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A menos de seis meses para las elecciones presidenciales en Estados Unidos y tras casi el mismo periodo de tiempo de intensa precampaña, cuando los candidatos de los partidos ya están decididos, da la sensación de que todo el proceso de las elecciones primarias ha dejado las cosas tal y como estaban en un principio.

El paisaje se presenta despejado, como si la guerra estuviera aún por empezar. En el bando republicano, George W. Bush se esfuerza ahora por lograr reunificar a sus tropas dispersas. En el demócrata, en cambio, el Vicepresidente Al Gore se presenta sólidamente al mando. Al fondo, como meros testigos invitados al duelo, se encuentran Pat Buchanan, candidato del Partido para la Reforma, y Ralph Nader, por el Partido Verde.

Atrás quedan seis meses de intensos combates, a pesar de que el resultado de las elecciones primarias y el prematuro abandono, uno tras otro, del resto de los aspirantes, puedan ofrecer la impresión de que, más que batallas, las primarias han sido una especie de paseo triunfal. Nada más lejos de la realidad.

Durante estos meses hemos asistido a una de las campañas más interesantes de la última década. Una campaña en la que se han presentado diferentes enfoques de la política norteamericana con un estilo diferente; un poco de aire fresco en el coto cerrado de la política tradicional de Washington. Una tormenta de ideas que, sin duda, marcará de manera decisiva las estrategias que deberá seguir, en estos próximos meses, aquél que quiera llegar a ser el Presidente de los Estados Unidos de América.

El transcurso de las primarias ha sido paradójico, pues por caminos sorprendentes se ha llegado al resultado esperado. Si las primeras encuestas nos presentaban al candidato Bill Bradley como un serio oponente para el Vicepresidente Al Gore, su trayectoria durante la campaña ha dibujado una línea descendente. En el otro bando, George W. Bush figuraba como líder indiscutible del Partido Republicano, apoyado en la diversidad y el número de candidatos de su partido. Sin embargo, Bush ha observado preocupado cómo surgía de la nada un candidato inesperado, que llegaba incluso a derrotarle en Estados como Arizona o Michigan, obligándole a emplearse a fondo -tanto personal como económicamente- y a replantear su campaña de cara al asalto final de la Casa Blanca.

Las primarias van a resultar determinantes para el desarrollo de la inminente campaña electoral. Los aspirantes vencidos, cada uno a su manera, han aportado una nueva atmósfera a todo el proceso electoral, forzando a los candidatos finalmente elegidos a efectuar un giro radical en sus campañas y, lo que es más importante, a la inclusión en sus agendas de nuevos temas que han ido surgiendo a lo largo de las primarias, lo que, sin duda, supone un gran beneficio para el juego democrático.

LOS MANUALES DE GUERRA

Los famosos libros de campaña han sido el instrumento elegido por la mayoría de los candidatos para exponer sus ideas; ideas que, dicho sea de paso, no se han visto corroboradas a lo largo de la precampaña con promesas concretas.

En todos esos libros, especialmente en los de los candidatos republicanos, se pueden encontrar infinidad de referencias a los padres fundadores de la nación americana o elogios incluso a la figura de Ronald Reagan. La tónica general es la vuelta a los valores tradicionales americanos. Asimismo, en los diversos títulos se escuchan ecos del libro Keeping Faith del ex Presidente Jimmy Cárter, en un empeño por reenfocar la vida política del país. Se trata de hacerla un poco más cercana a los ciudadanos y de alejar, al menos con la intención, las pautas económicas como únicos valores determinantes de la política.

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John McCain ha ofrecido una propuesta original, una apuesta por el carácter y la personalidad como elementos esenciales para liderar al país más poderoso del mundo. No obstante, los resultados obtenidos han venido a decirle que eso no es suficiente. En su libro Faith of My Fathers, en el que repasa la historia militar de su familia y la suya propia como prisionero de guerra en Vietnam, no se pueden encontrar ideas concretas sobre los seguros sociales, el control de las armas o la financiación de las campañas. Sólo encontramos al hombre, al patriota McCain. Lo que cualquiera puede asegurar después de leer su libro es que, en caso de guerra, Estados Unidos estaría bajo el mando de un auténtico soldado.

