Tiempo de lectura: 21 min.

Ha estallado la guerra en Europa. ¿Qué sentido tenía para un intelectual español de campanillas, en 1624, adepto a una cátedra en la universidad de Valladolid o Salamanca, emprender un viaje al epicentro de una guerra que iba a durar tres décadas?

La guerra empezó en 1618 con la defenestración en el Castillo de Praga de tres funcionarios imperiales. Pero lo que empezó como conflicto regional acabó desatando “la primera conflagración general europea”, según dijo el historiador Jaime Vicens Vives.

Rodrigo de Arriaga sabía lo que estaba pasando. ¿Tenía sentido irse a Bohemia a elucubrar sobre el sexo de los ángeles, cuando en Centroeuropa sonaban tambores de guerra por doquier y se empezaba a diezmar la población checa?

Tal vez sí, pero hubo otros criterios que le impulsaron a ir adelante. Para Arriaga tenía sentido el salto a un mundo casi desconocido, al “país de las historias”. Y, en el caso de que sintiera respeto por lo que se avecinaba, encontró argumentos para acallar sus reservas. El hispanista e historiador checo Josef Forbelský dice que el logroñés viene cargado de complejo de superioridad. Como súbdito de Felipe III y miembro de la Compañía de Jesús, entra en Bohemia por la puerta grande. ¿Acaso no gobiernan aquí familiares de los monarcas españoles?

Se han consolidado en el trono tras el episodio de Montaña Blanca, que cambió el destino del reino. Fernando III de Habsburgo, que tiene el patrocinio sobre la Universidad Carolina, pone y quita a su gusto. Y encomienda a los jesuitas la gestión de la corporación académica. Y siente tanta predilección por los discípulos de San Ignacio que ficha a Arriaga, no sólo para la universidad, sino para enseñar lengua castellana a su hijo.

Veía como su segunda patria se desgarraba con pestes y destrucción. Él lo consideraba un escarmiento, permitido por Dios, por los errores pasados. Arriaga aprendió una nueva lengua, que llegó a hablar con fluidez. Su correligionario Bohuslav Balbin dice que predicaba en checo de manera edificante.

Arriaga participó en la disputa teológica para contrarrestar el jansenismo

Apunta otro profesor de la Carolina, el teólogo Václav Wolf, que Arriaga era un jesuita “típico” de su tiempo. Eso suponía participar intensamente en las disputas intelectuales más en boga. Quiso sobre todo contrarrestar el jansenismo. Esta era una corriente de pensamiento iniciada por el sacerdote belga Cornelio Jansenio que negaba la capacidad del ser humano para escoger bien. ¿Por qué? Porque está viciado por el amor propio. Era como decir que el hombre no tiene libre albedrío, y que sólo busca su propio interés. Cualquier virtud es sólo apariencia, fachada, máscara, ya que lo que el hombre hace en el fondo es buscarse a sí mismo. Para Jansenio nacemos con ese defecto de fábrica. Y una de las consecuencias es tender siempre a lo más placentero. Estamos predeterminados. La pregunta que se hacen hoy algunos estudiosos, como el profesor Jacobo Schmulz de La Sorbona, es si Jansenio fue precursor de Freud.

Arriaga se empeñó en combatir cualquier brote de jansenismo que asomara por Praga. Esa corriente trató de echar raíces en algunas instituciones académicas de la capital bohemia, pero a la larga no prosperó. Y los checos quedaron libres del jansenismo.

Videre Pragam et audire Arriagam

No quiero seguir adelante sin aclarar una cuestión. ¿Tiene hoy el pensamiento de Arriaga alguna relevancia? Parece que en círculos académicos checos ha recobrado actualidad gracias a intelectuales como Stanislav Sousedík y Václav Wolf. Los trabajos de este último abordan el desarrollo del pensamiento teológico en la Universidad de Praga, donde Arriaga ocupa un puesto destacado.

¿Qué piensa hoy el mundo sobre él? ¿Qué grado de interés despierta en la comunidad académica internacional? Con intención de despejar esta incógnita tomé un tren hasta České Budějovice, más conocido como Budweis. Un lugar con resonancias cerveceras. En noviembre de 2016 se celebró aquí un simposio internacional sobre Pedro Hurtado de Mendoza. Es un jesuita español de la época de Arriaga. Escolástico barroco y maestro del logroñés. Son muchos los nexos entre ambos. Por eso sus nombres figuraban en el título de varias ponencias.

