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Jacinto Choza y Pilar Choza presentan en su obra una lectura antropológica de la Odisea, en la que los avatares de Ulises en el viaje de regreso a Ítaca se proponen como un arquetipo de la existencia humana. No se trata, sin embargo, de una extrapolación de la metáfora cristiana del horno viator, sino de un análisis de la existencia heroica en la que ni el viaje aparece como una imagen de peregrinación ni el mundo como un viático, sino como el ejercicio de descubrir, cartografiar, fundar y habitar unos territorios y mundos ignotos a través de los cuales hay que abrir la ruta de vuelta a casa.

Como esos territorios están habitados por cíclopes, comedores de lotos, sirenas, ninfas, dioses, vientos, monstruos marinos y terrestres, muertos y hombres -impíos en unos casos y hospitalarios en otros-, el relato del viaje de Ulises sirve de cartografía de lo humano, de sus fronteras superiores e inferiores, de su orografía interior y exterior. Por eso Ulises es un héroe; no solo porque sus peripecias impliquen vencer resistencias y obstáculos fuera del alcance común sino, sobre todo, porque de su viaje se sigue la fundación de un mundo habitable, de un mundo en el que los hombres se pueden orientar, encontrar las rutas de regreso a casa y de ida a nuevas regiones que colonizar, que urbanizar. Como un Marco Polo de la memoria griega o como un Dante en su descenso y subida a la geografía decisiva del mundo, la Odisea, un libro de viajes y aventuras, hace del regreso a ltaca de Ulises un relato sobre la genealogía de la conciencia y de los límites de lo humano, de lo griego y de su mundo.

Si los autores lo proponen como un arquetipo de la existencia humana es porque Ulises, como los hombres que han hecho uso de su libertad para emprender la tarea de vivir, se encuentra fuera de su origen, lejos de donde es reconocido y puede coincidir consigo mismo en los demás, donde lo que unos son y los otros saben coincide, porque unos y otros se han hecho mutuamente entre sí, al menos en su origen. Lo que Ulises siente lejos de su patria, de su mujer, de su hijo y de su pueblo es nostalgia: el sentimiento que le infundieron los dioses para que se cumpliera su destino. La nostalgia, el recuerdo de aquello y aquellos que contienen cifrado el recuerdo de uno mismo, es el movimiento que le hace afrontar la travesía y los océanos, en los que, si muere, yacerá insepulto y se disolverá sin monumento funerario, es decir, fuera de la memoria de su pueblo, sin nombre y sin historia.

Volver a Ítaca es volver al origen y volver hacia uno mismo después de haber afrontado el océano del tiempo con el que los hombres tienen que medir su libertad. Tanto antes de haber acometido el viaje, cuando el origen ni siquiera ha sido puesto en juego, como después, cuando Ulises ya está extraviado, el viajero está fuera de sí, extrañado, olvidado de sí entre extraños países y seres que no lo saben y a quienes ha de conquistar, vencer, eludir o seducir con sus proezas.

La existencia heroica se desenvuelve entre la piedad que venera y vincula con el origen y el honor que lleva a las propias acciones a merecer su origen y a sostenerlo. El honor, en tanto que virtud heroica, es la forma piadosa de los hechos y los dichos que los convierte en hazañas y discursos, el rendimiento que glorifica al origen y lo confirma. Por eso, el honor es la confirmación libre de lo necesario y la piedad es la forma necesaria de la libertad: el héroe hace honor y rinde culto al origen con sus proezas, con sus hechos y sus dichos, con su nombre: con lo que, en la memoria de su pueblo, es el túmulo que contiene su historia, su vida.

Como navegar es, para los autores, una metáfora del ser libre y del medir el rumbo de las mareas, encalmadas, corrientes y tormentas del tiempo, y como además el rumbo es el origen reconquistado, renovado y conservado desde y a través de la propia vida, Ulises es un arquetipo de la existencia humana y, más en concreto, es un arquetipo de la idea griega de destino y, también, un preludio de la noción aristotélica de la naturaleza teleológica: el héroe griego es un hombre cuya libertad es el cumplimiento de su destino: el origen está también al final. Los posibles de la vida son los necesarios de la libertad y, en ese sentido, Ulises es también un arquetipo de la existencia humana y, sobre todo, de aquéllos que tenemos a los griegos como parte de la genealogía de nuestra conciencia y de nuestra libertad a la que -como a Odiseo ya de vuelta en casa- casi solo podemos reconocer por sus cicatrices.

Excelente, pues, el libro de Jacinto y Pilar Choza: un estudio de antropología filosófica que, desde fuera de los dominios escolares acotados para expertos, ofrece una interpretación original y que acercará al lector a una filosofía del hombre que se sirve de lo que los hombres han dicho de sí mismos en sus relatos y canciones, en sus historias y poemas para entenderlos y para entender, en la medida de lo posible, cómo está hecho nuestro mundo y nuestra conciencia. Higinio Marín.

Doctor en Filosofía, profesor Asociado de Sociología de la Comunicación, Facultad de Sociología, Universidad Pública de Navarra