- esta imagen de la entereza en el aislamiento, de la dignidad individual de una sola persona, hombre o mujer, que no se caracterice por sus valores extrínsecos, ni su situación social o conocimientos, sino por el orgullo de sí mismo, o de sí misma, únicamente; y, a modo de conclusión eventual (en cuyo defecto todas las cosas no. tienen sentido y no son más que un engaño, un fracaso) la sencilla idea de que la mayor salvaguardia consiste en estar por sobre la humanidad y en gozar normalmente de las propias facultades plenamente desarrolladas, sin apoyo supersticioso de ninguna especie.

Esta idea del individualismo perfecto, a decir verdad, es atractiva e imprime carácter al concepto de masa por aglomeración. Porque es principalmente o únicamente para favorecer el separatismo independiente que nos inclinamos a favor de una fuerte generalización o consolidación, así también como es para dar la mayor libertad y vitalidad a los derechos de Estados Unidos (y su unidad, tan importante como el derecho de la nacionalidad), que insistimos en su identidad, a toda costa.

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Al suplantar la antigua creencia de la absoluta necesidad de un gobierno dinástico, temporal, eclesiástico y escolástico -como única garantía contra el caos, el crimen y la ignorancia-, la democracia se propone, después de muchos e interminables contratiempos, renuncios, y a través de ridiculas discusiones y fracasos ostensibles, se propone, diría yo, ilustrar contra viento y marea la teoría o doctrina según la cual el hombre convenientemente educado en los más sanos y puros principios de la libertad puede y debe tornarse en ley o en series de leyes no tan sólo para el gobierno de su propia personalidad sino también para regir todas sus relaciones con sus semejantes y con el Estado. Mientras otros sistemas, en la historia de las naciones, han probado su relativa excelencia en su tiempo, para el cual, tal vez, fueran indispensables, la democracia es hoy en día el único método viable, en el estado actual de nuestro mundo civilizado, del cual se pueden esperar resultados semejantes a los de las leyes de la Naturaleza, por su capacidad, una vez establecidas, en bastarse a sí mismas.

Este argumento se presta a muy amplía discusión y, lo admitimos, todas las razones no están, ni mucho menos, de un solo lado. Todas las que nosotros podremos ofrecer al lector distarán mucho de ser suficientes. Pero dejando de lado mucho de lo que podría servirnos para entrar en materia, al discutir los múltiples aspectos de esta cuestión de la libertad política, igualdad o republicanismo; dejando de lado toda la historia y el estudio del sistema feudal y de sus resultados, los cuales engloban, a toda la humanidad y a sus sistemas políticos y civilizaciones, si se los mira retrospectivamente (por cuanto el sistema feudal y sus derivados dieron forma a todo el pasado y a gran parte del presente); dejando sin contestar, al menos con alguna respuesta precisa, más de una tesis bien escrita y más de un grito de advertencia (declamatorias siempre, pero bien intencionadas a veces), tal como, muy recientemente, la que nos fuera dirigida por un venerable extranjero, Carlyle4, podemos conceder todavía una página o más a muchas cosas, problemas, incertidumbres y temores (que no son nuevos para mí sino para más de uno en las horas ansiosas del clamoreo de las ciudades o del silencio de las noches). Sólo el tiempo podrá dar una respuesta definitiva a todas estas cosas. Pero como sustituto, al pasar, dejadme daros, aunque sea de modo fragmentario, una breve idea, directa o indirecta, de las premisas de aquel otro plan, de espíritu y formas nuevas, iniciado aquí en nuestra América.

En lo atinente al aspecto político de la democracia, que prepara el terreno para otras y más amplias perspectivas, muy pocas son probablemente las personas, aun aquí en esta náción republicana, que entienden completamente el contenido de esta frase: El gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo que hemos heredado de los labios de Abraham Lincoln; cuya forma verbal es familiar, pero cuyo alcance encierra la totalidad y todas las minucias de una enseñanza.

¡El pueblo! Lo mismo que nuestro vasto planeta, que, visto en conjunto, no escasea de contradicciones vulgares y desagradables, el hombre, visto en masa, desagrada y constituye un enigma y una afrenta para las clases semicultas. Unicamente las raras y cósmicas mentalidades de los artistas, en contacto con el infinito, reconocen las múltiples y oceánicas cualidades del pueblo, pero el gusto, la inteligencia y la cultura (o lo que se entiende por cultura) siempre han sido contrarios a las masas, y lo siguen siendo. Parecen ser sumamente atractivos los crímenes más horrendos y los actos de egoísmo más vil del mundo feudal y dinástico del viejo mundo, con su gavilla de lores, reinas y cortes, tan bien vestidos y tan elegantes. Pero el pueblo no; el pueblo es inelegante, el pueblo es sucio, y sus pecados son de flaca y baja estirpe.

Considerándolo bien, la literatura no ha reconocido nunca al pueblo y por más que se diga no ha variado de actitud hasta el presente. En sus tendencias generales hasta el día de hoy, la literatura se ha dedicado principalmente a criticar y a mostrarse quejosa de las masas. Parece como que hasta hoy existiera cierta repugnancia natural de los literatos y profesionales por el nido y exuberante espíritu de las democracias. ppdyeeednn6.jpgEn muchas obras literarias recientes se observa, cierto es, mayor espíritu de benevolencia y comprensión;pero que yo sepa nada es menos corriente, aun en este país, que una obra en la que se traten y examinen las cuestiones que se relacionen con el pueblo, con espíritu mesurado, científico y reverente, de sus ilimitadas posibilidades de fuerza y capacidad y de sus vastos y artísticos contrastes de luces y sombras: incluso, en América, la absoluta confianza que en él se puede tener en cualquier emergencia, con cierto aspecto de histórica grandeza en la paz y en la guenra, que superan ampliamente todas las imaginadas proezas de los héroes literarios, o de cualquier círculo de alto tono, en todos los historiales del mundo.

