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El italiano Massimo Recalcati (1959), director del Instituto de Investigación en Psicoanálisis Aplicado (con sedes en Milán y en Grottammare) y profesor en la Universidad de Pavía, especializado en temas de familia, publica Las manos de la madre, como obligada continuación de su libro precedente, El complejo de Telémaco. Padres e hijos tras el ocaso del progenitor (2013), en el que constataba la caída de la autoridad paterna como característica propia del momento actual: «La autoridad simbólica del padre ha perdido peso, se ha eclipsado, ha llegado irremisiblemente a su ocaso».

Massimo Recalcati: «Las manos de la madre. Deseo, fantasías y herencia de lo materno». Anagrama, 2018
Massimo Recalcati: «Las manos de la madre. Deseo, fantasías y herencia de lo materno». Anagrama, 2018

La evaporación del padre

Este nuevo libro, dedicado «a todas las madres que he escuchado», es la respuesta a una doble demanda. En primer lugar, la reiterada exigencia de sus lectores y alumnos, que conocedores de su amplia investigación y profundos conocimientos sobre la relación paterno-filial y la crisis actual de los padres o el fenómeno que él mismo denomina «la evaporación del padre», llevaban tiempo solicitándole que investigara ese complemento, indispensable y equilibrador de la paternidad, que es la figura materna. Y, en segundo lugar, el deseo personal que latía en su interior de rendir el merecido homenaje a las mujeres que han sido madres porque, como señala en la introducción, «los cuidados maternos, al contrario de lo que sucede en todas las esferas de nuestra vida individual y colectiva, nunca son anónimos, genéricos, protocolarios, estándares; nunca se insistirá lo suficiente acerca de la importancia de la atención materna que nunca es cuidado de la vida en general, sino siempre y únicamente cuidado de una vida en particular».

La reflexión profunda sobre la condición femenino-maternal es un tema que constituye sin duda una emergencia de nuestro tiempo y que no se puede postponer más, pues la mujer es esa parte del género humano que «concede (o no) el acceso a la vida» (Ceriotti) o como dice el propio Recalcati, «es quien ofrece sus manos a la vida que viene al mundo, que responde a su invocación, que la sustenta con su propio deseo».

El problema, tal como lo expone el autor, se presenta cuando la mujer, tras engendrar y dar la vida a sus hijos, se niega a separarse de ellos y los retiene como posesión obsesiva, transformándolos en meros apéndices propios, sin autonomía ni independencia.

La hospitalidad sin propiedad

El libro pivota prácticamente en su totalidad en torno a esta dialéctica: la maternidad como permanente oscilación entre el goce del hijo, su apropiación y la separación, el regalo de la pérdida, el reconocimiento del hijo como vida ajena, como alteridad irreductible; entre la pulsión de la muerte y la pulsión de la vida, entre el impulso de poseer la vida mortificándola y el dejar que se marche la vida que ha generado. El equilibrio de toda madre debe encontrarse entre la entrega amorosa hacia su hijo y la disponibilidad y apertura a perderlo, a dejarlo ir cuando sea el momento oportuno; dejar que el hijo emprenda su propio vuelo, permitirle marchar después de haberlo engendrado y atendido: «hospitalidad sin propiedad es lo que debe definir a la madre».

La relación materno-filial es esencial en la historia de cada persona, tanto desde un punto de vista físico, como espiritual. Pero toda madre debe ser consciente de la necesidad de conjugarla con ciertas dosis de «desapego» para que la relación sea equilibrada y sana. La relación madre-hijo debe ser transitoria y no «totalizadora». Así como se construye de forma progresiva, también se debe disolver progresivamente para permitir que el hijo crezca y adquiera su propia autonomía. Desde el primer momento, la madre debe hacer frente al desafío de lograr “la justa distancia emotiva y física…vigilarla continuamente y redefinirla en función del momento evolutivo del hijo” (Ceriotti). En palabras del autor: «Es necesario que la oferta materna de presencia deje espacio asimismo a su ausencia».

