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Un escritor que publica críticas contra sus propias obras, las que han firmado sus heterónimos, es desde luego un hombre original. El artificio lo podría haber empleado muy bien Jorge Luis Borges. Pero no, estamos ante Fernando Pessoa (1888-1935), uno de los mayores poetas y escritores de la lengua portuguesa y de la literatura europea. Fue en 1914 cuando este ser de apariencia tildada e inocente, de costumbres pausadas, ligadas al libro, a la literatura y a la imprenta, se presenta con sus otros heterónimos: Álvaro de Campos, Alberto Caeiro, Ricardo dos Reis. Nacidos en 1889 los dos primeros, en 1912, el último. Campos, Caeiro, Reis, Pessoa y algún otro «son» («¿forman?») el poeta. ¿«El» poeta? ¿«Los» poetas?

La técnica del desdoblarse, tan recomendada para no darse importancia, tan utilizada por los ascetas para ver con objetividad sus defectos, como los vería alguien desapasionado, ajeno, que le conociera bien, es recurso que sirve a Pessoa para confeccionar una poesía en la que todo es ilusión y sueño; una vida de absurdo. De ahí surgen constantes interrogantes sin respuesta.

Hombre de discreta biografía, muerto prematuramente a los 41 años, fue excelso poeta bilingüe, portugués e inglés (English poems). Cada vez más, con el paso del tiempo, se ha ido convirtiendo en una figura fascinante para los críticos literarios y para cuantos lectores de poesía no se conforman con planteamientos convencionales.

Director de «Nueva Revista», doctor en Periodismo (Universidad de Navarra) y licenciado en Ciencias Físicas (Universidad Complutense de Madrid). Ha sido corresponsal de «ABC» y director de Comunicación del Ministerio de Educación y Cultura.