Tiempo de lectura: 11 min.

 

En octubre de 1900, con veintiséis años, es elegido diputado tory por el Distrito de Oldham.  Luego fue  diputado por Manchester, Dundee (que pensaba que iba a ser su escaño de por vida  y lo fue de desde 1908 hasta 1922) y Epping (rebautizado Woodford desde 1924 hasta su muerte en 1965).

Este fue el comienzo, de la más importante y apasionante carrera política que desde el siglo XX probablemente hemos conocido. El más longevo Parlamentario de la historia de Inglaterra mantuvo su acta en la Cámara de los Comunes, salvo una circunstancial ausencia de dos años, a lo largo de sesenta y cuatro años, superando incluso los sesenta y dos y medio de Gladstone. Eso le convierte en el más perseverante animal político que la historia ha conocido.

Pero, con su deseo de notoriedad a cuestas, lo que alguien denominó su “jactanciosa ambición”, así como una irreprimible impaciencia, hacen que, junto con otro jóvenes diputados tories, participase en una conspiración contra el Gobierno del Conservador Balfour con motivo de su extraño “giro proteccionista“. No le dolieron prendas en escribirle al propio Balfour y decírselo abiertamente: “Me opongo completamente a cualquier cosa que altere el carácter librecambista de este país (…) Soy un liberal Inglés. Detesto al partido tory, a sus hombres, sus palabras y sus métodos. Soy liberal en todo menos en el nombre“. Churchill podía ser muy agresivo en la descalificación, prejuicioso en sus opiniones sobre personas y situaciones. Así, en 1897, antes de entrar en el Parlamento, podía calificar a líderes del Partido Tory a los que ni siquiera conocía en esa época, como el citado Balfour, de “cínico lánguido, perezoso y ensimismado. Una figura decorativa del Partido Conservador”; a Curzon le llamó “el niño mimado de la política, henchido de presunción, insolente de éxito inmerecido, la personificación del pedante de Oxford“. Con estas y otras personas, tiempo después, llegó a tener una relación entrañable y a elogiar sus eximias cualidades políticas. Pero la gran mayoría de las personas que le conocieron no se dejaron influenciar por sus frecuentes exabruptos, porque creían que Churchill no era un hombre malintencionado.

En el año 1904 ocupó, con el gobierno Liberal de Campbell-Bannerman, su primer puesto en la Administración como de Subsecretario para las Colonias; posteriormente, siendo primer ministro Asquith, y con sólo 33 años, sustituyó a Lloyd George como Ministro de Comercio (el más joven desde el año 1866).

Conviene detenerse un poco en la relación de Churchill con Lloyd George, por ser inusualmente larga e ininterrumpida y por la profundidad de la huella que dejó en ambos. El galés, Lloyd George, con su genómica celta y once años mayor que Churchill, pertenecía a lo que se denominaba el Nuevo Liberalismo, caracterizado por un acentuado sentido del reformismo social. Lloyd George era el mentor de lo que se conocía como “el radicalismo constructivo”. Ya en Glasgow (en St. Andrews Hall) cuando estaba rompiendo con los Tories, Churchill pronunció un discurso contra la plutocracia que sintonizaba con esa línea política “Nadie parece tener en cuenta más que el dinero hoy en día. Nada tiene importancia salvo las cuentas bancarias: la calidad, la educación, la distinción cívica, la virtud pública, cada año parecen estar menos valoradas”.

Se ha especulado en muchas ocasiones sobre las superiores cualidades políticas de uno u otro. Para Jenkins fueron dos genios políticos, en el sentido de que tenían poderes excepcionales y originales que transcendían la medida puramente racional, aunque delimita con conocimiento las condiciones de cada uno.

Churchill tenía un propósito más fijo y más coherente (más principios y menos oportunismo) que Lloyd George. Pero Lloyd George era un orador más espontáneo y en ocasiones más persuasivo que Churchill. Lloyd solía meterse más en la forma de pensar de su público, era mucho mejor oyente que Churchill y, en parte como parte de su intuición celta, poseía una mayor comprensión de lo que pasaba por la mente de sus interlocutores. Churchill hablaba a sus oyentes con una cierta dosis de provocación; Lloyd George los envolvía. Churchill no era hombre que permitiera que se le desviara de un propósito político central, era más rígido; Lloyd George era más flexible.

