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educandolibertad_img_0.jpgEducar no es domesticar es una obra escrita en primera persona que nos acerca a una forma de vivir la educación muy personal, desde las propias experiencias del autor. Este hace un recorrido por los distintos espacios y tiempos donde se enseña y se aprende para llegar a una definición propia de educación.

A continuación, recorre las prácticas pedagógicas que leemos en los manuales de metodología pero desde un ángulo muy personal: el vivido por el autor a lo largo de sus años como docente en casi todos los niveles educativos. El libro concluye con lo que llama ideas sueltas, sin que por ello sean menos importantes, y que abogan por la idea de dejar que las personas se formen en libertad, «enseñar a pensar, no es enseñar a que piensen como yo».

El libro comienza con las reflexiones en torno a los principales conceptos que guiarán las reflexiones posteriores, mostrando un especial respeto por la palabra educación reservada como una máxima que se irá edificando a lo largo de sus páginas.

Inicia el camino en el espacio donde debe desarrollarse la educación, situando el centro escolar como núcleo para la formación y no por otra razón que el número de horas que el niño/a pasa entre sus paredes; el autor defiende la importancia del entorno familiar como lugar propicio para la educación, si bien hemos de conjugar ambos espacios para atender a la persona y que esta pueda desarrollarse en libertad y plenitud.

En un encuentro con educadores católicos, Benedicto XVI (2008) señalaba así la importancia de educar en términos de lo logrado, «la dignidad de la educación reside en la promoción de la verdadera perfección y la alegría de los que han de ser formados». Calderero parte de esta cita literal (p. 22) para llegar a la necesidad de enseñar con pasión para despertar la vocación, que debe culminar en una contribución a la sociedad en forma de esperanza para otros.

En un escenario educativo como el actual, donde tanta importancia se le da al aprendizaje competencial, esta obra nos invita a desarrollar a la persona desde su inherente «carácter personal» no vinculado a modas, instituciones, países, ni otras vicisitudes parciales que limitan cada una de las características de la naturaleza humana.

En un momento, donde los sistemas educativos a nivel mundial dan cada vez más importancia a la calificación en el proceso evaluador, se defiende la tesis de que la educación no debe limitarse a una medición concreta y numérica, dado que de esta manera estamos restringiéndonos su naturaleza y restando, por tanto, a la complejidad y riqueza del ser humano.

El autor nos aporta una definición propia de educación, atreviéndose así a sentar bases con cada una de las palabras que la componen y justificando su construcción de presente y su contextualización de futuro, «educar es ayudar a cada ser humano a establecer y mantener vínculos valiosos con la realidad» (p. 40). La palabra que más puede esgrimirse como motor para los implicados en el escenario educativo es ayudar, dándole un sentido de despertar, buscar, investigar… ser de alguna manera la razón para dar sentido al «aprender a aprender» tan mencionado en las distintas versiones de la legislación educativa española. Pero esta ayuda ha de ser ajustada, de forma que la persona pueda tomar consciencia de su dignidad y responsabilidad de desarrollar su talento; parece acercarnos a la frase de María Montessori refiriéndose a la mediación con el niño, «cualquier ayuda innecesaria es un obstáculo para el desarrollo». Y, retomando esa idea de ayuda, debe considerarse en sentido amplio haciendo consciente al estudiante de que «su forma de ser, de pensar y de actuar no está condicionada por la genética y por las influencias exteriores» (p. 69); el autor lo expresa como una necesidad de desprogramación, tanto para el educando como para los educadores, para evitar esa expresión que zanja tantas conversaciones y actuaciones en el entorno educativo: «¡no puedo hacer nada!»

Con títulos que más bien parecen estados de ánimo, nos abre pequeños textos que nos hablan de la curiosidad y su importancia al aprender, del salir de uno mismo como un encuentro con el otro, «cada educando y cada educador es persona, y la auténtica educación pasa necesariamente por el establecimiento de vínculos valiosos entre ambos» (p. 111).

Y ordenados con pequeños epígrafes que reflejan tiempos, asignaturas o centros, conocemos al autor como maestro y como directivo educativo. Lecciones que dar, pero muchas también por recibir, gracias a las cuales hoy podemos leer esta obra dinámica y optimista que nos habla de educación, pero también de amor, entrega, búsqueda… entre otras palabras que parece que queremos dejar al margen de los espacios escolares.

No podríamos terminar de hablar de esta obra sin ser optimistas. Parece que en los últimos tiempos nos delimita un cerco de pesimismo social, que ante la falta de expectativas que la crisis económica ha podido causar, no nos dejan tampoco ver en los ambientes educativos signos de positivismo. Pero Calderero sabe transformar cómo mirar las cosas, quizá debido a esa inquietud intelectual y humana, que los que tenemos la suerte de conocerle compartimos a su lado, asumiendo esa «responsabilidad de la propia vida» (p. 272) en nuestra tarea como aprendices del día a día.

Blanca Arteaga

Profesora de la UNIR. Directora del grupo de investigación educación personalizada en la era digital