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Durante diez preciosos años tuve la gracia de colaborar con Jorge Luis Borges en el dictado de infinitos textos y en las traducciones de las Fábulas de Robert Louis Stevenson, los poemas de Hermann Hesse y de apuntes de Lewis Carroll. Esta intimidad me agigantó la personalidad, conocida por todos de nuestro escritor. En su vida ordinaria, Borges aún era más maravilloso que en sus manifestaciones públicas. Se divertía recreándose a sí mismo hasta en el más ínfimo acto y, al hacerlo, nos asombraba. Generoso conmigo, me brindó esa consideración rotunda que tan solo los grandes hombres cimentados en la vida pueden otorgar.

Tuve el doloroso privilegio de anotar el último poema que me dictara en Buenos Aires, antes de partir pata siempre; tal vez no sea casual que lleve como título una fecha: 1985.

En cuanto a los textos en prosa: en cierta ocasión, una Editorial de Buenos Aires le propuso escribir el prólogo de un libro de promoción turística que llevaría el prometedor y encantador título de «La maravillosa Argentina». Borges accedió y, casi sin corregirlo después, me dictó ese texto que estipula tan bien a nuestro país, pero que a la vez, por su contenido, desalentó para siempre a los empeñosos editores. El otro inédito, «Nota de un mal lector», me fue entregado por un periodista cubano el pasado año. El texto fue dictado por Borges a su madre, doña Leonor Acevedo, y únicamente fue publicado en 1955 en la revista literaria Ciclón, de La Habana, que dirigía José Rodríguez Feo.

A Julio Cortázar le conocí en París a fines de los años sesenta. Más tarde, cuando visitó el difícil Chile de Salvador Allende, en una noche inolvidable, cenamos en mi casa de Santiago, cuando yo era corresponsal allí de un diario de la Argentina. Su personalidad tan particular, tan llena de brillantes contradicciones, tan apasionada, brindó al mundo de la literatura uno de sus más carismáticos creadores. Cortázar, exiliado eterno, exiliado de la injusticia de los hombres, nunca estuvo conforme y así lo hizo saber en todos sus escritos; sólo el humor le mitigó en algo tanta desesperación. Nadie como él supo sacar provecho de la minucia de lo doméstico. Los dos artículos me fueron enviados por él mismo cuando coordiné la sección americana de «Grandes Firmas» para la Agencia

poeta, narrador, ensayista y periodista argentino