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En el mes de febrero de 2001, un día —creo que fue el 18— tuve ocasión de acompañar al profesor Fontán durante una breve estancia suya en Mallorca. Recorrimos por la mañana el casco antiguo de Palma, incluida una visita a la casa de los condes de Zavellá, una de las pocas «casas» que todavía quedan en la ciudad, con su espléndida biblioteca y una rica colección de obras de arte. Por la tarde, tras saludar al mar desde ía atalaya de la catedral, crujamos la isla —de occidente a oriente— para asomarnos al «otro» Mediterráneo, en las bahías de Alcudia y Pollensa, solar de la antigua Pollentia romana y cerca del cabo de Formentor, donde se alzó el mítico pino, inmortalizado por la poesía de Costa y Llobera. La contemplación de las dos vertientes mediterráneas de Mallorca me sirve de punto de partida para formular algunas consideraciones en homenaje al insigne humanista y gran amigo, que es Antonio Fontán.

J. Amengual Bar lie formula como una de las conclusiones de su importante estudio Els origens del Cristianisme a les Balears la siguiente afirmación que, traducida al castellano, dice así: «Durante los cinco siglos que nos han ocupado, no ha sido la tuerza de la geología ni tampoco la proximidad geográfica la que determinó la vida del pueblo balear, sino que la comunicación mediterránea ha sido la sangre vivificante». Y, refiriéndose luego a la conquista del archipiélago bajo el califato omeya por Hixam el Jaulaní, termina: «El año 903 se inició la primera de las conquistas que las Baleares han sufrido desde la vecina península Ibérica, un hecho que puede calificarse como de enorme ruptura de la milenaria orientación balear hacia Levante».

EN LA TARDÍA ANTIGÜEDAD

La historia tardoantigua acredita la orientación hacia el levante y el sudeste del archipiélago, dejado sistemáticamente de lado por el reino visigodo, pese a haber constituido la provincia Baleárica de la diócesis de las Españas en la última división administrativa del Bajo Imperio. Tal vez la última causa de este abandono fuera la reiterada incapacidad para las cosas del mar de que dieron prueba varias veces los visigodos y que provocó en el siglo de las invasiones el fracaso de Alarico I en 410 ante el estrecho de Messina y el de Walia en las Columnas de Hércules, cuando intentaron conducir a su pueblo al continente africano. Las Baleares, en cambio, tuvieron una estrecha comunicación con el África cristiana, tal como atestiguan las relaciones epistolares mantenidas a comienzos del siglo V entre Consencio, escritor eclesiástico antipriscilianista residente en Menorca, y san Agustín, que le dedicó su tratado Contra Mendacium. La célebre epístola del obispo Severo de Menorca, datada en febrero de 418, en la que se relata la prodigiosa conversión de los judíos de Mahón, revela que el factor desencadenante de los acontecimientos fue la llegada de las reliquias de san Esteban protomártir, portadas por Paulo Orosio. Pero el gallego Orosio no llegaba procedente de la península Ibérica; venía de Oriente Próximo, de Jerusalén, donde las reliquias habían sido descubiertas, y hubo de dejarlas en Menorca, porque le fue imposible proseguir viaje a la Península, devastada por las luchas entre los visigodos de Walia y los otros pueblos germánicos invasores de Hispania.

LAS BALEARES VÁNDALAS Y BIZANTINAS

Las Baleares no fueron visigodas pero sí, en cambio, formaron parte, tras ser conquistadas, del reino vándalo africano. No resulta extraña, dadas las estrechas relaciones existentes, la influencia africana que acusan en su arquitectura las basílicas cristianas baleáricas del siglo V: las de Cas Frares, Sa Carrotja y Son Peretó en Mallorca o las de Illa del Rei, Son Bou y Cap de Fornells en Menorca. Puede sorprender, en cambio, que esas basílicas fueran construidas durante la época en que el archipiélago baleárico estuvo sometido a un poder militantemente arriano, y anticatólico. Bajo ese dominio, los obispados de Mallorca, Menorca e Ibiza estuvieron integrados en la provincia eclesiástica de Cerdeña, cuya metrópoli era Cagliari. Y los obispos de las islas, que nunca participaron en concilios de la Hispania romana o visigoda, hubieron de asistir a la conferencia católico-arriana convocada por el perseguidor rey vándalo Hunérico en Cartago, en febrero de 484. Los tres obispos baleáricos, Macario de Menorca, Elias de Mallorca y Opilión de Ibiza, fueron obligados a acudir a la Conferencia y no se sabe si retornaron a sus sedes.