Bajo la tutela política de Lloyd George, estos dos personajes fueron unos firmes aliados en la defensa de políticas sociales en el Gobierno de Asquith.

En línea con este planteamiento, y siendo Churchill Ministro de Comercio, escribió una relevante carta a Asquith en septiembre de 1908, donde desgrana una agenda social, tomando como modelo la organización social de Alemania. Así, cree que las reformas sociales deben perseguir, entre otras medidas: una bolsa de trabajo, un seguro de desempleo, implantar un seguro de enfermedad o la educación obligatoria hasta los 16 años. Siempre con su brillante lenguaje, le dijo a Asquith: “introduce una rebanada de bismarskismo en toda la cara inferior de nuestro sistema industrial y espera las consecuencias, sean cuales sean, con buena conciencia”.

Todas estas actitudes, sus banalidades, excesos, indiscreciones (ejercía una locuacidad ilimitada y refractaria al secreto), juicios apresurados, giros políticos coyunturales y radicales, errores, carencias, extravagancias, “su pendencierismo instintivo”, no ajeno a los antecedentes de Lord Randolf, devinieron en algunos períodos de penitencia y de una cierta exclusión política. Con todo, estos iban a tener un carácter eventualmente significativo pero no profundamente perjudicial para su carrera, ya que en Churchill siempre se impuso su energía desbordante, su fe en la voluntad y el optimismo, su gran capacidad de discusión, su perseverancia aun en el error, su relevancia como escritor, su singular autenticidad política, su inequívoco sentido nacional, con una permanente defensa de los intereses del Imperio. Y, sobre todo, siempre le acompañaba su infranqueable decencia, su claridad y densidad moral, que compensaban sus eventuales carencias microdirectivas. Como dejó escrito en su discurso de homenaje a Neville Chamberlain, en el día de su muerte (Otoño de 1940), “la única guía para un hombre es su conciencia, el único espejo para su memoria es la rectitud y la sinceridad de sus acciones“.

Como señala Simon Schama a propósito de esa heterodoxia política de Churchill, que extiende, en este caso, también a  Lloyd George, “ambos pusieron sus ideas políticas por encima de la lealtad al partido y fueron, en realidad, ideales no muy lejanos a los del liberalismo antimarxista  y la reforma social promovida por el Estado, combinación que en una época se consideró una anomalía en la lucha polarizada entre capitalismo y laborismo, pero que, un siglo después de su nacimiento a principios del siglo XX, en realidad es algo muy parecido a llegar a ser, al menos en Europa , rey del zeitgeist”.

Después del Ministerio de Comercio fue designado por Asquith como Ministro del Interior. Churchill destacó como reformador penal; aunque nunca fue un abolicionista respecto a la pena de muerte, sí fue un hombre que tuvo grandes problemas de conciencia sobre esta cuestión, y en cualquier caso fue un reformador social en cuestiones relacionadas con la prevención del número de accidentes de las minas o en la elevación del mínimo de edad necesario para trabajar en estas.

Las rutinarias obsesiones de Churchill eran favorecidas porque siempre miraba los problemas desde el lugar en el que se encontrara en esos momentos, lo que hacía de él un personaje alejado con frecuencia de la objetividad, rasgo que en bastantes ocasiones le jugó una mala pasada.