Podríamos dedicar en estas páginas alguna referencia a Europa, especialmente a la parte británica de ella, más que con respecto á nuestro país, lo que tal vez no sea absolutamente necesario a nuestro compatriota. Pero las partes del problema están ligadas entre sí, y unen y atan a todos los pueblos. El liberal de hoy posee ventajas sobre la épocá antigua o medieval, y son aquellas por las cuales su doctrina no sólo trata de individualizar sino también de universalizar. Ha surgido la gran palabra «solidaridad». De todos los peligros que amenazan a una nación, en el actual estado de cosas, no lo hay más grande que el tener a determinada parte del pueblo segregada del resto por una línea trazada -los que no son privilegiados como los demás, sino degradados, humillados, los no tenidos en cuenta-. Rebosa el charlatanismo, claro está, aun de parte de la democracia, pero ello no afecta al carácter universal del problema. Trabajar en todo ello, y justificar a Dios, siendo el pueblo su divino agregado (o su agregado, el del diablo coronado de cuernos y de aguda cola, si es que hay quien insista convulsivamente al respecto), para esto, digo yo que es la democracia, y eso es lo que significa América, y es lo que está haciendo. ¿No podré decir lo que ha hecho? Si no es así, no significa más, ni hace más que cualquier otra nación. Y como en virtud de su poder cósmico, antiséptico, el estómago de la naturaleza es lo suficientemente fuerte no sólo para digerir la mórbida materia que se le presenta siempre, y que no debe desecharse, y tal vez, realmente, gravitando intuitivamente hacia eso, sino que aun para transmutar esas contribuciones en alimento destinado a un uso y a una vida superiores, así obra la democracia americana. Esta es la lección que en los días presentes enviamos a las naciones europeas en cada una de las brisas occidentales.

Y ciertamente, dígase lo que se diga, en forma de argumento abstracto, en favor o en contra de la teoría de una democratización más amplia de las instituciones en cualquier nación civilizada, muchos problemas se podrían evitar las naciones europeas con sólo reconocer este hecho palpable (porque es un hecho palpable), de que algún aspecto de esa democratización es el único recurso que les queda ahora. Eso o la persistencia de la crónica insatisfacción, murmullos que año tras año se hacen más sonoros, hasta que siguiendo su debido curso y muy rápidamente en la mayoría de los casos, se produzca la crisis inevitable, el colapso, la ruina dinástica. Los que sean dignos de ser considerados como hombres de Estado en el Viejo Mundo, diría yo, entre los estudiantes adelantados, los adeptos o los hombres de toda suerte de capacidad, no duden hoy día de si se debe proseguir, ya sea retrocediendo y monarquizando, o hacia el futuro, democratizando, sino cómo y en qué grado y parte es posible acometer la democratización.

Las reivindicaciones ardientes y a menudo desconsideradas de los reformistas y los revolucionarios son cosa indispensable para restablecer el equilibrio destruido por la inercia y la fosilización que se están adentrando tanto en las instituciones humanas. Estas se cuidarán siempre a sí mismas, pero el peligro reside en que nos osifican a nosotros. Las primeras deben tratarse con indulgencia y aun con respeto. Lo que la circulación es al aire, eso son la agitación y el grado suficiente de licencia especulativa a la salud política y moral. En forma indirecta, pero segura, la bondad, la virtud, la ley (cosa óptima), siguen a la libertad. Estas son a la democracia lo que la quilla al barco o la salinidad al mar.

El verdadero centro de gravitación del liberalismo en los Estados Unidos será una posesión más universal dé la propiedad, del hogar general, de la comodidad general, una vasta y entretejida subdivisión de los bienes.ppdyeeednn7.jpg Como la estructura humana, o en verdad, como cualquier objeto de este múltiple universo, se conservan mejor por el simple milagro de su propia cohesión, y la necesidad, el ejercicio y el provecho que de ellos dimanan, así una nacionalidad grande y variada, que ocupe millones de millas cuadradas, sería conservada con mayor firmeza y unidad con el principio de la seguridad y la perduración del agregado de sus poseedores regulares de propiedad. Y es así que, desde otro punto de vista, y por ingrato que parezca, y casi como una paradoja, después de lo que hemos dicho, la democracia observa con ojo de sospecha, con ojo insatisfecho, al que es muy pobre, al ignorante y a los desocupados. Pide hombres y mujeres con ocupación, en buenas condiciones materiales, propietarios de casas y de acres de terreno, y con dinero en el banco -y con algún deseo de literatura, también-; y los debe tener, y se apura a crearlos. Por suerte la simiente ha sido bien sembrada y ha producido inextirpable raíz5.

Pero aun entonces nos vuelve el pensamiento (como el pasaje de la cuerda de las oubertures), que da clave y eco a estas páginas. Cuando paso por diferentes latitudes, por estaciones diferentes, observando las multitudes de las grandes ciudades: Nueva York, Boston, Filadelfia, Cincinnati, Chicago, St. Louis, San Francisco, Nueva Orleans, Baltimore; cuando me mezclo en ese hormiguero interminable de ciudadanos alertas, turbulentos, de buena naturaleza, independientes, mecánicos, oficinistas, jóvenes; colocado en la consideración de esta masa de hombres, tan fresca y tan libre, tan amante y orgullosa, recae sobre mí una desazón singular. Siento con asombro y desconcierto, que entre nuestros genios y escritores de talento u oradores, pocos o ninguno han hablado aún a este pueblo, no le han creado ni una sola obra constructora de imágenes, ni han absorbido el espíritu central y las idiosincrasias que son suyas; y que así, en los órdenes más altos, permanecen sin celebración alguna, inexpresadas.

Fuerte dominio es el del cuerpo; más fuerte aún es el dominio de la mente. Lo que ha llenado y lo que llena hoy nuestro intelecto, nuestra fantasía, dándole normas, es extranjero aún. Los grandes poemas, incluyendo los de Shakespeare, son venenosos a la idea del orgullo y la dignidad del pueblo común, sangre vital de la democracia. Los modelos de nuestra literatura, como los que tomamos de otros países, ultramarinos, nacieron en las cortes y crecieron al calor del sol que circunda los castillos; todos ellos huelen a favores principescos. De semejantes obreros, tenemos, en verdad, muchas contribuciones a su modo; muchas elegancias, muchos estudiosos, todos complacientes. Pero tocados por la prueba nacional, o probados en la piedra de toque de la personalidad democrática, caen hechos ceniza. No he visto aún a un solo escritor, artista, conferenciante, o lo que sea, que haya afrontado la voluntad desprovista de voz, pero siempre erguida y activa, voluntad penetrante y aspiración típica del país, con espíritu similar al suyo. ¿Y designáis a esas suaves criaturitas con el nombre de poetas americanos? ¿Llamáis ese trabajo de alfarería, arte americano, drama americano, gusto, verso? Me parece oír, como si obtuviera eco en alguna lejana montaña del oeste, la risa burlona del genio de estos Estados.

