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De persona nunquam satis, de la persona nunca se dice lo suficiente podíamos afirmar parafraseando un bello axioma de la mariología. Pocas nociones tan capitales hay en la Filosofía y en la Teología, como si en ella recalasen lo mejor de ambos pensares, lo más noble de sus realidades. Y, por otra parte, pocos siglos como el nuestro donde, por un lado, se ha alcanzado felizmente un mayor reconocimiento formal, moral y legal de la dignidad de la humana persona y a la vez, en cruel paradoja, mayores asaltos se acometen en su contra en un pertinaz proceso de abolición de todo aquello que de personal hay en la vida humana. Por eso era tan necesario este libro formidable recién editado por la meritoria colección de Filosofía de Encuentro que ha escrito John F. Crosby, uno de los pensadores fundamentales del panorama filosófico actual y discípulo predilecto de aquella luminaria que fue Dietrich von Hildebrand. Profesor hasta hace bien poco en la Universidad de Dallas y ahora en la Franciscana de Steunbenville (Ohio), no es casual ni desdeñable que Crosby sea norteamericano: su filosofía personalista desarrollada en torno a la dignidad de la persona entronca con aquella exhortación que Maritain hacía a los filósofos católicos americanos de aunar las grandes corrientes filosóficas europeas con una filosofía de cuño propiamente norteamericano. Y poco más afín al ideal americano que el tema de la dignidad personal que cruza la honda obra moral y política de sus Padres Fundadores y que es el tema de fondo del libro que nos ocupa. En efecto, bajar a los adentros de la interioridad humana ——en muy acertada traducción de «selfhood»—— es para Crosby sinónimo evidente de hallar el fundamento de esa su dignidad ontológica y existencial. Por eso, añadimos nosotros, aquellas épocas que dan en vivir hacia fuera, extrovertidas podemos llamarlas, serán épocas que tarde o temprano acaben perdiendo la noción de la valía de la persona: la nuestra, extrovertida como pocas, es una de ellas. Crosby lo sabe muy bien y de ahí su incansable labor en la meritoria Academia Internacional de Filosofía de Liechtenstein, por ejemplo, pero su natural optimismo congénito— —que tanto recuerda al de nuestro Julián Marías, tan admirador del vigor americano— —le impide pararse en lamentaciones, ante la urgente y ciclópea tarea de fundamentar una antropología personalista. Y el libro es buena muestra de todo ello.[[wysiwyg_imageupload:848:height=417,width=200]]

Habíamos dicho que Crosby era discípulo aventajado— —y confidente— del inolvidable Hildebrand, tan incomprensiblemente desatendido por el pensamiento cristiano español, salvo alguna egregia excepción. Y ser discípulo de Hildebrand le supuso acudir eo ipso a la mejor antropología filosófica de Max Scheler y ello a su vez a toparse a principios de los 80 con el personalismo de Karol Wojtyla: y este encuentro dio ocasión a este libro, serio, riguroso y plenamente filosófico, que exige del lector una lectura atenta y trabajada. Son los frutos en sazón que acaba dando el verdadero pensar cuando este sabe pacientemente escuchar los ecos de la verdad, donde quiera que esté y no donde habíamos decretado. Y la fenomenología realista en la que se ha formado Crosby tiene mucha verdad, especialmente si dialoga, como pasa en el libro, con autores de la talla de Aristóteles, Santo Tomás, Kant, Newman— —extraordinarios sus textos traídos a colación——, Seifert, Rahner y el propio Joseph Raztinger.

Recordemos que el lema de Husserl era «volver a las cosas mismas», lema al cual Crosby siempre ha pretendido ser rigurosamente fiel. En este caso a partir de experiencias cotidianas, por ejemplo de la esfera Los fundamentos de una antropología personalista moral o de nuestros actos de conciencia, retorna en sucesivas aproximaciones a ese alguien –—y no algo—— que se nos revela cuando mentamos la noción de persona y esa su interioridad que Husserl denominaba como «das Wunder alle Wunder» («la maravilla de las maravillas») Y no puede no concluir hablando de Dios ——que es Persona, o mejor dicho Personas, en grado eminente—— como fundamento último de sus honduras que son imago Dei. Por eso no es casual que la estructura del libro se divida en estos tres grandes apartados,  ordenados a la manera de un iter verita tis: La interioridad, Interioridad y trascendencia e Interioridady teonomía.

Es una lastima, y lo decimos no sin pesar, que la traducción sea algo irregular con capítulos dignamente logrados y otros no tanto que exigen del lector un esfuerzo suplementario. Algunos errores detectados deberían ser corregidos en futuras impresiones.

Y con todo no podemos ante un libro de este calibre dejar de recordar aquel ritornelo que San Agustín dio en escuchar en un jardín milanés: «Tolle, lege». Comprobará entonces el lector que haga este viaje al interior de la persona humana por qué en un época tan despersonalizada y extrovertida como la nuestra, cobra plena vigencia aquella otra amable exhortación agustiniana: Noli foras ire. In te ipsum redi. Crosby lo ha hecho desde hace muchos años y de sus mismidades nos ha regalado, generosamente, como buen americano, esta joya.

Profesor de Gestión Internacional de Recursos Humanos en la Universidad de Alcalá. Autor del libro “Un montón de imágenes rotas. La tierra baldía, cien años después” (Ediciones Encuentro).