Churchill, que reconoció que, de todos los cargos de su vida política ese ministerio era el que menos le había gustado, no tardó en demostrar su carácter epicéntrico, siempre cerca del poder o de la acción, (preferiblemente de ambos), que mantuvo a lo largo de toda su carrera política. Había serias dudas en la opinión pública sobre si era un ministro de interior calmado y juicioso. Hay un episodio muy revelador de su forma de ser: se trata del episodio relativo a una banda de letones que, en el atraco a una joyería, mataron a dos policías y escaparon. Descubierto su paradero, Churchill no pudo resistirse a ir personalmente para ver el dispositivo policial con el que cercaron a los delincuentes. Allí se presentó, con su chistera y su elegante abrigo con cuello de astracán, y hay dudas si dio órdenes en el curso de la operación.  En cualquier caso, cuando la casa se incendió, el oficial del primer destacamento de bomberos pidió instrucciones a Churchill y se le dijo que la dejara arder. Al final se encontraron los cuerpos carbonizados de varios de estos ladrones. En esta convulsa Inglaterra llena de tensiones laborales en el sector industrial, Asquith pensó que necesitaba a alguien más predecible al frente de Interior.

En 1911, Churchill deja este cargo y pasa a ocupar el que más ambicionaba, el Lord del Almirantazgo. Como no podía ser de otra forma, fue un Primer Lord atrevido y controvertido. En el Almirantazgo quiso poner en práctica su política de “gran Marina”; quería que este factor constituyese el rasgo característico de su “identidad política” en este puesto. Es verdad que su alma de militar se excitaba ante la previsión de grandes conflictos militares, pero siempre tuvo temor a sus consecuencias. Nunca fue indiferente al sufrimiento humano y siempre, en sus estrategias y tácticas, buscaba que hubiese pocas víctimas. Se rodeó de alguna persona con evidentes rasgos de extravagancia, como Lord Fisher, del que Roy Jenkins dice “estaba discutiblemente medio loco, pero tenía una vena genial…”. En general se le consideraba el mayor administrador naval desde Nelson. Recuperado de su retiro por Churchill, eran delirantes la forma en que se despedía en sus largas y continuas cartas “suyo hasta quedar reducido a cenizas” o “suyo hasta que el infierno se congele”. Ambos sentían una asombrosa y casi indestructible fascinación el uno por el otro.

Siempre hiperactivo políticamente, buscó alianzas en el Gabinete con su amigo y protector Lloyd George, que era Ministro de Hacienda, y que comentó con gracia e inocente premonición que Churchill se había convertido en esos momentos en “una criatura acuática”. Pero era difícil contradecirle por su gran capacidad de discusión y polémica; como dijo Asquith tenía “un rayo en zigzag en el cerebro”. Otra de las figuras de ese gabinete era el cultivado e inteligente Ministro del Foreign Office, Edward Grey, con el que Churchill buscaba equilibrar el peso de Lloyd George, que le advirtió con intuición que “las luces de Europa se están apagando”.

Ya incursos en la Primera Guerra Mundial, y con el Gobierno belga evacuando Amberes, Churchill, en otra manifestación de su carácter epicéntrico, se desplaza a esta ciudad para conocer y ayudar a organizar la resistencia de Bélgica, asumiendo el papel oficioso de “Comandante en jefe Local”. Pero, llevado por el fragor de la batalla y de su compromiso personal, telegrafió a Asquith para sugerirle que le permitiera dimitir de Primer Lord y asumir oficialmente el cargo de Comandante en jefe en Amberes con todas las prerrogativas. Esto le hizo exclamar a su mujer Clementine que “había perdido el sentido de la proporción”. Como Lord del Almirantazgo iba también a desarrollar otra de sus características estratégicas  y personales más descollantes (el periferismo). Fue muy habitual a lo largo de la vida de Churchill que sus análisis políticos o militares siempre contuviesen elementos extremadamente originales y excéntricos. Sus brillantes “tours d’horizon” ampliaban las perspectivas de sus análisis hacia terrenos desconocidos. Así, cuenta Jenkins, que cuando a principios de 1915 la Primera Guerra mundial se situó ante un impasse, Churchill propuso una alternativa atrevida e imaginativa que era la de forzar la apertura de una ruta por los Dardanelos con objeto de introducir la flota británica en el mar de Marmara, con o sin una ocupación por parte del ejercito de la península de Gallipoli, induciendo, por la penetración hacia el Cuerno de Oro, a que el Gobierno turco tuviera que pedir la paz, al tiempo que se involucraba en la guerra con el bando aliado a Grecia, Bulgaria y Rumania.

