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Dos pesos fuertes de la política y el pensamiento de la actualidad   francesa   dialo­gan en estas páginas sin más cortapisas que las impuestas por un horario muy recargado y que quizás no haya permitido las condiciones exigidas para obras de este tipo, que gozan en Francia del aplauso del público y que en España están lejos de alcanzar, sin embargo, tal audiencia, sin duda a causa de la menor densidad de clima cultural.

Muchas son las cuestiones y los temas abordados -galos y no galos-, pero curiosamente ninguno de ellos se centra en verdad en el título que los agrupa. Probablemente llevados del afán de publicidad y venta hoy tan desatado en los medios publicísticos, los editores lo han rotulado de forma tan atractiva para pro vocar una mayor demanda de lectores. Empero, éstos no quedarán defraudados: tanto los asuntos tratados como su enfoque y desarrollo crepitan de interés y, a menudo, de sugestividad. El diálogo es siempre correcto, mas no por ello se omiten las discrepancias e incluso los enfrentamientos descarnados a la hora de valorar fenómenos y asuntos co-mo la seguridad social en Francia y en Occidente, el trabajo en las naciones postindu strializadas o la orientación que deberá encauzar el futuro inmediato de la Unión Europea.

Un gaullista de fibra tan acusadamente social e incluso populista como el tunecino Ph. Séguin y un socialdemócrata convertido al liberalismo templado, Alain Mine -ambos «enarcas» …-, no pueden por menos de analizar diferentemente ciertos paisajes económicos y políticos de este fin de siglo. La lectura, por ejemplo, que hacen uno y otro del sistema capitalista difiere en más de un extremo, como también la del papel del Estado. En este punto, los contrastes se peraltan y la posición radical que adopta el presidente de la Asamblea Nacional, fervoroso creyente en la tradición republicana de su país, basada para él en la meritocracia, en la igualdad de las oportunidades educativas y en el papel tutelar e integrador del Estado, principal elemento cohesionador e integrador -a sus ojos- de la nación francesa, no pueden presentar un perfil mayor. De aquí partirán igualmente los antagonismos que separan a los dos interlocutores respecto a la posición de la colectividad francesa cara al racismo y, sobre todo, al fundamentalismo musulmán.

La explosión social desencadenada en el país vecino apenas colo-cado en los escaparates el libro que nos ocupa, alzaprima el valor de varias de sus páginas. Así, el modelo de Estado preconizado por Séguin con uñas y dientes, se encuentra, conforme atisbara su  interlocutor, en un impasse. El mercado (esto es, el capitalismo) o, más propiamente, la gestión privada, no han retrocedido en eficacia ante la rentabilidad de las empresas oficiales, cuya financiación por parte del erario ha agravado hasta límites extremos el déficit público, amén del provocado por una seguridad social de fauces insaciables. El «Estado del bienestar» está emplazado, con o sin Maastricht, a una reforma ineludible y urgente, que cabe observar, si se quiere, más como una oportunidad que como un castigo, según ha expuesto Alain Madelin,  el ministro de Economía defenestrado por Alain Juppé a fines del verano de 1995 como pena a su clarividencia y valentía. Cualquier reforzamiento del Plan impedirá acometer con decisión los cambios estructurales que la economía francesa demanda de una coyuntura presidida por la mundialización y la competencia más implacable. La tentación chauvinista que, en ocasiones, parece asaltar a Séguin, significaría en verdad una «solución final» para Francia y Europa. Ello equivaldría a la volatización durante varias décadas de las mejores -y tal vez, también, las más sólidas- esperanzas de futuro por parte del gran país francés y de la vieja Europa.

Hay otros costados de la vida de su país y de la internacional en que sus posiciones concuerdan o se descubren bastante afines (por  ejemplo, el carácter que deberá adoptar en un futuro inmediato el régimen democrático: la democracia representativa está en trance de convertirse en democracia de opinión, pero aún se encuentra distante de movilizar con autenticidad y plenitud al ciudadano, que no es dueño todavía de sus destinos). El sindicalismo es otro de los terrenos en el que se dibujan colindantes las opiniones de Séguin y Mine, cuya conversa ción se traba y se anima por las intervenciones discretas y ocasionales de un gran periodista. La experiencia atesorada al frente del ministerio de Trabajo durante la primera cohabitación -de marzo de 1986 a abril de 1988- permite a Ségu in mantener puntos de vista muy autorizados en torno a la función del sindicato en las democracias avanzadas.

Tampoco faltan los juicios y actitudes adoptados por los interlocutores ante algunos de los capítulos más importantes de la actualidad internacional, como, especialmente, el futuro de la Unión Europea: su construcción se observa desde ángulos contrastados, pero no opuestos. Para un gaullista empedernido, la Europa de los Estados deberá prevalecer sobre la de las Naciones, postura esta última defendida, con ciertas reservas, por su colocutor. Pero desde una u otra, el protagonismo francés será hegemónico e indiscutido … bien que los argumentos esgrimidos por Séguin conciten el aplauso o la solidaridad a favor de un pasado modelado en España, Portugal, Francia o Gran Bretaña por un Estado creador a su vez de culturas de ámbito y radio planetarios, los expuestos por Mine en defensa del derecho de los pueblos, de la fuerza y el potencial encarnado por algunas comunidades étnicas o culturales que no han fraguado en el crisol estatal, no pueden por menos de provocar el asentimiento. Lo ocurrido en la antigua Yugoslavia o lo que puede suceder de un momento a otro en torno a la disgregación rusa, testimonian muy fuertemente en pro de las tesis sostenidas con mucho ingenio y con vicción por uno de los ensayistas más reputados del momento presente. Muy francesa, esta obra merece sin duda ser leída.

José Manuel Cuenca Toribio (Sevilla, 1939) fue docente en las Universidades de Barcelona y Valencia (1966-1975), y, posteriormente, en la de Córdoba. Logró el Premio Nacional de Historia, colectivo, en 1981 e, individualmente, en 1982 por su libro "Andalucía. Historia de un pueblo". Es autor de libros tan notables como "Historia de la Segunda Guerra Mundial" (1989), "Historia General de Andalucía" (2005), "Teorías de Andalucía" (2009) y "Amada Cataluña. Reflexiones de un historiador" (2015), entre otros muchos.