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A simple vista, Moby Dick parece una crónica de la vida áspera de los balleneros; una crónica que se hace árida por momentos, con esas prolijas interpolaciones en la trama principal de la novela, en las que Melville nos describe con una exhaustividad mareante las técnicas de captura y descuartizamiento de las ballenas.

Si el lector logra superar la sensación de desconcierto que producen estos pasajes, alcanzará el segundo nivel de lectura de Moby Dick, cuyo asunto central es la locura del capitán Ahab, empeñado en perseguir a la ballena blanca por los océanos y en enfrentarse con ella, aun a costa de destruir su barco y aniquilar a su tripulación.

La irracionalidad de un hombre solo, el capitán Ahab, basta para contaminar el universo entero, tornándolo también irracional

En este segundo nivel de lectura, el lector podrá disfrutar de una de las principales magias de la escritura de Melville, presente también en otras obras suyas (empezando por el celebérrimo relato Bartebly, el escribiente): la irracionalidad de un hombre solo —Ahab— basta para contaminar el universo entero, tornándolo también irracional. La contemplación de ese universo acechado por el caos a través de la mirada de Ahab es uno de los logros más estremecedores y vastos de la obra de Melville.

En este segundo grado de lectura suelen quedarse todos los intentos de «adaptación» de Moby Dick; así ocurre, por ejemplo, con la espléndida versión cinematográfica dirigida por John Huston, con guión de Ray Bradbury (que, sin embargo, no acierta ni de lejos a captar la grandeza sobrecogedora del original).

El capitán Ahab, del filme «Moby Dick», de John Huston

En algún pasaje de su obra, el autor nos previene contra el peligro de considerar Moby Dick «una atroz alegoría intolerable». Sin embargo, en un tercer nivel de lectura (el más íntimo y verdadero), Moby Dick es una alegoría, quiéralo o no su autor; y teológica, para más señas. Algunos autores han considerado que tal alegoría muestra una «batalla contra el Mal»; pero lo cierto es que la ballena blanca no se muestra «malvada» en el estricto sentido de la palabra, sino más bien impasible,inhumanamente impasible, si se quiere. Más propiamente,creo que la batalla que nos presenta Melville es de índole prometeica: es la rebelión del hombre contra Dios.

Naturalmente, la teología que subyace en la obra de Melville es errónea en muchos aspectos, infectada por el hálito de la desesperación (nota constante, por lo demás, de casi toda su obra), como corresponde a una formación férreamente calvinista; así, por ejemplo, Melville no entiende los efectos de la Redención sobre la massa perdiotionis. La ballena blanca es la alegoría de un Dios que arroja a los hombres a la vastedad del cosmos y permanece inmutable,mientras chapotean en su insignificancia.

Melville publicó su magna obra en 1851 y murió sin que esta hubiese sido entendida por sus contemporáneos. Cuando, allá por 1920, Moby Dick empieza a ser considerada, el mundo había cambiado demasiado: la «muerte de Dios» proclamada por Nietzsche, por un lado, y la eclosión de una religiosidad pinturera y emotiva, por otro, dificultarían sobremanera la comprensión de las inquietudes teológicas, angustiadas o blasfemas, de Melville.