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1937 marcó un salto cualitativo en el uso del terror soviético: en solo un año fueron arrestadas cerca de dos millones de personas, y de ellas casi setecientas mil fueron asesinadas; el resto, tuvo que sufrir durante años las privaciones y las míseras condiciones de los campos de concentración. Lo terrible es que, como explica Schögel, en esta escala dramática, exclusivamente unos pocos sabían cuál era el motivo de su persecución. Generalmente, se les acusaba de sedición, de intentos de atentar contra el régimen, de tentativa contrarrevolucionaria. Pero en la mayoría de los casos las inculpaciones eran inventadas o se alegaban causas inverosímiles.

Schögel aporta una nueva visión sobre la tragedia del totalitarismo más sanguinario del siglo XX. El centro de su documentado relato es Moscú: su arquitectura, su diseño, en este ensayo que se propone como una topografía del terror. Pero no se trata solo de un exhaustivo testimonio sobre los asesinatos masivos, sino de una descripción exacta y realista del contexto en el que tuvieron lugar. Aparecen las calles de Moscú, sus edificios; las noticias de los procesos; los datos de las purgas, el cine, la cultura y la ciencia. Junto a ello, Schögel recopila la documentación oficial, las notas administrativas y las memorias de los testigos.

Moscú cambió en esta época su fisonomía. Hay que tener en cuenta que en 1937 se celebraba el vigésimo aniversario de la Revolución. Stalin pone en marcha el plan general de modernización de la ciudad, lo que se traduce en una reconfiguración de todo el espacio urbano que transforma a Moscú en una imponente metrópoli moderna. Porque Moscú reproduce geográficamente la apoteosis del poder soviético. Es significativo, en este sentido, el cuidado en el diseño de los edificios públicos y la réplica urbana de toda la maquinaria burocrática que caracterizó al estalinismo.

No es casual que el autor, reconocido historiador especializado en Rusia, haya escogido 1937 como el momento en el que coincide la celebración de la revolución con la máxima crueldad. Hay que tener en cuenta que Stalin comenzó los juicios contra la élite del partido un año antes, en 1936. Y que las grandes purgas, que afectaron a los principales órganos del partido, como del ejército, se extendieron a lo largo de los siguientes dos años. El resultado de los primeros juicios públicos fue, en realidad, la generalización de la sospecha, pues todo aquel que no estaba comprometido con el engrandecimiento del régimen podía ser acusado de subversivo.

Los juicios públicos fueron orquestados también de un modo que tenía como objetivo engrandecer al régimen. En concreto, los procesados estaban acusados de conspirar personalmente contra Stalin y, además, de hacerlo en colaboración con las naciones occidentales, enemigas de la utopía comunista. Entre otros, fueron purgados figuras históricas del partido, a los que Stalin creía capaces de hacerle sombra: Zinóviev o Kámenev. Finalmente, otro de los juicios políticos fue famoso por terminar con la vida de Bujarin, destacado miembro del Politburó y uno de los principales artífices de la política soviética.

Lo paradójico es que los primeros verdugos estaban llamados a convertirse, al cabo del tiempo, en las nuevas víctimas del infatigable y criminal sistema estalinista. Por otro lado, las grandes purgas no deben hacer olvidar que las víctimas principales de Stalin fueron personas humildes, conciudadanos sin relación con las intrigas políticas. A todos, sin discriminación, se les acusaba de espionaje o se les condenaba como quintacolumnistas. En un régimen de terror, cualquiera podía ser culpable.

Se equivocaría el lector que viera en este libro un título más llamado a engrosar la ya voluminosa biblioteca del terror totalitario. La perspectiva y el fin perseguido por Schögel son completamente distintos. Cierto es que ayuda y posibilita una mejor comprensión de los asesinatos masivos, de la psicosis persecutoria que sufría Stalin y de las consecuencias de su institucionalización. Pero pretende mostrar y captar «el momento» ofreciendo un conjunto de imágenes y una serie heterogénea de datos, buscando siempre provocar la sensación de simultaneidad y posibilitando al lector revivir aquel marco histórico.

El libro, premiado hace unos años con el galardón del «Entendimiento Europeo», puede resultar en ocasiones demasiado prolijo y fragmentario, pero es la intención confesa del autor, que ha realizado una relevante contribución al estudio del totalitarismo y que ha dado a conocer con exactitud su poderoso régimen represivo.

Profesor de Filosofía del Derecho. (Universidad Complutense de Madrid).