La democracia, en silencio, esperando su turno, sopesa sus propios ideales, no sólo de la literatura y del arte; no de los hombres solamente, sino también de las mujeres. La idea de las mujeres de América (desentrañada de ese aire fósil e insalubre que sirve de halo a la palabra lady) desarrollada, elevada hasta convertirlas en seres iguales, robustos, trabajadores, y, puede ser, aun en factores decisivos en materia política, como los hombres -más grandes que los hombres, podríamos admitir, teniendo en cuenta la función de la divina maternidad, torre y emblema de sus atributos-, pero grande, de todos modos como el hombre en todas las actividades, o, más bien, capaces de serlo tan pronto como lo adviertan y abandonen juguetes y ficciones, y se arrojen hacia adelante, como lo hacen los hombres en la vida real, independiente y tormentosa.

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Entonces, como hacia el fin de nuestro pensamiento (y sobrepasando así la verdadera lección del estudiante), debemos decir que no puede haber presentación completa o épica de la democracia como un mero agregado, o algo de esa naturaleza, porque sus respectivas doctrinas sólo se encarnarán de forma efectiva en una sola rama, siendo que su espíritu constituye la raíz y el centro. Lejos, lejos, en verdad, extendeos a la distancia. ¡Perspectivas nuestras! ¡Cuánto hay aún por desenmarañar; cuánto es lo que espera liberación! ¡Cuan largo tiempo lleva demostrarle a este mundo americano que es él, en sí mismo, la autoridad final, el apoyo!

¿También tú, oh amigo, supusiste que la democracia vive tan sólo para las elecciones, para la política y para el nombre de un partido? Digo que la democracia sólo es útil en los lugares donde puede desarrollarse y dar sus frutos y sus flores en las maneras, en las formas más altas de interacción entre los hombres; y sus creencias -en la religión, la literatura, los colegios y las escuelas-; democracia en todas las vidas públicas y privadas, y en el ejército y en la armada6. He insinuado que como plan supremo, posee todavía pocos o ningún realizador y creyente plenos. No veo si debe un serio agradecimiento a propagandistas o personajes de nota, o si ha sido ayudada.esencialmente, aunque a veces dañada por aquéllos. Ha sido y es conducida por todas las fuerzas morales, y por el comercio, las finanzas, la maquinaria, las comunicaciones, y de hecho, por todas las evoluciones de la historia y no puede detenerse más que lo que pueden serlo las mareas, o la tierra en su órbita. Indudablemente, también, reside cruda y latente en los corazones del común de los nacidos en América, y en manera especial en las regiones agrícolas. Pero aún no existe, ni allí ni en otra parte alguna, la ferviente, la absoluta, la plenamente aceptada fe.

Estimo, por lo tanto, que la plena satisfacción de la democracia reside toda ella en el futuro. Y como de acuerdo a cualquier visión profunda y comprensiva del mundo feudalmente ornado y compuesto, vemos en él a través de las largas edades y de los ciclos de edades, los resultados de un profundo, integral, humano y divino principio, o fuente, de la que emergieron las leyes, las asambleas santas, las maneras, los institutos, las costumbres, las personalidades, los poemas (hasta ahora inigualados) que participan fielmente de su fuente de origen, y que realmente sólo se desprenden de ella para seguir significándola, ,o para suministrar partes de ese variado despliegue, cuyo centro fue uno y absoluto; así, de aquí largas edades el historiador verdadero o el crítico harán por lo menos una consideración retrospectiva, una historia igual para el principio democrático. También se la debe adornar, acreditada por sus resultados; entonces, cuando con poder imperial, a través del más amplio tiempo, haya dominado a la especie humana, haya sido la fuente y la prueba de todas las expresiones morales, estéticas, sociales, políticas y religiosas y de las instituciones del mundo civilizado; las haya engendrado en espíritu y en forma, y las haya llevado a sus propias alturas, sin precedentes; haya tenido (es posible) sus monjes y sus ascetas, más numerosos y más devotos que los monjes y sacerdotes de todos los credos anteriores; haya regido las edades con un aliento y una rectitud que encuadran en lo que es propio de la naturaleza; haya imaginado, sistematizado y finalizado triunfal y realmente, y conducido, en su propio beneficio, y con buen éxito incomparable, a una nueva tierra y a un hombre nuevo. […]

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Tantas han sido las cosas que contribuyeron a preparar la construcción de nuestro edificio,.de nuestra idea planeada, que aún proseguiremos analizándola en otro de sus aspectos, tal vez el principal, la gran fachada de todo el edificio. Porque para la democracia, el más nivelado, el más improductivo principio del común de los hombres, se juntó seguramente con otro principio, igualmente estéril, que sigue muy de cerca las huellas del primero, que le es indispensable, opuesto a él (como se oponen los sexos), y cuya existencia, siempre confrontada y modificada la una por la otra, a menudo chocando entre sí, paradójicas, pero sin embargo de ninguna importancia la una sin la otra, suministra a la cósmica política nuestra, a los peligros mortales del republicanismo que ya han sido botados al mar del mundo, hoy o un día cualquiera, la contraparte mediante la cual la Naturaleza sofrena la mortal cualidad de implacable de todas sus leyes de primera clase.Este segundo principio es el individualismo, el orgulloso y centrípeto aislamiento del ser humano en sí mismo -la identidad-, el personalismo. Sea cual fuere su nombre, su aceptación e infusión en las organizaciones de la comunidad política que despuntan ahora como una aurora en el mundo, son de extrema importancia; como que el principio en sí se necesita por causa de la misma vida. Forma, en cierto modo, o ha de formar, compensación en la balanza para determinar el buen trabajo de la maquinaria de la América integral.

Y si nos detenemos a pensar, ¿sobre qué descansa la civilización, y cuál otro es su objeto, con sus religiones, sus artes, sus escuelas, etc., sino un rico, feroz y variado personalismo?. Ante él todo se inclina, y es tendiendo hacia un resultado de esa naturaleza que la democracia, basándose nada más que en la escala de la naturaleza, rotura las sementeras sin límites de la humanidad y planta la simiente, y da juego libre, para que sus reivindicaciones precedan las de los demás. La literatura, canciones, sentido estético, etc., de una nación son importantes sobre todo porque proporcionan los materiales y sugestiones de personalidad para las mujeres y los hombres de ese país, y los impulsan de mil maneras7.

