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Mi reflexión versa sobre los métodos del poder, no sobre sus fines. Tampoco trato de juzgar, sino de describir, intentando ser objetivo. Pero observar el espectáculo de la realidad no impide desear que fuera otra: es cierto que referirse a convicciones morales hace sonreír a los cínicos. De esta manera Édouard Balladur, político francés que fue primer ministro (1993-1995) enmarca sus reflexiones en Maquiavelo en democracia. La mecánica del poder.

Con un estilo bastante francés —elucubraciones ambiguas con cierto aire intelectual— el político nacido en Esmirna en 1929 recupera, sin suscribir, la teoría política de Maquiavelo para explicar que en «democracia o dictadura, el objetivo continúa siendo el mismo: la conquista y la posesión del poder por todos los medios durante todo el tiempo que sea posible». En sus páginas se libra una reflexión lúcida y desencantada de la práctica política en el terreno democrático en el que incurren muchos factores que el político debe tener en cuenta para alcanzar la cima.

El teórico florentino del renacimiento, a quien se atribuye la frase «el fin justifica los medios» fue el primer consultor político que describió los métodos del poder: la lucha por su conquista es el enfrentamiento de ambiciones egoístas, nada más, aunque cuando escribe El príncipe simplemente intenta mostrar a Lorenzo de Médicis cómo debe desempeñar su labor si pretende reunificar Italia.

Cinco siglos más tarde, Édouard Balladur sostiene que, en el fondo, el objetivo continúa siendo el mismo: la apropiación del poder por cualquier medio, durante todo el tiempo que sea posible. Con la diferencia de que, cuando impera la democracia, el político ya no puede inspirarse en los dictadores. Ya no intenta —ni puede— dar miedo, sino que procura gustar, comunicar, hacer suyo al pueblo utilizando todas las armas de la seducción, como han hecho Blair, Clinton o Sarkozy. Aunque la voluntad de dominio le siga inspirando, los medios que se emplean ya no son los mismos. Referirse a las convicciones morales ciertamente hace sonreír a los cínicos, pero en democracia el poder no puede ser un fin en sí mismo. Conquistarlo para extraer de él la satisfacción y la exaltación del instante no es lo mismo que hacerlo para pasar a la Historia. Aunque a veces ambas cosas ocurren.

Un conocido consultor político, Dick Morris, autor de El nuevo príncipe, admite una mayor variedad de intenciones entre los políticos y distingue entre tres clases: los idealistas fallidos, que tienen una visión del futuro pero no consiguen comunicarla; los demagogos, que, no teniendo una visión del futuro, se contentan con halagar a su audiencia, y los idealistas astutos, que, teniendo una visión del futuro consiguen, además, comunicarla.

La clasificación de Morris entraña una jerarquía de valores. El «idealista fallido» es un ser moral, fiel a sus convicciones, que está dispuesto a esperar lo que sea necesario en el desierto de la indiferencia colectiva hasta el día en que sus conciudadanos terminen por comprenderlo. El «idealista astuto» también alberga convicciones pero las mezcla con el pragmatismo para hacerlas prevalecer. En cuanto al «demagogo», es un ser moralmente despreciable cuyo verdadero fin no es persuadir en dirección de la verdad, sino manipular en dirección del poder.

Édouard Balladur navega entre las tres posibilidades sin adscribirse totalmente a ninguna de ellas —quizá a causa de un realismo un tanto pesimista—, y se limita a transmitirnos un conjunto de recomendaciones sobre cómo ser lo más eficaz posible en un mundo que conjuga de forma extraña las apariencias y la realidad, el cinismo y las convicciones.

En una reciente entrevista a un periódico español, el ex primer ministro afirmaba: «La política sólo se justifica y se explica cuando nace del deseo de ser útil y de progresar. Pero, como la naturaleza humana es como es, uno enfrenta dos problemas diferentes: conquistar el poder y ejercerlo. En la conquista del poder, efectivamente podríamos hablar de escepticismo. Se puede decir que los hombres son siempre los mismos, en cualquier época y civilización. Por el contrario, si se trata del ejercicio del poder, el idealismo recupera todo su sentido. La conquista del poder sólo tiene razón de ser si se hace algo bueno con él, algo útil. Ese es el objetivo de mi libro».

Balladur parece querer nadar entre dos aguas: ni pretende ser Maquiavelo, dando así cuenta de las interioridades del poder y de lo que debe hacerse prescindiendo de toda consideración no utilitaria, ni tampoco convertirse en el abanderado de una política honesta y sincera.

Hay que agradecer al menos la naturalidad y la cierta sinceridad con la que este experimentado político desgrana sus pensamientos y experiencias en los que, sin mucha dificultad, se pueden reflejar los líderes políticos de nuestro país. Dos citas y una adivinanza. «La única excusa para su voluntad de poder, para la inmoralidad de los medios a los que se considera obligado a recurrir, es su devoción a la grandeza de la misión que ha escogido»; y, «¿Partir cuando todo va mal, cuando su andadura va de fracaso en fracaso? El político no se decide, vuelve a barajar las cartas convencido de haber sido víctima de la mala suerte, está seguro de poder superar la adversidad». ¿De quiénes habla Balladur? •