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    – Marco Tulio Cicerón. Semblanza política, filosófica y literaria (CEPC, 2016)forma parte ya del ingente legado de Antonio Fontán, personaje clave de nuestra Transición, humanista, editor y político. Nos acercamos al libro de la mano de su editor, el profesor Eduardo Fernández.

Cicerón, Fontán… El gran escritor de la latinidad y un gran latinista. El modelo perpetuo para los políticos y un político ejemplar de nuestros días. Pocos libros parecían más predestinados que este. Pero, ¿qué vio Antonio Fontán en Cicerón para dedicarle tanto tiempo en una vida con el ajetreo de la suya?

    –Antonio Fontán ha sido uno de los grandes maestros de los estudios clásicos en España, que junto con otros, ya desaparecidos, de la talla de Lisardo Rubio, Antonio Ruiz Elvira, Sebastián Mariner, Martín Sánchez Ruipérez o José S. Lasso de la Vega han formado una generación de vanguardia en desarrollo de la filología clásica y en la formación de nuevos humanistas.

Durante estos años desempeñó varios cargos académicos que demuestran su compromiso con la comunidad universitaria como el de Vicedecano y Decano de la Facultad de Filosofía y Letras la Universidad de Navarra y Director del Instituto de Periodismo (hoy Facultad de Comunicación); Catedrático Emérito en la Universidad Complutense y profesor Honorario en la Universidad de Navarra; Miembro del Patronato de la Fundación General de la Universidad Autónoma de Madrid; Miembro del Consejo del Rector de la Universidad Complutense. En todos ellos colaboró activamente de tal forma que trascendió el ámbito universitario haciendo gala de un talente conciliador y dialogante por el que fue nombrado Presidente de la Sociedad Española de Estudios Clásicos (1983-1985) y en el trienio anterior Vicepresidente de la misma; y en la última etapa de su vida fue Presidente del Real Patronato de la Biblioteca Nacional de Madrid (1997-2004), miembro del Consejo Rector del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (1997-2004). Entre los diversos reconocimientos a su labor docente e investigadora se celebró, bajo la presidencia de honor de SS.MM. los Reyes, el III Congreso del Humanismo y Pervivencia del Mundo Clásico. Homenaje a Antonio Fontán. (2000).

Además de la traducción de obras de Cicerón, Séneca, Tito Livio o Plinio el viejo y de la valiosa Antología de Latín Medieval, realizado en colaboración con Ana Moure (1987), los estudios sobre Juan Luis Vives. Humanista, filósofo y político, (1992) y Españoles y Polacos en la Corte de Carlos V (1994), es autor de varios libros que aportan una visión de conjunto del mundo clásico y destacan como legado intelectual del profesor: Humanismo romano (clásicos, medievales, modernos), Barcelona, Planeta, (1974), en el que Antonio Fontán compendia e ilustra innumerables artículos, trabajos científicos u obras de divulgación, estudiados y publicados algunos de ellos durante la década anterior. Quizá los más destacados son los aparecidos en la extinta revista Atlántida; Letras y Poder en Roma, Ediciones Universidad de Navarra, Pamplona, (2001), una recopilación de veintitrés artículos agrupados en cinco grandes apartados temáticos, en los que desarrolla la trascendencia pública y política de la actividad literaria en la Roma antigua; Príncipes y humanistas. Nebrija, Erasmo, Maquiavelo, Moro, Vives, Marcial Pons, Madrid, (2008), es una recreación del ambiente cultural de la Europa de los siglos XV y XVI, basada en las obras y el pensamiento de unas pocas figuras fundamentales del humanismo europeo: Erasmo, Moro y Dantisco, especialmente; y Nebrija y Vives como representantes del humanismo español, todos ellos profesores, escritores, políticos, amigos, humanistas.

