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Conocí a Marcel Schwob, como cuento en el prólogo del libro que editó el pasado año Ediciones Sequitur, gracias a la película Roma de Alfredo Aristaráin. Me hubiera gustado decir que fue en una conferencia de algún erudito, pero mi manera de ingresar en esa sociedad secreta de devotos lectores del escritor francés fue por medio del cine. Desde entonces he leído toda su obra y esa lectura me ha proporcionado algunas de las emociones lectoras más intensas que recuerdo. Si alguien después de leer las Vidas imaginarias, La cruzada de los niños o La vida de Monelle no siente el sabor de la buena literatura, debería someterse a una cura de desintoxicación de tanta literatura barata como nos asedia. Personalmente, vuelvo una y otra vez a degustar su prosa trabajada como un orfebre y en ese hundir mi herrada en el pozo de su literatura siempre extraigo un agua limpia que me purifica. Para darle a conocer a los lectores de Nueva Revista he seleccionado un cuento hermosísimo, un cuento que narra cómo un niño que vive en la oscuridad va buscando la luz. Abundan en la literatura de Schwob esos niños «buscadores», esos niños que viajan por el mundo buscando algo que quizás no encuentren nunca pero que con esa búsqueda dan sentido a sus vidas. En La estrella de madera el lector podrá conocer a uno de esos niños y podrá disfrutar de una prosa bellísima en la que el autor se regodea tanto que en ocasiones parece que, embriagado, se pierde en su propia narración. La lectura de Marcel Schwob es un viaje inolvidable a la belleza. Pero antes, si me lo permiten, déjenme que les cuente su vida, tal y como la cuento en el prólogo del libro del que hablo al principio de esta introducción, que es en sí misma una novela apasionante. Cuando la lean, podrán ingresar de pleno derecho en la sacrosanta cofradía de lectores apasionados de Marcel Scwhob.

Marcel Schwob nació en Chaville, como André Mayer, el 23 de agosto de 1867, y provenía de una familia judía de amplia cultura. Marcel vivió su infancia en Nantes, ciudad en la que su padre había comprado a la familia Mangin el periódico Le Phare de la Loire. Rodeado de tan buenos maestros como eran su propia madre y su tío y de los preceptores e institutrices alemanes e ingleses que sus padres contrataron para su educación, no es raro que hablara de manera natural francés, inglés y alemán. En el colegio de Nantes donde estudió quedó el recuerdo de aquel niño judío que se llevaba todos los premios en los estudios.

Pero no es un niño empalagoso ni creído; al contrario, es expansivo y tiene adoración por la música. Esto no quita para que leyera a Poe en inglés, enviara una carta a Julio Verne o devorara con poco más de diez años la Gramática comparada de Brachet.

En 1882, con quince años, pasó a estudiar al colegio Saint-Barbe de París y a residir en casa de su tío Léon, en donde aquel niño amante de los libros encontrara un paraíso. Su tío, que vivía entre libros, le habla de la Antigüedad clásica y de Asia, y juntos pasean por las orillas del Sena parándose en los puestos de los bouquinistes, en donde Marcel se habitúa al tacto y al olor de los libros, en ver en ellos casi seres reales. No es raro que en ese ambiente el adolescente Marcel tradujera a Catulo y que fuera su propio tío el que le corrigiera la traducción. Tampoco es raro que escribiera por aquellos años una obra muy del estilo romántico, imbuida de Victor Hugo, Ilusiones y desilusiones, sueños y realidades.

El joven Schwob pasa a estudiar en el liceo Louis le Grand con compañeros de la talla de Léon Daudet, Paul Claudel, Paul Gsell y Georges Guieysse. Con este último le une una gran afición por el griego, el sánscrito y el argot francés. Pero el amigo de Marcel muere de forma trágica a los veinte años.