La operación fue un desastre porque el error de Churchill fue no plantear una operación naval y militar integrada, sino decantarse por otra preponderantemente naval y cuya consecuencia se resume en cientos de miles de tumbas británicas, lo que constituye por sí solo un elocuente testamento.  Churchill siempre argumentó la carencia de un poder supremo en el operativo militar que impedía tomar decisiones rápidas y eficaces. Los Dardanelos reforzaron la imagen de Churchill como un cierto peligro público y también constaron su impopularidad (causaba aversión en los Tories y tenía la oposición de gran parte de su partido). Asquith, que le tenía consideración y afecto y que fue víctima por parte de Churchill de una crítica inmerecida e implacable, le mantuvo como Canciller del Ducado de Lancashire, lo que le permitió seguir siendo miembro del Gobierno y del Consejo de Guerra (cargo del que dimitió a los cinco meses). Pero su obstinación por librarse de “la carga paralizante” de los Dardanelos resultó ser para él una auténtica obsesión. Estaba desesperadamente ansioso de que lo ocurrido en Dardanelos desapareciera de su reputación, o al menos compartirla con todo el Consejo de Guerra. Tenía muy claro que, mientras fuese contemplado como un hombre culpable, tendría difícil volver al Gobierno, y estaba obcecado con que se publicasen los documentos claves referidos a Dardanelos. Asquith creó una comisión de investigación sobre este asunto de la que se haría cargo el Conde de Cromer. Esta comisión de alguna forma le permitió mejorar su reputación, pero al no dictarse una resolución final antes de finales de 1916, se precipitó la caída del gobierno de Asquith y fue sustituido por un gobierno de coalición con los conservadores presidido por Lloyd George, estando Churchill, en ese momento, fuera de juego.

Si Dardanelos es un hito importante en la biografía de Churchill, que en la mayoría de las ocasiones hubiera enterrado a cualquier político, su recuperación política nos permite mantener una sucinta conexión con su hilo biográfico, para volver en el tramo final de este escrito con el inicio del mismo, es decir con su designación como Primer Ministro en Mayo de 1940. Pero antes hay que dejar constancia, de las los hechos más relevantes en la vida de Churchill desde los Dardanelos hasta  su momento estelar.

En el verano de 1918 empezó a cambiar la fortuna de Churchill. Pese a la fuerte oposición de los conservadores, 26 meses después de ser excluido del almirantazgo, y cuando quedaban 16 meses para el fin de la guerra, Lloyd George le nombró Ministro de Armamento, salvando, decisivamente, su carrera política. Le quería en el gobierno “por su fértil mente, su indudable valor, su incansable laboriosidad y su meticuloso estudio del arte de la guerra”.

Lloyd George convocó en 1918 elecciones después del triunfo de los aliados, concurriendo los liberales en coalición con los conservadores, pero superando estos a los liberales en las listas en la proporción de dos y medio a uno. Los efectos de la guerra, la incipiente aparición de alguna de las nuevas ideologías que iban a marcar el siglo XX y el acelerado reforzamiento del partido laborista, que actuaba ya como correa de transmisión de los sindicatos, y que recogía la necesidad de una mayor protección social demandada por los ciudadanos después de la guerra, provocaron que el partido liberal se encaminase hacia un papel no relevante en la política británica. Fue el comienzo del fin del viejo partido liberal que desde su constitución formal en Willi’s Room en junio de 1859 y hasta finales de 1916, había gobernado treinta y dos de los cincuenta y siete años transcurridos. En cualquier caso, Churchill fue designado Ministro de la Guerra (también sirvió a ese gobierno en el Colonial Office), en el nuevo gobierno de coalición de Lloyd George, después de la Gran Guerra. No había perdido el instinto político, y desde el primer momento se lanzó a un “abnegado intento de estrangular, casi al nacer, el régimen bolchevique en Rusia”, que ya predecía como un desastre para Rusia y una amenaza para el mundo. Su inequívoca estrategia de confrontación con los bolcheviques acentuó sus diferencias con el Partido Laborista y todo ello le situó en posiciones cercanas al Partido Conservador, perdiendo su escaño por Dundee en 1922.

