Tiempo de lectura: 7 min.

LOS ANTECEDENTES

Veinticinco años de desarrollo sostenido han convertido al Perú en un país reconocido en el mundo, competitivo, uno de los modelos de una Latinoamérica pujante y en pleno crecimiento. Después de la recuperación de la democracia tras la dictadura de Juan Velasco Alvarado, de corte marxista, el gobierno de Fernando Belaunde Terry logró restablecer las instituciones y recuperar la legalidad, aunque también contempló el amanecer del terrorismo. El sucesor de Belaunde, Alan García Pérez, al ser elegido presidente, era un político joven y brillante, el heredero de Víctor Raúl Haya de la Torre, fundador del apra (Alianza Popular Revolucionaria Americana).

Tal vez por eso, nada hizo presagiar la magnitud del fracaso del primer gobierno aprista, una etapa en la que el país experimentó la quiebra económica y la destrucción de la institucionalidad. Sendero Luminoso, uno de los movimientos terroristas más letales de la historia latinoamericana, se encargó del resto. Jaqueando al Estado peruano, empleando la técnica del «asesinato selectivo» (un eufemismo para masacrar salvajemente) y destruyendo la moral de las Fuerzas Armadas, Sendero Luminoso logró alcanzar el equilibrio estratégico y el país estuvo al borde del colapso. Durante el primer quinquenio aprista, el Perú casi se transforma en un país inviable, un Estado fallido por mor de la ideología.

Ante este panorama francamente desolador, el pueblo peruano optó por los outsiders. El desencanto de la política, la desafección que provocó la tradición partidista fue el caldo de cultivo en el que emerge el fujimorismo. Mario Vargas Llosa, ya por entonces uno de los peruanos más universales y de mayor prestigio, se presentó aliado de dos partidos tradicionales, el Partido Popular Cristiano y Acción Popular, y a pesar de los enormes apoyos económicos y mediáticos con los que contaba, fue derrotado por Alberto Fujimori, un ingeniero desconocido que protagonizó lo que por entonces se llamó el «tsunami», esto es, un proceso electoral cuyo resultado era inimaginable. Así, el ex rector de la Universidad Agraria, el ilustre desconocido de la vida pública, derrotó al escritor más famoso de la historia del Perú.

Ya en el poder, el fujimorismo inició una serie de transformaciones institucionales esenciales para comprender los últimos lustros de progreso. La captura de Abimael Guzmán Reynoso, el «Presidente» Gonzalo, líder de Sendero Luminoso, fue un golpe contundente a la línea de flotación del terrorismo. Con él fueron apresados los más importantes miembros de la organización senderista lo que produjo una debacle paulatina que se consolidó con la pacificación del país. Este logro, uno de los más importantes de los llevados a cabo durante el fujimorismo, provocó que gran parte de la población peruana optara por respaldar a Alberto Fujimori («El chino») cuando este decidió violentar las instituciones e implantar una autocracia. El autoritarismo fujimorista se impuso por una década y siempre, hasta el final, gozó de un amplio apoyo popular. De hecho, los logros materiales conseguidos durante el fujimorismo son fundamentales para comprender el Perú actual y la supervivencia política del fujimorismo como movimiento político, hoy prolongado en la figura de Keiko Fujimori.

EL PERÚ POLÍTICO EN LA ACTUALIDAD

El Perú político actual no se comprende sin la presencia de tres factores esenciales. Por un lado, Alan García. El expresidente García es una fuerza fundamental para entender la política peruana. Tras la caída de Fujimori, García, a pesar de ser derrotado por Alejandro Toledo, supo construir desde la oposición su retorno a la casa de Pizarro. Así, tras el infructuoso gobierno de Toledo, Alan regresó a la presidencia en un retorno que confirma la tradicional volatilidad del electorado peruano. Después de su primer gobierno (el famoso «Aprocalipsis»), García lideró una segunda etapa aprista que se caracterizó por la ortodoxia económica y el control de la oposición. Así, en un giro inesperado, el apra completó una segunda presidencia con niveles de popularidad aceptables, lo que ha permitido que García continúe presente en la vida pública, constituyéndose en un firme candidato para un tercer periodo.

