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Gonzalo de Berceo, vinculado al monasterio riojano de San Millán aunque no era monje, es el primer poeta en castellano cuyo nombre se conoce. Autor de una rica producción literaria, entre sus obras destacan los Milagros de Nuestra Señora, libro que se inscribe en la corriente del culto a la Virgen María difundido en el Occidente europeo por los cistercienses desde mediados del siglo XII, gracias al fervor que había manifestado Bernardo de Claraval hacia la madre de Jesús. Berceo quiere sumarse a este movimiento, quizás inspirado por Nuestra Señora de Marzo, venerada en el altar mayor del monasterio de San Millán de Yuso, con el propósito de entretener a los peregrinos que se acercaban al lugar para rendir homenaje a san Millán, patrono de los reinos de Castilla y Navarra desde el siglo X, enterrado en este centro monástico y cultural. Los milagros realizados por la Virgen atestiguaban la universalidad de María y la unión espiritual de aquel lugar escondido de la Rioja con los grandes monasterios europeos: eran ya dos motivos para ir en peregrinación a San Millán, la adoración de la Virgen y la presencia de las reliquias del patrono del reino (o del copatrono, junto con el apóstol Santiago).

A mediados del siglo XIII, Gonzalo de Berceo reunió esta colección de veinticinco milagros, los tradujo del latín y les dio forma en verso. La gran habilidad del poeta consistió en construir su obra con los recursos de la literatura más culta, siguiendo las enseñanzas que se daban en las escuelas y en las universidades: al fin y al cabo, se trataba de crear una composición que dejara de manifiesto la grandeza de la Virgen, la generosidad con la que trata a sus devotos, y cómo no abandona nunca a los pecadores que confían en ella. No es un planteamiento teológico, no podría serlo, sino un mensaje de esperanza a quienes acudían al santuario de Yuso. En general, esos peregrinos no sabían nada de teología, ni de latín, y tampoco estaban habituados a una poesía de carácter culto; por eso, Gonzalo de Berceo recurre a facilitar la expresión, adaptándola a la forma de hablar de su gente: mantiene la seriedad en la construcción, pero aligera el mensaje con abundantes elementos afectivos, tomados de la vida cotidiana, fácilmente reconocibles para quienes estaban oyendo hablar de hechos milagrosos. Quedaba así anulada la distancia entre lo extraordinario y lo diario; los oyentes comprenderían de inmediato que la Virgen también podría acercarse a ellos, salvarlos en algún momento difícil, siempre y cuando mantuvieran su devoción, pues bastaba con saber rezar y tener buena voluntad.

Los Milagros de Nuestra Señora, de Gonzalo de Berceo, merecen un lugar en esta Biblioteca de Occidente por su belleza literaria, por la habilidad estilística del autor, por la capacidad de acercarse a la vida cotidiana sin perder la elegancia poética. Y porque establecen un vínculo con el mundo de la espiritualidad popular del resto de Europa.

Catedrático de Filolofía Románica de las universidades de Alcalá y Ginebra. Director del Centro de Estudios Cervantinos