[…] Considerando que la democracia está en el presente en su estado embrionario, y que la única, grande y satisfactoria justificación reside en el futuro, principalmente por medio de la copiosa producción de caracteres perfectos en el pueblo, y a través del advenimiento de una sana y penetrante religiosidad, es con respecto a la atmósfera y al espacio adecuados a tales caracteres, e indicándoles los propósitos del nuevo mundo, que yo continúo esta exposición que es una exploración, como de una tierra nueva, donde a igual que otros primitivos, debo hacer lo mejor que puedo, dejando a los que vengan detrás de mí que lo hagan mucho mejor. (El servicio, en verdad, si es que realmente existe, debe consistir en abrir una especie de primer sendero o huella, por rudo y poco geométrico que fuere).

[…] Es bueno, entonces, reducir también todo el asunto á la consideración de un solo ser, de un hombre o de una mujer, sobre terreno estable. Aun para tratar lo universal, en política, en metafísica o en cualquier otra cosa, tarde o temprano hemos de arribar a una alma única y solitaria.

Existe en las horas de mayor calma una conciencia, un pensamiento que se alza, independiente, separado de todo lo demás, sosegado, como las estrellas de eterno brillo. Este es el pensamiento de la identidad: vuestro para vosotros, seáis quienes fuereis; mío para mí. Milagro de milagros sin enunciación, el más espiritual y el más vago de los sueños terrenos, pero no obstante el más consistente de los hechos básicos, y único acceso a todos los hechos. En esas horas de devoción, en la mitad de las significativas maravillas del cielo y de la tierra (que sólo son significativas por tener al Yo en su centro), los credos y las convenciones caen, y ya no cuentan ante esta simple idea. Bajo la luminosidad de la visión real, ella sola toma posesión, adquiere valor. Como el genio de las sombras, de la fábula, una vez liberado y contemplado, se expande por sobre toda la tierra y se dilata hasta los confines del cielo.

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La cualidad de ser, en el «sí mismo» del objeto, de acuerdo con su idea central y su propósito, y la de crecer a partir de ese estado y hacia ese estado -sin crítica ajustada a otras normas, con sus propias medidas-, es la lección de la naturaleza. A la verdad, el hombre pleno colecciona en forma inteligente, reúne, absorbe; pero si se dedica a eso desproporcionadamente, no percibe o descuida su preciosa peculiaridad y las posibilidades de su propio ser, el yo del hombre, lo principal, y es un fracaso, por más amplia que sea su cultura general. Es así que en nuestro tiempo el refinamiento y la delicadeza, no sólo son requeridos y buscados en grado suficiente, sino que amenazan destruirnos como si fueran un cáncer. Pero ya monta guardia el genio democrático, disgustado ante esas tendencias. Se necesita proveer con una pequeña dosis de saludable rudeza, de virtud salvaje, de justificación de lo que tenemos en nuestro interior, sea ello lo que fuere. Las cualidades negativas, aun las deficiencias, serán un alivio. La singularidad y la simplicidad normal, en esta etapa de la sociedad cada vez más compleja, cada vez más artificial, ¡cómo las necesitamos! ¡Qué gran bienvenida les daremos cuando regresen!

En ese sentido, pues -de cualquier modo, en grado suficiente como para conservar el equilibrio-, nos sentimos llamados a arrojar todo el lastre que podamos, no sobre la base de las razones absolutas, sino sobre la correspondiente a las razones corrientes y comunes. El pulirse, el encogerse, el conformarse, y aun el jactarse, y el ser suave y de buenos modales, es a lo que disponen nuestros días. Y pese a que estamos prevenidos en el sentido de que mucho puede decirse en favor de todo ello, advertimos que no tenemos ahora que considerar lo que se necesita para atender a la necesidad de una nación casi famélica y bárbara, o grupo de naciones de esa condición, sino lo que es más aplicable y más adecuado para numerosos grupos de naciones, de sociedades convencionales, de excesiva corpulencia, que ya a estas horas se llenan y pudren de literatura infiel y despreciable y de arte conformista. Además de las ciencias establecidas, sugerimos una ciencia de la generalidad saludable, con bases originariamente universales, cuyo objeto sería el de hacer surgir y proporcionar por medio de los Estados una raza copiosa de americanos superiorés, hombres y mujeres, alegres, religiosos, que marchen a la vanguardia de todos los conocidos hasta ahora.

América en lo moral y lo artístico no ha creado todavía nada. Parece no darse cuenta que los modelos de personas, libros, maneras, etc., apropiados a las condiciones anteriores, y para las tierras europeas, no son en ella más que trasplantes y exotismos. Ninguna corriente de su vida, según se muestra en las superficies de lo que autoritariamente se denomina su sociedad, acepta o ingresa en la democracia social o estética; todas las corrientes en cambio se oponen abiertamente a ella. Jamás en el viejo mundo la apariencia exterior se ocultó del todo, ni la exhibición, la mental ni la otra, se construyeron íntegramente sobre la idea de la casta, y sobre la suficiencia de la mera adquisición exterior ni la volubilidad, el intelecto verbal más que la prueba, la emulación -elevada a un nivel más alto, como cabeza y ejemplo-, que lo son sobre la superficie de nuestros estados republicanos en el día actual. Los escritores de una época insinúan los lemas de sus divinidades. La palabra de la época moderna, dicen estas voces, es la palabra cultura.

Nos encontramos repentinamente muy cerca del enemigo. Esta palabra cultura o lo que ha llegado a representar envuelve por contraste la integridad de nuestro tema y ha sido, a decir verdad, el aguijón que nos ha urgido al compromiso. Aparecen ciertos problemas, así como se enseñan ahora, en las formas en que se los acepta y se los dirige en la actualidad, ¿los procesos de la cultura no están creando acaso, y rápidamente una especie de soberbios infieles que no creen en nada? ¿Debe un hombre perderse a sí mismo en cantidades innumerables de ajustes y arreglos, y moldearse así con referencia a esto, a aquello y a lo de más allá, de modo que sus partes sanas y valientes se reducen y desaparecen, como el ribete de un cantero en un jardín? Uno puede cultivar trigo y rosas y hortalizas, ¿pero quién cultivará los picos de las montañas, el océano y la inmensidad de las nubes? Finalmente, ¿es la pronta respuesta a todo ello que la cultura sólo trata de ayudar, sistematizar y poner en acción a los elementos de fecundidad y poder? ¿Es una respuesta concluyente?