Por cierto, que Budweis fue una de las ciudades que Arriaga visitó en sus periplos por el país. Y ahora esta ciudad ha querido volver a honrarle. Y es que, con el paso de los días del logroñés en Centroeuropa se acuñó una frase, que luego ha quedado para la posteridad: Videre Pragam et audire Arriagam. Algo así como que “ir a ver Praga y a oír a Arriaga”. Un piropo a la ciudad y a uno de sus hijos adoptivos.

Francisco Suárez, Hurtado de Mendoza o Arriaga, ayudaron a abrir el pensamiento escolástico al mundo de las nuevas ideas

Uno de los ponentes del simposio, el mexicano David González Ginocchio, profesor de la Universidad Internacional de La Rioja, explica que estos hombres del comienzo del barroco, como Francisco Suárez, Hurtado de Mendoza o Arriaga, ayudaron a abrir el pensamiento escolástico al mundo de las nuevas ideas. Era otra realidad, pues había que verse las caras con los protestantes, con lo que esto implicaba de ruptura del concepto de una cristiandad monolítica. Había también que afrontar el problema de los indios y depurar el concepto de los derechos humanos. Luego estaba el asunto de la aparición del Estado Nación.

Ginocchio está más interesado en los fundamentos de la filosofía práctica y en cómo estos autores toman la tradición medieval y la adaptan a los nuevos tiempos en política y teoría jurídica. Porque son con ellos, con los escolásticos barrocos, con los que están discutiendo célebres intelectuales como Hobbes, Leibniz y el mismo Descartes. Y no sólo dialogan con los jesuitas Hurtado de Mendoza y Arriaga, sino que los admiran. “Uno puede leer a Hobbes, Leibniz y Descartes y encontrarse con ideas fantásticas, pero Hobbes y Leibniz con quien están discutiendo es con estos autores”, asegura el mexicano.

Como botón de muestra cabe mencionar el conceptualismo, esa forma de explicar la realidad a partir de marcos conceptuales situados en el entendimiento, es decir, poniendo el origen del conocimiento en la mente humana, y no en el contacto de los sentidos con la realidad que nos envuelve. Los expertos hilan más fino y dicen que esta teoría filosófica es un punto intermedio entre nominalismo y realismo. Algo que se escapa al alcance de estas líneas, pero que fue desarrollado por pensadores como Arriaga. Una forma de entender las cosas que, sin duda, fascinó a Descartes y explicaría su admiración por el logroñés.

Y Ginocchio añade: “En filosofía, Hobbes y Leibniz son los que van por la línea fuerte, pero son estos (Hurtado, Arriaga, etc.) los que están en la Universidad, formando políticos, obispos, etc. Y son los que hacen el trabajo duro de adaptar toda la tradición medieval a la nueva época. Son ellos quienes ven el problema, adaptan el problema y lo entienden”. El problema es seguir edificando el saber a partir de lo que ya conocemos, afrontando esta tarea teniendo en cuenta las nuevas percepciones y los nuevos temas que interesan, pero sin despreciar los hitos logrados por los antiguos.

El estudioso mexicano utiliza aquí, como símil, las “teorías constructivas en Educación”. Estas son un proceso dinámico de aprendizaje por el cual el alumno, dotado de unas herramientas, puede construir sus propios procedimientos para resolver un problema, de forma que sus ideas se modifiquen y siga aprendiendo.

Volvamos a describir el problema con ayuda de otro de los participantes. Jacobo Schmutz, profesor de La Sorbona, dice: “La metafísica de Arriaga, como la de Hurtado, nos permite pensar otros tipos de objetos y de problemas. Nos permite pensar problemas de fundamentación de los objetos matemáticos, el mundo de la naturaleza en una forma cuantificada. Estos son cosas muy distintas. No hace la metafísica débil. La metafísica es siempre metafísica, es una descripción de los constitutivos fundamentales del mundo, del ser –en vocabulario ontológico–. Una metafísica tomista puede explicar seguramente el ser creado, si a uno le interesa esto. Pero la metafísica escolástica moderna nos permite entender un poco mejor los constitutivos esenciales de objetos conjuntos, de objetos materiales, objetos matemáticos, en formas que no son posibles en la tradición”.

La cita de Schmutz plantea claramente una encrucijada, consecuencia de un problema. Y el problema surge cuando ese sistema operativo llamado vieja escolástica no se actualiza y tiende poco a poco a desvirtuarse. No es que se llene de virus, sino que la memoria operativa se consume en rutinas inútiles, que impiden que el ordenador funcione, es decir, que la filosofía sirva a su fin. Los “software developers” de ese proceso se encerraron en sí mismos, como en un bucle. Quedaron atrapados en sus silogismos –en sus viejas lógicas–, cuando en realidad el mundo estaba cambiando.