Steve Forbes, en A New Birth of Freedom, se presenta como un candidato apolítico, como la voz del pueblo que conoce y entiende las opiniones de éste, frente a una política agotada y desligada del mundo real. Su bandera es la Libertad, origen y fin último de la nación norteamericana, y de ella emana su programa. Libertad que anuncia no sólo como libertad económica (y que se traduce en una simplificación del modelo fiscal y en el establecimiento de un impuesto plano del 17%), sino también libertad en el plano educativo (implicando a padres, alumnos y profesores); libertad también para escoger el mejor seguro médico y social, siguiendo el modelo del MSA (Medical Savings Accounts), que se está aplicando de forma experimental desde 1996, y el IRA (Individual Retirement Account); libertad para desarrollar una política medioambiental sin ningún tipo de intromisión estatal; libertad frente a cualquier ataque externo (concretamente, de China o Rusia) y, en especial, frente al peligro nuclear. Para Forbes, la libertad no es más que la aplicación integral de las reglas del mercado en la sociedad, con un fondo, eso sí, de valores tradicionales, unos valores que -con la vida como precepto básico y Dios como su principal fundamento- desarrollen las libertades individuales, salven a la juventud de las drogas y a la nación de la inseguridad ciudadana. Su modelo son los padres fundadores de los Estados Unidos: Washington, Madison, Jefferson, Adams y, por añadidura, Ronald Reagan.

George W. Bush, en A Charge to Keep, nos presenta al hombre, al Gobernador atento a las personas de su alrededor, conocedor de los problemas de la calle, familiar y deportista. El libro se vertebra en torno a «sucesos que han cambiado mi vida», como él mismo afirma: un sermón en una iglesia protestante, su primera elección como Gobernador de Texas, sus estudios universitarios… Y todo ello coronado siempre con una moraleja final, que suena hueca, que pretende justificar algunas actuaciones y que, en ocasiones, resulta contradictoria. En la Introducción, el autor deja clara la intención de su libro, que no puede ser entendido como un programa electoral (nadie podría confundirlo) sino como parte de su propia campaña: a lo largo de la publicación, Bush trata de dejar a salvo toda una serie de virtudes -las del buen gobernante- y de apuntar los temas imprescindibles de su agenda electoral: el sistema educativo, su proyecto médico y de la Seguridad Social, su postura de defensa de la vida frente al aborto (a pesar de su apoyo incondicional a la pena de muerte) y su intención de reforzar el Ejército. En el libro hay lugar para todos: WASP e hispanos católicos y protestantes, industriales y granjeros… Cualquiera tiene su referencia, su alabanza, pero ese quedar a bien con todos no hace más que confirmar su imagen de político moldeable, de figurín: «Un buen chico, pero un traje vacío» en manos de sus asesores. El libro no pasa de ser un bonito cofre insustancial que presenta al «Conservador Compasivo», expresión con la que Bush pretende resumir todo un estilo de gobierno que no ha calado, al ahogarse quizá, como una más, en un mar de promesas.

Entre los demócratas, Al Gore parece remitirse a sus años de Vicepresidente como tarjeta de presentación y sólo permite acercarse a su figura a través de Inventing Al Gore, una biografía respetuosa en la que se presenta como un candidato que ha sabido adelantarse a su tiempo en temas como el medioambiente o la Sociedad de la Información, pero que nunca ha logrado convertir sus ideas en decisiones políticas. Un candidato cambiante en sus planteamientos, ideológicamente unido a Bill Clinton en la escuela de los «New Democrats» y salpicado, como él, de escándalos políticos.

