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·         En un recodo de “En busca del tiempo perdido” aparece un joven escritor llamado Aldous Huxley de fama temprana, desenvuelta y sociable.  Después, hace ochenta años, Huxley escribe “Un mundo feliz”,  una novela que conserva la solidez bella y útil de unas tijeras Solingen o de una pluma Parker, como contra-definición de nuestro mundo, la contrautopía que acierta en todo. Huxley sabía que tener una inteligencia excepcional tiene sus deberes. Narrativamente, las novelas pueden padecer a causa de un exceso intelectual, pero la noveladeideas a pesar de todo sigue en primera fila, con derecho a ser un híbrido más allá del puro instinto narrativo. En la buena literatura cabe todo,  los personajes, las ideas, la ficción y hechos históricos, instinto y inteligencia. Huxley pertenece a la peculiar familia de escritores que comienzan con la literatura «per se» y terminan formulando profecías. Un caso ejemplar es Tolstoi. Cuando escribr «Guerra y paz» lleva el impulso del hombre joven arrastrado por la pasión, ambicioso de realidad. A continuación querrá  ser un profeta que resuelve los enigmas de la humanidad.  Reparte las tierras de su linaje entre los siervos. Renuncia a su pasado familiar. Emprende su defensa de la castidad incluso en el matrimonio. Decide convertirse en vegetariano. Se deja llevar por una secta.

·         En Huxley, el sentido de la responsabilidad intelectual –algo que hoy suena tan avejentado-  se convierte, no sé si por exceso o por extrapolación, en una espiral sin remedio hasta llegar a su experiencia controlada del LSD. En  cuatro meses había escrito “Un mundo feliz” (1932). Frente a la utopía de un mundo que creyó alcanzable la perfección, la distopía habla de otro mundo que, pretendiendo ser ideal, resulta trágico y apocalíptico. Impuro y catastrófico siglo XX.  Para Huxley, en el año 2049 de nuestra era, Ford reemplaza a Dios. Ha terminado la guerra de los nueve años. Existe un Estado mundial, en el que felicidad es cuestión psicotrópica, no hay familia y no hacen falta, más bien al contrario, la nobleza o el heroísmo. No importan las cosas viejas, sobre todo cuando son bellas.

·         George Orwell publica «1984» en 1949. Es otra novela distópica del siglo XX en la que el único tótem es el Gran Hermano en un sistema social sin privacidad, sin libertad de elegir, sin verdad. Totalitarismo, en definitiva. Huxley le escribió una carta subrayando la importancia de «1984». Predijo: «En la próxima generación, creo que los líderes mundiales se darán cuenta de que condicionar los niños y la narco-hipnosis son más eficientes, como instrumentos de gobierno, que los clubes y las cárceles y la obscena ambición por el poder que puede ser plenamente satisfecha induciendo a la gente a amar la servidumbre tanto como forzarla físicamente a la obediencia”. A diferencia de Huxley, Orwell había escrito sabiendo del terror de la catástrofe nazi y estalinista, si bien no podía saber nada del gulag. Cayeron los totalitarismos, pero la dictadura más benévola y menos brutal de “Un mundo feliz” está más a mano, después de la caída del comunismo. El Gran Hermano tortura, mientras que en el futuro previsto por Huxley domina la anestesia, las píldoras de «soma». Después, en la novela  «Walden dos» (1949), el psicólogo conductista Skinner fabula el mito utopista de una comunidad que responde a un· colectivismo de la ciencia aplicada, sin tentaciones antisociales. Tiene más sentido la angustia del «Fahrenheit 451» de Ray Bradbury (1953). El trágico conflicto entre conciencia y determinismo es una constante humana.

·         En 1948, Huxley imagina en la novela «Simio y esencia” que después de la guerra nuclear, el mundo está en manos de los monos. Tres años después del ataque a Hiroshima y Nagasaki, preveía el riesgo del Apocalipsis atómico en una ficción –poco inteligible- acerca de los sobrevivientes de un desastre nuclear en un mundo regido por sacerdotes castrados. Constató el callejón sin salida de la estrategia nuclear conocida como MAD, «Destrucción mutua asegurada». Ahora sabemos que «MAD» era el protagonista de buenas películas -Kubrick, por ejemplo- pero nunca fue activada.  Aron acertaba cuando en plena Guerra Fría dijo: «La paz es imposible; la guerra es poco probable «. Era un mundo bipolar. Y ahora, ¿qué sucede en un mundo multipolar? A las puertas del hospicio bioquímico, retenemos una observación de Tocqueville sobre un nuevo despotismo “light”, una forma de tiranía que es la fuerza tranquila. El dulce monstruo. Grandes contingentes de hombres  iguales y similares, egos que no cesan en la búsqueda de placeres pequeños y vulgares. Sobra materia para novelas distópicas.