El sistema se estaba quedando anquilosado porque surgían nuevas lógicas o, mejor, otros objetos de conocimiento que requerían un modo diferente de pensar. Un mundo de nuevos usuarios empezaba a buscar respuestas a nuevos interrogantes. No se interesaban tanto por lo que se había planteado hasta entonces, donde predominaba, según Schmutz, “la tradición causal jerárquica de la creación”.

Dicho también con palabras del profesor francés, “la filosofía y teología tardo medieval no entienden una concepción causal jerárquica del universo, que ya empezó a abandonarse en el siglo XIII”. Schmutz se refiere a la teoría de la participación, desarrollada por Platón. Esta teoría hace referencia a la relación que existe entre las ideas, eternas, perfectas e inmutables, y el mundo material, perecedero, imperfecto y mudable. Las ideas son, por un lado, el modelo y la forma o esencia de las cosas materiales; por otro lado, son el fundamento de los conceptos mediante los cuales conocemos la realidad y nos permite ordenar el mundo en su dimensión lógica y científica. El orden de participación de las cosas materiales en las ideas hace posible el conocimiento racional por conceptos que responden a la realidad del mundo. Los conceptos universales se forman, según esta filosofía, a partir de la experiencia, por abstracción de las formas comunes en las que participan las cosas materiales. ​

Lo que ocurre, según apunta Schmutz, es que “la teoría de la participación está vinculada a una concepción neoplatónica del universo, basado sobre la idea de una causalidad divina, que baja en varias etapas hasta las últimas criaturas materiales”.

Conexión entre la escolástica y la teoría del conocimiento

Frente a eso, añade el galo, “la escolástica europea desde el siglo XIII ha ido basándose más sobre una teoría del conocimiento, de lo que puede conocer la mente, y abandonando un poco esta idea de la eficiencia jerárquica”. Más que en desarrollar todas las implicaciones posibles del hecho de que Dios creó al hombre y la naturaleza, interesa más la crítica del conocimiento.

Es decir, que se produce “un cambio en la práctica de la filosofía”. Y son esos aires de cambio los que inspiran a Hurtado y Arriaga, para tratar de encontrar la forma de integrar la sabiduría antigua con la sensibilidad moderna. En el prefacio de su curso de filosofía, el mismo Arriaga dice: “En el presente libro pienso versar no tanto los problemas teológicos…, como las cuestiones que surgen al investigar el mundo natural que nos circunda”. Simplemente, no le interesa hacer un estudio de Dios a partir de la razón.

Contemplar la realidad para ver en ella sólo los destellos del Creador podía bastar a los buenos monjes que hacían vieja escolástica. Por eso la teología era para ellos la reina de las ciencias, y todos los saberes confluían en ella. Pero los nuevos intereses se dirigen a objetos matemáticos y virtuales, no solamente a Dios y los ángeles. Y la lista de esos objetos virtuales sigue creciendo hoy en día con la llegada de Internet y “La nube”.

A partir de la época moderna, que arranca con Dante, Leonardo, Miguel Ángel y Galileo y otros, comienzan a interesar también posibles determinaciones de nuestro comportamiento, la subjetividad, las relaciones humanas. Tal vez hacían falta otras herramientas para describir estas realidades horizontales. Antes acapararon protagonismo las verticales, la relación con el Creador, como se demuestra en el arte y arquitectura de las catedrales góticas. Con el tiempo, al tomismo no le queda más remedio que evolucionar hacia el neotomismo. Eso ocurrió en el siglo XIX. Pero dos siglos antes, la adaptación de la vieja escolástica es intentada por los hombres en torno a los que giró el simposio de Budweis.

¿Tenía sentido que el jesuita Arriaga, cuatro siglos después de Tomás de Aquino, arremetiera contra el tomismo y hablara de la escolástica, o esa forma de hacer filosofía en el Medievo, como un “razonamiento tan precario”? En realidad, no se trataba sino de un deber inevitable para un intelectual honrado. El de intentar encontrar esas nuevas formas de explicar un mundo cambiante. Formas que resultaran más satisfactorias que las anteriores.

Pero hay que matizar la crítica que hace Arriaga. Remito a Ginocchio: “De alguna manera hubo que adaptar el tomismo a realidades nuevas, y eso supone, más que romper con el tomismo, el deseo de recuperar el método del tomismo, el interés de Tomás de Aquino por la verdad, por la especulación, y cómo adaptarla a los problemas modernos”. Dicho con otras palabras: “Más que rompimiento, veo rompimiento con las tesis anquilosadas, pero no con el método del tomismo”, aclara el mexicano.