En 1892 publica Corazón doble y en 1895 El rey de la máscara de oro. Con veinticinco años es ya un escritor de éxito. En 1894 publica El libro de Monelle del que es protagonista Louise, una joven prostituta a la que Schwob amó pero que murió tempranamente. Este libro es la historia de ese amor y una terapia para el autor después del sufrimiento que había experimentado tras su muerte. También en esa fecha publica una imitación del poeta griego Herondas: Mimes. Pero el amor también le llega al investigador y escritor y también por esos años, en 1895, conoce a la actriz Margarita Moreno. Y con el amor, el dolor pues le llega una extraña enfermedad que los médicos no acaban de diagnosticar y que era para unos una dispepsis pútrida y para otros un grave trastorno en el aparato digestivo. En ese mismo año lo operan y a esta operación le seguirán otras cuatro. Se convierte, como diría Chicho Sánchez Ferlosio, en un «enfermo profesional» que se hace adicto a la morfina que le suministraban para aliviar los fuertes dolores que padecía. Aunque mermado en sus fuerzas, se dedicará a la investigación histórica y a las traducciones pero también sigue escribiendo. Así va dando a la luz La cruzada de los niños, un libro único y de una hermosura que arrebata desde sus primeras páginas, incluida esa pequeña cita en latín, fruto sin duda de la erudición del autor. Su pasión por la historia le lleva a escribir Las vidas imaginarias y su faceta de intelectual, Spicilége, libro en el que trata de sus obsesiones literarias, Villon y Stevenson, pero también, entre otros, de San Julián el Hospitalario y en el que se atreve a poner en forma de diálogo «cuasi clásico» una conversación entre, nada más y nada menos que Dante, Cimabue, Cavalcanti, Cino da Pistoia, Cecco Angiolieri, Andrea Orcagna, Fra Filippo Lippi, Sandro Botticelli, Paolo Uccello, Donatello y Jan Van Scorel. Entre agosto y septiembre de 1900 permanece en Londres en donde aprovecha para casarse con Margarita Moreno. Entre abril y julio de 1901 está en la isla de Jersey en muy mal estado físico pero lleno de proyectos pues sigue con la idea de escribir sobre Villon, el autor que él tan bien conoce. En Uriage proyecta un viaje a Oceanía, con la idea y la esperanza de recobrar la salud. Este viaje surge porque Stevenson, su adorado Stevenson, había muerto en Samoa. Por cierto, que nunca se encontraron y su relación fue tan sólo epistolar. Ya que no pudo ser en vida, Schwob decide ver a su amigo en la tumba de la Polinesia y embarca en octubre de 1901 en el Ville de la Ciotat junto con un doméstico chino, Ting. Tras varios cambios de barco, llega a Sydney y embarca en el Mapouri. Llega a Samoa y con sus cuentos aquel francés venido de la otra parte del mundo seduce a los indígenas. Sin embargo, en el mes de enero de 1902 contrae una pulmonía. Un médico americano y una enfermera adventista lo salvan y Marcel regresa de nuevo en el Mapouri gracias a la generosidad del capitán Crawshaw que lo admite a bordo sin dinero. Schwob regresa con Ting a Marsella. Este viaje quedará reflejado en su libro Viaje a Samoa (Cartas a Margarita Moreno). Fue lo único que sacó en limpio de su viaje pues no consiguió visitar la tumba de Stevenson y no llegó a escribir las numerosas obras que tenía proyectadas. Salió escarmentado de los viajes y parece ser que gritó, tras su regreso, algo parecido a «nunca más volveré a irme de mi casa».

En marzo de 1902, tras su regreso de su desventurado viaje a Samoa, se centra en el teatro pues su traducción de Hamlet había tenido un gran éxito. Se dedica a un periodismo crítico y publica, bajo el seudónimo de Loysón-Bridet, Les moeurs des Diurnales. Es ahora el hijo del periodista, brillante periodista él mismo, el que escribe. Pero su lado de novelista le dicta La lampe de Psyché, una colección de escritos antiguos que entrega al Mercure de France.

En 1904, pese a su grito de no dejar más su casa, abandona la calle de Saint Louis en l’Ille para embarcarse en Le Havre rumbo a Oporto, Lisboa, Barcelona y Marsella. De allí va a Santo Agnello de Sorrento, en donde visita a su amigo americano Marion Crawfort, cuya Francesca da Rimini había adaptado. Pero su estado físico es muy malo. En octubre de 1904 regresa a París y allí deja de ser escritor para convertirse en el erudito profesor que lleva dentro: clases en la Escuela de Altos Estudios Sociales en donde explica a Villon, su adorado y muy trabajado Villon; estudios críticos sobre este autor; estudios literarios sobre las relaciones de Dickens con la literatura rusa; preparación de lo que iba a ser su gran libro sobre Villon, un autor que tan bien conoce tras tantos años de estudio sobre él. Sin embargo, a finales de febrero de 1905, cae enfermo. Tras unos días de enfermedad, el «enfermo profesional» que había sido desde diez años de atrás, muere cuando le quedaban seis meses para cumplir los treinta y ocho años. Era, para ser más exactos, el 26 de febrero de 1905.