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Late con fuerza el espíritu humano. Viene de lejos, vuela alto. Un torrente de creatividad, de innovación, de imaginación aplicada retumba y cala sobre la superficie de la Sociedad. Este nuevo soplo del espíritu humano nos reintroduce en nuestros sueños. Apoyados en este darwinismo tecnológico «que mezcla tan bien» y que está produciendo relevantes e impredecibles cambios sociales de gran profundidad, no se invalidan, sin embargo, las grandes cuestiones.

No hay dudas sobre transformaciones exponenciales, hechos irrefutables, retos calculables, problemas sobrevenidos, o desafíos impensables; se trata de distintas manifestaciones o de plurales respuestas, en su caso, a la explosión de la técnica y al carácter multidisciplinar que encierra, per se, esta revolución tecnológica basada en la convergencia de las telecomunicaciones y la informática.

El consenso político hacia un imparable proceso de liberalización —mundialización de mercados— encuentra un aliado formidable en la evolución y convergencia tecnológica, al aumentar no sólo la velocidad y la calidad de la información necesaria para transaccionar, sino por el propio incremento de la eficiencia, de la productividad que en la producción de bienes y servicios posibilita la aplicación, en los procesos productivos, de las innovaciones tecnológicas.

Menores costes, mejores precios, mercados universales, más demanda, más competitividad, necesidad de jugadores globales, aptos para dar servicio en cualquier lugar del mundo.

Olvidémonos, sin embargo, por un momento del discurso tecnológico y centrémonos en las consecuencias que nos interesan mucho. Globalización económica y fragmentación social son el contrapunto abrupto (como el día y la noche) del Nuevo Tiempo.

Es paradójico pensar que nunca estuvimos los seres humanos tan cerca —por la conectividad que ofrece la tecnología— y, sin embargo, cunde la sensación, como en las embarcaciones que imperceptiblemente arrastra la corriente de un río, de que nos vamos alejando de los otros, de los demás, de aquellos que quizá albergaban la esperanza de que les ayudáramos a cruzar hasta la orilla.

Este mundo ancho y ajeno, veloz e impávido, circunstancial y casuístico tiene víctimas, víctimas desprovistas de color, de etiquetas y de cargos. Víctimas y cunetas. Es la vida desatenta.

El espíritu humano y la luz y la esperanza que emanan de él, deberán descollar por encima de los interrogantes que, sobre la condición humana, plantea el incesante y en origen neutral, progreso técnico sobre todo cuanto éste influye sobre los distintos campos de la actividad humana, y nos puede llevar a disquisiciones morales y éticas de primera magnitud, como ignorar el dilema de recurrir a la emigración, sólo como una necesidad, dado el pertinaz envejecimiento de las sociedades más desarrolladas, y no por la oportunidad de ofrecer a miles de seres humanos una vida digna y libre para él y sus familias.

Por qué no hablar de los avances de la genética, a los cuales no debemos renunciar, porque nunca se debe volver la cara al progreso, pero que en determinadas fases nos plantearán evidentes encrucijadas éticas; o cómo negar los derechos de la infancia en ese mundo con problemas de sobreexplotación, desde todos los ámbitos, pero en cuyo origen está el satisfacer demandas no éticas. En fin, surgirán al calor del progreso, esta vez exponencial, problemas nuevos, y ¿dónde estará el hombre? ¿Arrollado por el medio? ¿Arrodillado ante la inmensidad en su propia insignificancia? ¿Perdido en un océano infinito remando en la dirección convenida? ¿Desatendido de todo lo que no sea su hábitat más inmediato o incluso de éste?

Tal vez no tengan mucha importancia estas preguntas porque nada podrán: el hombre no se podrá librar de sus heridas —la memoria, la identidad, la razón—. Son algunas preguntas, quizá en busca de una al final del camino: la verdad. Pero al principio fue la palabra. Palabras esculpidas en columnas griegas, signos de la historia, pertenecientes a héroes anónimos que entregaron su vida, quizá, por una palabra. Corazón y razón. Palabras sin respuesta pronunciadas en los Babeles de la historia, aptas para construir los monumentos de la incomprensión y de los desencuentros. Palabras vacilantes, después de la batalla, palabras de amor, claras y profundas. Palabras para impulsar la emoción humana, para elevarnos sobre nosotros o sobre las ruinas. Palabra, idioma, lenguaje. Comunicación y entendimiento en el espejo de la palabra. Piedras de la memoria: las palabras. Centro de gravedad de nuestra libertad y de nuestros proyectos. El lenguaje nos hace propietarios de nuestro destino, nos desvela que el mensaje somos nosotros: los hombres. Recuperemos las palabras, reeditemos al hombre.

La red que hay que tejer, día a día, es la del compromiso con los demás para que el hombre sea mensaje y no medio. No busquen, no aparece en los manuales de instrucciones. Es la red de la integración, de la fraternidad, de la educación para todos, de la cultura entendida como esa gran carpa que, a través del lenguaje, de las palabras, del sentimiento, nos transporta a un mundo nuevo, donde poder navegar, sin negar la mano a los náufragos, donde el fin es el hombre, y el medio todo lo demás, donde los muros de lo inmediato se derrumban y renace el horizonte de lo trascendente.

Las preguntas siempre estarán ahí, pero el sentido instrumental de la técnica y la necesidad que tiene el hombre de alcanzar su felicidad situando el aliento del espíritu humano por encima de ésta, nos hace sentirnos seguros, confiados y responsables para mantener con fuerza el timón con el rumbo elegido por nosotros mismos. Este humanismo de viejo cuño y altas miras no debe ser desdeñado por el rodillo inerte de maquinarias infalibles. El hombre seguirá aplicando su inteligencia y su voluntad sobre sus propias creaciones materiales.

Miedo al futuro nunca, y por ello, para garantizarlo con buen tino y en su más recto y noble sentido, mantengamos la capacidad de reflexión y de crítica intacta, en este mundo vertiginoso y extraño donde, sin embargo, el hombre puede volver a renacer. Una vez más todos los hombres, haciendo el hombre nuevo. La libertad humana es insobornable.

Anunciemos este renacimiento e impulsemos desde las empresas, la sociedad y la propia responsabilidad cívica la trascendencia de la obra humana; por cierto, plenamente compatible con una saneada cuenta de explotación. La respuesta a las preguntas está en nosotros, especialmente en los jóvenes que no dejarán desiertas ni las calles ni los campos.

Presidente del Consejo de Administración de Telemadrid. Del Consejo Editorial de Nueva Revista