Tiempo de lectura: 10 min.

¿Se puede hablar de política y moral? No parece que a la calle le interese mucho este asunto, pese al esfuerzo que realiza una minoría, cada vez más minoritaria, en defensa de la ética. En el lenguaje coloquial, la suma de moral y política se despacha con el apodo de «conservadurismo» o el insulto de «fascismo», sin entrar a analizar la cuestión. Y sin conocer que la izquierda también está preocupada por la ética política, aunque el ejercicio del poder le haya hecho olvidar al PSOE algunos principios históricos fundacionales.

Frente a la indiferencia casi general, cabría señalar que en democracia no puede existir política sin moral. Aunque la moral no la dicta la política, y de ello hablaremos más adelante.¿Cómo andamos de moralpolítica en la España que inicia su andadura en el siglo XXI? Antes de entrar en materia me permito una digresión.

El pasado mes de junio, la Rosaleda del parque del Retiro merecía una visita. Estaban las flores hermosísimas bajo un sol de justicia. En una tablilla se podían leer sus nombres y procedencia, que en muchos casos era francesa y se asociaba a un actor de cine (Philippe Noiret), un cantante (Charles Aznavour), un personaje histórico (condesa du Barry) o un modisto (Yves St. Laurent)

Un jardinero dijo: «El mes de junio es el más apropiado para disfrutar de la Rosaleda». Seguramente el hombre tenía razón, pero analizando el jardín con ojos críticos se observaba que algunas flores habían pasado ya sus mejores días y estaban demasiado abiertas o un poco secas, al tiempo que la superabundancia de luz no era la más adecuada para disfrutar de sus colores. Había un exceso de exposición, como se dice en fotografía.

A la realidad española de los seis primeros meses de 2007 le sucede algo parecido que a las rosas del Retiro: su apariencia es más saludable que sus hechos. Tiempo después de que el presidente Aznar tuviese la osadía de afirmar que «España va bien», el presidente Zapatero ha hecho suya la frase tras la presentación en el Parlamento de un rosario de cifras económicas de buena factura.

La cuestión no se puede discutir: la economía va bien. Un crecimiento del 4%, e incluso algunas décimas más, no es para echar en saco roto. Sin embargo, también es verdad que se oyen voces críticas a propósito de los efectos malignos de este 4%, que desgraciadamente también los tiene, así como de la redistribución de esta riqueza, mientras crece el número de los analistas que pronostican un cambio de tendencia, que ya es patente con el fin de fiesta de la burbuja inmobiliaria. Algunos titulares de periódicos son verdaderamente pesimistas, como el que aseguraba a principios de verano que tres de cada cuatro promotoras quebrarán por el ajuste del mercado inmobiliario. Y añadía que un 35% de estas promotoras no podrá afrontar sus compromisos financieros tan pronto como en 2008.

Dicho así, se puede caer en la tentación de pensar que el optimismo se ha acabado, pero no es cierto. Todavía hay cuerda para rato. O, cuando menos, para «un» rato, ya que de momento se mantiene la «fuga hacia adelante». A este respecto, el de la ausencia de autocrítica y de toma de conciencia del inmediato problema, hay que decir que el Gobierno ha dado un mal ejemplo echando a doblar las campanas del entusiasmo económico, en la línea de aquel ministro socialista que fomentó y se enorgulleció del «pelotazo» para todos (Carlos Solchaga) y, en especial, de sus amigos. El dinero fácil y el «yupismo» hicieron bastante daño a la virtud del trabajo honrado, la preparación académica seria y el sudor de la frente.

eaqvd_img1.jpg

En otro orden de cosas, el Gobierno ha dado un ejemplo aún peor con su comportamiento irracional en su política antiterrorista en los seis primeros meses de 2007, desde el atentado en la Terminal 4 de Barajas el 30 de diciembre de 2006 hasta el cese de alto el fuego supuestamente «permanente» anunciado por ETA en los primeros días de junio de 2007.