Alan nunca ha ocultado que esa es su intención: gobernar por tercera vez durante las celebraciones del bicentenario de la independencia peruana. Sin embargo, los diversos escándalos de corrupción protagonizados por cuadros allegados a su partido han mermado sus posibilidades. Con todo, Alan García es un oponente formidable, un estratega capaz de cambiar el resultado de una elección y sus propios contendientes reconocen su capacidad de maniobra y la fuerza y experiencia de los operadores del aprismo. Fue el apra el partido que inclinó la balanza a favor de Fujimori cuando este derrotó a Vargas Llosa (algo que el escritor nunca ha olvidado) y el apra también supo maniobrar para torpedear la candidatura de Nadine Heredia.

El segundo factor a tener en cuenta es el clivaje encarnado por el fujimorismo-antifujimorismo. El fujimorismo polariza al país. No es una distinción menor en la política peruana. Hay un sector importante del electorado (alrededor de un tercio de los votos) que apoya a Keiko Fujimori y este es un caudal de votos muy consolidado porque la hija del expresidente ha sabido trabajar durante muchos años el voto en provincias y no solo en la capital. El fujimorismo es un movimiento con un fuerte arraigo popular y es muy probable que Keiko Fujimori acceda a la presidencia tarde o temprano. De hecho, algo similar sucedió con el apra. El pueblo peruano, después de padecer el primer gobierno aprista, decidió darle una segunda oportunidad a García. El fujimorismo, a pesar de sus gravísimos errores, también está recibiendo esta segunda oportunidad, mediante la captura paulatina por vía electoral de importantes presidencias regionales en el país (Cajamarca, Ica, etc.). Por otro lado, contra lo que diseñó la izquierda peruana, la prisión de Alberto Fujimori genera un fuerte sentido de solidaridad entre sus seguidores, quienes no se muestran de acuerdo con el trato que recibe quien es considerado por ellos «el hombre que puso orden, el presidente que derrotó al terrorismo». Ciertamente, el fujimorismo se ha organizado a nivel nacional y, para la campaña de 2016, muestra una estructura nacional con la que antes no contaba. Por lo demás, Keiko Fujimori es una candidata joven y su proyección política no se ha agotado.

El tercer factor esencial es el vargasllosismo. La tutela moral que Vargas Llosa ha ejercido sobre el gobierno de Ollanta Humala es también una prolongación del apoyo que brindó al toledismo durante su mandato. Vargas Llosa ha logrado nuclear en torno a su persona al sector toledista (más reducido conforme pasan los años y se incrementan los errores de Alejandro Toledo), a la pequeña pero influyente izquierda «caviar», y a un grupo de liberales (no todos) que consideran que el fujimorismo y el aprismo son dos males políticos con los que bajo ningún concepto se puede pactar. El vargasllosismo apoyó a Toledo durante su gobierno y, cuando se llevó a cabo el proceso electoral de 2011, Vargas Llosa no dudó en pronunciarse a favor de Ollanta Humala con tal de evitar un triunfo de Keiko Fujimori. Esta transformación vargasllosista se produjo incluso después de duros artículos escritos por Vargas Llosa en los que se identificaba la raíz chavista del humalismo. Cuando el Nobel peruano decidió sostener la candidatura de Humala, avalando el juramento realizado por los humalistas en la Universidad de San Marcos, se abandonó el programa chavista de la «gran transformación» por una hoja de ruta en la que se respetaban las reglas de juego de la democracia y se optaba por mantener el modelo económico ortodoxo que ha permitido el crecimiento ininterrumpido del país.

EL FINAL DEL GOBIERNO HUMALISTA

El triunfo del Partido Nacionalista en las elecciones de 2011 consolidó la alianza entre el humalismo, el toledismo y los sectores que apoyan a Vargas Llosa. El humalismo, al renunciar a su programa chavista e inclinarse por una nueva hoja de ruta, inició su periplo en el poder sostenido por una amplia mayoría y con el apoyo de los sectores económicos más importantes. La inclusión social fue promovida de manera activa por el gobierno importándose, para ello, la estructura y el sistema de los programas sociales desarrollados en Brasil y en otros países adscritos al socialismo del siglo xxi. Así, el Estado peruano invirtió en grandes programas sociales (Beca 18, Juntos, Pensión 65) que en teoría estaban dirigidos a la población más vulnerable.