Pero por desgracia, la maternidad patológica y desviada, que asume al hijo como propiedad, es típica de nuestro tiempo hipermoderno; «tiempo del colapso de lo simbólico…tiempo cínico y perverso de un goce que se quiere libre de todo vínculo» (Recalcati).

Psicoanálisis de las mujeres de la Biblia. La buena madre

Entre las virtudes de la maternidad a las que Recalcati dedica más atención, destaca la sacrificial y generosa capacidad de aquellas madres que, en contra de su instinto de posesión, dejan ir al hijo, favorecen el desapego desde que nace para que adquiera su propia autonomía y su independiente configuración personal; «ejemplo de sublimación materna».

Esto será más fácil, como señala a su vez Osvaldo Poli, para aquellas madres que tienen la convicción de que su hijos están en buenas manos. En este sentido, «la fe religiosa favorece los mecanismos psicológicos para una sana separación emotiva del hijo…los hijos no pueden representar el fin último de la vida, el sentido total de la existencia. La distancia progresiva inducida por su crecimiento reabre la búsqueda espiritual relativa al propio destino personal. El tener un fin trascendente de la vida ayuda a dar a los hijos la justa importancia, sin hacer de ellos el propio absoluto» (Osvaldo Poli: Corazón de padre. Palabra, 2012).

El autor navega psicoanalíticamente por las páginas de los Libros Sagrados, tanto del Antiguo como del Nuevo testamento, para mostrar ejemplos históricos de auténtico y generoso amor maternal: desde la Virgen María, hasta Sara, pasando por la madre que en el juicio de Salomón renunció a su hijo para que no fuera partido en dos por la espada del Rey (aunque el autor no lo hace, podríamos incluir también a Isabel, madre de San Juan). Todas ellas sabían que «dar a luz un hijo…supone ya desde el principio perderlo, reconocerlo como pura trascendencia, generarlo como una alteridad…absoluta inmanencia y absoluta trascendencia».

El juicio de Salomón

En el juicio de Salomón, una de las mujeres está dispuesta a desprenderse por amor de su propio fruto; mientras que la otra reclama el derecho a la posesión exclusiva de aquel a quien se supone que ha generado. La primera representa a la «buena madre»; mientras que la segunda representa la maternidad patológica que reduce al hijo a objeto de su propio disfrute.

En este pasaje bíblico, se observa la sutil relación entre generación y libertad; solo una de las mujeres es la verdadera madre y, por lo tanto, la que está dispuesta a perder al hijo para regalarle la vida y eximirle de la muerte. Pero desde el psicoanálisis, estas dos mujeres son en realidad las dos caras de una misma mujer y reflejan el debate interior de toda madre, en permanente dialéctica entre el apego total y sofocante con el hijo y el necesario desapego paulatino, generoso y liberador.

El profundo nexo entre la maternidad y la necesidad de pérdida está asimismo claramente presente en el relato bíblico del sacrificio de Isaac. Como señala el autor: «En su centro no se halla en realidad un Dios despiadado que impone la absurda muerte del hijo más amado para poner a prueba la fe de su padre y de su madre, sino la necesidad de que los padres, Abraham y Sara, den su consentimiento a la pérdida del hijo, a su abandono, a su sacrificio para permitirle que se emancipe de los vínculos familiares y pueda encontrar su lugar en el mundo».

Es el regalo más grande que una madre puede hacer: donar la libertad, ser capaz de dejar que su propio hijo se vaya, sacrificar toda propiedad sobre ellos. En el momento en que la vida crece y quiere ser libre, más allá de los estrechos confines de la familia, la tarea de una madre es dejar marchar a sus hijos, saber perderlos. «Esto es el núcleo más profundo de la escena del sacrificio de Isaac: al hijo más amado; al más esperado; al hijo de la promesa hay que dejarlo marchar, no es su vida la que debe ser sacrificada, sino su propiedad…su dependencia de los lazos familiares primarios».

Sara, está dispuesta a perder al hijo más deseado, más amado. Por ello, representa las dos vertientes en las que se divide el ser de la madre equilibrada: por un lado la entrega amorosa, por otro, la disponibilidad a perderlo.