Antes de terminar con Ginocchio, quiero mencionar otra cita de la entrevista, que confirma el atractivo que tiene hoy el pensamiento tomista. El mexicano aseguró que “en el mundo anglosajón se está recuperando mucho la influencia de la Escuela de Salamanca, por ejemplo en Economía. O, en las teorías de los derechos humanos, se está viendo cómo surgen aquí (en la universidad salmantina)”. Y también mencionó la teoría del derecho moderno, que surge del trabajo intelectual y pedagógico del dominico Francisco de Vitoria en Salamanca, donde también destacó el jesuita Francisco Suárez. “Son muchos puntos en los estamos aprendiendo a escarbar en lo que construyeron estos”, apostilla Ginocchio.

Sólo añadir que las “tesis anquilosadas” a las que se refiere este estudioso se han generado en un contexto muy particular. Aquí los términos Europa –con todo lo que entraña de civilización y desarrollo intelectual– y Cristiandad son intercambiables. Prueba de ello es que se utilizan indistintamente en la correspondencia diplomática de la época, donde era moneda común referirse a la Cristiandad al hablar de Europa. Entiendo que la razón estriba en un hecho constatable. Desde el Medievo, en las universidades europeas la ciencia es elaborada y transmitida por monjes y frailes, convencidos que su actividad es totalmente compatible con la razón. Es decir, que el cristianismo aporta un caldo de cultivo y, sobre todo, manos para el desarrollo científico. Y también da sentido de unidad a ese trabajo. Una unidad que creen irrompible.

Pero las cosas empiezan a tambalearse cuando entran otros actores profanos en escena. Tipos a los que las elucubraciones sobre el sexo de los ángeles les importan un pimiento. Y también cuando surge el protestantismo y los Estados Nación en la Edad Moderna. La religión deja de ser argamasa que mantiene unido el edificio, y pasa a ser arma arrojadiza. Antes se lucha por un territorio o por el simple dominio continental. Ahora empieza a lucharse por otra visión del mundo, algo que llega a su apogeo con la Ilustración y la Revolución Francesa, que niegan lo que se había conseguido hasta entonces. Y tratan de aniquilarlo. ¿Era necesario un cambio tan drástico?

Los actuales gestores de la UE parecen liderar un proyecto basado en esas mismas premisas antropocéntricas

Además de buscar una justa independencia del actuar humano, la Ilustración busca implantar un nuevo orden de ideas, en este caso antropocéntrico y “antideico”. Se quiere reconstruir una nueva humanidad con el hombre como único referente. De ahí surgen ismos como hegelianismo, positivismo, marxismo, fascismo y nazismo, entre otras ideologías, algunas de ellas de cuño totalitario y excluyente.

Los actuales gestores de la UE dan la impresión de liderar un proyecto común basado en esas mismas premisas antropocéntricas. Han dado muestra de ello al rechazar el enunciado sobre las raíces cristianas de Europa en el preámbulo de la abortada Constitución europea. Y también al insistir en nuevos derechos (a la vivienda, al trabajo, a la salud, a la recreación, a la alimentación, a la educación, al transporte, al agua, a la energía, al petróleo). Parece que han eclipsado un derecho importante que existía antes: el derecho a la vida.

En medio de esta rara coyuntura, enturbiada por la crisis económica y de los refugiados, muchos tratan de acallar los logros de la integración comunitaria. Y los Estados Nación vuelven a sacar pecho. Como en la época que le tocó vivir a Arriaga. Ejemplo de ello es el “brexit” británico y la política de puertas cerradas a los refugiados que postulan los cuatro países del Grupo de Visegrado (Chequia, Eslovaquia, Polonia y Hungría). Aunque son miembros de la Unión Europea, tienen ganas de forjar su propio futuro sin imposiciones ni corsés comunitarios.

Escolásticos barrocos como Hurtado y Arriaga tratan de incidir en el contexto pre-Ilustración. Y parece que fracasan, pues el torbellino de los acontecimientos se los lleva por delante. Pero han sembrado una semilla que dará su fruto. El interés que suscitan hoy estos hombres, a los que incluso dedican simposios en Centroeuropa en pleno siglo XXI, es prueba de ello. ¿No son ellos los que tuvieron la llave para abrir la puerta del conocimiento de una civilización a las nuevas realidades?

¿Somos libres?

