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En este primer libro de Pablo García Casado (Córdoba, 1972), tres cosas llaman especialmente la atención. Una, de orden temático, es la intensidad con que refleja el vivir de la más vulgar juventud urbana de nuestros días: el vacío espiritual y moral; la sexualidad insumisa; la soledad paradójica del que vive en una multitud y, en ciertos aspectos superficiales, incluso hipercomunicado; problemas como el paro y la vivienda; los barrios periféricos que dan título al volumen; las parejas que acuden a ellos para hacer en sus automóviles eso que hoy suele llamarse «el amor», o que alquilan pisos modestos en los que hacen eso mismo, o ya «viven en pareja», o alguna vaga fórmula intermedia; todo ello ambientado con motivos característicos de nuestro momento actual, como la red de carreteras, las oposiciones, la burocracia, el teléfono y el contestador automático, el cine, la radio, la lengua inglesa (en su variedad norteamericana), la música pop, el alcohol, los fármacos, los preservativos, las prostitutas, la pornografía y los teléfonos eróticos, los electrodomésticos y los detergentes; y todo esto, ya de por sí bastante repugnante, mostrado con una estética y un lenguaje de «realismo sucio» —términos vulgares y obscenos incluidos— que traen inevitablemente a la memoria los nombres remotos de Carver o Bukowski y los próximos de Roger Wolfe o Karmelo C. Iribarren —con semejante k ya tiene uno mucho camino andado en eso del «realismo sucio»—, por no aludir a una riada de novelas de autor joven de sonoro éxito comercial hic et nunc (en las que siempre acaba saliendo por algún sitio, como también ocurre en Las afueras, la dichosa pistola).

La percepción de estas cosas lleva con fluidez natural al segundo aspecto notable de Las afueras, que es su muy premeditada y trabada organización estructural: García Casado no ha concebido su obra como una acumulación de poemas más, sino como un libro, y ese libro, no de otro modo que el Canzoniere de Petrarca, contiene una historia: comienza con parejas juveniles que utilizan el coche para pecar contra el Sexto; termina con dos solitarios que utilizan el coche para huir del fracaso y el dolor. La carretera C-121, por la que el protagonista vuelve a su casa en los primeros compases del libro, es la misma por la que escapa en la última página, «C-121 revisited». La segunda sección trata sobre el comienzo de las relaciones de pareja en el piso; la cuarta, sobre la situación del que se ha quedado abandonado en él. En el centro —núcleo esencial, pues, del libro—, «El poema de Jane», revelándonos cuál es el gran tema de aquél: lo problemático y en último término inviable de la relación amorosa.

Pero hay más, y es que las composiciones que forman la obra muestran una disposición métrica —o más bien gráfica— similar: en la gran mayoría de los casos, una estrofa de 3 versos —otra estrofa de 3 versos— una estrofa de 1 verso, aunque también se presentan variaciones sobre este esquema (3-1, 3-3-3-1, 3-3-3-3-1, 3-3-3-3-3-1, 3-3-3,3-3-3-3 y algunas pocas más). No cabe duda de que Pablo García Casado ha planeado la trabazón de su libro con inteligencia y habilidad.

Concatenando los distintos apartados del volumen, la última poesía de cada uno funciona como anticipo o introducción del apartado siguiente: «La edad del automóvil»termina con una composición, «La edad del automóvil (Reprise)», en la que se habla de los planos del futuro piso que ocupará la pareja y se contempla «la edad del automóvil »ya como un episodio del pasado. «Sexto izquierda» concluye con el poema «Deshaucio», que introduce el tema de la crisis y el motivo del alcohol (ambos básicos, luego, en «El poema de Jane»): «Dime! Es que hay otra? Otra capaz de lavarte/de plancharte de hacerte la comida de acompañarte/al baño después de pasarte el día bebiendo? // […]/no no quiero hablar fuera de aquí a la puta calle // echarlo todo a perder por unas tetas operadas!». Paralelamente, «El poema de Jane»se cierra con una página que presenta ya el tema de la soledad que va a presidir «Publicidad engañosa» (y hasta la fuga en automóvil de la última sección); y si ésta comienza con el verso «servicio de socorro de radio nacional de españa», aquélla finalizaba con un poema de título no menos radiofónico: «La guerra ha terminado». Las conexiones intertextuales a lo largo de las distintas secciones del volumen refuerzan esta sensación de unidad y articulación.

Pero ni del contenido ni de la estructura dependen en rigor los valores estéticos de un libro, sino de su lenguaje. Y éste es el tercer aspecto —para mí, con mucho el más interesante— que me parece destacable en Las afueras, y el que convierte a este libro, a mi juicio, en uno de los logros más apreciables de la poesía española, joven, madura y vieja, de los últimos años. En estos tiempos en que, ya venturosamente recuperados para nuestra lírica el sentido clásico y el sentido común, asistimos —reacción pendular— a una especie de canonización del conformismo, Pablo García Casado ha tenido el valor de lanzarse a una sistemática exploración de las fronteras del lenguaje poético. Pero —no puedo dejar de señalarlo— un valor prudente y responsable, muy distinto del de los «vanguardistas» convencionales, de quienes Dios nos siga librando por muchos años: la supresión de mayúsculas y signos de puntuación, la sincopación de la sintaxis, la adopción de diversas perspectivas o voces, a menudo cambiantes en el contexto de un solo poema, no son esta vez pirotecnia irresponsable, sino que cumplen, y muy eficazmente por cierto —como la selección del léxico o las precisas imágenes—, una función bien prevista y controlada. Estos recursos, que dieron muy buenos resultados —con contenidos muy distintos— en algunas páginas tempranas de Pedro Gimferrer, de Vázquez Montalbán, de Martínez Sarrión, de Alfonso López Gradolí, de Antonio Colinas y de algún otro poeta, desaparecieron casi por completo de nuestro panorama a partir de 1980, barridos por un tradicionalismo no muy bien entendido. Verlos resurgir ahora en la obra de este jovencísimo poeta, y con efectos admirables, a despecho de ciertas meras ingeniosidades que saltan de cuando en cuando, es un motivo de alegría y de esperanza: algo empieza a moverse en las aguas, últimamente más bien estancadas, de la poesía española joven.