Al dominio vandálico sucedió en las Baleares otro dominio oriental: el bizantino. Conocemos el nombre del general imperial que se apoderó de las Baleares en el curso del Bellum Vandalicum: Apolinar. Mallorca y el resto del archipiélago —insistimos— nunca formó parte del reino hispano-visigodo, ni sus obispos participaron en los concilios toledanos. Mallorca no escapó en cambio a la solicitud pastoral del papa Gregorio Magno, que en la Roma bizantina tenía buena información sobre la situación religiosa de las Baleares. En el año 603, el pontífice envió a Málaga a un alto dignatario, el «defensor» Juan, con el fin de poner remedio a los abusos sufridos por varios obispos de la España bizantina, víctimas de las arbitrariedades del gobernador imperial Comenciolus. Gregorio ordenó a su legado que en el curso de su viaje se detuviera en Mallorca para llevar a cabo otra misión: poner término a la relajación y restablecer la disciplina en un cenobio existente en la isla de Cabrera: en el monasterio —escribió el papa— «quod in Capria Ínsula, quod iuxta Mairoricam idem insulam est positum».

Eclesiásticanente, las Baleares tuvieron también algunas relaciones con la España bizantina, como se desprende de la consulta elevada por el obispo Vicente de Ibiza a Liciniano de Cartagena, acerca de una pretendida «carta del Cielo». Vicente se dirigió al prelado de la capital bizantina en Hispania, y Liciniano respondió con una epístola, aclarando las dudas del demasiado crédulo obispo balear.

UNA TARDÍA DOMINACIÓN ISLÁMICA Y LA PRIMERA «RECONQUISTA»

Cuando, en plena época isidoriana, Suínthila (631) puso fin a sesenta años de dominación bizantina en el levante español y reunió bajo una sola monarquía la totalidad de la península Ibérica, ningún indicio aparece en las fuentes sobre algún designio de anexionar las Baleares al reino visigodo de España. Las islas —ignoradas por los visigodos— permanecieron en manos bizantinas, y sólo la necesidad de reagrupar sus fuerzas ante la amenaza del islam debilitó gradualmente la presencia política y militar, en un archipiélago situado en los confines occidentales —el Far West del Imperio—.

La desvinculación de las Baleares con respecto a la España visigoda llegó hasta el extremo de que la efectiva dominación musulmana no se instauró en las islas hasta dos siglos después de Guadalete. Entre tanto las Baleares, aunque sufrieran incursiones musulmanas o normandas, vivieron su propia historia, regidas, seguramente, por sus propios jefes naturales. Los Anales Carolingios y otras fuentes francas informan que, en torno al año 800, una representación baleárica llegó a la corte de Carlomagno en petición de una ayuda que les fue concedida y que en principio resultó eficaz. La muerte de Carlomagno y la posterior disolución del Imperio carolingio dejaron indefensos a los indígenas baleares y abrió el camino a la ocupación islámica.

La primera conquista proveniente de la península Ibérica —se ha dicho antes— fue la musulmana del año 903. Pero no puede echarse en olvido que la primera «reconquista» cristiana volvió a venir de levante. Fue la expedición pisana, que procedía de la célebre república del Adriático, aunque sea cierto que los pisanos pidieron y obtuvieron la ayuda del conde de Barcelona Ramón Berenguer III. Es poco habitual que la principal fuente histórica sobre una guerra sea un poema, pero así sucedió esta vez. Se trata de un inmenso poema en latín de tres mil quinientos versos titulado De Bello Maioricano y que parece haber tenido por autor a Lorenzo Veronés. El poema relata con todo detalle las peripecias de una empresa que hubiera de vincular las Baleares a la república de Pisa de no ser por la temprana retirada de los conquistadores.

LA PERMANENTE HUELLA MEDITERRÁNEA

no unen sus destinos a la península Ibérica hasta la definitiva «reconquista» cristiana por Jaime I de Aragón; pero todavía subsistió durante varias décadas un Reino independiente de Mallorca, con un dominio territorial en el mediodía de Francia. Desaparecido este reino e incorporado a la corona de Aragón, las Baleares —y en especial Mallorca— siguieron sin embargo abiertas a las corrientes procedentes de levante, y sobre todo de Italia. Un buen número de familias mallorquínas de antiguo arraigo son de origen itálico, como Dameto, Cotoner, Brondo, Orlandis, Visconti, Montis, Conrado, Belloto… Y Mallorca, en los siglos XVII y XVIII , dio tres grandes maestres a la orden de Malta. De la península italiana llegaron también claras influencias arquitectónicas, con elementos tan característicos como las columnas y loggie en fachadas y patios. A finales del XVIII , el cardenal Antonio Despuig construyó la italianizante alquería de Raixa y trajo a Mallorca una espléndida colección de escultura clásica, reunida en Roma durante su larga permanencia en la urbe, junto a los papas Pío VI y Pío VII.

Estas breves consideraciones han tratado sólo de llamar la atención sobre la peculiar huella impresa por el Mediterráneo en la historia de las Baleares; su objeto pretende ser animar futuras investigaciones sobre las influencias procedentes de levante llegadas al archipiélago, tanto en el terreno social como en el cultural y artístico.

Catedrático emérito de Historia del Derecho, Universidad de Zaragoza