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“Uno de los logros más importantes del pensamiento de los últimos años”, afirma Morey en la introducción a un trabajo que confìesa ha resultado complicado. Entre las fronteras de a gramaticalidad, entre la escritura aforística y el balbuceo sapiencial, Colli dialoga no siempre de una manera explícita con Nietzsche, Schopenhauer, Platón, Aristóteles y los fìlósofos arcaicos, en busca de la restitución del verbo oral. Una denuncia de la corrupción de la escritura, de la naturaleza perversa del logos escrito, tenía que ser puesta paradójicamente en los términos destructivos de un discurso abstracto y abstruso, sin mucha consideración por el lector.

La historia de la filosofía ha sido la historia de la creencia en una mentira: la afirmación de la razón como acontecimiento. La ausencia de talento y la frustración de los ideales políticos de algunos establecidos reforzó la autonomía de un discurso que había sido creado para el dominio del hombre sobre el hombre; la teoría, entonces, adquiere vida propia y domina a esas vidas menguadas y crédulas. La criatura del engaño: la ciencia. El error imperdonable es suponer que detrás del logos no hay nada y que él es el único dios. Colli profundiza en la crítica postmoderna al siglo de las luces y la lleva a la primera Ilustración. Fue Platón el que puso en comercio la idea de que la moral y la ciencia tienen el poder de superar el reino de las apariencias y, al mismo tiempo, hacer de él un mundo mejor. La razón agoniza desde entonces en la quietud de la muerte y vive de esa agonía. Descartes solo supuso el acentuamiento del carácter útil de la razón, la otra gran mentira de la que vive la civilización occidental.

A partir de la mentira iniciática, las blasfemias han sido continuas. La razón errabunda, inmersa en la abstracción y olvidada de la primera inmediatez, ha seguido creando soluciones abstractas para problemas abstractos: la creación del individuo como origen primero, la voluntad, la acción y la libertad, la validez de la representación del mundo real, la realidad de los universales, en un exceso de confianza en su poder. Considerar que el hombre puede descubrir secretos o revelar el misterio de su propio origen es algo que Colli calìfica de hecho aberrante y blasfemo.

Pero Colli quiere ir más allá de Nietzsche y de su antiplatonismo. El abismo dionisíaco fue dominado por Apolo con anterioridad. El olvido de la función alusiva de la razón tuvo como contraposición la imagen de ésta como si se tratara de un espejo, como si fuera una sustancia independiente. Pero el logos fue en su origen el “reflujo” de un juego y una violencia. Dioniso, mirándose a sí mismo en el espejo, lleva a la fragmentación de sí mismo y del todo, pero la totalidad, y también lo que llamamos vida, son una abstracción. Y la abstracción es el vértice contrapuesto a la inmediatez. En el origen es la inmediatez. El logos espurio puede hilar los acontecimientos bajo la categoría del ser, de lo necesario y de la conexión. Pero, considerado exclusivamente desde su carácter representativo, la razón se declara insuficiente. Colli desmenuza la aporía insoluble que Aristóteles supo “tapar” para Continuar el proyecto ilustrado de Platón: el principio de nocontradicción no puede hacerse cargo de lo contingente; un objeto que es necesario resulta imposible, porque su ser y no ser quedan excluidos en tanto que contingentes. El concepto de expresión como paradigma interpretativo permite una visión más adecuada de los tiempos preapolíneos. El contanto metafísico obvia toda distinción entre sujeto y objeto, todo concepto y toda palabra. El arte trata de recorrer el camino inverso a 1a expresión de la inmediatez. Si 1a Filosofía no conviene en un cambio de paradigma en la visión de sí misma _representación por expresión-, seguirá amortajándose con ilusiones metafísicas contra la apariencia.

Doctor en Filosofía, profesor de Enseñanza Secundaria