Su actividad, tanto en el ámbito político como en el periodístico, es más conocida por tratarse de una actuación pública, –y vamos a decirlo así, más ruidosa que la académica– ha sido bien reseñada en las obras de Carlos Barrera, (1995); Fernando de Meer y Onésimo Díaz (2010); Arturo Moreno, (2013); Agustín López Kindler (2013); Jaime Cosgaya (2014) o Miguel Ángel Gozalo (2016). Ya solo el número de estudios y libros publicados que tienen como objeto a Antonio Fontán demuestran el interés suscitado por su concepto de la libertad democrática y por la actividad política y periodística llevada a cabo durante la transición y los últimos años del franquismo. En ellos queda retratado como un hombre honrado y coherente, con visión y convicción, liberal en sus planteamientos y exquisito en las formas, capaz de formar equipos y de fomentar la amistad, cualidades que terminaron por convertirlo en los últimos años de su vida y aun después de su muerte en 2010, en modelo para políticos y periodistas.

Cualquier latinista es casi por obligación, devoto de Cicerón. Si trazáramos una audaz comparación entre los santos canonizados por la iglesia y los autores clásicos conservados, los primeros representan el ideal de Cristo alcanzado con perfección y los segundos el modelo de la cultura clásica. Pero entre los santos también hay clases, y aunque todos ellos encarnaran el mismo ideal, algunos han influido considerablemente en la historia y han servido como modelos de santidad a lo largo de los siglos por su personal visión del hombre y del mundo: San Agustín, San Francisco, Santo Domingo o San Ignacio de Loyola. En el mundo clásico ocurre lo mismo y sin duda Cicerón es uno de los grandes entre los autores clásicos por su capacidad de entender el mundo que le rodeaba y expresarlo de un modo inteligible y atractivo para las siguientes generaciones, convirtiéndose en un modelo seguido e imitado por muchos.

El objeto de estudio de los académicos debe buscarse con frecuencia en la propia biografía del investigador que centra su atención en los temas que se relacionan más directamente con su experiencia vital, porque uno investiga lo que vive y vive lo que investiga. En el caso de Antonio Fontán, interesado desde joven por la historia, la política y los autores clásicos, era lógico que fijara sus modelos precisamente en dos personajes que destacaron por su actividad intelectual y su intervención activa en la política de su tiempo: Cicerón y Séneca. Dos personalidades muy diferentes pero que tuvieron en común el compromiso con los problemas de gobierno y la inquietud por establecer la idea de Estado, no solo desde la atalaya de la filosofía, que hoy se asimilaría con la academia, sino con el desempeño de los más altos cargos de responsabilidad pública y que en ambos casos acabaron costándoles la vida.

Cicerón completó una brillante carrera política en la Roma antigua, a pesar de tener un origen humilde, alcanzó la máxima magistratura (63 a.C.), salvó la República del golpe de Estado de Catilina y se convirtió en padre de la patria. Durante la guerra civil entre César y Pompeyo ejerció una importante labor de mediación y tras la muerte de César trató por todos los medios de mantener una República demasiado herida por las guerras civiles y las ambiciones de poder como para escuchar la voz del estadista que necesariamente tuvo que ser reducida por sus enemigos con la fuerza de la espada y definitivamente inscribir su nombre en la historia entre los defensores de la libertad.

Séneca, senador y orador brillante, muy pronto destacó como político en el cursus honorum en una época en la que el senado todavía se veía con recelo por los primeros emperadores y que le costó dos exilios durante los gobiernos de Calígula y Claudio. Con el ascenso al poder de Nerón en el año 54, Séneca fue nombrado consejero del joven emperador y verdadero director del imperio durante los 5 años considerados hasta entonces los de mejor y más justo gobierno de toda la época imperial (54-59). Finalmente perdió la confianza de Nerón que lo fue apartando de las responsabilidades de gobierno hasta que lo condenó a muerte, acusado de participar en una conjura contra el emperador (65).

La vida de Antonio Fontán, como la de tantos otros filólogos, ha estado marcada por la figura de estos dos intelectuales que intentaron aplicar sus ideas desde el poder político y en concreto por la figura de Cicerón. Ya al comienzo de su carrera académica esta inquietud se manifestó en la elección de los textos utilizados para sus primeras clases, en la publicación de la traducción del Pro Archias (1948) y en la reflexión sobre los Ideales del hombre y de la cultura en tiempos de Cicerón, (Artes ad humanitatem, 1957). Al final de su vida tradujo de nuevo el Pro Ligario (1989) y retomó la figura del arpinate con la redacción de la semblanza que presenta la edición del tercer tomo de los discursos de Cicerón en la editorial Gredos en 1999. Y en medio, toda su actividad política en un periodo convulso de la historia de España que terminó por recorrer el camino de la dictadura franquista a la democracia en lo que se ha denominado con una aureola de épica y misticismo, la Transición.

