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La biografía de Arturo Moreno, centrada de modo preferente en la faceta política de Antonio Fontán, nos ayuda a repasar los acontecimientos más destacados de la historia de España del siglo XX. Las fechas son significativas. Nació en Sevilla el mismo año, 1923, en que accede al poder el general Primo de Rivera. Muy niño, a los siete años, asiste a la caída del rey Alfonso XIII y la proclamación de la II República.

LA ESPAÑA CONVULSA, REVOLUCIÓN Y ACCIÓN

Educado en el seno de una familia de sólidos principios cristianos, a los que se mantuvo fiel a lo largo de toda su vida, debió percibir la inquietud de los suyos ante las primeras medidas tomadas por el nuevo régimen, tan contrarias a los valores en los que se fundaba la vida familiar. Arturo Moreno menciona algunos de los tristes sucesos que revelaron las intenciones de los sectores republicanos radicales y la  indecisión de los moderados a la hora de corregir los excesos.

Fueron sucesos que, por su violencia y odio, causaron honda impresión en la sensibilidad del niño y le inclinaron en su juventud y madurez a buscar siempre las vías del diálogo sereno, el debate en libertad y el acuerdo en lugar del enfrentamiento irracional que lleva a radicalizar las posturas y a excitar el odio contra los oponentes.

Durante la adolescencia asiste, como espectador forzoso, al estallido de la guerra civil (1936-1939), sin interrumpir sus estudios de bachillerato, que cursa con brillantez y en los que obtiene máximas calificaciones. Nace desde entonces su afición por las Humanidades, la filosofía, la historia y las lenguas clásicas, el griego y el latín, materias que ampliará más tarde en las universidades de Sevilla y Madrid hasta su graduación, en 1944.

Para entonces, Fontán ya no es espectador de la vida nacional, sino que interviene abierta y decididamente en los foros intelectuales de la España de posguerra que Arturo Moreno centra en torno a dos revistas: Escorial, promovida por el poeta Dionisio Ridruejo y el profesor Laín Entralgo, y Arbor, patrocinada por el CSIC bajo el impulso de Rafael Calvo Serer y un joven Antonio Fontán que, a los veintiséis años, acaba de ganar la cátedra de Filología Latina en la Universidad de Granada.

LOS ESPAÑOLES DE LA POSGUERRA. LA HERENCIA MONÁRQUICA

Fueron aquellos unos años de estudio en el ámbito universitario, tan querido por don Antonio, favorables para la reflexión y análisis crítico sobre la sociedad de la época, sumida en la incertidumbre de un futuro carente de perspectivas que pudieran ilusionar a los jóvenes que «no habían hecho la guerra». En aquellos años cuarenta, los intelectuales más responsables eran conscientes de que los problemas del país exigían de su generación el arduo trabajo de levantar los ánimos, recuperar el pulso y devolver a España al lugar que le correspondía entre las naciones de una Europa que acababa de salir de una guerra todavía más cruel, fratricida y devastadora que la nuestra.

Sitúa Arturo Moreno en esa etapa de profesor universitario la consolidación de los principios que más tarde harían de Fontán una figura relevante de la política española en los últimos años del régimen de Franco y primeros de la Transición. Monárquico por herencia familiar, lo fue también por convicción tras un análisis de la realidad de España, bajo un dictador que se proclamaba a sí mismo regente de un reino sin corona, a la espera de asignar el puesto a la persona adecuada.

La identidad de esa persona ofrecería durante mucho tiempo una imagen borrosa perdida en los recovecos de la mente del general Franco. Desde entonces, Fontán desempeñó un papel destacado entre los diversos grupos que rodearon a don Juan de Borbón, heredero de los derechos históricos de la Corona, designado por el rey don Alfonso XIII antes de morir.

Fidelidad a los principios de la religión católica, monárquico racional tras un pormenorizado estudio de la historia pasada y del presente de España, liberal en sus concepciones sobre la dignidad del individuo (derivada de ser creado por Dios a su imagen y semejanza), supo armonizar a lo largo de toda su trayectoria esos valores gracias a un profundo sentido de la importancia de alcanzar el objetivo de la «unidad de vida». Desde esa «unidad de vida», tal como la enseñaba san Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei, se comprenden con mayor facilidad la casi perfecta adecuación que muestra la conducta de Fontán entre las palabras y los hechos la doctrina y la práctica, entre lo que se dice y lo que se hace.

FONTÁN Y EL  « ESPÍRITU DE LA POLÍTICA »

Logrado este fin existencial, se mostró don Antonio siempre fiel a sí mismo, como lo demostró al ejercer las múltiples facetas de su actividad profesional, desde la cátedra universitaria a la especialidad en lenguas y cultura clásicas, sin olvidar su dedicación constante al periodismo y, claro está, a la política, entendida no como método de alcanzar el poder sino en calidad de guía, formador y orientador, es decir, como sutilmente ha calificado Arturo Moreno, de marcador del «espíritu de la política».

