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Tal vez no quepa mayor honor a un escritor que el de hacer de su nombre un término literario. «Kafkiano» se ha convertido ya en una palabra de uso corriente y designa lo absurdo y lo perturbador, lo que conmueve con su misterio nuestra cotidianeidad burguesa. También el vasto continente de los sueños. Pero al leer la exhaustiva biografía de Reiner Stach, este repaso total y minucioso por la breve existencia del escritor praguense, se revela el caudal interior y el desasosiego existencial de donde surgió la tersa y paradójica narrativa de Kafka. Si hay una palabra para designar las miles de páginas que, siguiendo al detalle los diarios del escritor, repasan su vida desde que empieza a consignar en papel sus turbulencias interiores, es el miedo y la sensación de desarraigo. Kafka era consciente de que se movía en peligrosos intersticios: escritor en lengua alemana en Praga, judío, hijo de un padre de actitudes tiránicas, obligado a llevar una existencia en apariencia con formista y burguesa, pero con la nítida conciencia de ser un desclasado. Un hombre en busca de su identidad: un escritor consagrado a la tarea de comprenderse.

Pero ¿justifica esa vida exterior tan trivial esta biografía en dos volúmenes, de más de cuatro mil páginas? Sí, sin duda. Explica Stach: «La riqueza de la existencia de Kafka se ha desplegado esencialmente en el ámbito psíquico, en el invisible, en una dimensión vertical que en apariencia nada tiene que ver con el paisaje social y aun así penetra en él por todas partes». De ahí que el autor de esta biografía total, de esta biografía definitiva, también se muestre interesado en tejer un amplio tapiz que repasa la historia de Praga, el fin del Imperio, los entresijos de la familia, sus amores, su trabajo, sus amistades, los vaivenes de su vida emocional, sus depresiones y las sucesivas enfermedades de este escritor que se nos aparece en nuestro imaginario siempre como un joven de mirada profunda.

Puede decirse que lo que resulta kafkiano es que la breve obra escrita de Kafka —tanto las novelas cortas, como los cuentos, así como sus cartas y diarios— haya dado lugar a tanta literatura secundaria, a tanto experto que no se ha apartado del cliché freudiano. Stach sabe mejor que nadie que cada una de las palabras que Kafka escribió ha dado lugar a una red interminable de exégesis y que las lecturas interesadas han convertido al escritor praguense en un ejemplar avant la lettre de todas las modas y las imposturas. Pero no hay mejor narrador en el desvelamiento de su interior que el propio Kafka: fue él quien detalló, con la meticulosidad del oficinista, su búsqueda interior en sus diarios y es este el principal documento que Stach tiene en cuenta para exponer su trayectoria vital.

Kafka representa también el destino del genio moderno. Su literatura palpita en sus demonios interiores y rescata retazos de las oleadas de su imaginación. Su vocación fue literaria pero en un sentido tan excesivo, tan radical, que el trabajo de su genialidad le dejaba exhausto. Todas sus novelas, sus relatos son, de algún modo, la exquisita cristalización de sus obsesiones, la concreción imaginaria de sus miedos. Empleó la literatura a modo de terapia nocturna; la palabra fue el medio que encontró para exorcizarse. Hay en su vida, como explica Stach, disonancias: «Kafka nunca duerme», explica. Víctima de su propio daimon interior, por ejemplo, confiesa que escribió La condena en una sola noche, en un estado de éxtasis casi místico. Stach explica la génesis de la creación literaria de Kafka de un modo magistral: «En el momento en que comienza una nueva fase productiva […], Kafka empieza a sacar de un almacén que ya está lleno. Tensiones, metáforas, gestos, detalles característicos, todo está dispuesto, a menudo incluso en una forma lingüística predeterminada, como se puede atestiguar de múltiples maneras con ayuda de los diarios. Kafka no “elabora” la conmoción sufrida, elabora el material acumulado liberado por la conmoción. De ahí la densidad sin parangón, desafiante, de remisiones y de vínculos entre los elementos metafóricos y lingüísticos de sus textos».

Su dedicación religiosa por las palabras, el bisturí de su prosa, hace que su estilo resalte por su contención, como si, de nuevo, tuviera miedo a dejar que su demonio nocturno se desbordara sobre la hoja. ¿No sería esta la razón por la que dejó a su amigo Brod el encargo de destruir sus papeles? ¿No puede que, a punto de quebrarse su vida por la tuberculosis, hubiera tomado conciencia de que sus obsesiones sobrepasaban a sus coetáneos y de que había perdido el tiempo intentando transformar su procelosa imaginación en palabras? Es esta dimensión, por cierto, la que se descubre también en sus proyectos inacabados, en sus diversas redacciones.