La actividad pública de Antonio Fontán vino marcada desde el principio por sus ideas monárquicas, su trabajo como Miembro del Consejo Privado del Conde de Barcelona durante casi veinte años y su defensa de la libertad de expresión como director del diario Madrid, una tribuna que sirvió para poner sobre la mesa las soluciones políticas de una España que buscaba su espacio entre las democracias modernas y que terminó cerrado por un Gobierno tardofranquista empeñado en mantener la censura. Tras la muerte de Franco fundó del Partido Demócrata (1975) y una vez celebradas las primeras elecciones libres tras la guerra civil española, ocupó el cargo de Senador por la provincia de Sevilla y Presidente del Senado en la Legislatura Constituyente (1977-1979). Desde esta magistratura pudo refrendar la firma de S. M. El Rey en la promulgación de la Constitución de 1978. Finalmente fue diputado por Madrid (1979-1982) y Ministro de Administración Territorial (1979-1980). Después continuó su labor política desde una nueva tribuna como editor de Nueva Revista y formador de una nueva generación de políticos que ocuparían puestos de responsabilidad en el gobierno de Aznar (1996-2004).

   − La historia del libro es, como mínimo, curiosa. ¿Puede detallárnosla? ¿Y cómo ha sido el proceso de edición?

    − Esta biografía de Cicerón responde al modo de trabajar de don Antonio con el que tuve la fortuna de trabajar durante 8 años, desde que presidió el tribunal de mi tesis doctoral en la Universidad Complutense en 2002; después me propuso colaborar en la organización de su archivo primero y después como secretario de redacción de Nueva Revista, puesto que anteriormente había desempeñado Pilar del Castillo, que dejó el cargo para asumir la cartera de Educación en el segundo gobierno de José María Aznar. Don Antonio contaba con un grupo de jóvenes entre los que estaban Luis Pablo Tarín, Luis Arenal y Jaime Cosgaya, entre otros, a quienes introducía en la investigación encargándoles proyectos editoriales que supervisaba y dirigía personalmente.

Así surgieron Letras y Poder en Roma (2001) y Príncipes y Humanistas (2008) y así también nació el proyecto de la biografía de Cicerón desde el momento en que le encargaron una breve semblanza del orador, filósofo y político para encabezar la edición del tercer tomo de los discursos de Cicerón en la editorial Gredos y que salió publicada en 1999. A don Antonio le pareció que esta semblanza podría desarrollarse para llenar un hueco en la bibliografía que aportara una visión completa y divulgativa sobre la vida del arpinate. Pero hacía falta revisar el trabajo ya publicado, ampliar el índice y desarrollar aquellos aspectos apenas esbozados en lo que se denominó Cicerón breve, así que comenzamos con la revisión de este primer texto que culminó con la edición por parte de doña Carmen Castillo del texto definitivo publicado como estrena navideña e incluido entre los textos del homenaje a don Antonio Fontán celebrado en Pamplona en octubre de 2011.

Mientras tanto, don Antonio, después de revisar y desarrollar las lagunas del Cicerón breve, comenzó a redactar los apartados del nuevo índice para dotar de coherencia y unidad al nuevo trabajo. Por eso, durante ese tiempo, escribía, redactaba, corregía y volvía a escribir pequeñas notas, párrafos o cuartillas enteras que en ocasiones sustituían o completaban el texto original. Luis Arenal se encargó de recopilar, corregir y ordenar gran parte de estos escritos, de forma que en octubre de 2009 ya existía una versión corregida y revisada por don Antonio. Sin embargo, otras muchas notas quedaron en su ordenador pendientes de una última revisión y de la necesaria labor limae. Así, cuando le sorprendió la muerte en enero de 2010, el trabajo había quedado inacabado, pendiente de revisar las últimas aportaciones y de redactar el capítulo del consulado, que claramente resultaba insuficiente en la redacción inicial. Se trataba, por tanto de un inédito de 114 folios redactado y revisado por su autor, pero inacabado e incompleto para entregar a la imprenta.