No me opongo tanto al nombre o a la palabra, pero debo, ciertamente, insistir para cumplir con los propósitos de estos Estados sobre la necesidad de introducir un cambio radical de categoría, en la distribución de precedencia. Pediría yo un programa de cultura concebido no para una sola clase, ni destinado a las tertulias y a los salones de conferencia, sino con miras a la vida práctica, al oeste, a los trabajadores, a las cosas que ocurren en las chacras y los talleres y que comprenda a las mujeres de las clases media y trabajadora, y con referencia a la igualdad perfecta de las mujeres y a una grande y poderosa maternidad. ppdyeeednn11.jpgPediría de este programa o teoría un alcance que fuera lo suficientemente generoso como para incluir a la mayor extensión humana que se pueda. Debe tener como significado medular la formación de una típica personalidad de carácter, que pueda ser elegida para el uso de la mayor generalidad de los hombres; y que no esté restringida por las condiciones que las masas rio puedan elegir. La más alta de las culturas será siempre la de los instintos varoniles y valientes, las percepciones de amor y de autorrespeto que tienden a formar en este continente una ideocracia de universalismo, la cual, verdadera hija de América, brindará alegría a su madre volviendo a ella en su propio espíritu, reclutando miríadas de vástagos, capaces, naturales, sensibles, tolerantes, devotos creyentes en ella, América, y poseedores de algún instinto definido, que les indica por qué y para qué ha surgido, en el más vasto, el más formidable de los nacimientos históricos, y que está ahora y aquí con maravilloso paso haciendo sus jornadas a través del tiempo.

El problema que se presenta al Nuevo Mundo, a mi juicio, es el de vitalizar el juego libre del especial personalismo del hombre, reconociendo en él algo que pide siempre una consideración mayor, algo que debe ser nutrido y adoptado como el sustrato de lo mejor que nos pertenece (el Gobierno, a decir verdad, no existe para otra cosa), incluyendo la nueva estética de nuestro futuro, y todo eso debiera hacerse de acuerdo a la ley permanente y el orden y luego de resguardar su cohesión (conjunto, individualidad) ante todos los riesgos. El genio de nuestra tierra invita a sus adeptos con particular insistencia a que en medio de la confusión actual nos definan, y enumeren las especies, o un espécimen de las especies, de la etnología democrática del futuro. Ciertos ilusos, más o menos grotescos, más o menos insípidos e incoloros, han aparecido ya. Nosotros también (acallando dudas y escrúpulos de conciencia) probaremos de hacerlo.

Si aunque de manera superficial intentamos, pues, trazar un esquema básico o modelo de la personalidad para uso general de los hombres de Estados Unidos (y no cabe duda alguna que será tanto más útil cuanto más sencillo y accesible a todos fuere), nuestra descripción ha de ser completa, iniciándose en base inicial de todo ser humano: los padres. ¿Llegarán los tiempos en que la paternidad y la maternidad serán una ciencia, y la más noble de todas ellas? Ante todo, nuestro modelo es indispensable que sea sano y robusto; nunca debieran interrumpirse las cuestiones de la alimentación, el buen aire, el ejercicio físico, la asimilación y la digestión. Fuera de esto, columbramos una personalidad bien definida: en la juventud, fresca, ardiente, emocional, entusiasta, plena de aventura; en la madurez, valiente, perceptiva, dueña de sí misma, ni muy habladora ni muy reticente, ni excesivamente eufórica ni sombría En cuanto a su aspecto físico, veo yo a un hombre erguido, de dilatado pecho, tez lozana, voz musical y movimientos fáciles; ojos de mirada firme y calma al par, y asimismo capaz de centellear; la presencia, en fin, que lo capacite para tratarse con los más encumbrados (porque sólo la naturalidad, y tan sólo la naturalidad, permite a un hombre alternar con presidentes o generales con el debido aplomo, y no la cultura, ni tampoco los conocimientos o dotes intelectuales de cualquier naturaleza).

Con relación al aspecto educacional de la mente de nuestro modelo, ejercitación de las dotes intelectuales, acumulación de conocimientos, etc., los usos y costumbres de nuestros tiempos, especialmente en América, son tan excesivos y con tanta amplitud proveen la tal necesidad que, realmente, no hace falta recomendación especial de parte nuestra, a no ser, a decir verdad, un consejo de advertencia y de moderación. ppdyeeednn12.jpgDe modo parecido, no es preciso que nos ocupemos de los modales y costumbres en general, a pesar de su importancia. Lo mismo que la belleza y la gracia del movimiento, los modales y las costumbres son meras resultantes. Prestándose atención a las causas originales, los buenos modales acompañan infaliblemente. Mucho se habla entre los artistas del «gran estilo» como si algo por sí mismo lo fuera. Cuando un hombre, artista o quien fuere, tiene salud, amor propio, perspicacia y nobles aspiraciones, tiene cuanto es preciso para llegar a poseer el «gran estilo» de su antojo; lo demás es cuestión de simple manipuleo (aunque esto mismo sea de no poca importancia).

Aun cuando dejaré sin especificar varios rasgos importantes del modelo que, según creo, mejor se ajustará a la futura personalidad de América, no debo ni quiero dejar de insistir, ahora y siempre, en uno de ellos, probablemente al que menos atención se presta en los tiempos modernos, carencia que amenaza tener las más trágicas consecuencias, en el futuro. Me refiero lisa y llanamente a la conciencia, el elemento moral primordial. Si se me preguntara en qué razojies se fundan mis más serios recelos con respecto al futuro de la América de nuestros ensueños, señalaría en primer lugar a la que antecede. Pediría yo el uso constante de aquella antigua e indefectible regla plomada para uso de las personas, las periodos históricos y las naciones. Nuestro triunfante moderno civilizado, pese a todos los conocimientos librescos y maravillosos instrumentos de que dispone, no será sino una amputación mientras perdure esta deficiencia. Mas allí (asumiendo un tono más esperanzado) la estructuración de la individualidad varonil y femenina de nuestro mundo occidental sólo puede subsistir, y, a la verdad, sólo ha de subsistir (así lo espero), identificándose con la religiosidad. La maduración del espíritu religioso encontrará campo propicio en la individualidad, sin lugar a dudas, desde que ninguna organización ni iglesia ninguna jamás pudo lograrlo. Así como la historia está pobremente captada por lo que los especialistas denominan historia, de cuyas páginas no surgen sino pálidos reflejos de la realidad a menos que el lector sea capaz de leerla entre líneas, pues jamás se escribió hasta ahora y tal vez jamás se escriba, la religión aherrojada por las iglesias y los diversos credos, no depende de éstos dé manera alguna, sino que es parte integrante del alma identificada, la que, cuanto más grande, tanto menos sabe de biblias a la antigua, sino a la moderna: el alma identificada, que sólo podrá realmente confrontar las religiones cuando las separe y extraiga completamente de las iglesias, pero no antes.