Quedan así delimitadas con claridad en la biografía de Arturo Moreno las líneas de su trayectoria durante la fructífera, aunque breve, etapa en el diario Madrid, interrumpida bruscamente por el abuso de poder, que le sirvió, no obstante, para formar equipos y sembrar ideas más tarde recogidas en los momentos de la transición a la democracia. Ideas y principios que ya recogían importantes aspectos de ese «espíritu de la política» al que nos hemos referido como una de las aportaciones de Fontán.

Con estos antecedentes vitales, no puede extrañar que la figura encarnada por don Antonio saltara al primer plano, llegado el momento de contribuir a asentar la monarquía, a la muerte de Franco en noviembre de 1975, en la persona de don Juan Carlos I, de quien había sido preceptor. Fue también mediador entre padre e hijo para eliminar los desacuerdos entre los legítimos derechos hereditarios de don Juan y las previsiones establecidas en las leyes de sucesión vigentes.

ARTÍFICE DESTACADO DE LA TRANSICIÓN

Como líder reconocido de los sectores liberales y defensor de la democracia parlamentaria, Antonio Fontán desempeña un papel destacado a la hora de eliminar rencores pasados y buscar puntos de encuentro con los sectores más razonables de la izquierda. Buena parte del llamado espíritu de la transición, de concordia y mano abierta, se debe a las iniciativas y múltiples gestiones inspiradas o directamente realizadas por Fontán. Presidente del Senado, su firma aparece junto a la del rey en el texto de la Constitución de 1978. Ministro de Administración Territorial con Adolfo Suárez, defendió el principio de la unidad de España, que se debería armonizar con el respeto a las diversas culturas, lenguas e identidades.

Su postura no fue secundada, quizá por motivos derivados de los problemas internos que contribuyeron a la posterior crisis y derrota electoral de UCD. Así, decidió abandonar la primera línea de la política para regresar a sus labores académicas y de investigación en su especialidad de lenguas clásicas.

Una vez más, tras profunda revisión y análisis de la situación española, bajo la hegemonía apabullante del PSOE en los más diversos aspectos de la vida nacional, Fontán fue consciente de la necesidad de preparar una nueva generación de jóvenes capaces de llegar, en su día, al ejercicio del poder, como alternativa al socialismo triunfante. La idea toma cuerpo en el proyecto intelectual, cultural y político de Nueva Revista, desde cuyas páginas marca a sus colaboradores, seguidores y lectores las pautas a tener en cuenta de cara a los años noventa, última década de un siglo que se dirigía hacia su recta final.

NUEVA REVISTA, EL ÚLTIMO PROYECTO DE FONTÁN

Los que, ya no tan jóvenes, nos incorporamos al equipo de Nueva Revista tuvimos el privilegio de recibir en directo el magisterio de don Antonio, que él negaba en vano, puesto que le llamábamos «el Maestro» en su ausencia, naturalmente. El capítulo dedicado por Arturo Moreno a la última empresa periodística de Fontán emociona, recuerda momentos entrañables, afanes y luchas en un ambiente de pesimismo generalizado ante el empuje imparable del PSOE omnipresente.

Don Antonio nos animaba a todos, siempre joven, ilusionado, bajo la atenta mirada de Pilar Soldevilla, secretaria, gestora, suavizadora de genios, considerada por el Maestro como el «pilar» básico sin el cual no podría existir la revista. Al leer la nómina del consejo de redacción, que Arturo Moreno reproduce íntegramente, se entiende el éxito de la labor llevada a cabo por Fontán. Un elevado número de sus colaboradores desempeñaron cargos destacados (ministros, secretarios de Estado, jefes de gabinete, asesores, embajadores) en el Gobierno del PP presidido por José María Aznar, tras ganar las elecciones en 1996. Lo imposible se había logrado y don Antonio Fontán veía, con la satisfacción y legítimo orgullo del deber cumplido, coronada la tarea de servicio a España. Una labor callada y eficaz que comienza en los años cuarenta desde la Universidad de Granada y la revista Arbor, se mantiene en su fiel apoyo a la Corona, se expresa en las páginas del diario Madrid, se prolonga en la Transición y queda rematada con la intensa labor formativa a través de la Nueva Revista. Desde aquí, un emocionado abrazo a la memoria del Maestro que nunca quiso ser… y fue a su pesar.

Un reconocimiento especial merece el autor, Arturo Moreno, por habernos ofrecido una biografía certera, precisa y completa de Antonio Fontán en su papel de «espíritu de la política». Arturo ha sabido alternar el dato documental con la anécdota íntima, la referencia histórica y la descripción ambiental con el detalle humano que nos ofrece una nueva dimensión del personaje en facetas muchas veces desconocidas. El estilo, suelto, ágil y poético en ocasiones, cumple a la perfección el propósito de recoger, para los que no tuvieron la suerte de tratar de cerca a don Antonio, la humanidad, altura de miras, sincera piedad y patriotismo de este español ejemplar, cuya herencia aspiramos a prolongar los que fuimos sus modestos aprendices.

Abogado y Periodista