Tiempo de lectura: 3 min.

No hay duda de que la muerte es uno de los temas recurrentes en la literatura: no solo en la lírica y en el drama, sino también en la narrativa, en la que puede llegar a vertebrar la trama. La muerte, desde siempre, nos ha conducido al Más Allá, sea este el vago ultramundo de la mitología grecolatina y de los héroes clásicos, sea el infierno, el purgatorio y el cielo por los que precisamente un escritor latino, Virgilio, conduce a Dante. Y, sin embargo, esta mirada que trasciende cede su paso a una nueva en el siglo XIX: la del mero observador, la de quien se queda tan solo con los hechos que puede percibir: la enfermedad, la agonía, el cadáver, el cortejo, la tumba. Más allá de esta última, la mirada no alcanza a ver.

Este nuevo fenómeno es objeto de análisis minucioso por parte de María Aboal en La muerte en Galdós. En sus páginas, la autora se centra en la representación de este tema en las novelas del fundador del realismo español decimonónico, consciente de estar, a la vez, retratando las formas en las que el hombre de aquel tiempo se enfrenta a la muerte.

La línea de investigación predilecta de Aboal es la literatura decimonónica, lo que explica su interés por la novela galdosiana; pero también ha incursionado en el campo del periodismo digital y, últimamente, en el de las ediciones académicas digitales de obras de teatro galdosianas y de Pedro Muñoz Seca.

La estructura de La muerte en Galdós contribuye a que el análisis sea minucioso. Tras un prólogo de Enrique Rubio Cremades y la introducción, cinco grandes capítulos abordan la mirada galdosiana hacia la muerte, ordenados de acuerdo con una doble secuencia temporal: la de la evolución del escritor canario desde el Romanticismo hasta el Realismo, y la de la misma peripecia del personaje de sus obras, desde la enfermedad hasta el cementerio.

Si en el primer capítulo se contempla el abandono progresivo de las huellas románticas en la visión de la muerte, el segundo se centra en la mirada clínica posterior hacia la enfermedad y el cuerpo, y en cómo esta pasa a caracterizar la focalización (en términos de Genette) en las novelas galdosianas. En estos dos capítulos considerados como unidad es en los que se hace patente esa primera secuencia temporal que estructura la obra de Aboal. A la vez, introducen los siguientes, pues la mirada clínica de la que hablamos permite entender la representación onírica de la muerte en novelas como GloriaFortunata y Jacinta, MiauÁngel Guerra, tema de estudio del tercer capítulo; la representación de la muerte (religiosa, de ateos y agnósticos, de los ángeles, repentina, figurada y del suicidio), tema del capítulo cuarto; y, por último, el olvido que sigue al cortejo, al cementerio y a las tumbas, tema con el que, en una especie de clímax, culmina el capítulo quinto.

De esta manera, tal y como recuerda la autora al estudiar la evolución de la imagen de la muerte y de su representación en las novelas galdosianas, asistimos a una de las grandes transformaciones socioculturales del siglo XIX: desde la complaciente, afectada y trágica del Romanticismo hasta la «huidiza» de la actualidad, pasando por esa mirada clínica y descriptiva del Realismo y del Naturalismo que, animada por los avances científicos y quizá por la fotografía, la desmitifica.

Quedaría a mitad de camino un estudio sobre las obras de don Benito que se contentara con su vertiente meramente realista o naturalista. Esta es la razón de que la autora dé un paso más, al dar cuenta de la dimensión psicológica y espiritual. En ocasiones, la muerte expresa la imposibilidad de alcanzar los sueños e ilusiones de esos personajes románticos que aquí y allá pueblan las novelas galdosianas, como Fortunata, Marianela, Isidora. La exaltación afectiva da paso a la soledad del personaje, rodeado de oponentes o de personajes ajenos a la solidaridad y empatía que exige el momento. Entre estas figuras destacan el médico y el confesor: la ciencia y la fe. A la postre, la muerte acaba por descubrirse como el vacío irremediable en la trayectoria vital, en el cual no cabe sino el olvido. De esta manera, María Aboal responde a una pregunta que va más allá del mero análisis literario, al permitirnos entender una de las claves del siglo XX, del que somos herederos directos.

Digna de admiración es la mirada, no ya de Galdós, sino de la autora de este estudio sobre su obra: una mirada que, al descubrir la presencia igualadora de la muerte y su carácter irremediable, abarca más allá del momento histórico para encontrar similitudes estéticas con las danzas de la muerte del siglo XV y con distintas manifestaciones artísticas y literarias de nuestro Barroco. La mención de Quevedo no podía faltar.

Tras las páginas de La muerte en Galdós se adivina una lectura atenta y crítica, confrontada con la de los autores mencionados en la amplia y selecta bibliografía. Al final se incluye un repertorio de enfermedades y un índice onomástico de personajes, auxilio que el lector agradece. •

Ignacio Roldán Martínez

Profesor de Literatura Hispanoamericana