El individualismo no sólo hará posible la tal confrontación sino que la favorecerá. A decir verdad, diría yo, la perfecta incontaminación y el apartamiento de la individualidad son, ambos, condiciones para que el carácter espiritual de la religión adquiera su pleno desarrollo. Sólo así se podrá meditar, orar y remontarse al infinito. Sólo así podráse comulgar con los misterios y los eternos problemas. ¿Cómo y dónde? En la soledad y la identificación consigo mismo -con el ánimo dispuesto- emerge el alma, y todos los mandamientos, todas las iglesias y todos los sermones se diluyen como humo al viento. En la soledad y la silenciosa, temerosa y anhelante meditación veremos aparecer, cual una inscripción nunca vista hasta entonces, el magnífico perfil de la conciencia, y la rectitud interior, diseñada con tintas sobrenaturales en nuestros sentidos. Las biblias pueden decir y los sacerdotes pueden explicar, pero es poder exclusivo del Ser interior penetrar en el área sublime de la veneración y alcanzar las divinas alturas para comunicarse con lo inefable.

Intervenir en la política en forma activa, es una parte importante de la personalidad americana. A todo hombre joven, sea del norte o sea del sur, que estudie atentamente estos problemas, debo también advertir ahora, para compensar lo dicho en páginas anteriores, que después de todo, viéndoselo con mucha amplitud, la América política acaso vaya por mejor camino (y asimismo, la literatura y la sociología) de lo que parece a primera vista. Se ha puesto de moda entre los diletantes y los mentecatos (y acaso no sería yo quien pudiera tirarles la primera piedra) vituperar agriamente contra todos los aspectos de la política activa de América, negándole toda posibilidad de redención o mejoramiento y aconsejando mantenerse apartado de la política y de sus hombres. Cuidaos de no incurrir en tamaño error. América, acaso, lo esté haciendo muy bien, pese a las ridiculeces de sus partidos y sus dirigentes, esos candidatos de poco seso, de muchos votos ignorantes, de muchas elecciones fallidas y charlatanerías. ppdyeeednn13.jpgSon los diletantes y todos los que evaden sus obligaciones, que no cumplen con su deber. Os aconsejo, desde ahora, que participéis más talleres y que comprenda a las activamente en la política y recomiendo a todos los hombres jóvenes hacer otro tanto. Informaos siempre de cuanto ocurre, haced siempre lo mejor que podáis, votad siempre. No permitáis que os ate lazo alguno a ningún partido. Los partidos políticos han sido de utilidad y en cierto modo son útiles todavía, pero el electorado fluctuante, independiente, los chacareros, los empleados y los obreros, esto es, los amos de los partidos, en última instancia, que lo observan todo manteniéndose apartados, pero que deciden la victoria pesando en uno u otro de los platillos de la balanza, son los que mayormente precisa la nación, ahora y en el futuro. Si de alguna manera Estados Unidos llegara a caer en el caos de la ruina, se lo deberá a sí mismo y no a factores del exterior; convencido estoy que una coalición 1 mundial no podría doblegarnos, pero mucho me alarman estos partidos políticos salvajes y lobunos. Sin acatar más ley que la que les dicta su propia voluntad, cada vez más combativos y cada vez menos tolerantes, desprecian abiertamente la idea de la masa y el concepto de fraternidad; asimismo, no toman en cuenta la perfecta igualdad de los Estados ni la superioridad de las ideas americanas. Todo ello es motivo más que suficiente para no atarse a partido alguno, ni someterse ciegamente a sus dictadores, sino más bien para mantenerse firmemente por sobre todos ellos, único juez y único dueño de sí mismo.

Con esto es suficiente para delinear (con suma brevedad y dejando mucho por decir) el boceto, o boceto de un boceto ideal, del varón americano del futuro. Pero el otro sexo, en este país, requiere por lo menos algunas sugestiones básicas.

He conocido yo algunos años atrás a una joven americana, hija de una familia numerosa. Había abandonado su mísero terruño natal para trasladarse a una de las grandes ciudades del norte, con objeto de ganarse su propio sustento. Pronto se convirtió allí en hábil costurera, pero no conviniéndole el encierro a que obligan tales tareas para su salud y comodidad, resolvióse a trabajar para otros, como ama de llaves, cocinera, etc. Después de haberse presentado y ofrecido sus servicios en varios lugares, encontró finalmente el empleo que le convenía. Esa mujer me ha manifestado que no ve en su trabajo nada que la degrade, ni nada que con la dignidad personal sea incompatible, ni deja de respetarse a sí misma ni los demás de respetarla a ella. Otorga beneficios y, al mismo tiempo, los recibe. Goza de buena salud; su presencia misma agrada y entona y su carácter no ha sufrido alteración alguna; y, habiendo sabido dar buena opinión de sí misma a los demás, ha preservado su independencia; se ha visto en condiciones de prestar ayuda a sus padres y de contribuir a la educación y a la colocación de sus hermanas; finalmente, la vida de esta mujer no se halla totalmente desprovista de oportunidades de mejoramiento intelectual, tranquila y poco costosa felicidad, y amor.

Yo he visto a otra mujer, cuyos gustos y aficiones personales, unidos a la necesidad, la llevaron a dedicarse desde temprano a los negocios. Dirige actualmente un taller de mecánica. Pone mano a la obra cuando es preciso, entra en contacto cada día más íntimo con las duras tareas de la vida del trabajador, sin dejarse abatir por ninguna de sus asperezas. Sabe mostrarse decidida y silenciosa al mismo tiempo y mantiene su sangre fría con invariable decoro. No hay lugar a duda que cualquier día de estos, podrá comparársela sin desmedro con cualquiera de los hombres superiores que se destacan en todos los órdenes de la vida. Pese a ello, no ha perdido ninguno de los atractivos naturales de su sexo, sino que los conserva y luce en toda su plenitud.

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Otro caso; la esposa de un mecánico, madre de dos hijos, de modesta extracción, pero de tan fina inteligencia femenina, de nobleza tal que me complazco en recordarla aquí. Sin abjurar en ningún momento de su propia independencia, la preserva siempre, por el contrario, con inteligencia y tacto y siempre cumple las obligaciones que con aquélla se relacionan; esto es, cocina, lava, cuida a sus hijos, con exuberante y continuo buen humor, y a las mil maravillas. Agradable y sana desde el punto de vista fisiológico, trabajadora y práctica, no ignora sin embargo que hay momentos, aun cuando éstos sean pocos, que han de consagrarse al reposo, a la música, a la diversión, a la hospitalidad. Así lo hace. Dondequiera que se encuentre y cualquiera sea el trabajo que hiciere, nunca la abandona ese encanto, ese aroma indefinible que emana de la genuina femineidad y que acompaña por derecho a todo el sexo, siendo, o debiendo ser, la atmósfera invariable y la común aureola de todas las mujeres, tanto las ancianas como las jóvenes.