Ha sido un mal ejemplo político que sus hechos. y moral al renunciar voluntariamente a reconocer que ETA había matado a dos personas; que se había reiniciado la «kale borroka»; que estaba en marcha una nueva campaña de «impuesto revolucionario»; y que los violentos se habían rearmado con el robo de más de trescientas pistolas y varios miles de kilos de dinamita. Todos estos datos eran ciertos, pese a lo cual el Ejecutivo les restó importancia en un último intento de mercadeo en busca de la paz, como ha reconocido el presidente Zapatero recientemente. Las protestas multitudinarias de las víctimas del terrorismo en la calle no sirvieron para nada.

El Gobierno no sólo minusvaloró la importancia del retorno a la violencia y la muerte sino que, en el último tramo de la «fuga hacia adelante», manipuló la justicia con la hospitalización externa del terrorista De Juana Chaos y con la indiferencia judicial que dio amparo a Arnaldo Otegi. La arbitrariedad de ambas medidas era tan burda que, inmediatamente después del anuncio del cese de la tregua, los dos personajes volvieron con premura a los calabozos, olvidando el ministro del Interior que hasta un minuto antes la Moncloa había defendido lo contrario, de la mano y la voz del fiscal general del Estado. En estos y otros casos, la actuación del fiscal Conde Pumpido en relación con ETA ha provocado la condena parlamentaria de los conservadores, que han exigido varias veces su dimisión.

Decía Gaspar Atienza en un número anterior de NUEVA REVISTA que «el actual gobierno ha pretendido introducir mayor carga moral a la política exterior a base de reducir sus ambiciones exteriores pero olvidándose de defender o promulgar los principios de la democracia y la libertad, principios que constituyen el verdadero fundamento moral de toda política exterior». Y señalaba también que «es una realidad constatada que desde 2004 el Gobierno español ha legitimado con sus acciones a gobiernos que, como los de Chávez en Venezuela y Evo Morales en Bolivia, han impedido el desarrollo democrático de sus países y relanzado el autoritarismo popular en América Latina».

Por la fecha en que el artículo estaba escrito, no tenía en él cabida el reproche ético y político de la secretaria de Estado americana, Condoleezza Rice, que el pasado mes de mayo se lamentó de la conducta oficial de España para con Cuba, al desatender las obligaciones contraídas con los sectores democráticos de oposición al régimen de Castro. El viaje de la señora Rice a Madrid fue de tan breve duración que el periódico El País, nada sospechoso de animosidad con el ejecutivo, finalizaba su editorial asegurando que entre España y los EEUU no sólo existen diferencias importantes sobre la isla caribeña, sino también sobre otras materias. Sin especificar.

Quizá la moralidad no está de moda. O no con esta terminología. O con ninguna. El auge de las ONG y del voluntariado (caso «Prestige», cooperadores, etc.), cuya saludable existencia todo el mundo reconoce, oculta sin embargo la pérdida de otros valores a los que se resta importancia. Por ejemplo, el valor del «esfuerzo personal» que se menosprecia en aras de un idealizado igualitarismo que no existe. Lamentablemente, los «igualitarismos por arriba» siempre terminan siendo «igualitarismos por abajo», como las propuestas educativas aprobadas recientemente que premian la ley del mínimo esfuerzo, rebajando la criba de los exámenes y el efecto escolar de los suspensos.

eaqvd_img2.gif

Por ejemplo, también, cada día pierde más importancia el «respeto a la intimidad de las personas», que se pisotea a todas horas en los medios de comunicación, tanto en los audiovisuales como en los escritos. Asuntos de tanta gravedad como la violencia doméstica o el robo multimillonario perpetrado por los ayuntamientos, y en concreto por el de Marbella, derivan en linchamientos salvajes de personajes públicos como la difunta Carmen Ordóñez o la tonadillera Isabel Pantoja, a quienes se persigue, se acosa, se insulta y se difama con absoluta impunidad. Programas como «El tomate», «¿Dónde estás, corazón?» o «Dolce vita» son particularmente Los «igualitarismos por arriba» abominables en este sentido. Tamsiempre terminan siendo bién lo son otro tipo de emisiones, «igualitarismos por abajo», como «Gran Hermano» o «La isla como las propuestas de los famosos», en las que se alieneducativas aprobadas ta la bajeza moral de sus protagonisrecientemente que premian tas, que alcanzan mayor notoriedad la ley del mínimo esfuerzo. cuanto más gritan, más protestan o llevan una vida más desordenada.

