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Hay un profundo maridaje entre pensar y pasear en compañía. Así nos lo muestra Rafael en su Escuela de Atenas, con Platón y Aristóteles deambulando enfrascados. Así lo indica el nombre preciso de la escuela aristotélica, peripatética, del peripatêín griego que significa el pasear mismo, en este caso en torno a un jardín por parte del maestro y su discípulo. Como si el andar acompañado estimulase nuestra pretensión de verdad.

Y así fue, a lo que se ve, el paseo madrileño que en 1921 emprendieron Zubiri (1898-1983) y José Gaos (1900-1969) con otros alumnos en los que el primero, todavía doctorando, expone la fenomenología entera al joven estudiante.

Parten de la antigua sede de la Facultad de Filosofía y Letras, en San Bernardo, camino de la Residencia de Estudiantes, junto a los Altos del Hipódromo en la calle Pinar, para asistir a una conferencia de Ortega. Un buen trecho en el que Zubiri se vale de una rosa que lleva en la mano para mostrar a sus acompañantes con ese ejemplo fenoménico la arquitectura del sistema filosófico más fecundo del pasado siglo: la fenomenología de Edmund Husserl (1859-1938).

Zubiri era muy consciente de estar viviendo años decisivos para el pensar occidental, en plena crisis de las ciencias positivas

Lo que da cuenta del formidable tenor de la filosofía española en aquellos años dorados, su receptividad a lo mejor del pensamiento europeo y lo que la vieja facultad supuso con Ortega al frente.

Zubiri era muy consciente de estar viviendo años decisivos para el pensar occidental, en plena crisis de las ciencias positivas que han perdido su sentido y se alejan, tal que hoy, de las preguntas que, como dirá Husserl, son decisivas para una autentica humanidad.

Al respecto, anota nuestro autor:

“De acuerdo con el doctorando [Zubiri], el modelo mecanicista del saber, cuyo enorme triunfo en la física matemática se había pretendido extender al resto de saberes, era el que había entrado en quiebra, en “crisis mortal”. El monismo mecanicista reduce el ser a naturaleza, y la naturaleza a materia inerte cuantificable, y este estrecho marco ontológico y metodológico se había visto desbordado por descubrimientos intelectuales imposibles de encerrar en él. La consecuencia era una ruptura desconcertante de la unidad del saber.” (p. 51)

Años más tarde, Husserl apuntará al respecto en su emblemática La crisis de las ciencias europeas (1936), cuya relectura tanto aconsejo: “Meras ciencias de hechos hacen meros seres humanos de hechos”. De ahí, que la tesis doctoral que leerá Zubiri diez días después de la andadura con Gaos que nos ocupa, fuera precisamente sobre la teoría fenomenológica del juicio, que tiene el mérito de ser la primera monografía sobre el pensamiento de Husserl en castellano y una de las primeras en Europa en lengua no germana.

Y sucede en nuestro libro que lo que el pensador vasco va haciendo con Gaos, Agustín Serrano de Haro, uno de los mejores conocedores del pensar fenomenológico, lo va haciendo con sus lectores “en passant” del paseo indicado. Hay, pues, un doble paseo: el histórico rememorado y el del autor con nosotros, lectores ambulantes, en el que nos expone la necesidad del método y saber fenomenológico como una vía de salida no solo de la filosofía misma sino también de la viabilidad de la persona humana, tan acechada entonces como ahora. Sabe muy bien Serrano de Haro de lo que habla: tras su rigurosa educación husserliana ya nos alumbró hace unos años con un ensayo fenomenológico bien intenso sobre la puntería humana , que daba cuenta y razón de la fecundidad de la fenomenología y sus concomitancias humanas.

Y este su saber le permite, además, un gesto de audacia intelectual hecho desde el respeto por Zubiri, pero más por la verdad de las cosas: subsanar un error de recepción comprensiva que este comete sobre lo que Husserl dijo acerca de la “pre-donación” del mundo, por la que Zubiri confunde la reducción fenomenológica con la eidética, haciendo de la fenomenología una “filosofía de esencias”. Error que contaminará la posterior comprensión de la filosofía husserliana entre nosotros, incluyendo la tan determinante Historia de la Filosofía (1941) de Julián Marías en la comunidad hispana como también el Diccionario de Ferrater Mora.

Ahora, casi cien años más tarde, aquejados de nuevo por el desoimiento de las ciencias experimentales de las exigencias de lo humano y por unas nuevas tecnologías que se perciben metafísica y axiológicamente más valiosas que el ser humano mismo, considero el libro que nos ocupa de lectura necesaria. Y ante el panorama ontológico que aparece en nuestro presente con su mecanicismo y subjetivismo añejos, reivindicar como hace Serrano de Haro la filosofía de la objetividad pura que encarna Husserl para superar “lo inadmisible de los tiempos modernos” y refutar el psicologismo otra vez imperante, me parece fundamental.

De manera que en un mundo nuestro dominado por las imágenes y los dispositivos técnicos que “objetivan” al hombre, hacer el esfuerzo de volver husserlianamente a las cosas mismas, esas que ahora se nos escapan veladas fuera de la caverna, aparece como quería el pensador de Moravia un imperativo del filósofo que se considera funcionario de la Humanidad. Función que cumple cabalmente Serrano de Haro con este libro de andaduras tan madrileñas como universales a un tiempo. Y de perentoria actualidad.

Editorial Trotta, Madrid, 2016, 272 páginas. 19 euros

 

Profesor de Gestión Internacional de Recursos Humanos en la Universidad de Alcalá. Autor del libro “Un montón de imágenes rotas. La tierra baldía, cien años después” (Ediciones Encuentro).