Ciertamente Churchill, por temperamento, cosmopolitismo, libertad de espíritu, elitismo intelectual, afinidades personales y culturales y estilo social encajaba mejor en los círculos del Partido liberal que en los del Partido Conservador, más predecibles y pomposos, más parroquiales y estrechos. Además, su mujer Clementine era claramente liberal, y lo eran también sus amigos más próximos como los Asquith, su hija Violet Bonham-Carter o el propio Lloyd George.

Pero en 1922, ante el nuevo estado de las cosas, Churchill ya soñaba con ser la referencia del sector liberal dentro de un Partido Conservador nuevo y distinto. Su camino, “sin cargo, sin partido, sin escaño y sin apéndice“, como comentó después de sufrir una aparatosa operación de apendicitis por esas fechas, no iba a ser fácil. Otra vez las tentaciones proteccionistas del Partido Conservador de Baldwin eran para él infranqueables y la sola amenaza  de que  el librecambismo pudiera ser cuestionado, le retenía en la causa liberal como “un viejo soldado“.

Su entrada en los aledaños del Partido Conservador en esos años vivió algún intento fallido, al presentarse con la etiqueta de “independiente y antisocialista“, aunque con el apoyo de los tories, por Abbey, recorriendo el West End, haciendo campaña en un viejo autobús con un trompetista. Nuevamente lo intentó en Octubre de 1924 (dos años después de perder su escaño por Dundee), consiguiendo salir diputado por Epping (suburbio del Londres medio rico), bajo el manto protector del Partido Conservador pero como candidato independiente, bajo el membrete de “constitucionalista“. En el gobierno que forma Baldwin después de esas elecciones, le nombra Ministro del Tesoro, consiguiendo la aprobación del Presupuesto hasta en cinco ejercicios.

Es ilustrativo, en la tarea que pretende este artículo de descifrar su personalidad, cómo respondió a la Huelga General en que derivó la huelga del carbón en aquellos años. Para combatirla puso en circulación una publicación oficial en desuso, la “British Gazette“, desde la oficina del Morning Post y utilizando la maquinaria requisada de este periódico, con una tirada de 2.200.000 ejemplares. Según cuenta Jenkins en su biografía, iba de un lado a otro de las oficinas del Post, instruyendo a los redactores y “cambiando comas y puntos“. En sede parlamentaria al final de la Huelga, dijo “tengan absolutamente claro que si alguna vez vuelven a soltarnos una Huelga General, nosotros le soltamos otra vez la British Gazette”. Jenkins otorga a este gesto una relevancia simbólica, al considerarlo emblemático del carácter y la determinación de Churchill, de su espíritu desafiante y temerario y lo considera un anticipo de ese ánimo indomable que en el terrible verano de 1940 le hizo dar “el rugido del desafío del león”. Con frecuencia, en esos tiempos, Churchill recurría a soluciones agresivas ante problemas difíciles.

Después de su paso por el Tesoro (1929) y de su salida del gobierno de Baldwin, que había perdido las elecciones ante el laborista Ramsay McDonald, Churchill iba a pasar su conocida travesía del desierto. Casi once años alejados de cargos públicos, aunque mantuvo siempre su escaño en la Cámara de los Comunes por Epping.

Ni siquiera en sus años de más vertiginosa y fructífera actividad política, dejó nunca de escribir con gran energía literaria y laboriosidad. Pero en estos años se dedicó con mayor intensidad si cabe a esta tarea. Siguió publicando, a partir de su tercer volumen, The World Crisis, My Early Life, The Aftermath, la reconocidísima Marlborough, etc. Una anécdota, curiosa y significativa, de la exigencia de su disciplina, de su carácter hiperactivo pero también sistemático es la carta que escribió desde Chartwell a Baldwin,  dando cuenta de su verano, después de dejar el gobierno: “He pasado un mes delicioso, construyendo una casita y escribiendo un libro: 200 ladrillos y 200 palabras al día“.

Presidente del Consejo de Administración de Telemadrid. Del Consejo Editorial de Nueva Revista