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Las debilidades académicas de José Luis Sampedro quedan patentes en este libro, que sintetiza los clichés contra el mercado que han caracterizado al «pensamiento único» pseudoprogresista de las últimas décadas.

El libro es una reproducción, a la que no se ha tocado una coma, de la obra que Sampedro publicó hace un cuarto de siglo. Se le ha añadido un largo apéndice de unas cien páginas, a cargo de Carlos Berzosa, fiel reflejo de la clase de economistas que ha contribuido a formar Sampedro, aquéllos que insisten en la necesidad de una taumatúrgica «toma de conciencia» sobre la pobreza, que no significa otra cosa que percibir el horror sin límites del capitalismo.

La reproducción tal cual del libro de 1972 es muy útil, pues permite ponderar hasta qué punto estaba equivocado el autor incluso cuando fue publicado. Se queja Sampedro del empobrecimiento de nuestros sentimientos comunitarios por culpa del mercado. Empobrecidos de verdad estaríamos si tuviéramos menos mercado, que es precisamente lo que ha conseguido que en este mundo subsistan miles de millones de personas más de las que podría alimentar un sistema sin mercado y sin capital.

Sampedro yerra en la interpretación de Adam Smith desde la primera página, y desde la primera página muestra su gran preocupación: no se puede dejar todo al mercado, porque proliferan los pobres. Desde esa página, el lector está esperando que Sampedro diga en alguna parte, en una nota al pie de página, en el margen, donde sea, que aunque el mercado tiene muchos defectos, ya en 1972 era evidente que el no-mercado los tenía, y copiosos. Pero no.

En ningún caso explica Sampedro el gran problema de la economía desde Smith, es decir, el de por qué algunos países salen adelante y el bienestar de sus pueblos mejora. Es verdad que no son muchos, pero los hay. Algo debieron hacer los taiwaneses después de la Segunda Guerra Mundial para enriquecerse tanto, y algo debieron dejar de hacer los argentinos en el mismo período para empobrecerse tanto. ¿Por qué ha crecido Chile últimamente?

La respuesta no encierra ningún misterio recóndito. Está estudiado desde Adam Smith: las instituciones, la apertura del comercio y demás factores que Sampedro ignora olímpicamente. A él lo que le interesa es el mensaje de las burocracias internacionales, la FAO, el Banco Mundial, la UNCTAD o la CEPAL, a las que atribuye poco menos que el don de la palabra santa. Llega al disparate de llamarlos «adelantados en el pensamiento teórico relativo al desarrollo» (pág. 172).

La cruda realidad es que desde dichas burocracias se propugnaron muchas tonterías que han caracterizado al «pensamiento único» pseudoprogresista de los últimos tiempos, como el intervencionismo, el proteccionismo, la elevación de los impuestos y de otras limitaciones al libre funcionamiento del mercado, que actuaron en realidad como garantías de perpetuación del subdesarrollo. Nada de esto está recogido en Conciencia del subdesarrollo veinticinco años después, que denuncia sin reparos la desigualdad entre ricos y pobres y no pierde una línea en pensar cómo se deja de ser pobre. Insiste una y otra vez en que el capitalismo equivale a la condena eterna al subdesarrollo, lo que es demostrablemente falso. Del socialismo, por supuesto, ni palabra, con lo que se supone que ha sido (o puede ser) un gran éxito.

De hecho, la única crítica al socialismo llega en la página 158, y es muy suave, porque en realidad se trata de una faceta que comparten, según Sampedro, ambos sistemas: la «tecnolatría» y la degradación del medioambiente. En todo caso, aunque contamine, el benéfico socialismo ha de ser saludado, porque «ha superado el liberalismo de la mano invisible… se ha librado de las anteojeras del lucro».

La esperanza, por tanto, está en el socialismo, porque «no es fácil esperar del capitalismo un nuevo desarrollo más humano».

Las cien páginas que dedica Carlos Berzosa a probar que Sampedro tenía razón son una buena muestra de la falta de rigor académico a que puede conducir la ideología marxista. Repite Berzosa las mismas debilidades demagógicas de Sampedro en contra de los «privilegios de los ricos sobre los pobres», y a favor de la «solidaridad». Su mensaje, con la gravedad de que han pasado algunas cosas en el último cuarto de siglo, es idéntico: aquí lo bueno es la CEPAL y la teoría de la dependencia y lo malo, el capitalismo. Lean esta joyita en la página 254: «El capitalismo ha fracasado en los países de la periferia, está fracasando en los países de la Europa oriental, y está teniendo muchas dificultades en los países del centro».

La pobreza es un gran problema económico, sin duda. Pero este libro no sirve para comprenderla ni para resolverla.

Catedrático de Historia del Pensamiento Económico de la Universidad Complutense.