Tras la muerte de don Antonio, me encargué de recoger y ordenar sus papeles, su archivo y su biblioteca para enviarlo como donación, según las directrices marcadas por el testamento, al archivo de la Universidad de Navarra. Entre sus muchos papeles aparecieron numerosas referencias y adiciones pensadas para incluir en la biografía de Cicerón que después de reunirlos y ordenarlos me animaron a la empresa de completar y pulir el trabajo final que ahora presentamos, ampliado en unas 30 páginas con respecto a la redacción inicial.

Una vez fijado el texto definitivo, y gracias al trabajo Antonio Fontán Meana que se encargó de terminar la redacción del capítulo sobre el consulado, acudiendo a las pertinentes fuentes históricas, me encargué de preparar una actualización bibliográfica con los principales estudios sobre Cicerón y sus ediciones, se revisó de nuevo toda la obra para lograr la coherencia y el estilo del autor, y una vez cotejadas las fuentes y datos históricos con la ayuda de Luis Arenal, mandé la nueva versión a varios de los discípulos académicos de don Antonio: Carmen Castillo, Ana Moure, José Luis Moralejo y Jaime Siles, que amablemente leyeron el manuscrito e hicieron valiosas aportaciones de forma y contenido. Finalmente, Ignacio Peyró realizó una importante labor de corrección de estilo que terminó por mejorar el resultado final: una semblanza de Cicerón, elaborada por uno de los grandes maestros y conocedores del mundo antiguo, a la altura de las ya existentes de Everitt, Cowell o Grimal.

Siguiendo el método de trabajo del maestro, me encargué de buscar otros trabajos ya publicados como fruto de la labor investigadora del autor durante su larga carrera académica y en los que había interesantes aportaciones sobre la personalidad y la importancia de la figura de Cicerón para el conocimiento de la cultura clásica. Sin duda, como parte del trabajo pendiente para terminar un libro de estas características, don Antonio habría elaborado una síntesis de todos ellos en un último capítulo a modo de valoración de la vida y la obra del autor latino que sirviera para completar la biografía de Cicerón. Pero esto era ya un trabajo que superaba con creces a un mero corrector y recopilador como yo, por eso, me he limitado a incluirlos en esta edición para facilitar la lectura de algunos de ellos dispersos y otros de difícil localización para que sea el lector mismo el que pueda completar directamente el trabajo con ellos: la lección inaugural que pronunció don Antonio en la apertura del curso 1957-58 en Pamplona, sobre los ideales del hombre en tiempos de Cicerón; La personalidad intelectual de Cicerón y su actitud en la política y Cicerón y Horacio, críticos literarios, procedentes de Humanismo romano (1974); Los discursos de Cicerón, de Letras y Poder en Roma (2001).

    − ¿Qué lecciones, según Fontán, puede aportar Cicerón al hombre y al político de hoy?

   − La lección más importante que se desprende de un libro como este es que el conocimiento de los clásicos goza siempre de actualidad para quien entiende que la historia es la maestra de la vida. Así lo entendió Antonio Fontán de quien cuentan que mientras ocupó cargos públicos siempre tenía un libro de Cicerón encima de la mesa. En Cicerón encontramos un admirable modelo de expresión y de lealtad con la justicia y con las instituciones políticas a pesar de los turbulentos tiempos que le tocó vivir: un paradigma de elocuencia, sabiduría y actuación pública que se identifica en gran medida con las aspiraciones y ocupaciones de Antonio Fontán.

