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Silencio, por favor, empezamos». Suena una música de película de miedo, con acordes propios de momentos de peligro.

Flashes de fotos. Parecen tiros en el silencio de la noche. Son las once de la noche del miércoles día 3 de julio. De pronto se oye sobre el escenario la voz sentida, preocupada y dolida de José Luis Patiño, el actor que representa a Tomás Moro en «Tomás Moro, una utopía».

Dice Patiño-Moro:

«Pensamos que la muerte está lejos de nosotros, pero se esconde en el fondo de nuestro corazón. Morimos poco a poco, y en un solo instante dejamos de existir».

«Tomás Moro, una utopía» se estrena mañana, viernes día 5 de julio, en el Festival de Teatro Clásico de Almagro, en concreto en el escenario natural que forma la hermosa Plaza de Santo Domingo.

Patiño pide que se afloje la música, está muy fuerte y eso no era lo convenido. Le molesta mucho. Se desconcentra.

Empieza otra vez la escena.

Repite:

«Nos divertimos y pensamos que la muerte está lejos, lejos, pero se esconde en el fondo del corazón. Morimos poco a poco, y en un solo instante dejamos de existir, como se acaba una lámpara cuando se acaba el aceite».

Se oyen voces de gente sufriente en el patíbulo, proyectadas en la pantalla de fondo, sobre las tablas. Estamos en la Inglaterra de Enrique VIII, donde las decapitaciones era uno de sus deportes favoritos, empezando por las de sus propias esposas.

Sigue Patiño-Moro, todavía ajeno a que a él también le cortarán el cuello:

«De manera que nada mata. Y sin embargo a la vez la muerte existe, y así, ahora, mientras hablamos, estamos muriendo… Los hombre son perezosos con la salvación de sus almas y se vuelven diligentes cuando menos falta hace» (esto último lo pronuncia a voz en grito).

«Vale, hasta aquí», interviene Tamzin Townsend, la directora de «Tomás Moro, una utopía».

Repica un piano. Son notas de una obra de cabaret que nos retrotraen a los años locos veinte del siglo pasado.

Entra en acción Richard Collins-Moore, el cómico que actúa de Historiador, para poner en contexto la trama. Recita, con soltura, vestido de traje claro de chaqueta y con una corbata naranja. Todos están empapados en sudor. Recita, pues:

«Acaso el retrato más famoso de Tomás Moro es el que Hans Holbein (se proyecta detrás, en la pantalla) hizo para él en 1537. El realismo de la obra es tan estremecedor que tiene uno la impresión de que Moro va a volverse al espectador. No hay aquí embellecimiento artificial de ningún tipo. La nariz de Moro es grande, su mentón mal rasurado, el cabello despeinado lucha por escapar de la prisión del gorro. Es este retrato el que mejor transmite la serena intensidad del personaje. Los detalles son minuciosos: el brillo de la seda en las mangas, la rosa de los Tudor sobre el pecho, el papel doblado en la mano».

De nuevo interviene Tamzin Townsend: «Bien, hasta aquí».

Pasan unos minutos. Vamos a la última píldora.

Habla Townsend: «¿Qué tal, Patiño? ¿Preparado?».

«Venga, con alegría», apunta un actor del reparto.

Townsend: «¡Un, dos, tres!»

Flashes otra vez ininterrumpidos.

Moro-Patiño se dirige a su familia, sentada en un banco, a la izquierda del escenario. Canta con Richard Collins-Moore:

«En la arboleda verde

sesteaban

los pájaros (toca la flauta),

cantaban por doquier,

soñaba con la dicha y con el juego

pues en la juventud está el placer.

La juventud se paseaba

aquí, y allá, a mi lado.

Pero desperté

y vi que ya no era así

que ya no estaba.

Pues en la juventud está el placer.

Desde entonces mi corazón se empeña en la esperanza de volverla a ver.

Ella es su alegría y su deleite.

En la juventud está el placer».

Son las doce de la noche en Almagro y no está ni muchos menos claro que en la juventud resida el placer. Una legión de filósofos podría puntualizar ese pensamiento.

Con la madrugada, en Almagro el calor ha remitido algo. Los actores aprovecharán para seguir ensayando todavía un buen rato más, hasta las tres.

Las botellas de agua van y vienen. Un almagrense comenta que hay que llevar cuidado con las lipotimias. A él le dio una el año pasado y le dijeron que fue un síncope vasovagal.

Tamzin Townsend subraya que ha querido mostrar tres aspectos de lo que se representará el viernes: la muerte que acecha a Moro, cercado cada vez más por un brutal rey Enrique VIII que solo piensa en satisfacer todos sus placeres; el papel del Historiador, que hará que el espectador de hoy no se pierda ante una obra tan densa y rica de contenido, y la jovialidad y la alegría que reinaba en la familia del autor de «Utopía».

La escenografía es sencilla. Según Townsend, la encarna un «bear pit», es decir, un foso de osos, con postes de madera y pinchos que en principio podrían ser árboles para la diversión de los animales. Pero son también símbolo de las salvajadas contra el que llegó a ser canciller de Inglaterra… foso de osos y Tomás Moro porque era una figura pública, siempre expuesta: como un oso en un zoo, al que finalmente se le abate porque se le considera un enemigo, «el» auténtico enemigo. El enemigo real por permanecer fiel a su fe, a su conciencia y al Papa.

Director de «Nueva Revista», doctor en Periodismo (Universidad de Navarra) y licenciado en Ciencias Físicas (Universidad Complutense de Madrid). Ha sido corresponsal de «ABC» y director de Comunicación del Ministerio de Educación y Cultura.