Hemos hablado de los esfuerzos, sobre todo a partir de la Ilustración, de crear una nueva sociedad con el hombre como único referente. Si esto es así, y la historia de cada uno acaba con la muerte, ¿tiene sentido hablar de libertad? ¿Para qué ser libres si a largo plazo no reporta ninguna ventaja? La idea de un mundo antropocéntrico gana terreno cuando llegan los racionalistas franceses y empiristas ingleses. No es que esté mal replantear el saber y hacerlo pivotar sobre lo que hombre es capaz de conocer por su razón y tocar con sus sentidos. Es que si se hace ignorando los avances que se lograron antes, puede ser empobrecedor. Y antes había un consenso general, no sólo entre pensadores, de que las cosas no se acaban aquí. Y esto era también una fuente de sabiduría y  libertad. El historiador inglés Anthony Bridge lo recuerda en su libro Las Cruzadas. Muchos se fueron a pelear a Oriente Medio para asegurarse un “futuro” mejor en alguna parte. Y no precisamente aquí. No importaban las penalidades de llegar hasta Constantinopla por tierra o barco. Eran armadas de voluntarios. Incluso a estas expediciones suicidas se sumaban niños imberbes. ¿Eran libres?

 Según Freedom House sólo el 40% del planeta es libre y sólo un 24% lo es parcialmente

¿Somos libres? El informe 2016 sobre Libertad en el Mundo, que elabora el observador independiente de los derechos cívicos “Freedom House”, llega a unas conclusiones desalentadoras.

Freedom House, que lleva 75 años promoviendo el cambio democrático y defendiendo los derechos humanos, señala que sólo el 40% del planeta es libre, frente a un 36% que no lo es, y un 24% que sólo lo es parcialmente.

Sería interesante ver qué se opinaba sobre la libertad en tiempos de Arriaga, cuando finaliza la “Pax Hispanica”, el rostro de Europa queda desfigurado por la guerra de los Treinta Años y la peste causa estragos en Bohemia. A falta de sondeos de opinión, nos queda el testimonio cualificado del filósofo, ya que la libertad es uno de los temas que abordó.

Ante la pregunta de si somos libres, concluye que sí. Y lo justifica por razones morales. Sin libertad no puede haber justicia. No podemos merecer algo, premio o castigo, si no hemos actuado libremente. Es decir, que no hay recompensa si existe tal cosa como la predestinación. Era un concepto muy debatido entonces. Por eso pregunté a uno de los participantes del simposio de Budweis, al mencionado profesor Schmutz, sobre el tema. Me aclaró que la postura de Arriaga tiene un nombre técnico: “indiferentismo absoluto”. No indiferentismo en sentido de pasotismo, sino de no estar sujetos a ninguna determinación, ya sea externa o interna. La externa es la que proviene de alguien que nos gobierna. La interna son las propias tendencias, todo ese mundo de pasiones que uno arrastra consigo. Arriaga es un vehemente defensor de la libertad. Por este motivo chocó con otras corrientes de pensamiento, como la del dominico Domingo Báñez, el calvinismo protestante o el jansenismo.

Esas corrientes afirmaban que el hombre no es capaz de hacer algo realmente meritorio. Simplemente no puede, porque está defectuoso. Ha sufrido una avería que lo ha dejado medio inservible. Los que niegan la libertad no se ponen de acuerdo en el alcance de dicha avería.

Y en el caso de que uno esté dispuesto a funcionar como si nada hubiera ocurrido, no tiene más remedio que confiar en alguien por encima de él. Alguien que no tenga en cuenta el terrible estado en que nos encontramos. Gracias a ese ser superior, podemos volver a volar como una cometa. A hacer vistosas piruetas en el aire, siempre bajo la mirada atenta del que nos maneja. Si nos soltamos, vamos a la deriva y nos estrellamos contra el suelo. Para volar sólo tenemos que dejar que ese ser superior nos lleve con el hilo.

“Pensamos hacer el bien, pero hacemos el mal, y esta es la gran idea de los jansenistas. Nosotros, en la política europea, pensamos hacer el bien con las subvenciones a la agricultura. Parecen bien, pero ¿qué pasa? ¿Cuál es el efecto último? Arruinamos a África. Arruinamos otras partes del mundo”, dijo Schmutz.

Lo interesante de la cita de Schmutz no es lo que dice acerca de la Política Agraria Común (PAC), sino lo que afirma sobre la libertad. Esa “libertad absoluta” es no estar supeditados a nada ni nadie cuando hacemos actos con calificación moral. Resulta buena si nos hace mejores, y si trae el bien a la sociedad de los hombres, a esa aldea cada vez más global. De lo contrario, esa libertad sin límites no es buena. Esa es la conclusión de los jansenistas, según Schmutz. Y entonces no tiene sentido defender la libertad con argumentos abstractos. Arriaga, por el contrario, sí que trató de hacerlo, para salvar la idea del mérito, ya que sin mérito no hay justicia.

