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El español completa su definición como lengua universal en Asia Oriental y Oceanía. Desde la llegada de Elcano y Magallanes a Marianas y Filipinas, en 1521, lo hispánico forma parte del Pacífico, de manera que hoy encontramos comunidades hispanohablantes que son herederas de una larga tradición.

En Filipinas, el español tiene una presencia histórica destacada, si bien ya queda atrás la época de su florecimiento literario de finales del XIX y principios del XX. Hasta 1986 fue lengua cooficial, junto al filipino y el inglés, y desde entonces es, según la Constitución de aquel país, «lengua de promoción voluntaria» que se enseña en varias universidades, en algún colegio privado y en el Instituto Cervantes de Manila, el único de toda la región.

La situación del español en Filipinas es muy compleja, como lo es la realidad sociolingüística del país. Los filipinos hablan en primer lugar su lengua materna (tagalo, cebuano, ilocano, pampango, etc.); los no tagalos —la mayoría— aprenden, como segunda lengua, el filipino (basado en el tagalo); después, aprenden inglés en el sistema educativo; y si aprenden español, lo hacen como tercera o cuarta lengua. Realmente el español nunca llegó a cuajar como lengua materna, a pesar de 350 años de dominio político, lo que demuestra —una vez más— que la lengua y la política pueden ir separadas, por más que algunos se empeñen en opinar lo contrario. Su papel durante siglos, hasta 1898, era el de lingua franca, lengua interétnica e internacional. En Filipinas se hablaban y se hablan dos clases de español: el español de Filipinas —dialecto del español estándar—, que se utiliza en las grandes ciudades como Manila y Cebú; y el chabacano, o español vulgar, lengua criolla que se habla en Cavite, Zamboanga, Davao y Cotabato.

Según el censo de 1990, hablan español en su casa 2.658 personas, y otras 292.630 hablan chabacano. Los que los tienen como segunda, tercera o cuarta lengua no figuran en el censo, pero A. Quilis cree que, en conjunto, son 2.450 000 (algo más del 3% en un país de setenta millones de habitantes). La cifra del censo puede parecer ridícula, pero muestra un crecimiento: en 1980 sólo aparecían 1.609 personas que hablaban español en su casa.

El español se mantiene en ciertas familias, algunas socialmente influyentes en Manila, como la de la actual presidenta de la República, Gloria Macapagal Arroyo, miembro de la Academia Filipina de la Lengua Española. Sin embargo, he podido comprobar que esta identificación social puede resultar negativa para muchos filipinos: se ve como un símbolo de una minoría que lo conserva como una simple cursilería más, sin utilidad real, como un resto colonialista. Este es el gran reto actual para el español: que pase de ser la lengua del pasado a ser considerada, en primer lugar, una lengua propia de Filipinas (en la que se escribieron su primera Constitución y su himno nacional) y, en segundo lugar, una lengua universal de prestigio y utilidad.

« ¿Cree usted que los japoneses son inteligentes y prácticos? Pues miles de japoneses estudian español». Con este mensaje, se ha intentado últimamente acercar a los filipinos a la nueva realidad del español en el mundo, dado que en Japón el interés por la lengua española y por lo hispánico en general es impresionante. Y —como ha demostrado T. Fisac— algo parecido encontramos en Corea del Sur y ambas Chinas: japoneses, coreanos y chinos se han lanzado a aprender, en universidades y colegios, una lengua que les abre un mercado de 400 millones de personas y que les acerca a una gran cultura. En menor medida, hay un interés cierto en Malasia o Tailandia; y, por amistad con Cuba, en Vietnam o Mongolia.

En Australia, según el censo de 1996, hay 86.860 personas (0’5% de la población) que hablan español en su casa, cifra que otras fuentes elevan a 101.000. Para valorar su importancia hay que decir que son el doble de los hablantes de lenguas aborígenes (44.000). La mayoría son de origen español, chileno, argentino y uruguayo, descendientes de emigrantes llegados en los últimos cincuenta años. Será interesante ver si se crea un nuevo dialecto, el español australiano, o si la integración de los nietos implica que abandonen el español y —como he visto que ya está pasando— sea el inglés su única lengua de familia, a causa de los matrimonios mixtos. Además del grupo de lengua materna, el español está presente en el sistema educativo y especialmente en varias universidades, en Australia y en Nueva Zelanda.

En Polinesia, nos debemos fijar en dos áreas. La isla de Pascua (Chile) es el único territorio de Oceanía donde el español es oficial, hablado, como primera o segunda lengua, por sus 3.000 habitantes. Y en Hawái (Estados Unidos) hay 13.729 personas (censo 1990) que lo hablan en su casa y, además, se enseña en el sistema educativo y universitario.

En Micronesia resulta especialmente atractiva la situación en las Marianas (territorios estadounidenses), donde observamos una mayor complejidad: hay un grupo de lengua materna (un millar); es una lengua presente en secundaria y en la University of Guam; además, el español ha dejado una interesantísima herencia en el chamorro, lengua mixta hispano-austronésica, con unos 50 ó 60.000 hablantes, resultado del mestizaje de siglos; y, por último, quedan restos «arqueológicos» del dialecto español de Marianas, que ha estudiado P. Albalá.

Termino este recorrido con una referencia a los préstamos del español, como resultado del contacto de lenguas, en las lenguas de la región (también con influencia portuguesa), desde las lenguas filipinas (con un 20 ó 25% de su vocabulario de origen español) a las lenguas neomelanesias y micronesias, en las que podemos rastrear algunos cientos de voces españolas.

El español es, pues, una realidad que existe con modestia, pero con vitalidad. Es lengua A (lengua materna, primera o del hogar) para miles de personas en Australia, Filipinas, Hawái, Marianas y Pascua. Es lengua B (lengua oficial y del ambiente social, que aprenden los hablantes de otras lenguas para su uso diario) sólo en la isla de Pascua. Por último, muestra su dinamismo como lengua C (de cultura, comercio y comunicación internacional) en Japón, Corea, China y en los lugares donde es lengua A ó B. El siglo XX ha visto claros retrocesos (en Filipinas ya no es lengua B) y grandes avances (es lengua C y en Australia surge como lengua A), que reflejan unas realidades polifacéticas, heterogéneas, distantes, reducidas, plurilingües (casi todos los hispanohablantes hablan otra lengua a diario) y apasionantes.