La crítica a los programas sociales no se hizo esperar. La poca efectividad de la administración pública peruana, las inercias del clientelismo partidista y la difusión de la cultura del subsidio han generado graves problemas en la performance de los programas sociales, provocando problemas políticos vinculados a la corrupción. De esta manera, el humalismo pasó de ser un movimiento regenerador de la política peruana (con el lema «la honestidad para hacer la diferencia») a padecer los ataques de la oposición por los numerosos escándalos de corrupción que llegan incluso a poner en duda la credibilidad de la pareja presidencial.

La captura de Martín Belaunde Lossio en Bolivia, un íntimo amigo y financista de los Humala, ha provocado un fuerte retroceso del gobierno en las encuestas. El caso Belaunde afecta el círculo íntimo del humalismo ya que estamos ante un ataque al círculo íntimo de Palacio. Durante mucho tiempo, Belaunde Lossio fue considerado uno de los personajes más allegados a los Humala y es por eso que su caída por diversos escándalos de corrupción afecta de manera directa la popularidad del nacionalismo. Los Humala llegaron al poder presentándose como la quintaesencia de la regeneración, los encargados de limpiar al país de la corrupción propagada por el fujimorismo y el aprismo. Sin embargo, con el affaire Belaunde, esta pretensión de transparencia se ve seriamente afectada y el reciente escándalo de las cuentas de Nadine Heredia no hace sino agravar la percepción negativa sobre la corrupción sistémica en el Perú.

El creciente protagonismo de la primera dama afecta directamente al humalismo. De allí que cualquier merma en su popularidad afecte al proyecto nacionalista. Los últimos cuestionamientos que ha tenido que padecer Nadine Heredia por el uso de la tarjeta de crédito de una amiga suya de la infancia que también es funcionaria pública han colocado al gobierno en una difícil posición. Con el humalismo hundiéndose en las encuestas y los problemas que afrontan los exministros Ana Jara y Daniel Urresti (candidatos naturales de no presentarse Nadine) es factible que el gobierno se incline por apoyar la candidatura de Pedro Pablo Kuczynski, ya que ello responde a la lógica que ha dominado la acción política del nacionalismo y el vargasllosismo desde su nacimiento: «cualquier cosa es preferible a que retornen los fujimoristas o los apristas».

A MANERA DE CONCLUSIÓN

Jorge Basadre, el gran historiador republicano, sostuvo que la «promesa de la vida peruana» es siempre una utopía indicativa que solo puede realizarse mediante un arduo proceso de institucionalización y liderazgo de calidad. Así, el proceso electoral de 2016 se presenta como una oportunidad fundamental para consolidar el modelo económico e institucional que ha permitido el crecimiento del país en el escenario regional. Se trata de unas elecciones condicionadas por el protagonismo de diversos actores. Por un lado, Keiko Fujimori cuenta con el sólido respaldo de un tercio del electorado. Por otro, Alan García siempre ha sido un candidato difícil de batir. Pedro Pablo Kuczynski (ppk) cuenta con el apoyo de diversos sectores y en un país de outsiders, todo es posible. Vargas Llosa, siguiendo su estrategia desde que perdió las elecciones de 1990, hará todo lo posible para evitar el triunfo del fujimorismo o del aprismo, en este orden. Nadine Heredia y Ollanta Humala no lograrán revalidar el poder y en unos meses el cogobierno que han llevado a cabo, fenecerá. En un escenario tan volátil siempre queda margen para el surgimiento de un outsider. Con todo, el Perú también se encuentra frente a una oportunidad magnífica para evitar a toda costa el retorno del odio político e intentar pactos partidistas que permitan la supervivencia de un modelo que ha demostrado eficiencia en la generación de la riqueza y la preservación de la paz.

Martín Santiváñez Vivanco es investigador del Navarra Center for International Development de la Universidad de Navarra y doctor en Derecho por la misma universidad. Miembro Correspondiente de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas y miembro del Observatorio para Latinoamérica de la Fundación FAES.