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La ofensiva israelí contra las fuerzas de Hamas en Gaza y sus consecuencias políticas puede exponerse como un argumento o guión (en el sentido cinematográfico) que relata ese drama de furia y sangre en tres escenarios sucesivos. El jurídico, el diplomático y el estratégico. La película de esos acontecimientos se estrenó el 10 de febrero, fecha de las elecciones generales de Israel. No ha gustado a todos, y su director ha sido muy criticado.

¿Qué tenemos en el plano jurídico? Un gobierno, el de Hamas, que durante dos años realiza ataques de baja intensidad contra su enemigo declarado, Israel; un gobierno que había sido elegido por todos los palestinos en 2006, y ahora en control sólo de la franja de Gaza. Los más rancios tratados del derecho de guerra y las modernas convenciones que lo modifican reconocen a los beligerantes el derecho a destruir los medios de guerra del enemigo y a imponer las penalidades necesarias al pueblo contrario para alcanzar los objetivos militares. Una parte sustancial del pueblo palestino de Gaza, lejos de ser población inocente, era beligerante. A Israel le asistían, pues, tres derechos: el de destruir los efectivos de combate de su enemigo, el de hacer pagar un precio por la hostilidad activa de una parte de la población y el de disuadir a Hamas mediante represalias. Las convenciones vigentes no son terminantes en el rechazo de las represalias, pues no ignoran su efecto disuasorio; tampoco han resuelto la cuestión de la proporcionalidad de las acciones de castigo, que se hace más aguda cuando los daños afectan a los inocentes desarmados. Parece que en Gaza hubo cientos de víctimas inocentes (al menos todos los niños fallecidos en los ataques israelíes). Es difícil de creer que estos inocentes y otros pudiesen haber sido declarados por los israelíes objetivo militar legítimo. Es probable, sin embargo, que haya habido casos de mala voluntad o negligencia de algunos militares israelíes, que las autoridades tienen la obligación de aclarar ante la opinión pública internacional.

La cuestión diplomática. La ofensiva israelí ha sido una señal dirigida a la nueva administración norteamericana, indicativa del grado de resolución de Jerusalén para actuar autónomamente. Dando por supuesta, claro está, la prácticamente incondicional garantía de seguridad de los Estados Unidos a Israel. En Gaza se ha dado otro ejemplo de esa constante micromanipulación de la política norteamericana, tan típica del comportamiento político-diplomático de todos los actores de Oriente Próximo. ¿Daños diplomáticos colaterales? Hay uno aparente: las tratativas sirio-israelíes para la devolución de los Altos del Golán a Siria parecen interrumpidas. Pero téngase en cuenta que Hamas, para Damasco, no es más que un instrumento de presión sobre Israel, seriamente debilitado ahora tras la ofensiva, por lo que probablemente Siria no tardará en tratar bajo cuerda con Jerusalén. Y otro daño cierto: el gobierno turco ha empañado el prestigio de que gozaba por sus esfuerzos mediadores entre Israel y Siria, y debilitado la influencia que ejercía en Jerusalén, Washington y en algunas capitales árabes. Todo ello debido a la pérdida de los papeles escenificada por el primer ministro Erdogan en Davos y a la agitación antiisraelí en Turquía. Esto no ha gustado nada a los militares turcos.

La secuencia estratégica. La debilitación, sin duda temporal, de Hamas será compensada, en el frente antiisraelí, por un aumento de la voluntad confrontacionista de Irán, como parece indicar el lanzamiento de un misil espacial efectuado a primeros de febrero y el reforzamiento de la inflexible decisión de Teherán de hacerse con el ciclo nuclear completo. Lo irónico es que el interminable juego de suma cero que han llevado durante sesenta años israelíes y palestinos, e israelíes y árabes, ha colocado a un país no árabe, más amenazador que cualquier otro árabe y más intimidatorio que Israel, en posición de piedra clave de la seguridad o la inseguridad del Oriente Próximo y del Medio Oriente. Felicitaciones a todos.

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El desenlace político. La operación militar no ha tenido el éxito esperado: ha habido represalia y disuasión, pero no destrucción de la capacidad de combate del enemigo. Como refleja el resultado electoral del día 10, parece que a una mayoría no le ha gustado el final de la película. El principal portavoz del exterminio radical de Hamás, el Likud de Natanyahu, y sus posibles aliados de derecha en la formación de un nuevo gobierno, alcanzaron 63-64 escaños del Knesset, mientras que la coalición gobernante liderada por Kadima y Tzipi Livni, la ministra de Exteriores, obtuvo 56-57. Dentro de esta coalición, el partido laborista, liderado por Ehud Barak, ministro de Defensa y estratega de la operación Gaza, ha recibido un fuerte castigo y ha descendido de 19 a 13 escaños.

¿Y qué opina este espectador después de ver la película? Pues esto: hasta ahora estábamos acostumbrados a ver a los palestinos dar vueltas a la noria de sus dramas y esperanzas, sin aliviar aquél ni alcanzar éstas. También Israel, después de Gaza y después del 10 de febrero, sigue aún dando vueltas a su propia noria.

Analista de Relaciones Internacionales