En el pensamiento de Arriaga se mantiene la libertad de decisión humana, sin que Dios sea dependiente del actuar humano

Es altamente improbable que un lector sin inquietudes filosóficas se exponga alguna vez al razonamiento de Arriaga. Por eso voy a mostrarlo con ayuda de metáforas. Para ello hay que introducir un elemento llamado “gracia”. Esta es la manera como el ser superior, al que Arriaga llama Dios, nos ayuda a volar como cometas. Es el soplo que ayuda a despegar del suelo y, una vez en el aire, a mantenernos ahí en medio de la tensión, y dar lo mejor de sí mismos. Una cometa en la arena de la playa es triste, ya que está hecha para volar. Parecer como si estuviera esperando cualquier soplo de aire para elevarse.

Según el filósofo logroñés, gracia y libertad cooperan de tal forma que la primera no obliga a la segunda. En el pensamiento de Arriaga el hombre es libre de romper los hilos de la cometa. Se mantiene la libertad de decisión humana, sin que Dios sea dependiente del actuar humano. Si el hombre decide seguir unido al cordel, puede desplegar toda una serie de virtualidades en el cielo. Dios también es libre y tiene un conocimiento especial que le permite ver nuestras acciones antes de que se produzcan. Y prepara su caja de herramientas para el caso de que decidamos romper el hilo de la cometa. Y tapar los agujeros, y sustituir las varillas de madera que quedaron fracturadas. Antes será necesario encontrar la cometa extraviada, y dejarse encontrar es también parte de la libertad humana. Algo con lo que Dios también cuenta. Pero si decide seguir amarrado al  cordel, entonces es posible que Dios suelte más hilo aún y la belleza de las piruetas sea aún mayor.

Para Arriaga, el conocimiento que Dios tiene de nosotros está condicionado por nuestra libertad. Dios no nos obliga a volar, sino que sopla cuando sabe que la cometa puede elevarse y sabe positivamente que no vamos a cortar los hilos. Y sabe cuándo debe tener preparada la caja de herramientas. De esta manera se salva el obrar de Dios como algo eficaz. Que Dios no pierde el tiempo al actuar. “Este conocimiento condicionado es necesario en el concepto de Dios, quien sabe no sólo lo que ocurre, sino también lo que depende de condiciones”, precisa el teólogo Wolf. Dios ayudaría “con especial amor” a los que sabe que van a elegir bien en esas situaciones concretas. Y otorgaría sus gracias convenientemente ya que sabe cómo acabará la película.

El filósofo logroñés no consiente en hablar de predestinación en sentido fuerte –un destino que no admite discusión y no depende de mí–, sino de un Dios que ha querido obligarse libremente a mandarnos la gracia. Se ha obligado libremente a soplar, cuando sabe que la cometa está en condiciones, porque lo que quiere es que vuele. Arriaga prefiere hablar de una predestinación en sentido de conocimiento, que respete la libertad. Dios regala al ser humano los medios que prevé serán eficaces, y lo sabe a través de ese conocimiento especial de lo que va a pasar.

Frente a la idea de Arriaga existe la de pensadores como el dominico Domingo Báñez. Es como la de Arriaga, pero en vez de poner el énfasis en la posibilidad de romper el hilo de la cometa, lo hace en la actitud incansable de Dios para evitar que el hombre lo haga. Es como si Dios no dejara de soplar para que el hombre sienta la agradable fuerza del viento, y se dé cuenta de que siempre es buen momento de izar la cometa. Lo principal en este escenario es el incansable empeño de Dios, que toma casi todo el protagonismo. No lo hace por afán de figurar, sino para que no nos desalentemos.

Arriaga no estuvo de acuerdo con esas tesis de Báñez que dejaba la libertad humana un poco en la penumbra

Arriaga no estuvo de acuerdo con esas tesis de Báñez y los dominicos, que dejaba la libertad humana un poco en la penumbra, y como condicionada al empeño de Dios por soplar. Aunque fuera brillante, el logroñés no podía zanjar el asunto de un plumazo. ¿Quién podría decir la última palabra sobre la libertad? Ni siquiera el Papa se vio con ánimo de hacerlo. Sólo pidió a unos y otros que suspendieran el juicio sobre el razonamiento contrario. Hasta entonces, todos quisieron contribuir con su granito de arena al animado debate, en el que acabaron tirándose los platos. Suscitó disputas famosísimas, como la que hubo entre dominicos y jesuitas. Arriaga fue testigo cualificado de esta polémica. Sólo al final lograron conciliar unas diferencias que parecían insalvables. Uno de los grandes conocedores de Arriaga, el checo Stanislav Sousedik, afirma que el logroñés fue uno de los que contribuyó a esa reconciliación intelectual entre esas dos familias de religiosos.

