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La labor intelectual que se propone este libro es tan difícil como necesaria: escoger y recoger un par de docenas de discursos mayores que resuman cabalmente el pensamiento de la derecha moderada española, tal como lo entiende su dirigente político, José María Aznar. Esta tarea, en apariencia sencilla, es ardua y lo sería también si se tratase de perfilar hoy el ideario socialdemócrata, el liberal puro y duro, el reaccionario, el comunista o el fascista. ¿Porqué es difícil? Por dos circunstancias de peso: el momento histórico  actual y la índole política práctica de los textos.

A todos los efectos, las reglas del juego  ideológico han cambiado en este fin de siglo. La desintegración de la Unión Soviética ha obligado a la izquierda a buscar nuevas definiciones, pero también la derecha se ve obligada a pensar en viejos debates que creía superados. La amenaza comunista  había  desdibujado   las hondas diferencias doctrinales entre conservatismo y liberalismo, permi-tiendo una alianza -casi una aleación- entre los herederos  de Disraeli y los de Gladstone. Pero esa amalgama, coyuntural  aunque haya durado tres cuartos de siglo, se está deshaciendo. Cada vez hay más gente que se pregunta, como Disraeli en 1845, si podemos consentir que haya dentro de nuestras fronteras «dos naciones tan distintas como los habitantes de planetas diferentes, la nación de los ricos y la nación de los pobres». La respuesta conservadora era y vuelve a ser un no inequívoco, la respuesta librecambista es más sutil: a veces la competitividad internacional exige medidas que a corto plazo producen paro y marginación.

De ahí que no pocos conservadores británicos viesen en la cruzada thatcheriana un empeño no por necesario menos ajeno a la tradición de su propio partido. El dilema es doloroso para cualquier político de buena fe. Aznar no lo rehuye. Ya a principios de 1991 decía: «Todo ello [el voto subsidiado de la izquierda] está suponiendo un doble riesgo de escisión social en el país: escisión entre los sectores activos y productivos y los pasivos e improductivos, que mantenidos económicamente solo parecen tener la función de sostener política y electoralmente una situación de la que sacan ventajas aparentes a corto plazo, pero que les está negando su futuro. Esto podría dar lugar a una desafección de los sectores activos ante la frustración que sufrirían al no poder provocar una alternativa en el poder y al pagar cada vez más por cada vez menos. […] Otro peligro […] consiste en que las zonas geográficas más pobres y por tanto más subsidiadas […] se conviertan en extraños ghettos subdesarrollados en el marco de una Europa próspera …» (págs. 33 y 34).

Ahí Aznar parece optar por el análisis liberal, mitigado por ciertas consideraciones de tono conservador. En otras cuestiones la propor ción de los ingredientes ideológicos es la inversa. Recuérdese la vieja idea de Burke (autor conservador no citado en este libro pero presente en algunas de sus páginas) que ve la nación como un pacto histórico entre los muertos, los vivos y los aún por nacer; un pacto en el tiempo, complemento del pacto en el espacio (entre regiones) y del pacto en la sociedad (entre clases). Pues bien, Azoar parece tener una sensibilidad más conservadora que liberal en lo tocante a ese pacto histórico entre el pasado, el presente y el futuro. En uno de sus discursos más largos y medidos (Una política cultural paraEspaña, marzo de 1994), el presidente del Partido Popular recoge las hermosas palabras de Francesc Cambó en 1918: «Yo he declarado y repito aquí que España… es una cosa viva; que siglos de convivencia, de disfrutar y de sufrir las mismas bienandanzas y los mismos desastres …; que la situación geográfica que nos manda a todos, que la trabazón de nuestros intereses económicos, que todo hace que España sea una cosa viva, que no sea únicamente un poder, sino que sea una sustancia …» (pág. 141). Está claro que Azoar es muy consciente del papel estabilizador de la Historia pasada en la Historia fütura. No renuncia al legado conservador como no renuncia al legado liberal, y el esfuerzo por armonizar ambas corrientes da a estos textos un contenido rico, complejo y nada excluyente.

Tan no excluyente que el índice onomástico de este libro escandalizará a más de uno, sobre todo a quienes se detengan en ese índice y no pasen a leer las citas. Y es que la vieja tradición liberal, institucionista, cuyos autores aparecen a menudo en estas páginas, era bastante más conservadora de lo que nos han contado el Arriba y El País. Ocurre también, como es natural, que Azoar es pragmático y sabe escoger aquello que no ofende a los dioses tutelares de la polis. Esa es precisamente la señal del buen político, que cuando hace una incursión en el mundo intelectual nunca  se muestra  impío. Y no se crea que me refiero a la servidumbre democrática moderna; de hecho siempre fue así. Sócrates murió porque en verdad había cometido el crimen imperdonable de la impiedad.

A juzgar por este oportuno libro, Aznar no va a dejarse colocar en una situación en la que se vea obligado a tomar cicuta. Pero también de estas páginas se desprende que  su  autor no es un oportunista atento tan solo al corto plazo. Al contrario, en estos discursos no hay demagogia, sí prudencia. Llegado el momento, los españoles podemos confiar en que nos dirá la verdad, por dura que sea. Me temo que no faltarán ocasiones de ello. España no necesita hoy por hoy un cirujano de hierro, ni Aznar tiene vocación quirúrgica. Pero tras lustros de dispendiosas alegrías etílicas sí nos hace falta un buen médico de cabecera, sensato y sincero, que nos ayude a sentar cabeza. Este libro puede servir de avance de receta.

DIPLÓMATICO Y ESCRITOR