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·         El duque de Saint-Simon es uno de los grandes de la literatura inspirada por el rencor y el alejamiento de los poderes absolutos. ¿Hubo en sus “Memorias” una mínima pasión por convertir la memoria en literatura o estrictamente el afán de contar todo lo visto, como una gran venganza?  Agitado snob de la corte del Rey Sol, fenomenólogo de la etiqueta y el protocolo,  merodeador proustiano “avant la lettre”, retratista soberbio, adulador aplicado, prosista anómalamente modélico, miniaturista del absolutismo y amigo de Montesquieu, ahí está todo en siete mil páginas que –hasta su publicación ya a mediados del siglo XIX- quedaron arrinconadas, como la aristocracia a la que Saint-Simon vio yendo perecer, postergada por la burguesía entrometida. Escribió con sequedad y mucho nervio. Observa al príncipe de Conti, libertino, bifásico y rey no coronado de Polonia. Dice el duque: “Este hombre tan amable, tan encantador, tan delicioso, no amaba nada. Tenía y quería amigos como se quieren y se tienen muebles”. En sus páginas sobre la revocación del edicto de Nantes –con la prohibición de protestantismo en Francia, a la que se opone- Saint-Simon  lanza una secuencia acelerada, a la que el maníaco del rito cortesano da con su prosa elíptica todo el movimiento de una escena trágica.  De todos modos, ¿es mejor leer al duque de Saint-Simon o al Cardenal de Retz? No siempre gana el más maligno.

·         En la duda, lo juicioso es acogerse al “Leer a Saint-Simon” de Carlos Pujol. Alude al personaje de Proust que recomendaba, en vez de leer el periódico todos los días  y  Pascal una vez al año, invertir los términos: leer cotidianamente a Pascal y hojear muy por encima una vez al año un periódico cualquiera. Ya casi todos los periódicos son cualquiera. Pero, ¿quién resistiría hoy una dosis pascaliana diaria? Para esas cosas, en el pasado uno tenía una tuberculosis bajo control que permitiera pasarse una temporada en cama para leer todo que luego cuenta en la vida de un escritor. Pero la estreptomicina fue eliminando la tuberculosis en la vida del aprendiz de escritor. Jean Paulhan, tan fino como de sustancia huidiza, sostenía que un hombre normal necesita por lo menos un tifus para leer a Proust, para Saint-Simon una tuberculosis. Con una antología inteligente a mano, sin el lastre de detallismo, confesemos que ya casi nadie lee las “Memorias” del duque de Saint-Simon de principio a fin.