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La ley del péndulo exige que después de un tiempo de autocomplacencia progresista, sobrevenga otro de desengaño y retirada a los bastiones de la tradición. Este comportamiento historico parece especialmente evidente en Cataluña, más en concreto en Barcelona, objeto de estudio sociológico e idiosincrásico en la última novela de Valentí Puig (Palma de Mallorca, 1949) , escrita originariamente en catalán y galardonada con el Premio Sant Joan. Si el gran Josep Pla, patriarca de la prosa catalana y referencia amorosamente inevitable de Puig, aplicó la idea stendhaliana del espejo al paisaje y las gentes de una pequeña población ampurdanesa en La calle estrecha, el autor de La gran rutina compone un retrato poliédrico e introspectivo de la Cataluña maragallista, alternando el espacio urbano de la capital con el microcosmos simbólico del valle de Viluma , en donde se ubica la arquetípica masía que cada fin de semana ocupan los cuatro personajes centrales y sus familias: un editor, un político, un empresario y un pintor. Una novela coral en la que, sin embargo, tienen tanta importancia los diagnósticos generales del narrador como las conciencias individuales de sus criaturas, que compendian toda la casuística antropológica de dos generaciones de catalanes cuyo saldo final es el desencanto unánime. En efecto, más que un narrador de fábula y trama, Puig acusa su natural filiación a la preceptiva del ensayista, y no puede ni quiere adoptar otra mirada al escribir esta novela que remite al género psicológico de los novecentistas, con su tempo lírico y su densidad conceptual sostenida, lo que delata igualmente al cultivador de dietarios.

Puig se propone novelar el cambio generacional de la última Barcelona, desde el tardofranquismo hasta el primer tripartito pasando por el largo periodo pujolista, ese «tránsito de la veneración por Tapies a la admiración por Dalí, de la nouvelle cuisine a los desayunos de cuchillo y tenedor, y del socialismo al maragallismo» . La gran rutina es una obra reflexiva, ejemplo de un estilo culto que fija las fluencias del pensamiento con una sintaxis compleja y un léxico vasto y rico —cualidades agradecidas por el lector exigente — , trufada de sentencias y digresiones que a veces introducen obsesiones personalísimas — llama la atención la fijación por el sexo—, donde lo que menos cuenta es el argumento, mero pretexto de la tesis personal que postula la decadencia espiritual de toda una sociedad, sin otra alternativa que una pírrica apelación al bon sens.

PERIODISTA Y CRÍTICO LITERARIO