Bill Bradley opta también por escribir un libro y, en Time Present, Time Past, publicado en 1997, ha presentado su programa político a través de un recorrido por algunos sucesos relevantes de su carrera. En sus más de 400 páginas de apretado texto, Bradley expone sus ideas personificadas en héroes ordinarios, en personas que ha encontrado a lo largo de su vida y que le han reafirmado en la esperanza de que es posible hacer un mundo mejor. Todo puede sonar utópico, a discurso de telepredicador, pero Bill Bradley demuestra, sin jactancia de ninguna clase, su contacto con la gente de a pie. Sus conocimientos, su experiencia política -adquirida en su trabajo como Senador durante más de veinte años- y, sobre todo, un amplio repertorio de ideas conforman su programa político sobre política exterior, medio ambiente, problemas raciales y de integración social de las minorías, fortalecimiento de la sociedad civil, etc. Bradley ofrece, en suma, una nueva forma de hacer política, pero esta vez el discurso no suena a ya oído, sino que se reviste de realidad y, lo que quizá sea más importante, de credibilidad, para lograr a través de las promesas lo que todos persiguen: la confianza.

En las filas del Partido Reformista, tras la decisión final de Donald Trump de no optar a la Presidencia, quedó en solitario Pat Buchanan. En su polémico libro A Republic, not an Empire, que se ha convertido en un auténtico best-seller, emplea un tono catastrofista para exponer su visión de la política exterior norteamericana. Un plan que pasa por retirarse de todos los frentes en los que en la actualidad hay tropas norteamericanas, para centrarse exclusivamente en la defensa de los intereses estadounidenses. Utilizando argumentos históricos -en especial, el «morir de éxito», por su relación con la expansión/dispersión de imperios como el romano, el británico o el español-, Buchanan arremete contra los puntos de vista globalizantes y contra todos aquellos que pretenden imponer en el mundo la Pax Americana. Adopta una visión estatalista, aislacionista, proteccionista y, hasta cierto punto, egoísta: «No queremos un Nuevo Orden Mundial, sólo pretendemos una América mejor».

LAS PRIMERAS ESCARAMUZAS

Preparados el armamento y el plan de ataque, la campaña se inició, como todas, al estilo tradicional, con ligeras escaramuzas sobre cuestiones fiscales (donde todos parecen estar de acuerdo), asuntos puntuales como el aborto (Bush Pro-life vs. Gore Pro-choice) y ataques personales (Vietnam, la financiación ilegal de los partidos o la marihuana), un nuevo capítulo del conocido «¿Dónde estabas tú en el 68?».

En las filas demócratas, Bill Bradley parecía estar sacando partido a esta forma tradicional de hacer campaña. Sin echar mano -probablemente, por miedo- de todo su arsenal de propuestas originales sobre la deuda externa o las cuestiones raciales, se presentaba en las encuestas como un difícil rival para el Vicepresidente Gore. Este, a la vista de los resultados, ha decidido romper con el menú acostumbrado: trasladar la sede de su campaña a Tenesse (su Estado natal), renunciar a la herencia de Bill Clinton y presentarse como un candidato independiente, con ideas propias y concretas en asuntos como el seguro médico, el medioambiente o la Sociedad de la Información, lo cual -como han demostrado las urnas- le ha dado excelentes resultados.

Entre los republicanos reinaba la tranquilidad, alterada únicamente por esporádicas escaramuzas. Es entonces cuando entró en liza un guerrillero profesional, el Senador McCain. Abanderando la regeneración de la Política (con mayúscula), decidió echarse al monte y comenzar una guerra de guerrillas, trasladando la lucha a temas puntuales como la financiación de los partidos políticos o el dominio de los grupos de interés en Washington. Esto le reportó excelentes resultados, convirtiéndose en la única alternativa real, de entre todos los aspirantes republicanos, a la hegemonía del candidato «oficial» George W. Bush.

