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En perfecta continuidad con la trayectoria de sus escritos, incluso de los más tempranos y celebrados, como fue el caso del ya lejano Hacia una formación humanística, nos sorprende ahora José Antonio Ibáñez-Martín con un volumen, bellamente editado por Dykinson, en el que saltan casi de inmediato a la vista tanto su densidad temática como su envidiable factura literaria. Aparte de un prólogo y una introducción escritos por el propio autor, el libro contiene tres partes temáticas y un añadido especial («coda», la llama él) que confiere al entero trabajo un regusto autobiográfico, de «memorias» y casi de testamento literario. Cosa en verdad poco creíble, dado el talante más bien prolífico del autor y la sensación general de que, si las circunstancias no cambian mucho, su pluma podría seguir funcionando ininterrumpidamente. Esa «coda» es una referencia particular a tres personas que han resultado ser claves en su vida académica, en calidad de maestro, colega y discípulo.

Mientras que el prólogo se dedica solo a una presentación sumaria del porqué del libro y del contenido de sus capítulos, la introducción acomete ya la tarea de dibujar con trazo firme cuál va a ser su principal hilo conductor: el abrir paso, mediante la educación, a que toda persona tenga la oportunidad de acceder a lo que el autor llama una «vida digna, examinada y lograda», y no meramente la adquisición de unos conocimientos, de unas destrezas útiles para ganarse el pan (el suyo y el de sus hijos), y ni siquiera de una ciudadanía responsable y útil. Sin quitar importancia a estos cometidos, una fijación excesiva o desenfocada en alguno de ellos, incluso en todos, puede acabar por convertir los esfuerzos educativos de nuestro tiempo, que los ha habido y los hay, en hazaña improductiva, causante de insatisfacción, social y personalmente estéril. Los buenos deseos expresados en el artículo 26.3 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, al incluir la educación como uno de esos derechos fundamentales, se han topado demasiado frecuentemente con interpretaciones defectuosas, reduccionistas del propio concepto de educación y de su finalidad última.

Componen las tres partes una especie de miscelánea temática. En cuanto a las tres partes temáticas propiamente dichas, las dos primeras vienen referidas a la educación en general y a la acción del profesorado en la misma, mientras que la tercera se centra en la universidad. No hay en ellas una secuenciación deductiva o lógica de los capítulos que las conforman, sino más bien la exposición de determinados temas libremente elegidos. En realidad, componen las tres partes una especie de miscelánea temática, como si se tratara de estudios o artículos separados cuyo nexo de unión no es otro que la voluntad del autor y el enfoque humanístico que le caracteriza. Lo que no resta un ápice ni al atractivo ni a la consistencia del libro en su conjunto. Dadas las limitaciones de espacio con las que cuento, voy a destacar en las líneas que siguen solo algunos puntos entre los que me han llamado más particularmente la atención, pero advirtiendo al lector que la riqueza de contenidos merece no solo la lectura del entero volumen, sino una lectura atenta, detenida, crítica e incluso escéptica en algunas ocasiones. De la primera parte, la más extensa en lo que al número de páginas se refiere, empezaré por manifestar mi desacuerdo con el título elegido para ella. En general, el autor ha optado por encabezar los capítulos que incluyen las tres partes con titulaciones sugerentes, expresivas del particular contenido, incluso chocantes en algunos casos. Pero no ha hecho así con los títulos de las tres partes, salvo quizá de la segunda. La primera la ha llamado «El marco básico del quehacer educativo». Uno se esperaría que en este marco básico viniera incluido, por ejemplo, el marco familiar, clave demostrada de lo que sin duda constituye el más contundente escenario de la eficacia o del fracaso de la educación (incluyendo los propios aprendizajes escolares) y al que el autor alude poco y de pasada.

Comprendo que, de acuerdo a sus deseos, el autor se encamine en directo a contornear el importante quehacer del profesorado y sus relaciones con los estudiantes, además de otros aspectos relacionales. Pero, entonces, el título de toda esta primera parte quizá debiera ser otro.

En cualquier caso, los capítulos que la componen suponen todos ellos un fuerte aldabonazo a la conciencia de los profesores-educadores, comenzando ya por el primero, en el que se replantea bajo atractivo y pertinente título (esta vez sí) el eterno problema de si la educación consiste más en alimentar (educare) que en extraer (educere). De particular interés es, al día de hoy, la pregunta que hace en el capítulo 3, y que de ninguna manera deja en el aire, sobre lo que se considera y sobre lo que debe ser la excelencia en educación, saliendo al paso de eso que algunos organismos internacionales y políticas educativas dogmatizan con harta simplificación: que la cosa estriba en alcanzar altos niveles de rendimiento en determinadas materias escolares y en determinados tests. «Igualar excelencia a resultados académicos es empobrecer grandemente al ser humano», afirma sin ambages en la página 84; y lo demuestra.

Me resulta difícil seleccionar en pocas palabras los temas y planteamientos que me ha suscitado la lectura de la segunda parte del libro. Pero encarecería al lector de modo especial que preste particular atención a los capítulos 7 y 8, y en especial a sus alusiones a los «políticos fáusticos» y a las previsibles falacias que podrían albergar determinados «pactos educativos» en materia de legislación escolar. Algo parecido me ocurre con la tercera parte, dedicada a la universidad y no especialmente a sus «metas» (vuelvo a estar en relativo desacuerdo con el título). He disfrutado particularmente con las reflexiones que el autor hace sobre el «pensamiento crítico», tan peligrosamente aherrojado hoy por la political correctness.

Debo acabar, porque no se me concede más espacio. Permítaseme recordar que el entero volumen es una prueba clara de la profunda preparación cultural de su autor y, a la vez, de su ágil y entretenida pluma. El lector, cualquier lector, podrá quizá mostrarse distante e incluso soliviantarse con algunos enfoques o consideraciones, pero garantizo que no se aburrirá en absoluto.