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El 2004 es un año de aniversarios en el Caribe: Haití celebra 200 años de independencia de Francia, la República Dominicana 160 años de independencia de Haití, y Cuba conmemora 45 años del triunfo de la revolución de Fidel Castro. Sin embargo las tres principales naciones del Caribe celebran estas fechas sumidas en un profundo sentimiento de decepción ante importantes retrocesos en el terreno político y económico.

HAITÍ: EL FIN DE LA ERA DE JEAN-BERTRAND ARISTIDE

Haití logró la independencia en 1804, después de una revuelta de esclavos contra Francia. Desde entonces los haitianos son un pueblo orgulloso de su espíritu rebelde contra la opresión política. Son combativos, pasionales e impacientes con sus líderes, lo que les ha creado una fama de ingobernables, no exenta de verdad. Todos sus presidentes sin excepción recurrieron en algún momento al uso de la fuerza, creando un estado de inseguridad permanente. Sus primeras elecciones realmente democráticas fueron en 1990. Fueron los primeros comicios ganados por Aristide.

El hoy ex presidente fue elegido por mayoría, tras la huida del último dictador militar, llamado Prosper Avril, en marzo de 1990. Docenas de organizaciones políticas y grupos populares de base de la sociedad civil, opuestos al omnipresente poder militar y con deseos de democracia, encontraron en la figura de Aristide un símbolo de construcción de un Estado de derecho moderno. El ex sacerdote salesiano y su partido Lavalás («avalancha» ) representaron una esperanza para la gran masa de los pobres haitianos -el 85% de la población del país-.

«Titide», como le llaman sus amigos, gobernó apenas siete meses hasta septiembre de 1991, cuando un nuevo golpe militar le envió al exilio. El nuevo presidente fue otro general mulato, llamado Raoul Cedrás, quien sufrió un embargo comercial en 1993 y finalmente una intervención norteamericana en toda regla en 1995 amparada por una resolución de la ONU, que colocó a Aristide de nuevo en el poder. Para evitar nuevos golpes de Estado, los Estados Unidos disolvieron el ejército, aplicando la misma fórmula usada tras la invasión de Panamá en 1990, para expulsar al dictador Manuel Antonio Noriega.

La constitución haitiana limita el mandato presidencial a cinco años, e impide la reelección de un presidente en dos mandatos consecutivos; por eso Aristide tuvo que abandonar el poder y entregar el mando a René Preval, un hombre de su propio partido Lavalás, mediocre pero fiel.

Durante la presidencia de Preval (1995-2000), Aristide gobernó en la sombra. Fue entonces cuando los ideales de construcción de un Haití democrático comenzaron a corromperse en el partido Lavalás. El gobierno repitió los errores políticos de los dictadores de toda la vida. Se llenaron los bolsillos con las inversiones extranjeras de la privatización de empresas públicas, se desviaron fondos de cooperación internacional, se hizo la vista gorda sobre el tráfico de drogas y se ignoraron las instituciones básicas de un gobierno democrático. Preval llegó incluso a disolver el Parlamento y a gobernar por decreto en 1999.

El error más grave fue el acoso a la oposición política por medio de bandas armadas de jóvenes amigos del Gobierno, responsables de palizas, quema de viviendas y comercios, amenazas e incluso de algunos asesinatos. Esta fórmula de control político, conocida en Haití como macoutismo, se relaciona con la dictadura duvalierista y sus esbirros asesinos llamados Tonton Macoutes. Algunos partidarios de Aristide se opusieron a estos métodos y Lavalás se dividió en tres facciones.

La decepción dentro del país se hizo notar fuera al manipular Lavalás las elecciones al Parlamento en junio del 2000, unas elecciones que fueron condenadas como fraudulentas por todos los observadores internacionales presentes en ella. La oposición política haitiana boicoteó las elecciones presidenciales de noviembre de ese mismo año. Aristide era de nuevo el candidato de Lavalás, y podía ahora gobernar a plena luz. Pero el triunfo se le hizo amargo. Fue prácticamente el único candidato en liza, y la participación electoral de los ciudadanos no llegó al 15%.

Estados Unidos, la Unión Europea y Canadá aceptaron a Aristide como gobernante de facto, pero se congelaron 600 millones de dólares en ayudas internacionales hasta que no se produjera un arreglo político con la oposición.

Desde entonces el Gobierno de Aristide vivió sin el dinero de la ayuda internacional, sometido a la presión de la Organización de Estados Americanos (OEA) para pactar con la oposición, y con un deterioro económico de la moneda nacional (gourda), que se devaluó a un 25% de su valor contra el dólar en cuatro años, en un país que lo importa todo.

Aristide trató de organizar en Puerto Príncipe un fastuoso segundo centenario de la independencia. Pero la respuesta no pudo ser más fría: la mayoría de las potencias enviaron representantes de tercera fila, y el único jefe de Estado que cayó en la trampa fue el primer ministro sudafricano Tabo Mbeki, por solidaridad de raza.

La intransigencia de Jean Bertrand Aristide ha cavado su propia tumba política. Rechazó casi todas las soluciones propuestas por la OEA. Y las pocas que aceptó, no hizo el más mínimo esfuerzo por cumplirlas. Todo el mundo en Haití estaba de acuerdo en que la solución de los problemas del país pasaba por su desaparición de la escena política.

El pueblo decepcionado le abandonó por completo. Por eso los rebeldes no han encontrado apenas resistencia en las escasas tres semanas que ha durado la rebelión. Pero aún más elocuente fue la negativa de Estados Unidos, Francia y Canadá de acudir en su defensa.