Por supuesto, esta no es una característica específica de nuestro país, ni siquiera de la vieja y decadente Europa, pero es uno de los escaparates del eslogan «España va bien». ¡Todo es fiesta! ¡Todo es entretenimiento! ¡Todo vale! O, quizá aún mejor, es uno de los espejos en el que los españoles nos miramos todos los días sin advertir su distorsión moral. Pese a la condena expresa del presidente de alguna asociación de prensa, como la de Madrid, los periodistas que manipulan esta degradación de la libertad de prensa y de la democracia se escudan en ellas para herirnos a todos, arrojándonos continuamente basura.

En los inicios de la integración de España en la Unión Europea, el profesor Fuentes Quintana -fallecido hace unas pocas semanas- salió varias veces al paso de los agoreros, asegurando que nuestra incorporación a Europa no sólo no había sido perjudicial para nuestros intereses, sino muy beneficiosa. Y ello pese a los desajustes, que los hubo y los sigue habiendo. Parafraseando al ex ministro, hoy se debe decir que la democracia nos ha llenado de venturas frente al rictus intolerante de la dictadura, pese a quienes la utilizan torticeramente para su beneficio particular.

España no es uno de los países con mayor violencia de género ya que ocupa el puesto 16 en Europa por número de mujeres asesinadas por sus parejas o familiares, y el 32 en todo el mundo, pero entre los años 2000-2003 se situó en segunda posición en porcentaje de ascenso de crímenes pasionales. También ha aumentado el número de crímenes cometidos por menores de edad, así como la reincidencia. Abriendo en la hemeroteca el periódico El Mundo al azar, algunos de sus titulares del día 14 de junio eran los siguientes. «Detienen a un joven por la muerte de sus padres y su hermano en Burgos», «Piden que declaren como imputados los escoltas del nigeriano fallecido», «Un joven mata a un amigo mientras jugaban a la play-station», «Pasa dos años en prisión por falso testimonio de agresión sexual», «La juez rectifica y encarcela al padre de la niña agredida en Salou» y «Procesan a los padres de Alba por maltrato». Y aún otro más: «Bermejo: La Ley del Menor ya se reformó», con el siguiente subtítulo: «El ministro de Justicia descartó la posibilidad de modificar la legislación para prolongar el internamiento de Rafita, uno de los tres menores condenados por matar a Sandra Palo».

La violencia protagonizada por menores ha ocupado muchas primeras páginas en los últimos meses. Y lo ha hecho no sólo con motivo de crímenes de sangre, que son los más graves, sino también en relación con las bandas, las drogas, el alcohol, los robos, la familia, la inmigración…, y la escuela. Ha entrado dentro de la normalidad social que los padres reclamen al juez el internamiento selectivo de sus hijos violentos, a los que se declaran incapaces de educar y soportar en casa (palizas incluidas), y también se contempla con relativa normalidad las protestas de profesores agredidos por sus alumnos. En Francia, el presidente Sarkozy se ha comprometido a devolver la autoridad a los maestros, mientras en España el debate no se ha iniciado todavía.

¿Es la moralidad una virtud exclusivamente religiosa? No, de ninguna manera, pero sin duda se entiende así porque la pérdida de moral social se acompaña de críticas a la Iglesia, a la que se le exige que permanezca al margen de los acontecimientos. Las declaraciones de los obispos y sus documentos son vapuleados sin contemplaciones y no pocas veces las críticas alcanzan al papa, quien defiende que el cristianismo y sus enseñanzas no deben reducirse al ámbito privado sino que deben respirar, y transpirar, en el público.

eaqvd_img3.gif

La oposición de la Iglesia al matrimonio homosexual o a la clonación médica no ha sido atendida en las esferas oficiales, donde incluso se ha hecho mofa del argumentario eclesial. Muy recientemente, con la entrada del verano, el congreso de diputados aprobó la Ley de Investigación Biomédica que conviete a España (tras el Reino Unido, Bélgica y Suecia) en el cuarto país europeo que autoriza la clonación terapéutica o generación de células madres genéticamente iguales a un paciente. Esta aprobación se produjo días después de conocerse que Japón y los Estados Unidos están trabajando en una técnica alternativa que debe permitir obtener células madre sin clonar un embrión.