Cierta vez, mi bienamada madre me habló de una extraordinaria persona que residía en Long Island, y a quien tratara en años anteriores. Conocíasela por el nombre de la «Pacificadora». Aunque ya anduviera muy cerca de los ochenta, su temperamento era alegre y feliz. Toda su vida había transcurrido en el campo. Sensible y discreta, se la apreciaba mucho en el vecindario y se prestaba con invariable buena voluntad a recibir las confidencias de las personas que acudían a consultarla, especialmente las jóvenes casadas. No había recibido educación, pero poseía natural dignidad. Andando el tiempo, habíase tornado paulatinamente por acuerdo de los vecinos, en juez y consejera de las partes en toda clase de conflictos menores, especialmente aquellos de orden doméstico. Verdadera pastora de los hogares que la rodeaban, encontraba solución a las dificultades de la vida cotidiana y reconciliaba a los esposos. Atraían la atención sus ojos negros y su gran distinción, constituyendo asimismo magnífico modelo para el artista, su profuso cabello blanco como la nieve y una tez clarísima. Finalmente emanaba de toda su persona un curioso y peculiar magnetismo.

Reconozco que los retratos que anteceden son muy distintos de los modelos importados de la personalidad femenina que por aquí tienen tan amplia difusión, aquellos caracteres femeninos standard que se encuentran en las novelas en boga o en los poemas palaciegos que nos vienen del extranjero (Ofelias, Enids y princesas o damas de alta alcurnia al por mayor) que constituyen motivo de envidia y de ensueño para tantas pobres muchachas y que son aceptados por nuestros hombres, asimismo, como los modelos ideales de la excelencia femenina. Pero he presentado los míos, justamente para que esto cambie.

Asimismo se oyen murmuraciones (no nos detendremos por ahora en prestarles atención, pero deben ser tenidas en cuenta) acerca de algo más revolucionario aún. No está lejos el día en que no sólo será tema de apasionada discusión, sino que se llegará a experimentar prácticamente la intervención de la mujer en las actividades que hoy son exclusivas de los hombres en todos los órdenes de la vida, así como en la política, sufragio, etc.

Tanto respecto a los hombres como en lo relativo a las mujeres de Estados Unidos, claro está, debemos refundir totalmente los tipos estilizados que nos han legado el Oriente y las épocas del feudalismo y el predominio eclesiástico, y que aun conservan sus prerrogativas en la imaginación y la estética de la Unión. Aquellos merecen indudablemente estudiarse en algunos de sus aspectos, el pictórico y el melodramático, pero su influencia es nefasta si se consideran los extraños anacronismos a que dan origen cuando se los aplica a los hechos y a las necesidades presentes de esta tierra. Por supuesto, algunos elementos imperecederos de los tiempos antiguos permanecen. Trátase por tanto de adaptarlos hábilmente a las nuevas contingencias de nuestros días. ppdyeeednn15.jpgNo es cosa imposible. Por mi parte, me es fácil concebir una comunidad en la que representantes de todos los matices de la personalidad, en adecuada proporción, pudieran convivir en paz, en la actualidad y en esta nuestra tierra; en algún villorio o en alguna aldea de nuestro mundo occidental, por ejemplo, donde un par de centenares de hombres y mujeres de ordinaria condición hubieran tenido la suerte de verse reunidos, sin que la riqueza o la inteligencia de ninguno de ellos sobresaliese de modo especial, sino que todos se identificaran en un molde común de virtud, castidad, trabajo, alegría, determinación, compañerismo y devoción. Asimismo concibo que la tal comunidad se organizara por sus propios medios para el mantenimiento del orden, mediante una juiciosa distribución de los poderes, y para las tareas agrícolas, la edificación de viviendas, la administración de la justicia, los correos, las escuelas, las elecciones, pudiendo de tal manera desarrollarse sin traba alguna las partes restantes de la condición humana, vale decir, las más importantes. Obtendríase así la completa floración de cada individualidad, la que asimismo daría áureos frutos, tarde o temprano.

No dudo que todo hombre joven o anciano y toda mujer podrían de esta manera desarrollar su verdadera personalidad, ejercitándola proporcionalmente con el cuerpo, la mente y el espíritu. Me inclino a pensar que este caso no sería necesariamente una excepción ni presentaría dificultades insalvables, salvo la necesidad de adaptar la comunidad a los requerimientos municipales y generales de nuestros tiempos. Y veo yo en ello la culminación de algo muy superior al estereotipado brillo de la historia o un poema cualquiera. No es imposible que en alguna parte de Ohio, Illinois o Missouri (sin que aún se lo haya cantado, llevado a las tablas o traducido en ensayos o biografías), ya exista una comunidad semejante a la que acabo de describir, bastándose a sí misma y, por ende, superando con medios vulgares y corrientes las mejores obras de la imaginación.

En resumen y para abreviar, si América se propone emprender una acción formativa (porque, ha sonado ya la hora de las realizaciones efectivas y ha quedado atrás la de las promesas inconsistentes) debe, para tal fin, rechazar los prototipos venidos de los medios aristócratas feudales, o salidos de moldes meramente literarios, ajustados a fórmulas ultramarinas y convencionales de la cultura, la urbanidad, etc. En cambio, América debería, sin tardanza, promulgar sus propias normas, sus propias formas, y, a la vez, reconocer y recibir lo que de las antiguas es perenne e indestructible, combinando a éstas en grupos y unidades apropiadas a los tiempos modernos, la democracia, el oeste y a las contingencias y necesidades de nuestras propias ciudades y de las regiones agrícolas. Siempre se ha de hallar lo más valioso dentro de lo más vulgar y corriente. Siempre la fresca brisa de los campos, las montañas y los lagos será superior al vaivén de cualquier abanico, aunque éste fuera de marfil y estuviera cargado de aromas, y el aire puro vale más que los más costosos perfumes.

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Llegado ahora al cabo de estas Perspectivas, debo confesar que todo cuanto tengo dicho se basa en la esperanza (pero de ningún modo en la seguridad), de que surja una nueva y grande literatura; en tal eventualidad descansan todas las partes que por así decir componen la superestructura de esta obra. A decir verdad, veo en ello la condición indispensable, no tan sólo del progreso democrático de nuestro país en el futuro, sino también de nuestra supervivencia.

