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Nicolas Sarkozy, ministro francés del Interior y candidato a la presidencia de la República francesa, mantuvo una larga entrevista al alimón con un padre dominico y un catedrático de filosofía sobre cuestiones de carácter político-religioso. De ella salió un libro fácil de leer y que ha sido traducido al español por la editorial de la Fundación Faes.

La conversación abunda en referencias concretas a la vida política francesa pero contiene una reflexión de interés más general sobre las relaciones entre las religiones y el Estado. El libro comienza con una cita de Tocqueville que establece la diferencia entre el despotismo y la libertad: el primero puede prescindir de la fe, la libertad no puede hacerlo de ninguna manera. Parte el político francés, por tanto, de que la religión tiene que jugar un cierto papel en un Estado laico, entre otras razones porque, de lo contrario, el Estado tendría que convertirse en una religión, en algo que está no sólo lejos sino en las antípodas de una visión liberal de la política, que es el prisma con el que José María Aznar comenta la obra en el prólogo a la edición española.

Para Sarkozy, curiosamente, la religión cumple un papel político similar al que le adjudicaba Carlos Marx («el corazón deun mundo sin corazón»), aunque sin lasconnotaciones peyorativas de éste. Sarkozy defiende el papel público de la religión en cuanto la toma como fuente de esperanza, como alivio de las flaquezas de la vida. No es que la religión no cumpla ese papel (aunque, desde luego, no todas las religiones lo cumplen), pero no parece fácil adjudicar un papel específicamente político sobre esa base, digamos, antropológica. Sarkozy, que admite explícitamente que la democracia se enraíza en una serie de valores que tienen su origen en el cristianismo, parece dar por sentado, lo que es el segundo gran tema de este libro, que lo que funcionó con el cristianismo podrá funcionar con el islam, es decir, extrapola su visión de la religión cristiana a la musulmana (en realidad a toda religión) para poder encontrar una política que pueda resolver los problemas de integración que plantean los musulmanes en Europa, del mismo modo que la democracia ha podido convivir con el cristianismo.

Sarkozy no pretende, seguramente, pasar a la historia del pensamiento sino ganar unas elecciones, lo que tampoco está mal, de manera que no está dispuesto a embarcarse en problemas teológicos ni filosóficos sino a legitimar un plan. No hay duda de que consigue presentar una imagen coherente de esa clase de problemas, lo que no siempre está al alcance de un político al uso, pese a la afición de las primeras figuras galas a componer libros con sus visiones. Sin embargo, la cuestión principal que se plantea en el libro no puede resolverse con complacencias teóricas porque será necesario ver cómo funcionan, si es que lo hacen, en el caso del islam, las soluciones propuestas.

La propuesta de Sarkozy consiste en promover una cierta complementariedad entre religión y política. El problema consiste en que esta solución, aplicada al cristianismo, parece resolver un problema inexistente, mientras que no está claro que los millones de musulmanes que viven en Francia, y que se sienten culturalmente y económicamente segregados, puedan encontrar en este tipo de planteamientos una solución a la sensación de frustración y fracaso que experimentan como incompatibilidad entre sus valores y el modo de vida de la sociedad en la que tienden a enquistarse. Un político debería tender a pensar que resolver los problemas de integración sociolaboral de los inmigrantes es socialmente más eficaz que cualquier meditación político-religiosa, pero no está mal que se eche un vistazo al aspecto religioso del problema, si es que lo tiene.

De cualquier modo, la posición de Sarkozy es interesante y tiene el mérito de atizar un debate que entre nosotros tiende a plantearse de un modo tan laicista como torpe y que no deberíamos dar por concluido antes de abordarlo. Sarkozy afirma que el lugar que ocupa la religión es central en la política: «En mi opinión, es tan importanteabrir lugares de culto en las grandes zonas urbanas como inaugurar centros deportivos», y ello porque, en su opinión, vivir lapropia fe y sus compromisos sociales supone el ejercicio de la libertad, un enriquecimiento de la vida pública. Se trata de una constatación que no debería implicar ninguna dificultad, pero que tiende a oscurecerse cuando predomina una visión positivista de la religión como prohibición social o como un equívoco conceptual, prejuicios que Sarkozy, obviamente, no comparte.

Sarkozy sale políticamente airoso de una mezcla entre cuatro cuestiones distintas: la democracia (o como los franceses dicen, la república), la aconfesionalidad del Estado (la laicidad), la crisis cultural y de valores de la sociedad europea y, last but non least, la compatibilidad entre el islam y las libertades occidentales. No es poco para un político, pero el libro deja casi en ayunas a quien se interese a fondo por comprender cualquiera de estas cuestiones.

Profesor Univ. Rey Juan Carlos.