Una vez más, el futuro haitiano lo decidirán los extranjeros. La reconstrucción de la democracia haitiana implica una intervención internacional. Francia, Estados Unidos y la Comunidad de países del Caribe (CARICOM) ya han mostrado su interés en participar bajo mandato del Consejo de Seguridad de la ONU.

Con Aristide fuera, es posible que se celebren unas elecciones más o menos representativas. Pero para garantizar el proceso, es indispensable la presencia con carácter indefinido de una fuerza multinacional de paz, con mandato expreso de controlar a los grupos rebeldes que se levantaron en armas en febrero del 2004, que carecen de discurso político alguno y sólo buscaban venganzas personales.

EL ATRINCHERAMIENTO IDEOLÓGICO DE CUBA

En Cuba también hay decepción. Las esperanzas de una apertura del régimen socialista de Fidel Castro, tras la visita del papa Juan Pablo II en 1998, se vieron igualmente frustradas. No se esperaba la llegada de una plena democracia, pero sí mejoras en materia de derechos humanos y libertad de expresión. Gestos como la legalización de las fiestas navideñas después de treinta y años de prohibición o la permisividad ante la aparición de voces políticas opositoras dentro de la isla se desvanecieron pronto.

El régimen se cerró sobre sí mismo, aprovechando hábilmente varios temas de actualidad, para lanzar una feroz campaña de adoctrinamiento político hacia el interior de la isla. El primero de ellos fue el caso del niño balsero Elián González y la acalorada disputa por su custodia legal en 1999, que duró ocho meses. Desde entonces hasta hoy los cubanos se han visto sometidos a un bombardeo ideológico sistemático con discursos, debates y mesas redondas en las que se repiten mecánicamente las consignas de la revolución.

Cuando se resolvió el tema de Elián, se sustituyó por otros de menor trascendencia, como el de los cinco cubanos detenidos en Estados Unidos por espionaje, o el setenta y cinco aniversario del nacimiento del Che Guevara.

El círculo alrededor de Fidel Castro se ha ido cerrando entorno a figuras cada vez más jóvenes y radicales, entre las que destaca el ministro de exteriores, Felipe Pérez Roque, silenciando voces críticas desde dentro. Castro encontró además un amigo especial en el presidente venezolano, Hugo Chávez, que le ayudó a salir de la crisis por escasez de combustible, a cambio del asesoramiento cubano en educación, salud y adoctrinamiento de masas, que Chávez ha seguido al pie de la letra.

El régimen se ha personalizado aún más en la figura del comandante en jefe como líder indiscutible, presente en todas partes y experto en todos los temas. Un 80% de las noticias de portada del diario oficial Granma están relacionadas con alguna actividad de Castro -un discurso, una inauguración, un viaje al extranjero o la asistencia a un congreso-.

Es sorprendente la miopía política de un régimen que no va a saber qué hacer cuando desaparezca un líder tan carismático como Castro. Los militantes cambiaron la Constitución en el 2002 para declarar el socialismo cubano como «intocable» y «permanente». Pero debajo de esta postura oficial, se encuentran acciones de posicionamiento clave ante lo que vendrá, como el control que algunos líderes militares ejercen ya sobre las cadenas de comercio en dólares y la industria del turismo.

El acontecimiento de mayor trascendencia de los últimos meses fue sin duda la decisión del régimen de encarcelar a setenta y cinco líderes opositores en marzo del 2003 y el fusilamiento de tres balseros que trataron de secuestrar una embarcación para huir a Estados Unidos. Por vez primera, la Unión Europea impuso sanciones diplomáticas a La Habana.

Ante la fortificación ideológica, la mayoría de los actores simplemente esperan la llamada solución biológica, es decir, la defunción natural de Fidel, que cumplirá 78 años en el 2004.

La revolución cubana desaparecerá con Castro. La transición puede ser más o menos corta, pero el régimen hace agua por todos lados, y hoy por hoy sólo sobrevive por el extraordinario carisma de su líder. Sólo cabe esperar que los dirigentes cubanos que le sucedan respeten los indiscutibles avances de la revolución en materia educativa y de organización de un sistema sanitario nacional.

REPÚBLICA DOMINICANA.EL DESPERTAR DE UN SUEÑO

La decepción de los dominicanos tiene un carácter casi depresivo. Durante casi una década, este país pareció disfrutar de un camino seguro de desarrollo, con crecimientos anuales constantes de más del 5% y tasas de inflación por debajo del 10%. Pero en el último año y medio se ha producido un retroceso espectacular.

La crisis económica ha estado determinada por la política del Gobierno del presidente Hipólito Mejía (2000-2004), que incrementó la deuda pública con una campaña salvaje de aprobación de préstamos internacionales de dudosa utilización. El endeudamiento se incrementó exponencialmente tras la intervención estatal de Baninter, el segundo banco privado del país al descubrirse un fraude multimillonario, por la decisión del Gobierno de nacionalizar la explotación del mercado de distribución de energía en dos tercios del territorio dominicano, que estaba en poder de Unión Fenosa, y por la celebración de los Juegos Panamericanos en agosto del 2003 en un país virtualmente quebrado. La moneda nacional pasó a cotizarse de 17 a 50 unidades por dólar en catorce meses y la inflación fue del 40% a finales del 2003. La crisis económica parece no haber tocado fondo, a pesar que el país firmó finalmente un acuerdo con el FMI en febrero.

Pero la peor crisis ha sido la decisión del presidente Mejía de presentarse a la reelección en los comicios del próximo 16 de mayo. Para ello se ha tenido que modificar la Constitución del país, se ha dividido profundamente el gubernamental Partido Revolucionario Dominicano (PRD), hay dudas sobre la independencia de los jueces de la Junta Central Electoral y se observa una inusual participación de los militares en la política nacional. La única esperanza es una transición política sin sobresaltos.