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Nacido en Tagaste (hoy Souk-Ahras, en Argelia), en el 354, Aurelius Augustinus llegó a ser obispo de Hippo Regius (Hipona, en la misma provincia), donde murió en el 430. Es uno de los autores más influyentes en el pensamiento religioso occidental de forma continua hasta la época moderna.

Entre su abundante producción destacan las Confesiones, obra escrita cuando ya era obispo y en la que repasa su vida: la riqueza de la información autobiográfica que transmite el libro es, quizás, una de sus mayores virtudes, ya que ha servido de base para conocer su formación y comprender mejor su pensamiento. La juventud disipada y el nacimiento de su hijo Adeodatus, los estudios en Cartago y el descubrimiento de Cicerón y la retórica constituyen los inicios de una transformación que le llevará a buscar la sabiduría entre las escuelas filosóficas más en boga en su momento, como los maniqueos. Luego, el traslado a Roma (383) y a Milán, al servicio del emperador, pero con tiempo para seguir las enseñanzas de Ambrosio, obispo de la ciudad, y para alejarse de la filosofía maniquea, a la vez que se acercaba al platonismo y al cristianismo por influjo de su madre, Mónica, que había ido a Milán al quedarse viuda, para reconducir la vida de Agustín.

Al poco tiempo de llegar a Milán, en el invierno del 386, se retiró con su madre, su hijo y varios discípulos a Cassiciacum para dedicarse a la meditación, al estudio y a la conversación y al diálogo: así surge un nuevo modelo de vida monástica. Como consecuencia de este retiro recibió el bautismo.

Mónica no tardó en morir, y los recuerdos de Agustín hacia el final de su madre pueden ser considerados entre los fragmentos más conmovedores de la literatura occidental. Ya en su tierra natal, obtuvo el permiso para establecer un monasterio junto a la iglesia en Hipona, ciudad de la que llegaría a ser obispo (del 396 hasta su muerte), dedicado al estudio y a la enseñanza de la doctrina cristiana. Eran ya los tiempos de las invasiones bárbaras, del saqueo de Roma por los godos de Alarico (410) y la presencia de los vándalos en el norte de África (430).

Ningún autor cristiano de la Antigüedad dejó tan profunda huella en la Edad Media como Agustín a través de sus numerosas obras y a través de sus «fundaciones» monásticas, que dieron lugar a la llamada Regla de san Agustín, conjunto de normas para vivir el cristianismo en comunidad, dedicado a la vida contemplativa, a través de la meditación y el estudio, y también del rigor moral.

El pecador que se arrepiente de su vida al leer la conversión de san Pablo, el estudioso de Cicerón y de Platón, el escritor que se confiesa con humildad no pasó inadvertido a escritores y pensadores, entre los que destacará Petrarca, pero también fue fuente de inspiración de moralistas como Kempis, leído en Occidente durante siglos.

Hay razones sobradas para que las Confesiones formen parte de esta colección.

Catedrático de Filolofía Románica de las universidades de Alcalá y Ginebra. Director del Centro de Estudios Cervantinos