Si el debate encendía los ánimos en el lado católico, el hecho de que intelectuales protestantes entendieran la libertad de manera muy distinta, los convirtió en enemigo común para los pensadores católicos. Otro de los enemigos comunes fue el jansenismo, que había surgido en el seno del catolicismo, pero que recordaba más bien al calvinismo. Tanto Calvino como Jansenio estaban convencidos de que existía predestinación.

Volviendo a nuestra metáfora de la cometa, el jansenismo se da cuenta de que las cometas al volar pueden frustrar sin querer el vuelo de los pájaros, chocar unas con otras, enredarse en los árboles, y al final siempre caen al suelo con riesgo de partirse. ¿No es mejor quedarse en el suelo de la playa? El jansenismo es como no querer volar, para evitar todos esos peligros. Y estudia el proceso interior que lleva al hombre a comportarse como tal. Algo que tiene mucha actualidad. Lo que ocurre es que hay cometas que vuelan. Y para que eso suceda, el jansenismo no ve otra explicación que Dios está empeñado. Dios levanta la cometa y la mantiene en el aire con sus brazos. Lo que ocurre es que no trata a todas las cometas por igual. Escoge a algunas y a otras las deja en la playa. Esto es la predestinación.

Arriaga está dispuesto a debatir de tú a tú con los dominicos sobre el argumento sobre el excesivo protagonismo de Dios. Pero con los jansenistas, adopta una postura radicalmente distinta. Simplemente, no tienen derecho de ciudadanía. Y utiliza contra ellos un juicio normativo. Un juicio normativo es decir que existe un pensamiento fuerte, con derecho de imponerse a un pensamiento débil. Es decirles: Tú, no vales. Vimos antes que hay límites al conocimiento, y parece sensato buscar explicaciones que sean lo más satisfactorias posibles, sin convenir a priori quién tiene derecho a opinar. Sobre todo en temas que nos tocan muy de cerca, como la libertad. Pero con el jansenismo, Arriaga no admite componendas. Hay que extirpar sus brotes como sea. En esto, el moderno pensador riojano muestra su rostro más intolerante.

El problema para Arriaga es que el jansenismo ha traído cola. Aunque las ideas de Jansenio no echaran raíces en la Universidad de Praga, donde el logroñés actuó como muro de contención, sí lo hicieron en otros sitios. Dice Schmutz: “Tenemos que ver la dimensión racional que hay en el pensamiento jansenista, y que también explica por qué ha sido tan leído en el siglo XVIII en España como en Francia por la élites ilustradas, no sólo por cristianos ascéticos. El jansenismo ha sido leído mucho”.

Schmutz reivindica algo más en Jansenio. “Los jansenistas niegan la libertad por razones teológicas, pero también por razones filosóficas, que son válidas. Los jansenistas –aunque esto puede parecer un poco loco- han lanzado el reto del determinismo freudiano y marxista antes de Marx y Freud, porque una idea de una determinación de nuestros actos, que también es invisible a nuestra conciencia, es una cosa que la teología jansenista del siglo XVII –no Jansenio mismo, pero sí los escolásticos jansenistas–, han desarrollado. Esa idea (errónea) que pensamos ser libres, porque ignoramos las motivaciones reales de nuestros actos, que pueden ser la envidia, el deseo, etc.”.

Usando nuestra metáfora, podemos decir que el determinismo freudiano es la cometa que no quiere volar, porque prefiere quedarse en la playa contemplando a las chicas rubias en bañador. Esa atracción llega a convertirse en la obsesión de un “voyeur”. Para qué volar como una cometa, si desde arriba no se puede ver el glorioso panorama.

Hombre de curiosas disquisiciones

Arriaga también tiene interesantes páginas sobre el tema de la predestinación, en concreto, que Dios ha querido obligarse libremente a mandarnos su ayuda. También dice que el camino de la salvación no consiste en ser hombres y mujeres sin tacha, sino un camino de penitencia. Dios no se ha fijado en el hombre porque haga obras buenas sólo humanamente, sino que únicamente con obras de carácter sobrenatural podemos atraernos su agrado. Esto es un misterio para aquellos que no conocen la figura de Cristo. ¿Pueden sus obras tener carácter sobrenatural? Para Arriaga la predestinación del hombre a la bienaventuranza eterna empieza con que Dios regala al ser humano los medios que prevé serán eficaces, lo que es conocido a través de la ya mencionada “ciencia media”.

