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El 8 de agosto de 1897, un anarquista italiano, Miguel Angiolillo, asesinaba a Cánovas en el balneario de Santa Águeda. El país quedó conmocionado: “Nadie podía asegurar categóricamente -dice Fernández Almagro- que Cánovas resolviese los graves y complicados problemas que asediaban su gestión de jefe de Gobierno. Pero todos sabían que lo que él no lo arreglase no lo arreglaría nadie” 1

Artiífice de la Restauración, centro en vida del debate político, la ontroversia acompañará su memoria desde su desaparición hasnuestros días. Carlos Dardé ha analizado los momentos en los que la obra del gran político malagueño ha cobrado, por distintas razones, actualidad para sus compatriotas: el periodo inmediato a la muerte, el centenario del nacimiento, el primer franquismo y la transición a la democracia2. Hecho insólito -y que debe ser explicado– el de la permanencia de Cánovas más allá del paso de las generaciones: “Prim, los políticos isabelinos o los liberales doceañistas parecen figuras lejanas, pertenecientes a un mundo radicalmente distinto del nuestro (…). (Pero) desde el punto de vista político, quizás debamos considerar a Cánovas y a la Restauración como el comienzo del tiempo presente “3

A la hora de buscar las causas de tan continuada permanencia en circunstancias muy distintas, llama la atención la similitud de argumentos, reiterados desde la muerte de don Antonio, tanto a favor como en contra del “canovismo”. De los primeros es buena muestra una reciente editorial de prensa: “Lo que el régimen canovista logró fue afirmar una monarquía independiente, impulsar un régimen civil, resguardarlo del pretorianismo, sentar el principio de la alternancia pacífica e incorporar a la conciencia social el dogma del Gobierno representativo. Gracias a la paz de Cánovas se produjo el despliegue del capitalismo y se alcanzaron niveles de bienestar inéditos y participados por el mayor número de españoles que los hubiera gozado nunca”4• De los segundos, la crítica formulada, ya en 1897, por Pi y Margall, quien, si bien reconociendo que Cánovas, “aun conservador, no rechazaba el progreso”, y que condujo el proceso político “sin vencedores ni vencidos”, le hacía duros reproches: “bastardeó el sistema parlamentario” ; “partidario ciego, escudo de la inmoralidad de sus parciales”; “soberbio”; “débil para con la Iglesia, nada hizo contra esa reacción religiosa que de día en día avanza”; llevó, en fin, “desastrosamente, las guerras coloniales”5

No han faltado, sin embargo, en la conmemoración actual -junto a la importante y debatida interpretación de José María Marco: la Restauración como proyecto de Estado nacional liberal, sustentado en una amplia base civil, dinamitada por la irresponsabilidad política de algunas de las grandes figuras de nuestra cultura6 reflexiones que ayudan a entender el significado de la Restauración. Así, Carlos Seco ha explicado que “Cánovas fue un liberal por encima de todo -liberal en el sentido más noble de la palabra, el que Marañón sintetizaba en dos puntos: aceptar que la razón puede estar en el adversario, y no creer nunca que el fin justifica los medios, sino que, por el contrario, pueden ser los medios los que justifiquen el fin”7 • Luis Arranz también ha señalado: “Lo que no tiene sentido es descalificarlo por no ser él demócrata, ni democrático el régimen en cuya configuración fue parte decisiva. A menudo se ignora que el siglo XIX estuvo políticamente marcado por el antagonismo entre liberalismo y democracia (…). Frente a la amalgama francesa de democracia, república, jacobinismo y terror, se erguía el modelo británico, el cual demostraba que solo unas élites lo bastante disciplinadas para gobernar a través de un Parlamento, con el apoyo de una monarquía que había renunciado al absolutismo, era capaz de garantizar la libertad, la propiedad y la ley (…). No puede culparse a Cánovas de que se inspirara en el ejemplo inglés para tejer con los mimbres de la agitada situación española y una buena dosis de centralismo francés un régimen constitucional viable, al que sobre el papel nada impedía evolucionar hacia la democracia”8• En fin, Francisco Ayala observa agudamente: “Cánovas del Castillo había constituido (…) el primer proyecto razonable para homologar a esta península con la Europa de las naciones soberanas, y ciertamente resultó ser un proyecto exitoso. Consistía en superponer, a la manera de un aparato ortopédico, una Constitución política liberal provista de instituciones democráticas sobre un país cuyas estructuras de poder estaban todavía lejos de prestarse al juego de la democracia parlamentaria, y durante el casi medio siglo que ella estuvo en vigor manteniendo la ficción de ese juego (“la hipocresía es el principio de la virtud”) dio lugar, en efecto, a un notable desarrollo modernizador de esa sociedad, y por consiguiente a su creciente participación en la cosa pública, desarrollo que por fin pondría en cuestión al régimen tal como venía funcionando” . Son precisamente los duros ataques a la Restauración de intelectuales y políticos de principios de siglo, situados desde el punto de vista político y sociológico dentro del sistema, “la mejor prueba del éxito de la operación montada por Cánovas en 1876”, pues dan testimonio de que “ya había llegado la hora de hacer efectiva la democracia inscrita y postulada en el texto constitucional”9