Si se consideran las bases altamente artificiales y materialistas de la civilización moderna, con sus correspondientes normas y éticas de vida, los mórbidos efectos del uso exclusivo de la inteligencia, la influencia depravante tanto de la riqueza como de la pobreza, la ausencia de todo ideal elevado, las innumerables tendencias y formas, muy pocas de las cuales por su inconsistencia perdurarán y que, por ahora con ritmo de máquina a vapor moldean las generaciones humanas con implacable uniformidad ppdyeeednn16.jpg(aun cuando, si se las compara con las de los tiempos feudales, nada mejor podríase hacer que aceptarlas, reconocerlas, y aun darles la bienvenida, por su oceánica y práctica grandeza y su incesante acción sobre las masas) digo que todos estos monumentales y predominantes sistemas de inclinaciones puramente materialistas que se observan actualmente en la vida de Estados Unidos, con los resultados que tenemos a la vista y que, por acumulación, repercutirán en el futuro de la nación, han de ser confrontados y compensados por una fuerza espiritual, de no menor intensidad y sutileza, cuyos fines sean puramente, conscientemente y genuinamente estéticos, y que tienda a lograr una humanidad de hombres y mujeres superiores. De lo contrario, nuestra civilización moderna, con todos sus adelantos, se halla en el camino un destino semejante al de los con denados de la fábula.

Así, columbrando los tiempos difíciles que nos esperan y aquel orden nuevo que los regirá -en virtud de la disciplina eterna del movimiento, del desarrollo y de la evolución, tanto de las naciones como del hombre, esto es, la vida misma-, vislumbramos por entre tales probabilidades y anhelos, nuevas fuerzasleyes del lenguaje escrito y hablado, no tan sólo a través de formas pedagógicas, correctas, armoniosas, familiarizadas con los precedentes, hechas para cuestiones de orden exterior, palabras escogidas, pensamientos definidamente aceptados, sino un lenguaje vibrante al impulso de la naturaleza, que se eleve por encima de todo lo mediocre y se deje llevar por su propio ímpetu con una sola inquietud, la de los efectos que pueda surtir y de las siembras a cuyo crecimiento favorezca, imponiendo normas a la vida y a los caracteres, por vía de sugestión en la mayoría de los casos.

De hecho, una teoría nueva de la composición literaria de obras imaginativas de primer orden, especialmente de los grandes poemas, es la única alternativa que se ofrece a estos Estados Unidos. Los libros han de ser leídos -y escritos- dándose por sentado que el proceso de la lectura no se asemeja en nada a un estado de semisomnolencia; antes bien, es en el más alto sentido de la palabra, un ejercicio, una gimnasia del espíritu, una lucha; siempre y cuando el lector quiera sacar provecho de lo que lee, deberá estar alerta para crear por sus propios medios el poema, el argumento, trátese de un ensayo metafísico o histórico, debiendo el texto servirle unicamente de guía, de insinuación, de base para todo el armazón. No es el libro que precisa ser un todo completo, sino el lector. Ello nos daría una nación de ágiles y robustas inteligencias, diestras, intuitivas, acostumbradas a bastarse a sí mismas, y no unas cuantas camarillas de escritores.

Para un investigador, caemos en la cuenta que no es cosa pequeña disponer de enormes bibliotecas, innumerables estanterías de libros, etc.; sin embargo, cuán peligroso es depender enteramente de ellos, de las venas sin sangre, de los brazos sin nervios, de las falsas aplicaciones, de elementos de segunda o tercera mano. Vemos que el interés real de este pueblo nuestro respecto a la teología, la historia, la poesía, la política y los personajes modelo del pasado (las islas británicas, por ejemplo, y, a decir verdad, todo el pasado), no reside necesariamente en el deseo de moldearnos a nosotros mismos o a nuestra literatura en aquellos moldes, sino de lograr expresiones más completas, más precisas de nuestro presente y de nuestra historia, religión y de nuestras costumbres del futuro, mucho más grandes y muy distintas de las del pasado. Nosotros vemos que casi todo lo que fue escrito, cantado o descubierto desde antiguo, con relación a la humanidad bajo los regímenes del feudalismo y del Oriente, precisa ser escrito, descubierto y cantado nuevamente en términos adaptados a estos Estados y en armoniosa y obediente uniformidad con los mismos.

Vemos nosotros que de la misma manera que en los universos del cosmos material, después de los cielos meteorológico, vegetal y animal, surgió finalmente el hombre, nacido por su intermedio, para ponerlos a prueba, concentrarlos y volverse hacia los elementos con admiración y amor -para dirigirlos, .adornarlos y utilizarlos para fines superiores-; de la misma manera, digo yo, han surgido, surgen estos Estados, por intermedio de los universos políticos y sociales que los precedieron. Vemos nosotros que mientras muchos supusieron realizadas y terminadas todas las grandes empresas, todas las grandes cosas, quedan aún por hacerse las mayores, las más importantes, y descubrimos que la misión del Nuevo Mundo no ha terminado. En verdad, no hace más que empezar.

Vemos nosotros a nuestra tierra, América, a su literatura, a su estética, etc., como si sustancialmente estuvieran en formación y en fusión sus elementos básicos más importantes, ppdyeeednn17.jpgcon los fines más elevados de la historia y el hombre (y asimismo el esbozo de nuestra propia fisonomía de acuerdo con las leyes eternas y las condiciones de la belleza), el lazo subjetivo y la expresión objetiva, así como los aspectos, la continuidad y los puntos de vista que nos conciernen. En la expresión literaria y artística, que sea de nuestro cuño, culminarán y se perpetuarán la mentalidad, el carácter, los anhelos, el heroísmo, las guerras y aun las libertades que son puramente nuestras; en el caso contrario, vale decir, de no disponer de adecuados medios de expresión y determinación, nuestra grandeza, aunque imponente, tropezaría y sólo brillaría fugazmente. Por intermedio de una literatura y de una estética que le sean exclusivamente propias, América se conocerá a sí misma, vivirá noblemente, y, noblemente inspirada por sus propios medios, iluminada y, a la vez, fuente de toda iluminación, se tornará en un mundo completamente formado y en la divina madre no sólo de los universos materiales sino también de los espirituales, en incesante jornada a través de los tiempos, debiéndose siempre anteponer a todo lo demás lo común, lo corpóreo, lo concreto, lo democrático, lo popular, sobre los cuales todas las superestructuras del futuro deberán apoyarse en forma permanente.

Poeta, periodista y humanista