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Lo más característico de la escritura de Ramón Gaya es la abundancia de puntos suspensivos. Es en justa consonancia con su pintura -una pintura de puntos suspensivos también- como los escritos de Ramón Gaya hacen de ese modo de acercarse a la comprensión de la pintura una lección de humildad en la que ésta se constituye en suprema virtud. A un lado de los puntos suspensivos, el delicado y hondo escritor suele avanzar sensaciones, algún que otro juicio contundente, ciertas experiencias íntimas, y al otro lado, una vez constadada la renuncia a la definición y a la teoría, al otro lado del cauce transparente e inasible por el que no en vano pasan las aguas de la pintura, y tras una leve suspensión del ánimo señalado con elocuencia por aquellos signos gráficos, lo que en la mayoría de las ocasiones nos encontramos es… la vida. Así ocurre en el último libro publicado por el pintor, Naturalidad del arte (y artiflcialidad de la crítica), que acaba de aparecer editado por la editorial Pre-Textos y que resulta ser un breve panfleto -un refinado, sincero y humilde panfletoque Gaya escribió en Roma en 1975 y al que ahora ha añadido la página y media que le pedía al parecer su amigo José Bergamín para que el texto resultara acabado. El libro, por lo demás, viene a consistir en una suerte de coda de la obra completa que paulatinamente la misma editorial ha ido reuniendo en los tres volúmenes que desde 1990 nos ofrecen los escritos del pintor y en los que se encuentran a disposición páginas tan fundamentales como las del Sentimiento de la pintura o el Velázquez, pájaro solitario, su libro más divulgado (Vol I, 1990); las anotaciones más o menos viajeras dedicadas a ciudades, a pintores, a amigos o a poetas (Vol. II, 1992); o el Diario de un pintor (Vol. III, 1994). Andrés Trapiello, uno de sus máximos admiradores y comentaristas, ha editado en La Veleta Algunos poemas del pintor Ramón Gaya (Granada, 1992), una muestra más de la coherencia intelectual y expresiva del artista, ésta vez en los incontestables versos que todos conocemos.

El libro que ahora se publica de Ramón Gaya está dedicado, pues, a la crítica y, en concreto, a la inexistencia e inutilidad de la crítica como disciplina profesional. El segundo párrafo lo resume, concluyendo: «lo más patético del crítico de arte… es que entiende de una cosa que… no comprende». Con ello el pintor y el gran espectador y vividor de pintura que Ramón Gaya es desbarata la primacía teoricista que ha hecho del arte en connivencia con la crítica una cosa de peritos y de técnicos. El arte para Gaya queda como algo que, en su raíz -esa raíz es la que rondan incesantemente sus escritos- les es profundamente ajeno. Como ajenas al misterio y al enigma del sentimiento le parecen desde 1928 las disquisiciones y producciones de la teoría vanguardista. Con respecto a ello, no obstante, cabe detenerse en cierta lectura que demasiado a menudo hacen de Gaya los que se confiesan sus discípulos y admiradores, y es que se suele ver en él una ambigua antivanguardia anterior a ella misma cuando, en realidad, Ramón Gaya, al igual que sucede con Bergamín, no se explica sin la propia vanguardia.

A contracorriente de la empecinada linealidad del arte moderno -esa gran palabra- tal como ha sido concebida durante nuestro siglo, la pintura y la escritura de Ramón Gaya están, sin embargo, lejos de consistir en un melancólico contrapunto literario. En este último libro, sin ir más lejos, asoman aproximaciones, bien que al modo intuitivo y casi confesional con en el que pintor huye de cualquier reflexión estética conceptual, a aspectos fundamentales del arte y de su historiografía contemporánea como la relación arte- realidad (pág. 16); el perfil del artista que, con «mano vacante» y no como el romántico Prometeo, toma «la enigmática acción creadora» (pág. 18); la autonomía o heteronomía de esa creación (pág. 21); la relación arte-vida (pág. 25); la especialización profesional de la crítica (pág. 26); la historia (pág. 37); la opacidad de la obra de arte (pág. 42); la relación arte-naturaleza (pág. 48); la relación arte-cultura (pág. 49); o la esperanza de una nueva mirada tras una tradición entendida como cerrada (pág. 57).

Esa última nota de esperanza nos dice, como solo Gaya sabe hacerlo, de un lugar para la creación en el que no existe la vanidad de la historia -que es la que ha decretado tantas veces la muerte de la pinturay de la infinita posibilidad de actualización del sentimiento y de la emoción cuando el pintor, convertido en una suerte de ejecutante ocasional de una partitura ya escrita, se dispone a su tarea, sabiéndola lugar de paso hacia el alma.

Escritor, poeta y crítico de arte español