¿Por qué, pues, se ha seguido discutiendo a Cánovas? Dardé apunta una explicación: Cánovas ha sido visto como encarnación del liberalismo y ha seguido sus vicisitudes en el público aprecio. Cierto. Mas el componente liberal de nuestra cultura política ha sido y sigue siendo escaso, y el pasado se esgrime muchas veces como arma para amenazar al presente. Quizá la reconciliación con nuestra Historia sea solo aparente. Una Historia de la que ahora se niega, con justicia, la singularidad radical. España -leemos- es un país normal y los dos últimos siglos dan fe de un continuado, aunque no uniforme, avance hacia la construcción de un Estado liberal eficaz y de una economía industrial estable. Desde la plena integración en el mundo occidental no puede hablarse de excepcionalidad española: ni problema, ni drama, ni fracaso de España. Tuvimos crisis, pero no más graves que las de otras naciones, y no fueron inevitables, por lo que “la responsabilidad de los agentes históricos cobra una nueva dimensión”10

Empero, la necesaria, y hasta obvia, instalación en la normalidad -¿hay, acaso, países “anormales”?, ¿qué es la “normalidad”?- de los procesos europeos de modernización no debe hacemos olvidar la permanente inestabilidad política de los dos últimos siglos: pronunciamientos, revoluciones, guerras civiles, dictaduras. Indiscutible ascenso de España, sí, pero como ha dicho Laín: “Ascenso permanentemente amenazado”. Ni ocultar los actuales conflictos: “Entre la realidad de los problemas del país y la lucha por el poder que ocupa a las élites hay un desajuste que empieza a ser ya una amenaza para la propia estabilidad del régimen democrático”, escribe J. Ramoneda 11• El enfrentamiento político, la lucha agria y descarnada por el poder, la irresponsabilidad fundamentalista de los nacionalismos identitarios, están poniendo en grave riesgo la existencia de una nación, España, en la que despierta agrias polémicas y una feroz oposición la pretensión de que se enseñe su propia Historia. Solo en una circunstancia política enferma, carente de verdadera entraña liberal, con lo que ésta conlleva de tolerancia y respeto al adversario, resulta posible que, como dice Andrés de Bias, el aniversario de la muerte de Cánovas se haya traducido “en un estallido de aplausos y pitos en los medios de comunicación”12

ORIGEN DEL DEBATE ACTUAL

El actual debate en torno a la figura de Cánovas tiene una significación política precisa. En su origen, la búsqueda de raíces, de legitimidad histórica, por el Partido Popular. En los años sesenta -recuerda Pedro González Cuevas-, José Antonio Maravall consideraba como uno de los aspectos más negativos de la Historia española reciente la falta de un auténtico partido conservador13 La derecha española, vinculada en mayor o menor grado al franquismo, participó, sin embargo, junto con sectores centristas, de forma decisiva en la transición a la democracia (“De cómo la derecha devolvió la Democracia a España, entregó el poder a la izquierda y tardó catorce años en recuperarlo” , es el subtítulo del libro de Tom Burns, Conversaciones sobre la derecha14. Sin embargo, carecía de un proyecto político con raíces históricas capaz de hacer creíble el futuro. Se inicia entonces la recuperación de la tradición liberal-conservadora y constitucional. En los discursos del actual Presidente del Gobierno, junto a las citas de Popper, Aron, Hayek o Dahrendorf, alternan los nombres de Jovellanos, Ortega, Sánchez Albornoz, Américo Castro o Cambó. Y el punto de referencia histórico del nuevo centro derecha parece estar -entiende González Cuevas- en la Restauración. Entonces, afirma José María Aznar, la sociedad española alcanzó “unos niveles de paz, estabilidad, prosperidad y civilidad hasta entonces desconocidos”, surgiendo un “Estado legítimo” que hizo posible la modernización del país y el avance, abruptamente cortado por la Dictadura de Primo de Rivera, hacia la modernización. Recientemente, el líder popular subraya la flexibilidad del sistema político erigido por Cánovas para “ir dirigiendo los diferentes cambios que se requiriesen por una posible evolución a positivo en la sociedad española” y la “profunda lección política y ética de tolerancia y libertad” de aquél15

