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Superado el primer quinquenio del siglo XXI, nos acercamos al final de una década marcada por la violencia, la amenaza del terrorismo, el confuso panorama político y la crisis generalizada de las instituciones. El horizonte se completa al observar la decadencia de los valores éticos y morales dentro de la perspectiva de una crisis económica que vendría provocada por el temido agotamiento de los recursos energéticos.

En definitiva, hoy como ayer, nada nuevo bajo el sol. Sin embargo, la novedad de la situación en que nos encontramos no consiste tanto en la índole de los graves problemas como en el modo de situarse frente a ellos.

TRES PERSONAJES QUE CAMBIARON EL MUNDO

Esta es la cuestión que plantea con especial lucidez en este libro el periodista, analista y asesor político británico John O’Sullivan (Liverpool, 1942) al exponer la trayectoria seguida por las tres personalidades sometidas a estudio: el presidente de los Estados Unidos Ronald Reagan (1911-2004), el Papa Juan Pablo II (1920-2005) y la primera ministra británica Margaret Thatcher (1925).

El autor los presenta como figuras clave para interpretar de forma correcta la marcha del acontecer histórico durante los últimos veinte años del siglo XX. Las dificultades a las que se enfrentaron en el desempeño de sus funciones no eran de menor entidad que las actuales. En determinados aspectos podrían considerarse, incluso, más graves.

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O’Sullivan refleja con precisión el triste panorama que se ofrecía ante los tres personajes citados a comienzos de la década de los ochenta: Estados Unidos no había superado todavía el trauma de la guerra de Vietnam y su liderazgo en el exterior se encontraba seriamente dañado, tras la vacilante política internacional del presidente J. E. Carter, abrumado ante la agresividad de la Unión Soviética en todos los frentes.

En la Iglesia católica se percibía, a la muerte del Papa Pablo VI, la necesidad de reconducir algunas de las interpretaciones desviadas en torno a los contenidos del Concilio Vaticano II. Parecía necesario, además, reanimar los espíritus, decaídos ante la pérdida creciente de valores morales registrada en naciones de antigua tradición cristiana.

Inglaterra acusaba la pérdida de una hegemonía de siglos, acentuada ahora por la cadena de huelgas salvajes y el riesgo de una profunda crisis económica, que el Gobierno del laborista de James Callaghan se declaraba incapaz de resolver. Para los tres personajes citados, Ronald Reagan, Margaret Thatcher y Juan Pablo II, una vez comprobada la veracidad de las dificultades con las que se encontraban, la tentación fácil hubiera sido considerar insalvable la situación y ceder ante la fuerza de una realidad tozuda.

EN DEFENSA DE LOS PRINCIPIOS

El libro expone con meridiana claridad la situación que se presentaba ante los nuevos mandatarios, salvando las naturales distancias de funciones y cometidos que les separaban. No obstante se resaltan las evidentes semejanzas, en cuanto se refiere a las formas de entender el ejercicio de sus responsabilidades. En verdad, a ninguno de ellos les faltaban motivos para justificar el empleo de actitudes conciliadoras. Desde la necesidad de preservar la paz y la práctica del diálogo, a la forma de resolver los conflictos, desde el respeto a la disidencia, a la oportunidad de adaptar los principios morales a los tiempos modernos, las razones a favor del conformismo, eran sólidas y abundantes. Se referían tanto al ámbito de la política y la economía como al de la moral y la religión.

Sin embargo, como bien destaca O’Sullivan, las respuestas adoptadas por las tres figuras estudiadas, fueron de un carácter muy diferente. La primera se produce en octubre de 1978, cuando resuenan las primeras palabras del recién elegido Juan Pablo II al dirigirse desde la plaza de San Pedro a los hombres de buena voluntad del mundo entero, lanza un nuevo y alentador mensaje de esperanza: «¡No tengáis miedo! ¡Abrir de par en par las puertas a Cristo!». De las palabras, no tarda el Papa en pasar a los hechos: quiere llevar personalmente ese mensaje libertador a su patria y durante su vista a Polonia y ante el pasmo de las autoridades comunistas, sin entrar en cuestiones políticas, invoca al Espíritu Santo: «Deja que descienda tu Espíritu y renueve el rostro de la tierra, de esta tierra». Los polacos reciben el mensaje y, a partir de ese momento, como nos recuerda O’Sullivan en su libro, un atractivo camino de libertad renovadora se abre ante y ellos y se difunde al resto de la tierra, «de esta tierra».

RONALD REAGAN: « NOSOTROS GANAREMOS Y ELLOS PERDERÁN»

La escena se traslada a muchos kilómetros de distancia. El entonces gobernador de California, Ronald Reagan, contempla, emocionado, las imágenes que transmite la televisión. La obra recoge el testimonio de Richard V. Allen, colaborador y amigo de Reagan, quien recuerda cómo «el futuro presidente estaba fascinado ante las escenas que veía por televisión. Las observaba fijamente, sin hablar, y mientras lo hacía, los ojos se le llenaron de lágrimas».

Apenas dos años más tarde, en 1981, Ronald Reagan asumía, con el mismo espíritu decidido y firme, la presidencia del país más poderoso del mundo. Estados Unidos iniciaba también una nueva era de esperanza, sin miedo, al mantener Reagan sus opiniones sobre la confrontación con la Unión Soviética: «Mi teoría sobre la Guerra Fría es que nosotros ganaremos y ellos perderán».

LOS PRINCIPIOS BÁSICOS DE MARGARET THATCHER

Completa el cuadro Margaret Thatcher, a quien apodaron los soviéticos la Dama de Hierro, debido a su firme oposición al comunismo. En su discurso de investidura resume en palabras de San Francisco de Asís los propósitos de su acción de gobierno (1979-1990): «Donde hay discordia, hay que traer armonía. Donde hay un error, podemos traer verdad. Donde hay duda, podemos traer fe, y donde hay desesperación podemos traer esperanza».

¿QUIÉN DESVIÓ LAS BALAS?

El odio suscitado por estos tres personajes en sectores muy determinados se comprende a la vista los cambios revolucionarios que provocaron en sus respectivos ámbitos de competencia.

Los tres sufrieron graves atentados de los que escaparon de forma providencial. Reagan se libró por milímetros el 30 de marzo de 1981 de caer abatido por un misterioso desconocido. Ese mismo año Juan Pablo II cayó mortalmente herido en la plaza de San Pedro el 13 de mayo, festividad de la Virgen de Fátima, abatido por el pistolero turco Alí Agca. O’Sullivan describe con detalle en el capítulo ¿Dios guió las balas? las dramáticas circunstancias que rodearon los dos atentados que, de haber logrado sus fines, hubieran alterado la marcha de la historia. También la primera ministra se libró providencialmente de la muerte. El 12 de octubre de 1984 se reunía la plana mayor del Partido Conservador en el Gran Hotel de Brighton. Una potente bomba del IRA destruye las habitaciones destinadas a Margaret Thatcher. Mientras ella resulta ilesa, ocasiona la muerte a cinco de sus colaboradores directos y numerosos heridos graves.

La extensa documentación aportada por el autor ofrece una muestra de la seriedad con la que es preciso abordar cuestiones de vital importancia para interpretar correctamente las razones del presente, que no se entiende sin el cuidadoso estudio del pasado. El estilo ágil, atento a las descripciones ambientales y al adecuado perfil de los personajes principales y secundarios, aumenta el interés de una obra que debería considerarse de obligada consulta para conocer las claves humanas y políticas que mueven los destinos del mundo.

Abogado y Periodista