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Recuerdo un consejo que alguien me dio cuando aún me encontraba en la Facultad de Ciencias de la Información y soñaba con ser un día una buena periodista: «Si quieres que el lector te entienda, redacta como si le estuvieses escribiendo una carta a tu madre. Hasta adquirir ese hábito, hasta lograr explicar lo más complicado de manera sencilla y comprensible, acostúmbrate incluso a comenzar con un «querida mamá»». Se trata de un buen consejo. Un lenguaje claro y preciso constituye una excelente garantía de fidelidad a la verdad. Me gustaría que quien lea estas líneas comprenda lo que para mí significa la figura de Antonio Fontán. Por eso me ha parecido que lo más apropiado es escribirle una carta, una carta de cumpleaños.

Querido don Antonio:

Seguro que todavía se acuerda de mi llegada a Madrid. De eso va a hacer muy pronto siete años, siete años de vida profesional que, con toda seguridad, no hubieran sido los mismos si no hubiera tenido la oportunidad de trabajar con usted.
Cuando llegué en noviembre de 1996 para ser la jefa de Redacción de esta revista, Antonio Fontán era para mí un ex presidente del Senado, el fundador de Nuestro Tiempo, el valiente director del desaparecido Madrid, un importante latinista. Y, es verdad, usted era todo eso y mucho más. No citaré aquí su extraordinaria trayectoria, que queda bien glosada en este número, pero sí deseo destacar que el suyo es un caso muy poco frecuente. El caso muy poco frecuente de quien ha sabido conjugar en todos los aspectos de su vida el compromiso con la libertad. Esa combinación perfecta y feliz de compromiso insobornable con la cosa pública y ejercicio constante de libertad para sacar adelante distintas empresas intelectuales y profesionales es lo que, a quienes le conocemos bien, nos llena de admiración. Para usted, don Antonio, las enseñanzas de Cicerón, el latín de Juan Luis Vives, el periodismo, la presidencia de una Cámara constituyente y tantas otras cosas no son sino aspectos que ilustran la diversidad de caminos por los que nos conduce la libertad (por algo ha sido siempre un radical y tenaz defensor de las libertades).
Eso es lo que yo pude comprobar muy pronto, pues desde el primer momento me regaló su confianza. Así, durante mis tres años largos en Nueva Revista, fui aprendiendo de quien ha sido maestro de académicos, maestro de periodistas y maestro de políticos. Aprendí de su sabiduría, su prudencia, su talante siempre abierto al diálogo, su coherencia y su actitud vital de servicio. Enseguida comprendí que esa poco frecuente combinación de virtudes es la que le ha permitido ganarse a lo largo de su vida el aprecio y el reconocimiento sincero de quienes incluso no piensan como usted. Porque la suya es, sin duda, una personalidad singular, ajena a los tópicos y los lugares comunes.
Querido don Antonio, no puedo extenderme más. Sólo quiero decirle que su nombre no sólo queda unido para siempre a la historia de España, sino también a la pequeña historia de todos y cada uno de los que, como yo, hemos tenido la suerte de aprender de su ejemplo y disfrutar de su desinteresada y sincera amistad. Feliz cumpleaños.

Nazareth Echart

Profesora de la facultad de Ciencias de la Información en la UCM