«Marco Tulio vivió una agitada existencia en la que se sucedieron, alternando unas con otras, las experiencias políticas y humanas más variadas. Hubo en ella no pocos momentos de frenética y aplaudida –o denostada– actividad pública y otros de calma, quizá más forzada por las circunstancias políticas que por voluntad suya. Cuando se encontraba en esa situación, Cicerón acertaba a consagrar su tiempo y su atención al estudio, y a la composición de una vasta obra de pensamiento político y filosófico, de historia literaria y de crítica social. Estos libros, en unión de sus admirables discursos y sus epistolarios, han hecho de él el maestro y el paradigma del buen decir a lo largo de un centenar de generaciones».

Era inevitable que el estudio académico de un hombre preocupado por el mundo clásico no se sintiera inclinado hacia el modelo ciceroniano en la defensa de la libertad de expresión en su etapa de director del diario Madrid, o hacia la búsqueda del consenso político desde su cargo de presidente del Senado durante la legislatura constituyente o después desde el Ministerio o su escaño de diputado. En su vida los periodos de «frenética actividad» como profesional de la comunicación o como político, también se mezclan con los de reposo académico con fructuosas obras llenas de sabiduría sobre los modelos del mundo antiguo. Al final de su vida, sobre todo a través de los artículos de Nueva Revista, ejerció una labor de reflexión sobre los temas planteados en el debate político y de asesoramiento a un grupo de jóvenes que acabaron por desempeñar cargos de responsabilidad en la vida pública, que recuerda el mítico prestigio de Cicerón y sus intentos por restaurar la república romana, quizá sin la violencia y exacerbado apasionamiento que requerían las circunstancias durante la desintegración del Estado en tiempos del segundo triunvirato.

Antonio Fontán, como los buenos maestros, practicó con el ejemplo por lo que no se dedicó a esgrimir frases de Cicerón para adoctrinar a su alrededor, más bien trató de encarnar el ideal ciceroniano de coherencia intelectual en su propia actuación pública. En él las lecciones de Cicerón se pueden encontrar ya adaptadas a los tiempos modernos, listas para servir de ejemplo a los políticos actuales en la firmeza de convicciones combinada con una delicada capacidad de diálogo, en la decidida lucha por la resolución de los problemas reales de la sociedad a largo plazo, sin pensar únicamente en los resultados de las encuestas o en los resultados electorales, sino más bien en el estudio profundo, en el debate político y en la reflexión, en el respeto por todas las opciones políticas y en la lucha por la libertad de expresión como medio para alcanzar la verdadera democracia.

Las excepcionales cualidades de Cicerón, como filósofo, orador y maestro de oradores, como abogado y como político, brillante y persuasivo en sus discursos y sabio y reflexivo en sus planteamientos, hacen muy difícil borrar su profunda huella en la historia y muy fácil desechar un modelo que se considera inalcanzable. Aun así, entre las lecciones más útiles para los políticos y los hombres de hoy que se desprenden de la figura de Cicerón, habría que señalar la grandeza de ánimo ante las dificultades, la integridad y la confianza en soluciones políticas y en las instituciones por encima de la violencia y por supuesto, la dedicación y el constante trabajo.

En Cicerón, en su vida y en su obra, encontramos el modelo universal de intelectual que aprovecha con coherencia sus conocimientos en la actuación pública en busca de un auténtico bien común y es capaz de aplicarlo al discurso político para defender sus ideas y convencer a sus adversarios en composiciones de altura literaria que han pasado a la historia. Desde sus comienzos como homo novus, este brillante abogado y orador, ascendió en la carrera política gracias a su lucha contra la corrupción (Verrinas) cumplió el cursus honorum, alcanzó el consulado y salvó la República de un grave golpe estado (Catilinarias) para terminar su vida denunciando el abuso de poder y la falta de libertad que terminó por acabar con su vida y con la República (Filípicas).

Estas son las tres etapas que nos señala Antonio Fontán en los tres capítulos que dividen un libro que sirve de lección en el mundo de hoy para no olvidar a los clásicos y en concreto el modelo ciceroniano. De una manera divulgativa y sin el aparato de notas eruditas no solo se dirige a políticos o especialistas en la antigüedad, sino a todo el que esté realmente interesado en rescatar el legado de la historia y de los grandes personajes del pasado. A este lector audaz principalmente van destinadas las lecciones de Cicerón en la versión de Antonio Fontán, un destacado político y un especialista en la materia.