Las relaciones entre la Iglesia y el Gobierno son malas o muy malas, aunque ninguna de las dos partes acepta abiertamente esta afirmación. El último enfrentamiento entre las partes se ha debido al rechazo, por parte de los obispos, de la asignatura Educación para la ciudadanía, que sustituirá en buena parte a la Religión a partir del nuevo curso escolar. La iglesia ha señalado que no le corresponde al Estado arrogarse el papel de educador moral y el Gobierno ha respondido que la nueva materia refleja las virtudes de la democracia, el voluntariado y la igualdad de sexos y razas, así como los distintos tipos de familia que existen en la sociedad actual o la diversidad de opciones sexuales. ¿Qué hay de malo en esto?, se pregunta el Ejecutivo.

La respuesta no se acomoda a la cuestión planteada y evita cualquier referencia a la pérdida de peso específico de la asignatura de Religión. El discurso del Gobierno no es moral, sino político, y se advierte a simple vista que utiliza sectariamente diferente lenguaje, lo que hace imposible la comunicación.

¿Son éstos los problemas que se asumen como tales en la España de 2007? No, apenas ninguno de los que hemos apuntado. Desde la perspectiva de la mesa camilla, las sombras que caen sobre el Gobierno Zapatero son de otro tipo. Ha finalizado ya el primer semestre de un año que, pese a todo, pensamos hemos vivido dulcemente, como si todo fuera bien. Lo hemos vivido adormecidos en el éxito de la gestión económica y en la apariencia de la normalidad. El hombre de la calle está preocupado por el coste de la vivienda, el trabajo, la inmigración, la sanidad, los precios y, últimamente, por el rebrote del terrorismo. Pero se mantiene el optimismo general.

De moralidad no se habla. Se da por supuesto que el Gobierno es moral y que vela por la moralidad de la sociedad. Lo amoral, se dice, es el asesinato, el robo, la pederastia, la violencia machista, la contaminación, la explotación del inmigrante…, y otra vez el terrorismo. Algunos principios morales clásicos están en crisis, como la convivencia sexual de los jóvenes, el consumo moderado de drogas o la pérdida de valores cristianos. Tampoco se habla del bien y del mal, porque se entiende que son categorías socialmente incorrectas. Sobre la verdad y la mentira, los políticos han creado toda una escuela de indefinición.

¿Es la sociedad española de 2007 más amoral que la de 1980, 1960 o 1940? Nadie se atrevería a afirmarlo. Muy al contrario, tenemos el convencimiento de que somos cada vez mejores, más sanos, aunque al mismo tiempo decimos que nuestros padres eran mejores que nosotros y ellos, a su vez, aseguraban que los suyos eran más rectos.

Termino el artículo con otra digresión floral. A finales de junio, el Jardín Botánico estaba muy hermoso. Entre los árboles, todos ellos formidables, destacaba por su espectacularidad el granado, todo él cubierto de flores rojas. Sin embargo, la mujer que vendía flores junto a la puerta no estaba de acuerdo. «¿Hermoso? No, ahora no está hermoso. Para comérselo a besos hay que venir a finales de marzo, o en la primera semana de abril, cuando las flores comienzan a abrirse. O bien, hay que venir en los primeros días de noviembre, cuando todo el jardín está cargado de ocres. Si lo admira ahora, es que se conforma con bien poco». Ya se sabe que nunca llueve a gusto de todos. Otoño o primavera. Fechas posibles de elecciones.

PERIODISTA