Kafka trabajó como un orfebre de la creatividad. Y, si se permite la licencia, lo kafkiano de Kafka es su propia existencia. ¿No podría ser este joven K., funcionario de seguros, con una típica vida burguesa, encerrado en lo que llamó una «rutina sin espíritu», quien, ya entrada la noche, abre la espita de su imaginación y se convierte en uno de los más grandes autores de la historia de la literatura, uno de esos personajes que salían de su pluma? Son tres, básicamente, las obsesiones que definen su obra: el poder, el miedo y la soledad.

Lo que radiografía en sus escritos, especialmente en la Metamorfosis o en El proceso, son sin duda las secuelas de la vida moderna, la absurda lógica de una racionalidad desmedida, el anonimato de una sociedad que congrega iniciales pero vela los rostros. Antes de que se ensayara una crítica filosófica de la razón moderna, antes de que se cercioraran los expertos de la dialéctica de la Ilustración, Kafka había narrado las heridas existenciales de una dinámica sistémica, abstracta, calculadora que nos termina deshumanizando.

Uno de los textos más reveladoras de la vida interior de Kafka es Carta al padre. Stach ve en esta dura misiva la clave para entender tanto la problemática identidad judía del autor de El proceso como su imagen del cuerpo y la sexualidad. Además en esta carta es donde se explica el miedo como un componente esencial de su biografía y literatura. Recordemos ese inquietante comienzo. Escribe Kafka: «Querido padre: Hace poco tiempo me preguntaste por qué te tengo tanto miedo. Como siempre, no supe qué contestar, en parte por ese miedo que me provocas». Es, sin embargo, un miedo que excede el ámbito familiar: también en las relaciones con los otros, especialmente con las mujeres, Kafka está bajo el yugo del terror.

«Kafka —nos explica Stach— no sabía adaptarse, no sabía ubicarse. Sobre todo con las personas que le eran más próximas carecía de toda posibilidad de intercambio y por tanto de todo aliento». Algo de esta imposibilidad por comunicarse —tal vez, siendo consciente de su tensión psíquica, de la vorágine de su creatividad— es lo que hizo tan problemática su relación con las mujeres. Stach construye, a partir de un supuesto problema de identidad, una especie de teoría sobre la sexualidad de Kafka, su inseguridad en el trato con las mujeres, su miedo sexual, su rechazo a la reproducción, y sobre ella vuelve su biografía una y otra vez. Por un lado, aparece Felice Bauer, con quien mantuvo una interesante correspondencia, también importante para comprender sus profundos temores. Su intercambio epistolar es tremendo: Kafka la lleva hasta el límite, la sometió también al trabajo de su genio e imaginación y fue el objeto de sus obsesiones. Es fácil ver también que en esa correspondencia Kafka expresó el esfuerzo por comprenderse a sí mismo; en definitiva, fue una forma de aclarar su propia identidad. Las cartas a Felice se pueden leer como un ejercicio de autenticidad; por ello, Kafka conminaba a la desventurada Felice también a sincerarse.

La relación con Felice no terminó en matrimonio, pese a las sucesivas propuestas. Kafka no tuvo el arrojo suficiente para superar ese miedo visceral. Es ahí donde escribe: «En lugar de esta nada despreciable pérdida, ganarías un hombre enfermo, débil, insociable, taciturno, triste, rígido, casi desprovisto de toda esperanza, cuya única virtud tal vez consiste en que te quiere». Felice, sin embargo, no fue la única. También con Julie tuvo que romper su promesa de matrimonio. Más literaria fue la relación con Milenia, de la que nos ha quedado constancia gracias a su correspondencia. A diferencia de Felice, Milena compartía los intereses artísticos de Kafka; de hecho, le conoció porque mostró interés en traducir sus relatos al checo.

De salud débil, la vida de Kafka fue apagándose como consecuencia de la tuberculosis, y tras haber estado ingresado en sanatorios y casas de cura. Su inadaptación, su naturaleza enfermiza le obligó a solicitar el retiro a los treinta y nueve años. Murió a punto de cumplir los cuarenta y un años en un sanatorio de Viena. No obtuvo el reconocimiento en vida del que disfrutó más tarde y su producción literaria acabada apenas ocupa trescientas cincuenta páginas. Pero ha dejado todo un mundo literario y su figura ha alimentado innumerables interpretaciones. Enigmático, creativo, vivió y murió para la literatura. En esta obra de Stach se perfila no solo los acontecimientos exteriores que marcaron su existencia, sino la resonancia interior de lo exterior, es decir, la configuración de su genio y cómo fue poblando literariamente su desarraigo existencial. Se trata de una obra indispensable para entender su mundo, su concepción de la creación literaria y su relevancia histórica.

Profesor de Filosofía del Derecho (Universidad Complutense de Madrid).