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Los que somos aficionados a los relatos adquirimos cierta deformación que nos lleva a ir siempre buscando sorpresas: una historia inesperada, un giro inaudito, un golpe de efecto. Pero esta deformación trae consigo cierta complejidad en el gusto, un afán de encontrar personajes rebuscados o finales artificiosamente originales. Y poco a poco podemos alejarnos de la realidad cotidiana, de esos fascinantes e increíbles personajes con los que nos cruzamos cada día por la calle.

Los veintiún cuentos que se recogen en este primer libro de Carlos Cebrián suponen, en este sentido, una refrescante y acertada terapia. Los protagonistas que se asoman en estos cuentos son personajes corrientes, con su sabiduría popular, con sus grandes o pequeños problemas, con sus amores y sus vados. Un zapatero psicólogo, un fotógrafo que recobra su pasado, un pescador que aún cree en la dignidad, un tabernero que hace de su trabajo un arte, un niño ciego que le enseña a mirar a un adulto que va demasiado de­ prisa, un viudo que ya no sabe vivir so­ lo, una pareja mayor que se reencuentra, unos rateros con un resto de corazón… todos ellos son perfilados con breves y certeros trazos, y casi se podría decir que están fotografiados en la pos­ tura más característica y conmovedora de sus almas. Y en tres, cuatro o cinco páginas, el autor nos presenta a un nuevo personaje que pasa a engrosar la galería de nuestros afectos, el horizonte de nuestro mundo interpretado.

El lugar por donde merodean los protagonistas de estas historias es la tierra de la autenticidad. Todos buscan algo que haga real su existencia, aquello que convierta la vida que viven en "su vida», el rostro que tienen en "su rostro", la gente con la que conviven en "su gente". En un mundo anónimo, donde todos nos sentimos un caso más de lo mismo, que un libro despierte y subraye esa genialidad irrepetible que esconde cada ser humano -sean cuales sean sus circunstancias personales- resulta una eficaz llamada al optimismo.

Lo que más destaca de estos relatos no es la escritura en sí: no se busca esa perfección formalista que tantas veces distrae de lo esencial. A veces, incluso, parecen escritos con excesiva espontaneidad y despreocupación. Lo que le importa al autor no es la brillantez, si­ no la carga significativa de las historias, la sutil imaginación que da vida a los personajes. Las situaciones, los comentarios, las emociones, ahí se encuentra el centro de atención, lo que realmente interesa. Lo que se dice en cada relato aparece en aquello que se esconde, está medio insinuado, y por eso el lector debe filmar en su imaginación las escenas del cuento.

El estilo directo, cargado de ex­ presiones callejeras y de esas ocurrencias (retazos de pensamiento) que brotan del interior sin que uno casi se de cuenta, da viveza a los relatos. Las frases truncadas, o las torpezas en el decir o el pensar, hacen más reales a los protagonistas y, paradójicamente, más expresivos: al doblar una esquina de la historia, esos fragmentos cobran un sentido repentino. Todo resulta muy sencillo, sin caer en la simpleza; conmovedor, sin hacerse ñoño; significativo, sin caer en la moraleja.
Algunas pinceladas resultan genialmente acertadas, como la construcción en paralelo de las dos historias de Artes punzantes (¡muy buen cuento!), o el diálogo entre Marías y don Justo en Tú, primero, o el itinerario interior de Jaime en Perrosusto, o la descripción de Jevi en Los Reyes Magos no son los padres,  o aquel cordón suelto de un zapato que remata una descripción del protagonista de Imdgenes.

Todos los relatos dan que pensar, abren un espacio en el que la imaginación se ensancha, llaman la atención sobre la vida corriente que nos ha toca­ do vivir. En resumen: enseñan a mirar. Y no es poca cosa esto.

Se podría decir que todo libro, una vez publicado, hace consciente al autor de sus errores y de sus aciertos; entonces es cuando uno cae en la cuenta de que esto lo tendría que haber dicho de otra manera, aquello mejor habría sido quitarlo, de que sobra esta frase o tendría que haber aprovechado más ese final… Por eso un segundo libro, sobre todo si se trata de un autor joven, gana en madurez y precisión. Espero que el autor siga escribiendo, porque va por buen camino.