A partir de ese momento, los candidatos empezaron a hablar. En las encuestas de opinión sobre política nacional, el sistema educativo (76%), la Seguridad Social (74%) y los impuestos (67%) son asuntos considerados muy importantes por la población. En cuanto a la educación, los candidatos debaten entre el modelo público y el privado, con soluciones como los cheques escolares, pero todos coinciden en que hay que reforzar la formación, la capacidad y los alicientes del profesorado, con campañas como la llevada a cabo en universidades de Washington D.C.: «Be a Hero, Teach».

Los modelos de Seguridad Social y los seguros médicos (temas en los que se presentan soluciones coincidentes con los mencionados MSA y el IRA) ya se están poniendo en práctica. En el asunto de los impuestos todos han aportado su granito de arena. Concretamente, Steve Forbes, con su propuesta simplificadora de la ley fiscal: «Un impuesto que cabe en una postal», o Donald Trump, que ha sugerido un impuesto especial sobre las grandes fortunas -entre las que se incluiría la suya- para terminar con la deuda nacional. Con diferentes fórmulas, todos coinciden en que hay que reducir los impuestos y pujan a la baja con la coletilla «sin prejuicio de las prestaciones sociales», que viene a sustituir al tradicional «¿quién da más?».

En política internacional, materia considerada muy importante por un 47% de los ciudadanos, China y Rusia parecen ser los únicos enemigos reales para los Estados Unidos. Al mismo tiempo, se plantean otras cuestiones puntuales: las supuestas ayudas de campaña provenientes de otros países, la situación de las tropas americanas, la alarmante desmilitarización y, evidentemente, el ya histórico asunto de Elián, que ha vuelto a reavivar el problema cubano, reducido durante mucho tiempo a un aspecto puramente comercial.

Tampoco hay que olvidar esa nueva corriente de opinión que reivindica un cambio en la vida política del país y una mayor toma en consideración de los valores morales en la tareas de gobierno (cuestión muy importante para un 66% de los norteamericanos). Eso no impide que sólo un 34% de los ciudadanos considere el asunto de la financiación de las campañas como algo muy importante. Por delante se encuentra toda una serie de temas «secundarios»: la regulación de la posesión de armas de fuego (62%), de la que Bush opina que es un problema de educación que no puede solucionarse con legislaciones restrictivas. Algo parecido opina también McCain, antiguo héroe de guerra, mientras que Gore, apoyado por el Presidente Clinton, aboga por una legislación restrictiva. Otro de esos temas secundarios lo constituye la defensa del medioambiente (55%), en la que Gore parte con ventaja, puesto que es un tema al que viene dedicando parte de sus esfuerzos desde hace tiempo. Por último, en la consideración ciudadana, cuestiones sociales como la integración racial y la creciente expansión de las minorías (41%), el aborto (50%), los derechos de la mujer (43%), la pena de muerte (37%) y una apuesta generalizada por el protagonismo de la sociedad civil se han convertido en temas recurrentes en los mensajes de unos y otros, que, sin embargo, no parecen haber calado en la sociedad.

Una reciente encuesta del Washington Post ofrecía el ranking de los asuntos clave para decidir el voto de cara a las elecciones. Sin llegar a deshancar la materia esencial de cualquier comicio presidencial -«la economía, idiota, la economía», como decía un asesor del Presidente Clinton parodiando a los hermanos Marx, y que sigue ocupando el primer puesto para un 13% de los encuestados-, ha aparecido además un gran número de temas por este orden: la educación, clave para un 9% de la población; la política social (integración de minorías, lucha contra las drogas y la delincuencia juvenil), decisiva para un 8%; los impuestos y la Seguridad Social, ambos también relevantes para un 8% de los estadounidenses, etc.

De todos modos, se echan en falta temas importantes como la cacareada revolución que trae consigo la era de la información y las telecomunicaciones, curiosamente ignorada por los candidatos. Otros aspectos abordados han sido la ampliación del horario laboral, con un promedio de 2000 horas anuales (frente a las 1750 horas de España o las 1500 horas de Alemania), el incremento de la población reclusa y las denuncias de explotación laboral de esa población por parte de algunas multinacionales.

