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Siempre que estoy tentado a desdeñar el premio Nobel, recuerdo a Wislawa Szymborska y me arrepiento. Al pomposo premio le debemos para siempre el descubrimiento y la traducción de esta maravillosa poeta polaca (1923-2012), que el galardón sueco nos descubrió en 1996. Desde entonces todo lo suyo se ha ido publicando en español y nuestra admiración no ha dejado de crecer.

Parecía que el crecimiento iba a parar en seco, sin embargo, con este último libro, donde se recoge una selección de las respuestas (más bien cortantes, según advertían las reseñas) que fue dando durante 28 años a los entusiastas que mandaban inéditos para su publicación a la revista literaria Zycie literackie [Vida literaria]. Desde fuera, se diría que era una labor menor, alimenticia, y de poca entidad poética. Estuve a punto de no comprarme el libro y releer alguno de sus poemarios o las colecciones de prosas. Hubiese cometido un error.

Por fortuna, me pudo la inercia de la devoción. Ciertamente las contestaciones son cortantes como a bote pronto o de volea o con un buen smash. Sin embargo, hace gala de un humor infatigable, que no se pierde incluso en los casos en que aparece mezclado con el mal humor. Irritada, agotada, apresurada, escéptica o cínica, siempre muestra una ternura ácida y un amor insobornable a la poesía. Por estas dos lecciones el libro resulta delicioso y necesario.

Defiende la poesía desde la única postura sincera para un poeta: desde la propia obra. El prosaísmo, la cotidianidad, la naturalidad, el humor, la ironía —todas esas notas distintivas de la poesía de Wislawa Szymborska— son defendidas como el canon indiscutible de la poesía universal. Tal postura podría criticarse desde una posición académica, desde luego, pero ésa no es (obvia decirse) la de este barbero. A Wislawa le agradecemos la honestidad. Además, la poesía de Szymborska nos parece, en efecto, modélica.

El resultado es un título que cumple lo que promete. No sólo es un correo literario, sino que esconde un manual muy audaz de cómo ser o no ser escritor. Esa es la cuestión que se debate en estas páginas. Quizá la acidez de algunas respuestas esconda una almendra de misericordia, como queriendo evitar a quienes no tienen madera de escritores la cruz de un oficio muy duro. A una joven poeta muy vintage le pregunta: “¿No serán versos copiados del álbum de recuerdos de su bisabuela?”. A un romántico le constata: “De su carta se desprende que su corazón ya está ocupado, pero la cabeza sigue libre”. A otro muy excelso: “¿Nos desabrochamos las alas e intentamos escribir algo con los pies en la tierra?” A otro muy extremado: “Si queremos que nos crean, seamos comedidos. ‘Lloro tu ausencia con lágrimas de sangre’. ¡Por favor, señor Zbigniew!” A alguien a quien se le transparentaban las influencias: “En el caso de que publiquemos su texto, mándenos, por favor, la dirección actual de Kazimierz Przerwa-Tetmajer para que podamos hacerle llegar el ochenta por ciento de los derechos de autor”. Y así. Se diría que pesa más el cómo no llegar a ser escritor.

Hasta que caemos en que también da (más pudorosamente) consejos universales de inesperada versatilidad, indispensables para ser escritor. Por ejemplo:

El talento literario no es un fenómeno de masas

Persiste todavía la romántica idea de que ser poeta es el mayor de los honores y un gran prestigio. En realidad, el mayor honor y el mayor prestigio es hacer de forma intachable lo que uno sabe hacer.

Es usted una persona demasiado franca y cándida para escribir bien. [Lo mismo que dijo Nicolás Gómez Dávila: “Gran escritor es el que moja en tinta infernal la pluma que arranca al remo de un arcángel”, pero expresado de forma más franca y cándida]

[Contra la necesidad de viajes exóticos para escribir] Antes de ir a Capri, le recomendamos que se acerque usted al primer pueblo perdido que encuentre. Si regresa de allí sin ninguna impresión digna de ser anotada, nos tememos que no va a haber grutas azules que valgan.

La poesía es, ha sido y será siempre un juego y no existe un juego sin reglas. Es algo que los niños saben perfectamente. ¿Por qué lo olvidan los adultos?

La falta de curiosidad es grave para su existencia [de la literatura]. Conlleva lo mismo que en la pintura la insensibilidad al color o en la música la falta de oído.

Igual de sentimentalista pero al revés: el antisentimentalismo.

El tema es lo más fácil, y por sí mismo no tiene ningún valor literario.

[A un grafómano] Pero igual valdría la pena mordisquear, de vez en cuando, el lápiz y mirar desesperado por la ventana.

[Un último consejo inmortal] Vuelva a leer su texto una vez más, esta vez fríamente.


 

Wislawa Szymborska: Correo literario o cómo llegar a ser (o no llegar a ser) escritor. Nórdica libros, 2018. Traducción de Abel Murcia y Katarzyna Moloniewickz, 170 páginas.

Poeta, crítico literario y traductor.