Como en el caso de Sara, también la enseñanza de María, con su entrega absoluta, implica que el hijo nunca puede ser propiedad de la madre. El acontecimiento de ser Madre de Dios implica para María saber, desde el primer instante de la gestación, que va a perder a ese hijo, y que lo hará con un dolor humanamente inabarcable («una espada te atravesará el corazón»). Y, a pesar de todo, no impide la marcha del hijo hacia su doloroso calvario; un acontecimiento que la desborda. María recibe, sin oponer resistencia, la vida de un hijo que no le pertenece y que está destinada a cambiar para siempre el sentido del mundo. En este caso, lo que el autor nos muestra es que para ser madre, no basta con poner a disposición el propio cuerpo, sino que es necesario un radical «¡Sí!», «una aceptación sin reservas de la vida que se espera».

En los tres supuestos expuestos, la indicación bíblica es aquí psicoanalíticamente precisa: «Solo la que sabe perder lo que ha concebido puede ser una auténtica madre. Esta es, de hecho, la mayor prueba que le espera a toda madre; dejar marchar a su hijo después de haberlo engendrado y atendido, regalarle la libertad como señal de amor».

Desviaciones patológicas de la maternidad

Pero Recalcati analiza no solo las virtudes de la maternidad, sino también las deformaciones y desviaciones que los complejos tiempos que nos han tocado vivir traen consigo sobre la figura materna.

En la actualidad, como expone también Ceriotti, «se está produciendo una transformación progresiva en nuestros principales códigos simbólicos» y nos encontramos con mujeres que renuncian abiertamente a tener hijos, porque entienden que «maternal es sinónimo de sacrificial»; mujeres que interpretan la maternidad como una amenaza contra un «ideal estéril de feminidad» y rechazan al niño como causa de la mortificación del cuerpo femenino. Y, paradójicamente, al mismo tiempo, es usual encontrar otras mujeres que sufren desviaciones en el ejercicio de la maternidad, como es la posesión obsesiva de los hijos, ocasionando una simbiosis madre/hijo «sofocante y antivital» (Claudio Risé). En estas circunstancias, el hijo no es más que un pedazo, un apéndice de la madre; no tiene autonomía, no tiene independencia.

Como sucedía con la «mala madre» del Juicio de Salomón, por desgracia, es algo habitual en la actualidad que el sueño, siempre presente, de la omnipotencia materna se haga terrible realidad; «secuestro arbitrario del hijo como propio que define la declinación patológica de la maternidad, y que consiste en poseer, devorar, sofocar al hijo, reducirlo a objeto de su propio goce». Esto sucede con especial intensidad entre aquellas madres que han optado por la maternidad en soledad. En este sentido, señala Recalcati, que para estas mujeres que son madres de manera ajena a toda relación amorosa, «es mucho más probable que resulte dominante el deseo de querer tener un hijo respecto del deseo real de la maternidad y los hijos estarán más expuestos a convertirse en objetos exclusivos del goce de la madre…El derecho de propiedad sobre el hijo autoriza a la madre a caer en la pura arbitrariedad, en el capricho insensato, en la aniquilación del otro, en su sometimiento». La madre se convierte en la prisión de sus propios hijos. Están cerrados en un vínculo sin aire.

Se produce una «simbiosis mortífera» que anula las respectivas identidades. La madre aprisiona al hijo que se convierte en su «pareja cerrada, hipnótica, fusional», su paño de lágrimas, su confidente. Algo para lo que el niño no está preparado. Aquel quedará sometido al insoportable peso y responsabilidad de «dar sentido» a la vida de su madre. Versión patológica del amor que solo genera esclavitud bidireccional, de la madre hacia el hijo, y de éste hacia la madre: «La maternidad da paso a un instinto devorador, recíproco por lo general: la madre asfixiante, la madre que no respeta la distancia simbólica necesaria en la relación con su hijo, absorbe al hijo en ella misma dejándose absorber íntegramente por el hijo…un espejismo de recíproca dependencia…El efecto es el de una confusión que elimina toda diferencia simbólica».