Como ha podido observarse, la precampaña ha sido rica en enfrentamientos. Ahora sólo cabe esperar que éstos no hayan sido en vano. Los electores han vuelto a decantarse por lo tradicional, por lo conocido, por la presencia frente a las ideas, lo establecido frente a la renovación. .. Y los candidatos serán los propios del sistema: Al Gore y George W. Bush, nietos, hijos y padres de políticos. Junto a ellos figuran Pat Buchanan, en su enésimo intento por alcanzar la Presidencia de los Estados Unidos, y un outsider, Ralph Nader, que tras más de treinta años de intentos ha dejado de serlo e intenta cambiar el sistema desde dentro. Esperemos que ninguno de ellos desprecie las educativas heridas de guerra de las primarias.

LA ÚLTIMA BATALLA

Los generales ya están listos para la última batalla. En un bando, el Vicepresidente Gore lidera un ejército compacto, en el que el apoyo inmediato de Bradley tras su abandono (a pesar de su renuncia inicial a la vicepresidencia) le ha permitido presentar un programa conjunto y dedicarse desde el principio a preparar su plan de ataque.

George W. Bush, por el contrario, trata de ultimar las alianzas que necesita, buscando desesperadamente lograr la imagen de un partido unido, y sigue esforzándose en reunificar todas sus tropas, desperdigadas tras los primeros combates. A un lado se encuentra el ala más conservadora del Partido Republicano, que puede optar por votar a Buchanan. Al otro lado están los seguidores de MacCain, atentos a la voz de su amo, que pueden acabar decidiéndose por el candidato demócrata. La victoria final de Bush dependerá del éxito de esta tarea.

La valoración ciudadana sobre la capacidad de actuación de Gore y Bush en los temas clave es muy pareja. Sólo hay un aspecto que, al final, puede resultar decisivo. Lo resumía muy bien el Senador de Nueva York Pat Moynihan: «No hay ningún problema con Al Gore, salvo que no puede ser elegido Presidente de los Estados Unidos». Esta opinión es compartida por muchos ciudadanos: sólo un 40% piensa que Al Gore cambiaría las cosas en Washington, frente al 52% que piensa que todo seguiría como está. En cambio, un 54% de los norteamericanos cree que Bush puede cambiar las cosas y un 39%, que todo seguiría igual en el caso de que éste ganara las presidenciales.

Los testigos se sitúan a ambos extremos. Pat Buchanan, sempiterno candidato a la presidencia, ha decidido abandonar las filas del Partido Republicano y presentarse desde el Partido de la Reforma, fundado hace unos años por el multimillonario texano Ross Perot, que se cansó ya de jugar con la política. Ralph Nader, presidente y fundador del grupo de presión Public Citizen (un lobby de los denominados de interés público), a través de su brazo en Washington, Congress Watch, se presenta como candidato independiente, apoyado por los verdes. Su experiencia en Washington, su popularidad como persona íntegra y defensor del pueblo frente al sistema político tradicional, hacen posible presagiarle un buen número de votos.

Las tropas están situadas. Las encuestas se han ido equilibrando. Actualmente presentan un igualado 47% de intención de voto a favor de Gore, cuya posición se sigue reforzando, y un 46% para Bush. Los otros dos candidatos se reparten los votos sobrantes, con una previsión que llega hasta el 5% en el caso de Ralph Nader, Buchanan prácticamente desaparece de las encuestas Buchanan. Ya sólo queda esperar estos seis meses que restan hasta el día de las elecciones. Confiemos en asistir a una campaña en la que, dejando de lado los tópicos tradicionales, se confronten nuevas ideas.

Profesor de Derecho Constitucional de la UCM. Subdirector de Estudios e Investigación del Centro de Estudios Constitucionales y Políticos. Asesor en el área de comunicación política.