Jacobo Schmutz hizo una interesante reflexión final sobre lo que Arriaga  representa. El logroñés formó parte de ese grupo que “todavía tenían una visión integral de la ciencia, y esto es una cosa medieval”, algo que estos autores del siglo XVII mantuvieron. Gracias a ellos, “aprendemos para la vida cotidiana sobre nuestra propia identidad”. Para este intelectual de La Sorbona, “hacer historia de la filosofía es una terapia civilizacional”. Es hacer pensar sobre lo que somos, sin miedos.

Esa terapia puede ser individual, contando el origen de tus propios sueños a un psiquiatra. A diferencia de esto, “la filosofía son los sueños, la ideas, los razonamientos de una comunidad, de una civilización, de una cultura, y este es un ejercicio muy interesante porque hoy no es algo tan frecuente”, añade.

Nuestra visión histórica, dice Schmutz, se ha forjado en el siglo XIX, y está basada en el racionalismo. Esta corriente define, desde la Ilustración, las nuevas reglas de juego, apoyadas en lo que la razón puede demostrar. Ahora somos testigos de otro avance. La nueva vuelta de tuerca de este proceso racionalista es hoy un fenómeno llamado “datismo”. Con la llegada de internet y las redes sociales, se ha desarrollado la industria de recogida de datos hasta límites insospechados. Luego, mediante algoritmos, se puede analizar el comportamiento de los internautas y prever tendencias, hasta determinar con relativa exactitud hasta el resultado de unas elecciones legislativas en cualquier país. Un ejemplo es el caso de la compañía de análisis de datos Cambridge Analytica, que influyó en el referendo británico de salida de la UE (“brexit”).

Lo que subyace detrás del “datismo” es que, al final, no somos más que un amasijo de información susceptible de expresarse en términos binarios, de códigos genéticos reprogramables, de sustancias químicas alterables. Algo que, convenientemente procesado, arreglado, manipulado, puede incluso hacernos inmortales, como los abogados del transhumanismo sueñan.

El pensamiento de Arriaga es una vuelta a los viejos conceptos sobre lo que somos, seres compuestos de materia y espíritu, algo sobre lo que tenemos una cierta idea y manejamos de manera más o menos inconsciente. Algunos esa parte espiritual del hombre la llaman energía. No importan tanto las palabras, sino qué queremos decir con las palabras. Y aquí surge otro problema. La palabra espíritu inspira demasiado respeto. Incluso algunos consideran que aceptarla es como encajar un gol en fuera de juego. Y entonces el escepticismo moderno se encabrita. Y no pocos en nuestras sociedades actuales prefieren dejarse cautivar por otras ideas del hombre. Por eso, la idea antigua del cuerpo y espíritu está en riesgo de diluirse en el entorno de Google y Facebook.

Schmutz da a entender que Descartes y Kant se han colado en el cenáculo de los pensadores insignes por la puerta de atrás

Para Schmutz, reflexionar con Arriaga “tiene mucho que ver con la circulación de ideas, con formas a menudo ideológicas de hacer filosofía, ya que nuestras formas de hacer filosofía están vinculadas a formas de escribir la historia, y cómo durante tres siglos se ha escrito la filosofía como una victoria de Descartes y Kant”.

Estos dos están considerados en los manuales de filosofía como pioneros del racionalismo e idealismo modernos, que comparten el escepticismo para conocer con certeza la realidad externa, objetiva e independiente que nos rodea. De un racionalismo e idealismo que, tras un largo proceso de maduración, son la base del “datismo” y la reducción del hombre a un amasijo de información que puede alterarse sin cortapisas.

A pesar de la proclamada victoria de estos racionalistas, que se han convertido en iconos de la filosofía, Schmutz da a entender que Descartes y Kant se han colado en el cenáculo de los pensadores insignes por la puerta de atrás. Ni inventaron nada, ni en realidad interesaban a la gente de su época. La evidencia que aporta el estudioso de La Sorbona es que, a diferencia de esos dos pensadores, “no hay una biblioteca donde no veas millones de volúmenes de los escolásticos”, como Hurtado, Arriaga o Suarez.

Arriaga murió el 7 de junio de 1667 y está enterrado en la cripta del Santísimo Salvador. Pude bajar a la cripta y ver el montón de huesos de los jesuitas, entre ellos Arriaga, y otros conspicuos intelectuales praguenses que yacen aquí. La razón de que no estén en sus ataúdes originales es que ya no existen. Esta zona de la ciudad está afectada por las crecidas del río Moldava, que de forma periódica golpea malecones y zonas de la ribera, y anega sótanos del casco histórico. De ellos sólo quedan muros góticos, mientras que la madera se acaba pudriendo. Por eso, los anteriores moradores del Klementinum tuvieron que reagrupar los huesos, y dejarlos formando una especie de túmulo.

Periodista. Corresponsal de la Agencia Efe en Praga.