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La editorial Grasset ha publicado recientemente dos libros sobre el mismo tema y con puntos de vista aparentemente contradictorios: OPA sobre los judíos de Francia, éxodo programado 2 000 – 2005, de Cécilia Gabizon y Johan Weisz, analiza el fracaso de la operación con la que la agencia de emigración de Israel trató de captar a buena parte del casi medio millón de judíos —la mayoría de origen sefardí— que viven en Francia. Shmuel Trigano, en El futuro de los judíos de Francia, expone por su parte una reflexiones más generales —no en vano este autor lleva mucho tiempo escribiendo sobre ello— acerca de la crisis del judaísmo francés, de la que la OPA investigada por Gabizon y Weisz es sólo una parte.

Los judíos franceses parecían, tras la II Guerra Mundial, una de las comunidades israelitas mejor asimiladas de Europa. Habían sabido pasar, sin mayores sospechas de deslealtad, de la monarquía a la república. Incluso su participación en la resistencia les ganó un puesto respetable, hasta mediados de los ochenta. El sionismo proclamaba que el buen judío debe aspirar a vivir en Israel, opinión que sería explotada por quienes querían echar (y terminarían matando) a los judíos europeos, y que no hizo ningún bien a quienes querían permanecer integrados en sus países. Tras la creación del Estado de Israel, pareció aumentar la obligación de solidaridad con éste para los judíos, y con ella el peligro de que se les acusara de deslealtad. La creciente hostilidad árabe hacia el Estado hebreo y la inmigración de musulmanes —y de judíos sefarditas perseguidos en los Estados norteafricanos— a Francia hizo aparecer el fenómeno del antisemitismo. La última Intifada lo convirtió en una cuestión explosiva.

[[wysiwyg_imageupload:1374:height=253,width=180]]Al otro lado del Mediterráneo, Israel necesitaba de la inmigración para sobrevivir, y para ello organizó desde el principio una agencia encargada de captar judíos deseosos de vivir en Tierra Santa. Durante décadas fueron los judíos norteafricanos. La última acción exitosa de viejo estilo fue la repatriación de 8.000 presuntos judíos etíopes en la Operación Moisés, entre noviembre de 1984 y enero de 1985. Lo que Gabizon y Weisz llaman OPA sobre los judíos franceses fue una ambiciosa operación montada en torno al cambio de siglo, que pretendía atraer a cientos de miles de judíos franceses, empezando por los del barrio parisino más problemático para ellos: Sarcelles.

La operación fue un fracaso, aunque finalmente llegaron a desplazarse a Israel decenas de miles de judíos franceses: muchos de ellos, al cabo de poco tiempo, regresaron a Francia aún más pobres de lo que habían salido. Hoy Israel prefiere una política de visitas e intercambio de amigos con Israel, para que cada persona pondere su capacidad de aclimatarse al ambiente, y para evaluar las posibilidades de encontrarle trabajo. Como resultado, hay colonias y hasta ciudades en Israel donde se juntan judíos de la misma proveniencia, que pueden así conservar su cultura, lengua y costumbres.

El libro de Trigano, en un estilo menos pegado a la intriga de una operación secreta, reconoce que el sionismo y el Estado de Israel han marcado para siempre a los judíos de Francia. Israel sigue siendo un Estado rechazado por muchos y no se puede forzar a nadie a vivir allí.

La comunidad israelita en Francia, ciertamente, se ha radicalizado a consecuencia del antisemitismo, y se ha politizado al exigírsele solidaridad con Israel. Incluso los intelectuales judíos más integrados han sufrido una crisis de identidad: se consideran incomprendidos. La relación con sus conciudadanos habrá de repensarse. Pero, concluye Trigano, por una parte la convivencia es siempre posible, ya que los hombres somos libres y, por otra parte, no es la primera vez que los israelitas han debido adaptarse a una nueva situación.