El padre como libertad y equilibrio

Ya en sus obras precedentes (tanto en El complejo de Telémaco. Padres e hijos tras el ocaso del progenitor, 2013; como en ¿Qué queda del padre? La paternidad en la época hipermoderna, 2015), Recalcati había destacado el importante papel equilibrador del padre en su intervención frente a la relación fusional madre-hijo. Ahora, en esta obra, vuelve a insistir en su trascendental papel como tercero capaz de separar a la madre del hijo impidiendo su absorción mutua. El padre como «brújula que guía la vida del hijo más allá del horizonte cerrado de la familia».

El padre es quien permite enfrentar la realidad y la separación o insertar entre la madre y el hijo un espacio que libera de la inmediatez y la fusión con los seres y las cosas. El padre representa la libertad, tanto para el hijo como para la madre: libera al hijo de la excesiva dominación de su madre, corta el cordón umbilical y le permite sentirse como un ser pleno y autónomo, lo que le ayudará a su vez a madurar. Concede libertad a sus hijos para tener sus propias experiencias, incluyendo riesgos, fracasos y sufrimientos; lo que sin duda ayuda al hijo a percibir sus propias limitaciones y le fortalece. Desafía los límites del universo materno, lo separa. Sin separación no hay crecimiento y el individuo no consigue jamás despegarse de los niveles psicológicos de la infancia. Los hijos no desvinculados psíquicamente de su madre permanecen como «lactantes psíquicos» (Luigi Zoja).

El efecto del desenganche realizado por el padre será siempre beneficioso, no mortifica la relación materna, sino que la vivifica sustrayéndola al empaste necesariamente incestuoso de la identificación indiferenciada con el propio hijo. En este sentido, el padre ayuda a reconducir a la madre a su posición de «mujer» anulando un crecimiento desmesurado y excesivo de su dimensión materna capaz de ahogar su crecimiento como fémina (algo ya mantenido por otros autores como Mariolina Ceriotti Migliarese o Vittoria Fornari).

La mujer que respeta al hombre y le permite cumplir el cometido que le corresponde, en complicidad y complementariedad con ella, será una buena madre en la medida que le permite a él ser padre y concede al hijo la merecida y precisa libertad.

La pareja, primero

La conclusión a la que nos conduce el autor es clara: para que la relación del hijo con la madre y viceversa, sea saludable, no debe ser nunca una relación de dos, sino de tres: «Todo hijo debería ser el indicio de una trascendencia; la metáfora del amor entre sus padres».

El mayor regalo que podemos hacer como madres a nuestros hijos es que aprendan a prescindir de nosotras. Y el mayor regalo que nos puede hacer el padre de nuestros hijos es ayudarnos a prescindir de los hijos. La gran revolución del hombre como padre es, precisamente, la liberación de la mujer como madre. Para ambos, la consigna debería ser: «La pareja, primero» (Aldo Naouri). No se trata de un eslogan, es algo que debemos buscar, una medida de sabiduría. Una sana relación de pareja es el mejor antídoto contra los excesos del dominio materno, y garantía de libertad y autonomía para el hijo en un marco de seguridad y felicidad.

Un nuevo ser humano cambia al mundo entero

La maternidad cambia a la mujer que la experimenta, y asimismo al varón que ha sido padre; pero, como señala Recalcati, lo trascendental es que cambia al mundo entero, pues el nacimiento de un hijo no consiste solo en la llegada al mundo de alguien que estábamos esperando, sino que trae consigo la transformación del mundo tal y como era antes, hace posible otro mundo respecto del que ya conocíamos. La propia faz de la tierra ya no volverá a ser la misma: «Es el milagro de la generación como corte irreversible en el discurrir del tiempo, como transformación sin retorno de la faz del mundo».

Merece pues la pena la lectura de este ensayo, en el que se conjugan con preciso equilibrio el rigor científico con las experiencias personales y vivencias espirituales del autor, para dar lugar a una merecida defensa, hoy imprescindible y urgente, de la maternidad (generosa), de la paternidad (sin complejos), de la relación entre ambas (esencial, simbiótica y sinérgica), de la pareja (como núcleo esencial e insustituible de la familia) y del resultado no programado de su amor: la vida.

Profesora titular de Derecho administrativo en la Universidad Carlos III (Madrid).