La polémica de los últimos meses en tomo a Cánovas resulta inseparable, más aún, parece motivada por el rechazo a la fundamentación ideológica, también a la práctica, del Partido Popular. Santos Juliá comienza su artículo “Gran estadista, ruina de Estado” con los siguientes y expresivos términos: “Su trabajo le ha costado a la derecha española encontrar un santo patrono, pero al fin parece haberlo conseguido: Antonio Cánovas del Castillo corre el riesgo de subir a los altares y cambiar el ‘Don’ por el ‘San’ a los cien años de haber caído abatido por la pistola de un anarquista, que pretendía vengar ese monumento a la infamia conocido con el nombre de Montjuic, el castillo maldito”16 Antonio Elorza enca­beza así el suyo, “Una pasión excesiva”: “Era de esperar una cálida celebración compensadora del centenario de Cánovas, pero no que el PP llegase a convertirle en el Gran Precursor de su corriente política. Tal decisión hubiera sido muy propia de Fraga, cantor desde hace tiempo de las excelencias de la personalidad de Cánovas. José María Aznar parecía buscar aguas de centro. Sin embargo, ahí le tenemos encabezando el manifiesto coral canovista, en el ABC del 8 de agosto, con un lamento hagio­ gráfico por la ‘pérdida’ del político malagueño”17 López Garrido, para dejarlo todo claro, apuntilla el aniversario: “¿Por qué esta repentina pasión por Cánovas (…)? Ésta es la derecha sin claras raíces ideológicas democráticas en España, a diferencia de la izquierda (…). De pronto, aparece la oportunidad de un hombre régimen como Cánovas, y el PP no ha dudado en dar el salto hacia atrás, para crear una determinada memoria histórica alforzada. Cánovas, como alternativa a Franco. ¿Quién puede resistirse a la tentación?”18

Otros artículos, presentando a Cánovas con más entonadas luces, considerando positivo incluso que la derecha lo “enarbole como bandera”, no omiten la final admonición: la lección de Cánovas “no debe ser genérica y vaga sino concreta y cotidiana’’, y ciertas actitudes y medidas de los populares no pueden situarse en la tradición de aquél19• En esta línea, Mercedes Cabrera aplica el conclusivo varapalo: “Por otra parte, no estaría de más que quienes reclaman la herencia de Cánovas también la practiquen, ya que al jefe liberal conservador jamás se le habría ocurrido, verbigracia, demandar a Sagasta ante la justicia para esclarecer la financiación de su partido, puesto que los asuntos políticos se dilucidaban en las Cortes y no en los tribunales”. Mas, reconociendo en la Restauración “un ámbito plural y complejo” que debe figurar entre los antecedentes de nuestra democracia parlamentaria, sugiere la necesidad de que el Partido Socialista recupere -y “no abandone a la derecha”- un pasado en el que podría encontrar algunas de sus actuales señales de identidad. Nada más razonable, pues, que el Partido Socialista actual, tan alejado, inevitablemente, de sus orígenes históricos -aunque es de lamentar que la integridad moral de su fundador no le haya servido de ejemplo en los últimos tiempos- ha asumido, advierte la citada historiadora, “buena parte de las premisas liberales durante sus años de gobiemo”20

Seguramente, éste debe ser el camino que debe recorrerse: los partidos democráticos tienen que aceptar tradiciones por todos respetadas y establecer comunes ámbitos de actuación. Abordemos nuestra Historia -y en ella a Cánovas- con más sosegadas perspectivas. Desde que, a partir de las Cortes de Cádiz, puede hablarse de derecha y de izquierda, ni una ni otra han sido -escribe Luis Arranz21– intemporales y monolíticas y en ambas se han dado posiciones liberales y totalitarias. Sirva la Historia para mejorar el presente. La necesidad de acuerdos entre los partidos democráticos y con una común idea de España es tan perentoria que las trifulcas acerca del pasado se nos antojan gravemente irresponsables.

1- Cánovas. Su vida y su política, Madrid, 1972, pág. 575

2- «Un siglo de interpretaciones (En el Centenario de la muerte de Cánovas)», Revista de Occidente, 198 (noviembre, 1997), págs. 88-104.

3- Ibid, págs. 103-104.

4- «Cánovas: una idea de Estado», ABC, 8 de agosto de 1997.

5- El nuevo Mundo, cit. por C. Dardé, op. cit., págs. 91-92.

6- Cfr. La libertad traicionada, Madrid, 1997.

7- ‘»En torno a un centenario», El País, 9 de septiembre de 1997.

8- «La derecha liberal española», ABC, 8 de agosto de 1997.

9- «Restauración y 98», El País, 6 de octubre de 1997.

10- Cfr. J. P. Fusi y J. Palafox, España: 1808-1936. El desafío de la modernidad, Madrid, 1997.

11- «El círculo mañoso», El País, 5 de diciembre de 1997.

12- «Un recuerdo tranquilo», El País, 24 de agosto de 1997.

13- «El retorno de la tradición liberal-conservadora (El discurso histórico-político de la nueva derecha española)», Ayer, 22 (1996), págs. 71-87.

14- Madrid, 1997.

15- J. Ma Aznar, «En el centenario de la pérdida de Cánovas», ABC, 8 de agosto de 1997.

16- El País, 20 de agosto de 1997.

17- El País, 24 de agosto de 1997.

18- «¿Buscando a Cánovas desesperadamente?», El País, 4 de octubre de 1997.

19- J. Tusell, «Un respeto para el Monstruo», El País, 26 de agosto de 1997.

20- «Restauración», El País, 26 de septiembre de 1997.

21- «Historia y Política», Nueva Revista, 41 (octubre-noviembre, 1995).

Catedrático Emérito de Historia Contemporánea, Universidad Carlos III